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Ya no somos el país más feliz del mundo, y eso es bueno

Colaborador ¡Pacifista! - diciembre 20, 2017

Una vida que no se base en honestidad emocional, tarde o temprano repercutirá sobre la salud de quien desconoce la importancia de serlo.

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Colombia fue el país más feliz del mundo en el 2015.

Por: Thomas Stevenson*

Aunque en el último año a Colombia se le haya escapado el reconocimiento como “uno de los países más felices del mundo”, habitualmente el país se encuentra en los primeros lugares de los ranking que determinan el estado de la felicidad global, lo que significa un motivo de orgullo para sus habitantes. Por ejemplo, a finales de 2015, la Asociación Internacional WIN / Gallup le otorgó el primer puesto, por delante de Fiyi y Arabia Saudita.

Una de la preguntas que la encuesta le realizó a la población colombiana fue: “en general, ¿se siente personalmente muy feliz, feliz, ni feliz ni infeliz, infeliz o muy descontento con su vida?”, a lo que un asombroso 87% respondió: feliz. Más que el doble del porcentaje en los Estados Unidos.

A primera vista, parece una declaración extraordinaria de resistencia y valentía: pues a pesar de más de medio siglo de conflicto pueden mantener la cabeza en alto y disfrutar de la vida. Sin embargo, entre mayor tiempo se pase reflexionando acerca de esa cifra, más complejo es entender el origen y la fiabilidad de su respuesta.

Grandes pensadores que abordan el tema de felicidad, como Buda y Confucio, concluyeron que el mundo es fundamentalmente un lugar duro y doloroso para vivir, de ahí que sea inevitable cuestionar si es realmente posible que nueve de cada diez personas en cualquier país, y mucho más las de un territorio con la carga histórica de Colombia, respondan contundentemente positivos a la pregunta de qué tan felices se sienten.

Aparte de estas reflexiones abstractas, mi experiencia viviendo tres años en el país me ha llevado a la siguiente conclusión, que los resultados de esas encuestas solo transmiten una tautología hueca: por cultura, los colombianos dirán sí o sí que son felices, dejando a un lado la realidad.

Las personas, independientemente del lugar de origen, venimos equipados con la misma base psicológica. Eso significa que los cambios significativos que se dan en el estado emocional de cada individuo derivan del proceso de socialización particular que tienen.  Aunque este proceso no determine qué emociones surgen, sí influye en las respuestas.

Los encuestados no están buscando engañar deliberadamente a los encuestadores con sus respuestas, pues aun cuando piensen o sientan algo distinto a “la felicidad,” es tan habitual y arraigada la costumbre de ser “positivos” que otras respuestas ya no son reconocidas de manera consciente y sencillamente ya han sido olvidadas.

De los seis países en los que he vivido, en ninguna parte es esto más cierto que en Colombia. En lugar de buscar la salud emocional a través de un cálculo honesto de los acontecimientos felices y tristes, muchas personas han decidido deshacerse de todas las emociones difíciles que conforman la vida, como si esta negativa a prestar atención también eliminará los sentimientos desagradables del tejido de la realidad.

Esta bien podría ser la respuesta natural a la sobreexposición a la violencia por la que han atravesado, una especie de “fatiga trágica” que hace que las personas crean que solo pueden funcionar al excluir respuestas emocionales auténticas de cara a la inestabilidad en la que viven. Más que personas genuinamente felices y en paz, se dejan ver como individuos condicionados por su sociedad para insistir en que todo está bien.

Colombia le mostró al mundo cómo el conflicto armado puede arruinar a un país. Ahora, aun cuando algunos no admitan, le están mostrando al mundo lo que sucede cuando ese conflicto tiene lugar en el campo emocional

La tendencia de los colombianos por culpar a la víctima también habla de su incapacidad para aceptar emociones difíciles. Frases cotidianas en Colombia como: “no de papaya” hablan de la barrera mental que existe a la hora de reconocer la realidad. Una vez el interlocutor cree que cosas como que el robo de un teléfono, una violación o un asesinato  no ocurren por ninguna razón que no sea mala suerte, entra al terreno en el que a él también le podría ocurrir.

En definitiva, esto no es otra cosa que los “jocosamente” llamados pajazos mentales.

Una vida que no se base en honestidad emocional, tarde o temprano repercutirá sobre la salud de quien desconoce la importancia de serlo. Una razón es que dicha intolerancia por emociones difíciles alimenta otro tipo de intolerancias—por tendencias políticas, por ejemplo, la que en parte impulsó la prolongada contienda civil que el país soportó por décadas. Otra muestra de lo mismo son las proporciones que problemas de dolor crónico, como es el síndrome del intestino irritable u el reflujo, han tenido en el país. Tales trastornos se desencadenan cuando el comportamiento externo de una persona no refleja sus sentimientos subconscientes.

Durante décadas, Colombia le mostró al mundo cómo el conflicto armado puede arruinar a un país. Ahora, aun cuando algunos no admitan, le están mostrando al mundo lo que sucede cuando ese conflicto tiene lugar en el campo emocional. Parte de superar un conflicto en Colombia y en cualquier otro lugar es reconocerse humanos y aunque los asuntos de salud emocional en el país sean de bajo interés, nuevamente por cultura, prácticas que contribuyan a que el individuo pueda identificar de manera objetiva el contexto en el que vive es útil si de ser feliz y vivir en paz se trata.

 *Psicólogo y presidente de Strata Conflict Consulting