Una invitación a teatro | ¡PACIFISTA!
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Una invitación a teatro

Staff ¡Pacifista! - mayo 22, 2015

Hoy viernes comienza la segunda temporada de Labio de Liebre en Bogotá. La obra del director Fabio Rubiano que nos pone cara a cara con la guerra. ¿Por qué ha sido tan exitosa?

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Columnista de opinión: Ana María Cristancho

Todo el teatro Colón terminó llorando. Labio de liebre conmueve hasta los mocos a un público acostumbrado a la guerra –y seguro, también curtido- del dolor que produce, sin una gota de amarillismo, efectismo o maniqueísmo. Ni siquiera hay que saber del conflicto para disfrutarla porque la tensión dramática es suficiente e independiente de lo que representa. ¿Qué pasa en la boca del teatro durante esa hora y media?

En mi opinión, la composición de la obra nos coge desprevenidos y nos obliga a subordinar la cabeza a las vísceras. La obra renuncia a hacer política o a hacer “Historia”.

El argumento es cualquier episodio del conflicto, transversal a todos los grupos armados y a todos los lugares. Nos hablan de cualquier familia, en alguna zona rural colombiana, sumergida entre el fuego cruzado. Por eso la obra no tiene color político y permite que todos quepan –o sientan- independientemente de sus posiciones.

No hace falta preguntarse -y de hecho no importa- si estamos frente a las masacres del Salado o de La Chinita; si estamos frente a un episodio de la guerra paramilitar o guerrillera; o si Salvo Castello es Salvatore Mancuso. “Lo que pasó” en la realidad, lo que supuestamente inspiró la obra, es irrelevante. Labio de liebre se blinda de los “hechos” y por eso nos habla de la guerra en sí.

El escenario nos recuerda todo el tiempo que es una ficción y que no pretende ser más que eso. Las tablas se llenan de hojas secas que caen de los vestidos de las víctimas, la nieve que cae tras el escenario, vacas aparecen por la ventana, sumergiéndonos en una suerte de realismo mágico solo verosímil en la historia que presentan. Incluso, desde el título nos invitan a tomar el camino de la contemplación, cuando bien habría podido llamarse simplemente “la venganza y el perdón” o “los fantasmas de la guerra”, y predisponernos a filtrar la obra desde nuestras posiciones políticas sobre la guerra.

La complejidad de los personajes no permite tomar partido porque no están simplificados a su rol de víctimas o victimarios. No son “buenos” o “malos”. Nos presentan, en cambio, personajes con los que uno se identifica desde aspectos que no se dicen en voz alta, pero que nos recuerdan mucho de lo que somos. La obra la representan una pareja de hermanos que son crueles entre sí, que se burlan del labio leporino y de “la cabeza mochada” respectivamente; una madre machista y dura hasta el hastío; un victimario asustado pero convencido en su exilio de su lucha; y una niña víctima de abuso sexual, que se autopercibe como un mero objeto sexual. Al final creo que los niños, la mamá y el victimario nos recuerdan que todos habríamos podido estar en esa posición.

El guión expone con tal crudeza la complejidad profunda de la guerra que no queda sino llorar. Toda explicación, toda posición, todo color político queda fuera de la mesa por lo simplista o por lo violento con la realidad de la guerra. Si pudiera elegir una escena para ejemplificar la complejidad de la guerra colombiana –de todo lo escrito, lo dicho, lo narrado por académicos, periodistas o artistas-, seguro, sería esta:

“Alegría: Esas cosas pasan.

Salvo: Esas cosas no tienen porqué pasar.

Alegría: Que usted nos matara no tenía porqué pasar.

Salvo: Estaban con el terrorismo.

Alegría: Estábamos también con ustedes, estábamos con el que llegara armado, por miedo.

Salvo: Había que tomar partido.

Alegría: A los que tomaron partido también los mataron”.

Labio de liebre nos pone sin que nos demos cuenta de cara a la humanidad de la guerra. La obra pone fuego sobre nuestras ideas preestablecidas y, así, nos conmueve. Hace tan bien su trabajo que es inevitable sentir más que pensar. O mejor, de cara al escenario, es imposible distinguir si sentimos o pensamos. La obra logra ponernos a llorar a todos sobre un hecho que deberíamos llorar siempre y por el que hace mucho no lloramos. La guerra siempre es una tragedia.

Labio de liebre no te da ganas de felicitar a su autor sino de agradecerle. Es una obra que hace desear tener varios pares de brazos extra para aplaudir más duro mientras se limpia uno los mocos. Por eso los invito a que vean esta obra que comienza su segunda temporada.

@petalo_desal