En el lanzamiento de la serie de cortos, el comisionado de la Verdad Saúl Franco reveló que habrá un capítulo específico en el informe final de la Comisión de la Verdad sobre niños, niñas y adolescentes (NNA).
La serie ‘Mi historia: la niñez que peleó la guerra en Colombia’, dirigida por la organización Changing the Story, niños, niñas y adolescentes cuentan lo que han tenido que vivir en la guerra. En los documentales participaron 24 excombatientes, estudiantes de Benposta –organización de alcance internacional que trabaja en la reivindicación de los derechos de NNA–, animadores y estudiantes de animación de Bogotá.
Aquí les dejamos adelantos de los primeros cinco cortos que ya fueron estrenados:
‘Un arma no lo hace hombre a uno’
Esta es la historia de un niño que vivía en Mitú, en el departamento de Vaupés. Su familia era tan pobre que tenía que robar útiles escolares e implementos de aseo para él. En 1996, cuando tenía 16 años, se cansó de esa vida, buscó trabajo y lo encontró en una finca en el municipio de Carurú. Allí raspaba coca, fumigaba, “voleaba machete” para cortar la maleza y procesaba la coca para volverla cocaína.
Un año después, a través de un compañero, se metió a la guerrilla. Fueron los dos a hablar con un comandante y un reclutador; estos dos les pidieron sus datos: nombre, nombre de los padres, cantidad de hermanos, ¿familiares en la guerrilla?, ¿familiares en las Fuerzas Militares?. Después del cuestionario emprendieron camino, pero con una advertencia: “señores, por favor los que estén arrepentidos pueden salir del bote”.
Reglas inhumanas que debía cumplir a rajatabla y consejos de guerra hacen parte de su historia. También la toma de Mitú, en 1998, en la que participó, pero en la que según él no hizo ni un disparo directo, se sintió muy mal, muy triste y con ganas de escapar. “La guerra no deja cosas buenas, ni un arma lo hace hombre a uno”, dice.
‘Volví a nacer’
Ella vivía con sus padres y ocho hermanos en la comunidad de Yuruparí, en el Pacífico colombiano. Era el año 1998, tenía 12 años cuando el Frente Primero de las FARC la sacó de su casa forzosamente. La protagonista cuenta que para esos guerrilleros a los 12 años los niños ya estaban listos para luchar.
Al campamento llegó con una compañera del internado, también recluta. Las enviaron directo a la enfermería para una revisión de pies a cabeza: vagina, huesos, ojos, oídos, dientes; “ya quedan aptas para la guerra”, les dijo la enfermera. 12 años después tuvo que volver a la enfermería, pero esa vez con tres meses de embarazo la obligaron a abortar.
Hoy vive cerca a su familia y aunque reconoce vivir tranquila, esos lazos familiares no se han vuelto a entretejer. Salió de las filas del grupo armado en 2017 gracias al Acuerdo de Paz, “en ese momento yo sentí una alegría porque yo volví a nacer. Yo estaba en la oscuridad. Yo volví a la claridad”.
‘No puedo volver a casa’
Este corto también es de una mujer, pero la historia es más reciente: ocurrió en el 2018, tenía 12 años cuando fue reclutada con su hermana por disidentes de las FARC. Justo después, el grupo disidente le dijo al pueblo que debían “proporcionar una nueva generación de luchadores para la guerra”, y así, en total, se llevaron ocho, entre niños y niñas. Luego se trasladaron a Miraflores, en Guaviare donde los uniformaron, les dieron fusiles y les enseñaron a disparar.
Una buena noche dejaron a esos niños nuevos reclutas encerrados y vigilados solo por un guerrillero. Escaparon todos y los persiguieron. Ella y su hermana se quitaron la ropa, las botas, nadaron por un río y corrieron toda la noche. Al final, fueron las únicas sobrevivientes. “Por fin llegamos a nuestra casa, pero mi papá nos envió a otro lugar por seguridad (…) Ya no puedo volver a mi casa”, asegura triste la niña.
‘Estaba dejando atrás mi vida como la conocía’
Estas son las memorias de todos y todas. Este corto fue escrito, producido y narrado por un grupo de niños y niñas. Cuentan que en el pueblo Las Mercedes era común –o es– que los grupos armados reclutaran niñas y niños a cambio de dinero, que se enfrentaran entre ellos, y que explotaran bombas.
La animación la protagoniza una adolescente que un día, llena de miedo, tuvo que huir de su hogar rumbo a otro lugar, y “este lugar estaba en Bogotá, estaba dejando atrás mi vida como la conocía”.
‘Mi niñez fue un fusil AK-47’
Jonathan Santamaría es el hermano mayor de cinco. Desde pequeño tuvo que ayudar a su madre con el cuidado de sus hermanos y con los gastos de la casa, porque lo que ella ganaba solo alcanzaba para los servicios públicos y algo de comida, aunque a veces aguantaban hambre.
Él es de Medellín pero vivía en Monterrey, Casanare, un territorio donde el Estado no existía, tampoco la Policía ni el Ejército, la ley era solo una: “Los Buitrago”, un grupo paramilitar de las Autodefensas Campesinas del Casanare (ACC).
El 28 de mayo de 1999, día de su cumpleaños número 12, se fue con los paramilitares, pues lo tenían “entre ojos” y según él era mejor ir de manera voluntaria y evitar golpes. “Uno como miembro debe acatar las órdenes sí o sí, si no corre graves consecuencias, hasta la muerte propia o de familiares”, dice. Jonathan robó lotes, robó casas, robó ganado, vio cómo asesinaban, asesinó, amenazó, desplazó, desmembró y enterró personas.
Cinco años exactos estuvo en el grupo. El 28 de mayo de 2004 fue capturado por el Ejército en los Llanos Orientales y fue trasladado a Bogotá. Ahora vive en Medellín desde donde asegura: “hoy agradezco que tengo otra vida, pero no olvido (…) yo quería ser jugador de fútbol profesional y llegar a los grandes clubes de Europa, pero mi niñez no fue un balón, fue un fusil AK-47”.
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A propósito del tema, en PACIFISTA! recopilamos recomendaciones para la no repetición y la prevención del reclutamiento de menores de edad. Son de Mathew Charles, director de ‘Mi historia: la niñez que peleó la guerra en Colombia’, y las hizo al final del evento:
- No subestimar la importancia de una vida familiar sana, un sistema educativo sólido y el acceso al empleo.
- Crear rutas de atención para niños, niñas y adolescentes donde puedan solicitar ayuda.
- Invertir en residencias escolares, debido a que en muchos casos no hay supervisión de un adulto después de clase y durante los fines de semana.
- Generar entornos seguros para la reincorporación: “demasiados niños y niñas desvinculados tienen historias de abuso mental y físico, incluyendo agresión sexual, que han sufrido mientras están bajo el cuidado del Estado. Eso es totalmente inaceptable y requiere una atención urgente”.
- Comprender la estigmatización y proporcionar programas de apoyo para abordarla.
- Abolir el servicio militar obligatorio y frenar las estrategias de prevención de reclutamiento desde las fuerzas armadas.
- Incluir a las autoridades indígenas en los planes de reincorporación.
- Reconocer los legados emocionales que deja el conflicto.
A María Camila la pueden leer acá.