'La Madre Tierra', parte 1: el discurso del mamo Félix. Un especial de ¡Pacifista!
Por: Camilo Jiménez Santofimio
Descendí de una camioneta en Calabazo, un pueblito de esos de carretera, de pocas casas de techos oxidados, de tiendas abarrotadas y de vallenato ubicuo y ensordecedor. Dos cervezas para calmar la sed, y luego a treparse a otra camioneta, “más fuertecita”, como explicó el conductor. Esta me condujo a brincos por una trocha entre matorrales y barrancos, y por el olor siempre seductor de la vegetación cuando está húmeda. Pronto el camino superó la fuerza de la Toyota, y mi equipaje pasó en pocos minutos del vehículo al lomo de una mula, y yo, de la silla de cuero cuarteado y el chorro de aire acondicionado a respirar aire caliente y poner los pies en la tierra.
En la tierra naranja, blanda y hermosa de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Por esa tierra, ascendiendo y descendiendo bajo el follaje de los árboles de un Parque Tayrona vacío (los indígenas lo habían cerrado a los turistas para protestar contra el gobierno), caminé hace pocas semanas. La mula flaca cargada de morrales me seguía tambaleante, mientras a mi lado caminaban el viceministro del Interior y un escuadrón de expertos de su despacho, así como una camarógrafa de ¡Pacifista!
Por primera vez en muchos años (algunos en el grupo hablaban de décadas, pero no tenían certeza), los mamos de la Sierra se habían reunido. Celebraban su reencuentro en Pueblito, un lugar sagrado para los cuatro pueblos de la región, que suele ser a diario el centro de exhibición de los kogi para las masas de turistas que colman la Sierra la mayor parte del año. Ese día, sin embargo, Pueblito hospedaba solamente a los sabios indígenas de la zona.
La mayoría de ellos había debido caminar varios días desde sus cabildos para llegar a la reunión y en el camino, liderados por los más viejos (octogenarios que recorren la selva descalzos a velocidades insospechadas), habían comenzado ya a prepararse para la cita: a retribuir el daño que su desplazamiento por la Sierra le hacía al ecosistema o, para ponerlo en sus propias palabras, a hacerle “pagamentos” a la Madre Naturaleza.
No todos los rastros de esos rituales fueron visibles durante mi caminata, puesto que a estos pertenecen horas de meditación, el mambeo sincronizado con el ritmo del poporeo, así como la contemplación de ríos, lagunas, cerros, aves, monos, serpientes y otros animales que van hallando en el camino. Pero una que otra huella quedó. A medida que me acercaba a Pueblito, empecé a ver hogueras que se extinguían y a oler los últimos restos de las hojas de coca calcinadas. Pagamentos recién terminados, a pocos cientos de metros de la reunión.
El poporo es el instrumento que usan los hombres en la Sierra para meditar. Todo arranca con un totumo, en cuyo interior introducen la cal que extraen de las conchas de las playas del Tayrona. Luego, con un palo, mezclan la cal dentro del totumo con las hojas de coca mojadas de saliva que suelen tener siempre en la boca cuando mambean. Y con ese palo, embadurnado de hoja de coca, saliva y cal, finalmente acarician en círculos el borde del poporo. Esto es lo que ellos llaman poporear.
Los mamos dicen que la sustancia verdosa que va quedando adherida ahí, en ese borde, son pensamientos y creen que el poporeo les ayuda a contarlos, ordenarlos y finalmente descartarlos. Los descartan, en efecto, porque al final quedan consignados, tras años de poporear, en el borde del poporo. Los mamos más experimentados cargan en sus manos poporos con una capa de hasta diez centimetros de grosor, una costra verdosa que resulta de la mezcla de coca, cal y saliva. Una vez el poporo se vuelve imposible de cargar en una mano, el mamo lo abandona. Luego toma un nuevo totumo y un nuevo palo y vuelve a comenzar.
Cuando llegamos a Pueblito, sentí que me había despedido de la Tierra. Obviamente, me había despedido de mi versión limitada, miope incluso, del planeta en que vivo. Una miríada de indígenas vestidos de blanco nos esperaba bajo una nube de humo blanco. Eran más de 70, y los rostros rojizos marcados por las arrugas nos miraban inexpresivos. Solo movían entre las manos sus poporos. Pasaron apenas unos segundos, pero la escena se extendió como congelada en el tiempo.
De pronto vi a tres de ellos acercarse.
Se detuvieron a varios metros de distancia y comenzaron a hablar en voz muy baja. Al principio me costó oírlos, pero pronto entendí: nos estaban dando la bienvenida, de forma generosa y benévola. Y querían algo de nosotros: “Depositen en este objeto los pensamientos que tuvieron durante su caminata, los pensamientos que traen de fuera”. Uno de ellos, un hombre kogi de baja estatura, el pelo negro grueso y largo hasta los hombros peinado por la mitad, me pidió abrir la mano y me puso sobre la palma un trozo de algodón. Lo miré fijamente y cerré los ojos. Cinco minutos duró el ritual.
