En el Valle del Cauca, 74 personas que desertaron de las Farc y el ELN hace menos de un año intentan reconstruir su vida. Esta es la historia de algunos de ellos.
- La ACR adelanta un modelo de reintegración temprana en el Valle del Cauca. Foto: Diana Suárez/Agencia Colombiana para la Reintegración
- Por: María Camila Rincón
Acomodarse las botas y el morral. ¿Qué hacer con el fusil? Echarse la bendición. Arrancar a correr. Es ahora o nunca. La guerra ni siquiera da tregua para escapar. Somos el único país que reintegra en medio del conflicto y bajo el fuego cruzado. Eso implica que los excombatientes que se fugaron se convierten en desertores, en traidores. Sobre su cabeza, y muchas veces sobre la de su familia, pesa una condena. Tienen mucha información.
Pero no sólo es escapar: es reconstruir una vida que quedó en pausa… arrancada. ¿No será que era mejor quedarse en el monte? Según la Agencia Colombia para la Reintegración (ACR), el momento más difícil en el proceso de un excombatiente es el primer año. Su historia de guerra aún está en carne viva. A lo que hay que sumarle los cambios radicales: desde volver a dormir en una cama, recobrar el nombre, reencontrarse con la familia hasta retomar los estudios y pensar en el futuro. En el medio está uno de los mayores retos: confiar de nuevo.
El 90% de los desmovilizados llega al programa de reintegración sufriendo algún tipo de afectación psicosocial. A los 49.156 reintegrados vinculados a la ACR desde 2003, la guerra no sólo les arrebató años y sueños, también su tranquilidad. Es difícil dejar de lado el estigma que cargan por haber estado en la guerrilla o con los ‘paras’. Contra él libran, cada día, una nueva batalla. ¿Llegará el día en que los miren sin que su pasado sea lo primero que sale a relucir?
A mediados de septiembre pasado, conocimos 74 personas que llevan menos de 12 meses de haberse desmovilizado. Hacen parte de un modelo de reintegración temprana que la ACR implementa en el norte del Valle del Cauca con el apoyo de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Sociedad de Agricultores y Ganaderos del Valle de Cauca (SAG). Se trata básicamente de una atención 24/7: están durante tres meses en los entornos donde tienen un proceso de formación académico laboral en las áreas técnicas de horticultura, floricultura y hotelería. Además reciben apoyo psicosocial todo el tiempo. La idea es que puedan emprender su proyecto de vida lo más rápido posible.
- En el municipio de Toro, Valle del Cauca, está ubicado uno de los entornos donde se desarrolla el programa de reintegración temprana. Foto: María Camila Rincón O.
Con los paisajes de La Unión, Roldanillo y Toro de fondo, cuatro de ellos nos contaron sobre estos años que pasaron metidos en una guerra que nunca pidieron, porque como escribió Héctor Abad Faciolince: “Eran muchachos, casi niños, muertos de miedo, que si disparaban no era por ninguna causa justa o injusta, sino solamente por salvar el propio pellejo”.
*Los nombres fueron cambiados por petición de ellos mismos.
Katerin
A Katerin la guerrilla se la llevó a los 15 años: su tío era un comandante así que no había muchas opciones. Eso la “salvó” de tener que convertirse en su mujer de turno. “Si usted llega nueva, obviamente que va a pasar a ser la mujer del comandante. A mí no me tocó, pero sí vi el caso de muchas niñas cuando entraron. Llegaba y a los dos o tres días ya estaban con él”. Dice que lo más duro fue lo que le impusieron: “no puede pensar en una familia, el único futuro es luchar por ese supuesto poder a través de las armas. Si queda embarazada, aborto de una; y si usted va a tener su pareja, en cualquier momento los separan”.
Aguantó tres años en la selva hasta que las ganas de estudiar le pudieron más. Se voló. “Quería salir adelante y tener algo para decirle a mis hijos ‘mire yo sí pude lograr esto, a pesar de lo que viví’”. Solo le falta un año para terminar el bachillerato y ya decidió que quiere ser psicóloga. “Yo quería estudiar sino que por cosas de la vida me tocó vivir esa experiencia allá en ese grupo, no quería, pero cuando lo reclutan a uno, uno tiene que acceder”, explica.
- Las actividades psicosociales son fundamentales en la ruta de reintegración que atraviesan los desmovilizados. Foto: Diana Suárez/Agencia Colombiana para la Reintegración
Decisión tomada, Katerin pidió un permiso médico para que la dejaran viajar a hacerse unos exámenes. “Cuando me dejaron ir yo supe: aquí es y ya no vuelvo”. La buscaron. Por eso, desde el día en que salió de la guerrilla no sabe nada de su familia. Le duele, pero ellos aún viven en la zona donde la reclutaron. Lo último que le contaron fue que “estaban dolidos porque yo me desmovilicé y no pensé supuestamente en su seguridad”.
Hoy Katerin pide otra oportunidad. “Hay personas que creen que nosotros somos personas súper malas, nos imaginan peor que un monstruo. Pero no es así. Tenemos sueños, metas”, dice convencida. Insiste en que los desmovilizados están intentando dejar atrás su pasado y emprender un nuevo camino, pero no pueden hacerlo solos. “Qué bueno sería que nos vieran como alguien que tiene ganas de salir adelante. Detrás mío vienen más personas, más mujeres, jóvenes, que apenas tenemos 18 años, que también nos reclutaron siendo niñas”. ¿Cómo los vamos a recibir?
