EDITORIAL | La Comisión de Veeduría de DD. HH. del Paro Cívico de Buenaventura le pidió al gobierno que escuche a la población por una serie de amenazas contra líderes que siguen creyendo en el diálogo.
Por: Santiago Valenzuela y Elizabeth Otálvaro
Es doloroso, por solo mencionar uno de los sentimientos que se nos vienen a la cabeza, que Maritza Ramírez Chaverra, presidenta de la Junta de Acción Comunal del corregimiento Aguas Claras, en la zona rural de Tumaco, fuera asesinada en las últimas horas. También sentimos impotencia. En las primeras semanas de enero han sido asesinados nueve líderes sociales. Esta ola de violencia, que el gobierno parece ignorar, es un grito de la sociedad civil, un reflejo de lo que está viviendo el país. Y en Naciones Unidas lo saben. No es gratuito que ayer, 24 de enero, el Consejo de Seguridad la ONU mencionara, haciendo alusión a los problemas de Colombia, los asesinatos de líderes sociales.
Primero fue el delegado de Bélgica, después la de Reino Unido: “A Bélgica le preocupa sobremanera la violencia en contra de los defensores de derechos humanos y líderes sociales que se comete de manera impune”. “La preocupación de los líderes sociales y la falta de persistencia del estado podría socavar al proceso de paz y la comunidad perdería la fe en el Estado”. En la sesión del Consejo de Seguridad se escucharon varias alusiones a los asesinatos de líderes sociales y el gobierno, con un plan de protección sin ejecutar, mantiene el silencio. Se pronuncia, eso sí, sobre la crisis en Venezuela.
Es necesario que como medios de comunicación le recordemos a Iván Duque lo que está pasando adentro, en su país. Hoy, por ejemplo, la Comisión de Veeduría de Derechos Humanos del Paro Cívico de Buenaventura le pidió al gobierno que escuche a la población por una serie de amenazas contra líderes que, como Temístocles Machado, siguen creyendo en el poder de la movilización social, en el poder del diálogo.
El 22 de diciembre, por ejemplo, uno de los líderes de la Comisión, Hamington Valencia, fue atacado con un balín cuando transitaba en un vehículo con su esquema de protección. A Juan Rodrigo Machado, hijo de ‘Don Temis’, también lo amenazaron. Hace unos días, el 12 de enero, llegaron hombres armados a su casa y le apuntaron con un revólver. Hurgaron entre sus pertencias, inspeccionaron la vivienda y se fueron. Si activaba el botón de pánico o llamaba a la Policía, aseguraron asesinarlo en pocas horas. La Alcaldía de Buenaventura dice que ya fueron capturados los autores materiales del asesinato de ‘Don Temis’, que se trataba de un problema supuestamente personal, pero no dice nada sobre los autores intelectuales, sobre los intereses en las tierras de la Comuna 6 de Buenaventura.
El 17 de enero, la comunidad del barrió Cristal denunció a unos hombres en moto que intimidaron a los líderes del Comité del Paro Cívico. La Policía capturó a los sujetos y les incautó armas de fuego. Mientras corre el tiempo y se acercan las elecciones locales, las amenazas se vuelven más frecuentes. La Secretaría de Gobierno ya lo reconoció: existe un reacomodo de grupos armados en el puerto y algunas comunas, como la 10 y la 12, están en riesgo latente. El 1 de enero, en menos de 24 horas, fueron asesinadas nueve personas en el puerto. La Defensoría del Pueblo, una de las pocas entidades que se ha esforzado por hacer pública la situación latente de despojos y amenazas, sufre también de intimidaciones. A la sede, durante 2018, llegaron por lo menos dos amenazas, una de ellas fue una bala que dejaron en la puerta.
La Alcaldía y el gobierno de Iván Duque no han visto lo esencial: mientras crece el puerto, las necesidades de la población también lo hacen. Algo lógico, podría pensarse.
El despojo, documentado en varios informes, tiene que ver con una larga trayectoria de violencia. Después de la desaparición del Bloque Calima de las Autodefensas, que expulsó a las Farc de la ciudad, llegaron ´Los Rastrojos´, ´Los Urabeños´ y ´La Empresa´, grupos que nacieron del paramilitarismo y que han buscado expandirse y controlar territorios de las comunidades negras.