Así arrancó mi reciente paso por la Sierra Nevada de Santa Marta. Y de las 48 horas que pasé junto a los mamos de los pueblos kogi, wiwa, arhuaco y kankuamo voy a contarles en ¡Pacifista! durante las próximas semanas.
Esta es la primera de cuatro entregas que publicaremos sobre la gran reunión de los mamos. La cita se dio porque estos vieron necesario congregarse, dialogar y ponerse de acuerdo para convocar al gobierno y exigirle una nueva delimitación de la Sierra, una “línea negra” que impida que la maquinaria política, económica y corporativa de la Nación construya megaobras de infraestructura o inaugure grandes proyectos de minería en 16 de sus lugares sagrados.
Cuando llegamos a Pueblito, sentí que había me había despedido de la Tierra. Obviamente, me había despedido de mi versión limitada, miope incluso, del planeta en que vivo.
Sobre la “línea negra” discutieron y negociaron durante dos días los mamos con el viceministro del Interior, Luis Ernesto Gómez, y su equipo que incluía a un antropólogo, a un jurista y a un indígena. La reunión de los mamos, sin embargo, sobrepasó a la negociación con los funcionarios. La sobrepasó porque a los primeros, en el fondo, no parecía importarles mucho la política. Parecían más interesados en una dimensión distinta del pensamiento: preocupados no tanto por ganar una carrera de argumentos o una competencia retórica, sino por verse auténticamente desafiados por un problema. Un problema que, según contaron, identificaron tras largas sesiones de meditación, tras caminatas de días enteros por la Sierra, tras comunicarse con sus padres ancestrales y tras discutir con sus iguales.
Poco después de nuestra bienvenida, de presentarnos y tomar puesto sobre unos troncos a pocos centímetros del piso, arrancó la primera parte del encuentro. En un gran círculo estaban los mamos, sus aprendices, los cabildos y los traductores (traductores de cada pueblo porque entre ellos no siempre se entienden). Y estábamos también nosotros.
De pronto, un hombre se puso ágilmente de pie, dio con el mismo impulso tres o cuatro pasos hacia el centro del círculo y se alistó a hablar. No olvido la piel cobriza, la figura delgada, la mirada fija de ave rapaz y la línea recta y larga de su boca sobre un rostro de piedra. El mamo Félix había preparado un discurso para abrir los diálogos. La noche caía sobre el Tayrona. Yo solo oía las chicharras y las ranas y la percusión sutil de los poporos. Algunos indígenas permanecían sentados sobre los troncos, otros estaban de pie agrupados en torno a pequeñas hogueras con las que seguían haciendo sus pagamentos.
Ya termino mi relato para dar paso a las palabras de Félix, uno de los mamos del pueblo kogi, quizás el más conocido de todos. Su discurso lo tradujo simultáneamente al español esa misma noche otro kogi y yo lo edité hace pocos días. A Félix, como sucede con la mayoría de los mamos, lo rodean las leyendas. Dicen, por ejemplo, que ha sido consejero cercano de algunas figuras de la política nacional o que el gobierno lo llevó en secreto a La Habana para asesorar a los negociadores.
Las palabras de Félix esa noche en Pueblito coinciden con puntos centrales de la agenda del siglo XXI: con las preocupaciones por el medio ambiente y los reparos a la extracción y la devastación de la naturaleza y sus recursos, que actualmente ocupan también a buena parte de los colombianos que no son indígenas. La correspondencia entre el mensaje de Félix y las nuevas causas de “los hermanos menores”, como nos llaman a nosotros los indígenas de la Sierra, me impactó y me mantuvo imantado a su voz aguda y musical durante la hora que le tomó decir lo que había preparado.
Aquí está.
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El discurso de Félix
Febrero de 2017, Pueblito, Sierra Nevada de Santa Marta
“Yo soy un mamo, un sabio con conocimientos sobre la Madre Naturaleza. Hoy he venido a decirles que al lugar de donde vengo, la Madre Naturaleza ha llegado llorando y que siento mucha preocupación por esto.
Hace tres días llegué a este lugar, a Pueblito. Lo hice después de caminar durante un día y medio desde Surivaca (San Juan del Cesar, La Guajira). Yo casi no bajo a las ciudades, pero he oído que hay muchos problemas. He oído que ustedes, nuestros hermanos menores, están profanando a la Madre Tierra.
Nuestros padres espirituales nos han encomendado cuidar lo que tenemos: cuidar el mar y los cerros, cuidar los lugares sagrados. Cuidar todo esto porque forma parte del cuerpo de la Madre Naturaleza. Ni nosotros, ni ustedes, podemos acabar con estos objetos. No podemos derrumbar los cerros, ni podemos extraer los minerales.
