En esta entrega echamos una mirada a esos escenarios perdidos que el conflicto armado no nos ha permitido disfrutar. Es un viaje por zonas azotadas por la violencia –aún ahora –, una travesía por esos lugares que en otras condiciones serían destinos obligados de visita.
Por: David González M.
Un caño de siete colores, acantilados verdes que se pierden en cielos azules, llanuras que acaban en las faldas de un nevado, ríos y más ríos inexplorados… En Colombia la guerra no sólo se ha llevado vidas, también lugares épicos de escape.
En esta entrega echamos una mirada a esos escenarios perdidos que el conflicto armado no nos ha permitido disfrutar. Es un viaje por zonas azotadas por la violencia –aún ahora –, una travesía por esos lugares que en otras condiciones serían destinos obligados de visita.
Seguro habrá más sitios a recomendar que los acá escogidos, toda selección es caprichosa y esta no es la excepción, así que cualquier aporte será bienvenido…
5. Las llanuras de Tame, Arauca
Los llanos de Arauca se extienden dorados y marrones por kilómetros, los cruzan ríos acaudalados que se pierden más allá de las fronteras, en el llano del Apure, y cada tanto se ven grupos de garzas blancas y rosadas aleteando en el cielo. Pero en Tame, entre la cordillera oriental y la sabana de La Vieja, esas praderas van a dar a las laderas del nevado del Cocuy.
Es un oasis en medio de la guerra.
Un periodista de la zona dice que existe el proyecto de construir un parque natural desde hace años, un proyecto al que le han invertido 4.000 millones de pesos, pero que no se sabe en qué va. Y nadie pregunta porque hay cosas más importantes en qué pensar, como por ejemplo, el conflicto armado.
La tensión de la guerra se siente en cada kilómetro. En Tame y los municipios vecinos: Saravena, Fortul y Arauquita, un perímetro al que llaman el triángulo de las Bermudas. Datos de inteligencia de la Policía Nacional dan cuenta de que el Ejército de Liberación Nacional -ELN- tiene 340 hombres distribuidos en 3 columnas y 9 “comisiones” del frente Domingo Laín mientras que las FARC tienen unos 227 guerrilleros aproximadamente.
Y por supuesto, no podían faltar en este teatro de guerra los cerca de 15.000 hombres del Ejército Nacional que desde Puerto Jordán, un caserío de Tame, forman la Fuerza de Tarea Conjunta Quirón.
Las trincheras del Ejército aparecen cada tanto en la vía que llega a Tame, incluso ocultan de la brisa el parque central. El pueblo lleva el rótulo de La Cuna de la Libertad y un aviso enorme en una de sus entradas así lo recuerda: allí nacieron los ejércitos independentistas y tres de los llaneros de Rondón que ganaron la batalla del pantano de Vargas.
Todavía visitar el pueblo es difícil. Allí sigue la guerra, en el ultimo mes según el monitor humanitario de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, OCHA, entre Tame y los pueblos vecinos de Fortul y Saravena se han documentado 11 hechos violentos: hallazgos de explosivos, destrucciones de campos minados, ataques del ELN contra patrullas militares, bloqueos de vías, hostigamiento y por lo menos un enfrentamiento abierto que dejó un guerrillero herido y capturado.
Aún así los habitantes de Tame sueñan con el fin del conflicto armado, con su parque ecológico terminado y con cientos de turistas nadando en sus ríos y disfrutando de los atardeceres brillantes que se pierden en Venezuela.
4. Las montañas Jambaló y Toribio, Cauca
Llegar a Jambaló es toda una odisea. La vía que sale de Santander de Quilichao está rota y en un lugar que se llama El Palo empiezan a aparecer montañas y abismos sobre la Cordillera Occidental.
La vista es bellísima: montañas filudas, bosques andinos, lagos, el páramo y los sitios sagrados del pueblo Nasa. Jambaló además de un pueblo es un resguardo indígena, tiene aires de ser un Tíbet en microescala y en otras circunstancias sería un sitio perfecto para escapar de la ciudad e irse a meditar.