Alberto
El acento delata a Alberto: es orgullosamente tolimense. En esa región vivió y operó cuando estaba en la guerrilla. Dice que cuando va es de entrada por salida. “Por allá hay compañeros de donde estuve y no me gustaría que me vieran”. Allí fue donde los guerrilleros lo convencieron de irse con ellos. Sin medicamentos para la enfermedad que sufría su mamá, le prometieron mandarle plata a ella para que pudiera comprarlos si él se iba para el monte. De nuevo, no había muchas opciones.
En sus palabras: “me endulzaron el oído y también uno se deja llevar por las armas, los uniformes, la posibilidad de otra cosa. Yo insistía mucho con lo de mi mamá y me dijeron que ayudaban. Acepté, pero eso duró como 5 o 6 meses”. Después, la plata dejó de llegar y le tocó “aguantarse”. Cuando pensaba en salirse temía por sus padres y sus hermanos. ¿Qué tal les hicieran algo? En esas se quedó 11 años con la guerrilla. Al final se decidió: su mamá ya no estaba en el Tolima.
- Durante el programa de reintegración los desmovilizados reciben nivelaciones por ciclos para terminar su formación académica en primaria y básica. Foto: María Camila Rincón O.
“Me volé de noche. Me fui sin fusil y sin uniforme. Solo llevaba la ropa de civil que tenía y esperé a que todo el mundo se durmiera. Me conocía la zona y sabía por dónde me podía meter”. Menos de 24 horas después ya iba rumbo a otro extremo del país. Entró al programa de reintegración y ahora piensa montar una panadería, pero primero tiene que aprender el oficio.
¿Que cómo fue la guerra? Vio morir a algunos amigos y a otros los dejó allá. “A uno por allá le pasan cosas duras, para qué voy a decir que no, porque a veces uno se siente muy acorralado por el Ejército. A nosotros nos tocaba correr mucho”. Comenta que en esos años “huíamos tras de nada porque a uno allá no le pagan, uno expone su vida para que los comandantes se llenen de plata”. A esos compañeros que siguen “guerreando” les pide que vuelvan, “que hay mucha sangre derramada y eso no trae nada bueno. Hoy Colombia va peor con la guerra”.
Alex
Álex tiene el sabor y el carisma natural de los afro. Se ríe duro, habla rápido y sueña con ser periodista. “A mí siempre me ha gustado dialogar con las personas, preguntarles de todo”. Reconoce que con la lectura y la escritura no le va muy bien, vuelve a reírse. Aclara que está empeñado en estudiar: “le meto ganas porque me gusta mucho”. Dice que ya debería haber terminado su bachillerato, pero “allá” perdió mucho tiempo… como cuatro años.
- La metodología del modelo de reintegración temprana consiste en aprender-haciendo. Por eso, los desmovilizados son los responsables de cuidar los cultivos en cada uno de los entornos. Foto: María Camila Rincón O.
Por “allá” se refiere a la guerra. Cuando habla del tema la sonrisa se vuelve una mueca y los ojos se le inundan. Apela al silencio, explica que algún día va a hablar de lo que vivió, que le gustaría contarlo, pero que no está preparado. Hoy no. Suspira. “Quiero dejar eso en el pasado”. Antes era tímido, no hablaba. Ahora, dice, se le ha quitado la pena y hasta anima a sus compañeros a bailar.
Apenas va a cumplir 20 años y quiere volver a vivir con su familia. Es el consentido de la casa: de seis hermanos solo dos son hombres y él es el menor. A su mamá quiere darle una sorpresa: “el sueño de ella siempre ha sido que yo sea profesional y le voy a contar que quiero seguir estudiando. Acá uno puede soñar y cumplir las metas”.
Manuel
Manuel habla bajito. Y antes de responder cualquier pregunta mira a su alrededor: se está asegurando de que nadie oiga lo que no debe. Los detalles sobre su vida privada están vetados, así como su vida en la guerrilla. ¿A qué grupo perteneció? Silencio. Del pasado: nada. Salvo que creció en Caldas, en el campo, y se apuntó a este programa de la ACR por la horticultura, a lo que sus “viejos” se dedicaban. Le recuerda a su infancia.
- Condesa, la perra que está en uno de los entornos donde 74 desmovilizados hacen parte del modelo de reintegración temprana. Foto: María Camila Rincón O.
Académicamente es uno de los mejores. Y se siente orgulloso del reconocimiento que le han hecho sus profesores, de “haber resaltado por mi dedicación”. Su meta, una vez termine esta etapa de la reintegración, es poner en práctica todo lo aprendido en la “tierrita” y enseñarles a quienes no han tenido esa oportunidad. Dice que muchos de los trabajadores comunes “no tienen conocimiento sobre la plantación, el suelo, los componentes, el clima”. Y eso quiere compartirlo.
La dureza y seriedad que aparenta se desvanecen cuando aparece Condesa, la perra de la finca donde se lleva a cabo el programa. Todos sus compañeros coinciden en que cuando salgan de ahí, Manuel se la llevará, “él es el papá”, dicen. Y algo de razón tendrán porque Condesa no se le despega. Mientras la consiente, insiste en que todos los desmovilizados están pidiendo una oportunidad. “Es muy difícil hacerle entender al país que nosotros podemos cambiar, que queremos otra cosa para nuestra vidas. Los colombianos tienen que poner su granito de arena. Creo en la paz porque ya es hora de que todos podamos decir que somos libres”.