Repito: he recibido un mensaje de la Madre Naturaleza y he venido aquí a transmitirlo. Ustedes han perforado la tierra, han construido represas que tapan los ríos, han construido puertos y han alzado antenas. Ustedes están acabando con la naturaleza.
También el Padre Sol me ha hablado sobre ustedes, sobre las enfermedades que él ha contraído y que han llevado a sus rayos a secarse y a matar árboles y animales. Yo me pregunto: ¿Será esta matanza culpa del sol?, ¿o más bien culpa de la humanidad? La respuesta me la ha dado el mismo Padre Sol, él me ha dicho que está enfermo porque hay un desequilibrio, un desequilibrio de los ecosistemas de la Tierra.
Hoy les digo que la Madre Naturaleza está enferma, desnutrida, decaída, no está funcionando bien porque los objetos sagrados, que son parte de su cuerpo, ya no están completos. La Madre Naturaleza tiene órganos incompletos. Véanlo ustedes mismos: los árboles están acabándose, los ríos están acabándose.
Ustedes han perforado la tierra, han construido represas que tapan los ríos, han construido puertos y han alzado antenas. Ustedes están acabando con la naturaleza.
Hermanos menores: ¿Qué están pensando? ¿Quieren que nos acabemos entre todos de una vez por todas? ¿Han pensado qué vamos a hacer en el largo plazo, qué vamos a hacer con las generaciones que vienen?
Durante estos días de encuentro, los mamos de la Sierra aquí reunidos hemos estado pensando en una sola cosa: ¿Será que nuestros hermanos menores no son conscientes de que la madre siente dolor, de que está enferma de fiebre?
Nosotros los mamos, pero también el gobierno nacional, el departamental y el municipal tenemos una responsabilidad, tenemos que dar consejos sobre la afectación de los recursos naturales.
He oído hablar de proyectos que están acabando con estos recursos. Proyectos de minería que nuestros hermanos menores quieren hacer aquí en la Sierra Nevada de Santa Marta. Si los hacen, tienen que saber que la Madre Naturaleza se sentirá muy débil, que quedará seca. El río dejará de existir, el árbol dejará de existir y las aves empezarán a extinguirse. Cuando eso suceda, ¿cómo vamos a vivir nosotros?
He oído que están sacando petróleo y acabando con el medio ambiente. El petróleo, hermanos menores, es el líquido de la Madre Naturaleza. El carbón es el cerebro de la Madre Naturaleza. Ese petróleo que ustedes queman se eleva, el aire se lo lleva y cuando empieza a llover afecta a la Madre Naturaleza. El calentamiento global es un hecho porque la Madre está desnutrida. ¿Por qué extraen petróleo y carbón? ¿Qué vamos a hacer después, cuando hayan sacado todo? ¿Queremos acaso decirle a la Madre que tiene los días contados?
¿Por qué queremos acabarnos entre nosotros?
Hermanos menores, la Madre Naturaleza creó los recursos naturales no para ser una fuente de economía. Los creó como un medio para conectarnos con nuestros padres ancestrales. A través de la Sierra, de sus lagunas y de sus cerros nosotros nos conectamos con el mundo entero. En el mundo entero hay lo mismo que acá: tierra, cerros, lagunas, especies. Desde la Sierra nosotros hacemos por todo el mundo nuestro trabajo espiritual, nuestros pagamentos y nuestros tributos.
A nosotros, líderes de los cuatro pueblos de la Sierra Nevada, nuestros padres ancestrales nos encomendaron cuidar los recursos, cuidar esa conexión con el resto del mundo. Por eso, nunca hemos perforado cerros, nunca nos hemos tomado las lagunas, nunca hemos invadido los ríos para construir represas, nunca hemos profanado sus lugares sagrados para montar termoeléctricas, nunca hemos sacado oro y nunca hemos extraído petróleo.
Ustedes, en cambio, hacen lo que quieren.
Sentimos que ustedes han venido a nuestro territorio a quitarnos lo poquito que tenemos. Así han empezado a perjudicarnos. ¿Será que quieren acabarnos a los indígenas? ¿Será que quieren que abandonemos nuestros poporos y nuestros rituales? ¿O qué quieren? ¿Quieren que los indígenas nos convirtamos en no indígenas como ustedes?
Esa no es la vía.
Debemos empezar a respetar y a crear consciencia sobre la Madre Naturaleza. Debemos respetarla. Debemos detener la minería que la azota y la acaba. Conversemos para cuidar juntos a la Madre. Preguntémonos cómo es que queremos vivir.
A mí me han enviado para traer este mensaje. La Sierra está herida, pero todavía estamos a tiempo. Si no actuamos, el momento llegará en que nos encontremos con el fin de la humanidad.
Esto es lo que he venido a decir hoy acá”.