Tristemente este circuito Jambaló-Toribio ha sido el epicentro de muchos escándalos recientes de nuestro conflicto. Allí en sus montañas las FARC tumbaron un avión de la Fuerza Aérea que luego los indígenas recuperaron a medias y en un acto ceremonial, donde estuvo hasta el alto comisionado de la ONU, entregaron su caja negra. También se han hecho juicios públicos abiertos a indígenas guerrilleros que atacan a su propia comunidad. Allí cerca, en una montaña que se llama cerro Berlín, lloró un soldado cuando el pueblo Nasa le pedía al Ejército que se fuera de sus tierras, que los ponía en riesgo.
Esas montañas también han sido el eje de chivas bombas, atentados a torres de comunicación, ataques contra la población y lo peor: el reclutamiento forzado de menores. En un comunicado de abril de este año, la Autoridad Nacional Indígena, a través de la ONIC, advirtió que en Jambaló “las Farc con sus milicias vienen haciendo reclutamientos programados en los colegios a los menores de edad.”
La guerra lleva tantos años en este punto de Colombia que recientemente se encontró una fosa común con 14 cuerpos de la ya desmovilizada guerrilla M-19.
Aún así sus líderes dicen que habría tanto por hacer. En sus montañas milenarias los gobernadores de los cabildos planean paseos ecológicos a lomo de caballo, escoltados por la guardia indígena a través de las zonas de reserva natural. Cuando se acabe la guerra ya habrá tiempo para andar esos caminos.
3. Serranía del Baudó
La serranía del Baudó es una serie de montañas que se desprende de la Cordillera y termina unos kilómetros antes del Golfo de San Miguel en Panama. A lo largo hay montañas aserradas, escoltadas por acantilados, torrentes de agua lluviosa que bajan al valle que crea el río Atrato donde están los municipios de Bojayá y Vigía del Fuerte (entre otros). Es un escenario selvático y extremo como salido de una película de Hollywood.
Toda la serranía está impregnada de nuestra guerra. Pobreza, comunidades afro marginadas, indígenas huyendo de las balas, pangas de militares, paras y guerrilleros navegando las aguas. Es quizás, hoy por hoy, una de las regiones en Colombia donde el conflicto tiene mayor impacto. El observatorio de Derechos Humanos de OCHA registró 10.549 actos violentos en todo el Chocó a lo largo de este 2014 entre hostigamientos, combates abiertos, bombas, homicidios y el pasado 15 de diciembre el alcalde de Alto Baudó fue secuestrado por el ELN.
Así como 94 indígenas Embera Chamí se desplazaron desde el resguardo Embera a La Cristalina hasta el otro lado de la serranía. No es una vida fácil para quienes viven a lo largo de esas selvas del Pacifico.
Según un ultimo informe de la Defensoría del Pueblo, “el Chocó presenta el mayor índice de población con necesidades básicas insatisfechas del país, altos índices de marginalidad y situación de pobreza”. Como si no fuera suficiente, esta zona está habitada también por distintos grupos armados: los frentes 57, 34, 30 y la columna móvil Libardo García de las FARC, los frentes de resistencia Cimarrón del ELN y una onda expansiva de la banda criminal Autodefensas Gaitanistas de Colombia –AGC–.
Esta serie de montañas bajitas y recónditas se alargan hasta perderse en unos valles que se estrellan con las playas del Pacífico. Dice Leiner Castillo, uno de sus habitantes que salió desplazado de esa zona de tierra fangosa, de caimanes y orquídeas, que extraña el calor húmedo de sus selvas y las aguas frías de sus ríos. Dice que esa tierra no es que esté inexplorada, paradójicamente muchas empresas mineras hacen sus agosto con el abandono y la guerra. Asegura que si el Estado no hace presencia, así como lo hizo con los operativos de rescate del general Alzate (secuestrado por las FARC), cuando termine la guerra no va a quedar mucho por visitar.