Nos duele aceptarlo: pasó un año desde que asesinaron a Temístocles Machado y las causas de la violencia siguen intactas. Lo advertimos y no pasó nada. Hoy solo nos queda aferrarnos a la frase de uno de los jóvenes del barrio Isla de la Paz: “La esperanza que dejó don Temis no la vamos a dejar morir”.
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Colgué la llamada en la que Santiago me contó que habían matado a ‘Don Temis’; y, en ese momento, me lo cuestioné todo. Mi profesión, mis intenciones, mis privilegios. Casi dos meses antes, el 20 de noviembre, habíamos estado en Buenaventura en el barrio Isla de la Paz, caminando con el hombre que entonces acababan de asesinar. Los medios reseñaban su muerte con la fotografía que yo le había tomado. No podía sentir nada distinto a hastío. Ni mi foto, ni el texto de Santiago, ni nuestro esfuerzo por visibilizar la lucha por sus tierras habían evitado que, tal como lo dictaba su amenaza, él dejara de existir para aquellos incómodos con la subversión de su poder, la que promovía la voz de protesta de Temístocles Machado.
“’Don Temis’, no sea tan serio, sonría”, recuerdo que le dije en un intento tonto por empatizar. Y digo tonto porque lo que vino después de su asesinato fue una reflexión que hasta hoy no me abandona. ¿Entendíamos de verdad la lucha de ‘Don Temis’?
Él llevaba al menos 40 años, y como ejemplo de su padre, en resistencia a la ampliación portuaria en la Comuna 6 de Buenaventura, a los proyectos económicos de empresas multinacionales que invadían su territorio y a la presencia de los grupos armados que, por demás, siempre han comprendido lo estratégico que es dominar el puerto; guerrilleros y paramilitares nunca han negado que su guerra es por la tierra. Eso, ‘Don Temis’ lo sabía.
Pero el día de su asesinato pensé que los periodistas no. No lo sabíamos. No entendíamos nada de nada. Y pido perdón a mis colegas por hablar como si fuéramos una masa uniforme, pero hasta ese momento el asesinato de líderes parecía no ser otra cosa que una cifra escabrosa que, como cualquier indignación efímera en redes, aumentaba el tráfico en nuestros medios y al final del día nada tenía por decir sobre las causas estructurales de un conflicto que no cesa.
Es ese el conflicto que viven quienes enfrentan en sus regiones la astucia de la empresa privada para sobreponerse a los deseos de sus comunidades o la fuerza de los armados para ampliar las rutas y sacar la coca, además de otras muchas afrentas que poco entendemos en las ciudades y mucho menos en las salas de redacción.
Habíamos ido a contar la historia de Temístocles Machado en un intento por “humanizar las cifras”. Él estaba amenazado. Sin embargo, estoy segura, ni Santiago ni yo pensamos que su muerte era de verdad inminente, y que él sería el líder número 72 asesinado desde la implementación del Acuerdo de Paz con la otrora guerrilla de Las Farc. Quizá fue que nos acostumbramos a que este país nos de lecciones a diario de que no existe lo inimaginable.
Mi desazón duró unos días, luego vinieron las movilizaciones en honor a ‘Don Temis’ y nos servía de alivio sentir que no estábamos solos. Pero a quienes les debía servir de alivio era a los demás líderes del Paro Cívico en Buenaventura y a los 90 que desde ese sábado 25 de enero, hasta hoy, un año después, han sido asesinados.
Ahora, no es que haya dejado de creer en el periodismo porque con él no logramos detener la amenaza a Don Temis, hoy más que nunca creo que se necesitan historias que nos permitan comprender las angustias de los líderes y no solo contar sus muertes. Kapuscinski no me había convencido mucho con aquello de que para ser buen periodista había que ser una buena persona, ejemplos sobraban de lo contrario. Pero cuando leí “Encuentro con el otro”, en el curso de periodismo narrativo que dictaba la profesora Patricia Nieto, comprendí que había otra cosa que estaría mejor ser antes de “buena persona”: empáticos.
“Hay otras muchas barreras que no son físicas que también es necesario saltar”, decía el maestro polaco. Quizá a los periodistas en Bogotá o en Medellín nos hace falta saltar aquellas que nos hacen pensar en ese otro de manera tan exótica que creemos que lucha por lo que no nos compete. También agregaba el afamado maestro del periodismo: “siempre creí que los reporteros éramos buscadores de contextos, de las causas verdaderas que explican lo que sucede en nuestro mundo”, y quizás estaría bueno no olvidar esta lección cuando de líderes se trata.