2. El Raudal, Guaviare
El Raudal no aparece ni en Google Maps, pero existe. Es una serie de paredes verdes que encierran el río Guayabero hasta dar con el Ariari, en el Guaviare. Algunas de esas paredes tienen pinturas precolombinas milenarias que nadie sabe a ciencia cierta quién pintó.
En un sector del camino fluvial cae una cascada y crea una piscina natural. Es un sitio perfecto para pescar. Por sus aguas navegan delfines y peces de colores. El caserío más cercano se llama El Raudal, un grupo de casas de madera encima de un acantilado lodoso, bien adentro de las selvas del sur de Colombia.
Alguna vez fue un poblado vivo, con escuelas, centro médico y pescadores que navegaban desde la madrugada. Hoy, luego de los bombardeos del Ejército, una masacre de paramilitares de esas de lista en mano, la presión de las FARC y los botes ultrarrápidos que vuelan sobre las aguas cargados de coca, quedan apenas un par de familias.
En una de las paredes pintadas por los indígenas, en el cerro azul, hay una estatua de la virgen María que vigila las aguas. Los pescadores dicen que la imagen la mandó poner el mismo Loco Barrera, capo hoy extraditado, para cuidar la salida de sus cargamentos; otros dicen que alias Cuchillo, jefe de la Banda Criminal ERPAC, ya muerto. No importa en realidad, ese hermoso lugar ha sido la tierra de tantos capos y señores de la guerra que ya a nadie parece importarle quién esté a cargo de los hombres armados.
En las noches de verano el cielo es absolutamente limpio. La luna es una inmensa bola amarilla acompañada de montones de estrellas. Las noches son silenciosas, apenas si se oyen chapoteos en el río Guayabero. Solo de vez en cuando un avión de la Fuerza Aérea cruza el cielo como para que los visitantes no olviden que la guerra sigue en El Raudal.
1. Serranía de la Macarena
No podía ser de otra forma: al final de este conteo está quizás uno de los lugares más bellos del mundo. No es que sea imposible llegar y no es que nadie lo conozca. De hecho hay algunas empresas de turismo que venden planes para ir a Caño Cristales, el río de los siete colores.
Más allá del caño, la serranía es una serie de montañas y acantilados que vienen del Amazonas y se une con los ecosistemas andinos y las llanuras de la Orinoquía. De sus montes nacen cascadas, selvas, flores, aguas de colores. Es un terreno abrupto que han sabido capturar los grupos armados ilegales.
La Macarena es la base del Bloque Oriental, el más importante en número de las FARC (aproximadamente 3.500 hombres), que sufrió uno de sus más duros reveses en 2010 cuando en la Operación Sodoma fue dado de baja su comandante el Mono Jojoy. La guerra sigue su curso entre las FARC y la fuerza de Tarea Omega del Ejército, una fuerza conjunta de 21.000 hombres bien entrenados que han logrado cierto control del territorio.
Pero las operaciones militares siguen por toda la Serranía. No más en el ultimo mes, según OCHA, se han ubicado y destruido tres campamentos de las FARC usados para adoctrinar comandantes guerrilleros.
En Octubre pasado el príncipe Carlos, heredero al trono del Reino Unido, vino escoltado por decenas de militares hasta este lugar recuperado. Besó una niña, visitó una iglesia y vio las aguas camaleónicas de Caño Cristales. A unos metros estaba el cementerio de La Macarena, un lugar donde en el 2010 el senador Iván Cepeda denunció que había miles de N.N. –que al parecer resultaron ser “solo” cientos”– de cuerpos fruto de esos combates.
Así es Colombia, la esquizofrénica, la de selvas y aguas de arco iris; pero también la de ejércitos, aviones Kafir y fosas comunes. Bien decía el escritor Fernando Vallejo: “Colombia es un desastre, sin remedio”. Un desastre que sobrevive sobre uno de los pedazos más hermosos del planeta.