El hecho de que una frase prefabricada como “el Covid no distingue” se oiga tanto en Colombia es solo una muestra de lo acostumbrados que estamos a que los males sí distingan, a que la norma sea la desigualdad.
Entre las ya vertiginosas reacciones por la intempestiva muerte del ministro de Defensa del Gobierno Duque, Carlos Holmes Trujillo, a causa de una neumonía producto de la COVID-19, este martes en la madrugada, aún hay poquísimas reflexiones sobre lo que una desaparición como esa, en un Gobierno como este, desnuda cuando se destila la noticia hasta la última gota.
Puede ser que se confunda el hecho de que hasta la muerte, que no el difunto, es objeto de análisis. Los gringos tienen una expresión para las reacciones negativas, colaterales, demasiado anticipadas a tragedias como la muerte, o al hecho mismo de digerir demasiado pronto con crítica, humor o cinismo una mala noticia. Too soon. El pacto no escrito dice que se considera de mal gusto promover cualquier idea que pueda sabotear el duelo de los seres queridos o no tener en cuenta los tiempos que, asumimos, necesita todo muerto para abandonar en paz el plano terrenal y llevar sus átomos a otra parte.
Nadie sabe cuánto tiempo es prudente para superar el too soon, porque nadie que haya muerto nos lo puede contar, pero quienes hemos perdido seres queridos sabemos que, entre más cercanos somos a los muertos o a su obra, más lejos está ese momento permisivo.
El asunto es que el too soon funciona en ciertos países, pero la velocidad del duelo en Colombia está directamente relacionada con la fragilidad de la vida, con su depreciado valor. Se tiene esa noción de que Colombia es un pueblo indolente, pero es todo lo contrario. Como la vida no vale lo que debería, cada uno se entrega al dolor de sus muertos, el que es capaz de cargar, y a los vivos les vamos preparando ese lotesito de dolor. Y ya. No hay gente para tanto dolor. Somos un país acostumbrado a la muerte, y a la muerta violenta como ningún otro. Y si alguien sabía de eso era el constituyente y ministro de Defensa.
La misma muerte de Trujillo interrumpe un duelo nacional por cinco muchachos masacrados en Buga, por la muerte de Ródez, el padre del arte callejero en Colombia, también por covid. El mismo Trujillo comparte el duelo con Julio Roberto Gómez, líder sindical admirado y reconocido que murió también este martes. El duelo en Colombia es ese cortísimo tiempo que pasa entre este y el próximo muerto.
Entre las condolencias, las solicitudes de respeto por la memoria de “un gran hombre”, el poema de Duque y el recuento de su trayectoria entregada a “una vida de servicio”, hay una frase que se repite una y otra vez, con pequeñas variaciones : “El virus no distingue”. Que “el virus no distingue clase social, posición política, económica… etc, etc, etc”.
A vuelo de pájaro es una frase obvia, fácil, nada que no se lea cuando muere un personaje público. Pero es fácil sobre todo cuando el virus está a punto de cumplir un año de haber llegado a Colombia, sobre todo cuando más de un millón de personas en el continente han dejado este mundo como consecuencia del virus, un mundo en el que muchos eran ilustres más allá de su América. El punto es que la frase dice mucho más de lo que quiere decir.
Con el equipo nos pusimos a pensar en la última vez que el ministro Carlos Holmes Trujillo apareció en Pacifista!. Lo hizo en uno de nuestros documentales sobre la violencia policial. En un fragmento decía, tal cual, lo siguiente:
“En cumplimiento de la sentencia STC7641 del 22 de septiembre de 2020 de la Corte Suprema de Justicia, con radicado 11001-22-03-000-2019-02527-02, y del Auto proferido hoy 7 de octubre de 2020 por la Sala Civil del Tribunal de Bogotá, el Ministro de Defensa se permite reiterar (…) presento disculpas por los excesos de la fuerza pública durante las protestas a partir de 21 de noviembre de 2019”.
Esas palabras frías y casi telemáticas, recordamos, hicieron más profundo ese abismo entre el Gobierno y la condición humana de las familias de las víctimas como Dilan Cruz, y las que luego fueron asesinadas, casi un año después, por balas de la Policía durante el 9S y 11S. Ese acto de perdón reglamentado, artificial, ordenado por una sentencia, fue otra prueba, esta vez oficial, de ese país enfermo acostumbrado a la muerte. Pensando en la antítesis del too soon, fue un too late para las víctimas.
El Covid no distingue, eso es tan soso como cierto, por eso el presidente Duque, cada tarde a las seis, le entrega al país las “cifras” de muertos como quien hace un balance de indicadores económicos. “Es importante destacar que hoy reportamos 390 fallecidos”, casi diciendo “La muerte se cotiza a la baja”: “hoy fueron ocho menos que ayer”, “subimos un poquito este jueves”. Vidas humanas indistintas en el teleprompter del presidente.
Hasta hoy. Porque hoy el país en pleno, el oficial, lamenta la muerte del ministro, ficha clave y cercano hasta la amistad con la cúpula del Gobierno. Antes de las 8 de la mañana el presidente ya había dado un adelanto de su programa de TV, y se refirió con “un dolor indescriptible” y con nombre propio a una de las cientos de víctimas mortales que no se llamarán de ninguna manera en el programa de la tarde. Decretó tres días de duelo nacional, para alargar jurídicamente ese duelo veloz del que les hablo.
Nadie quiere como contraparte a un desvalido, y la muerte es en cierta medida un salto doloroso y obligado a la redención, a la reconciliación, es una enseñanza que nos han dejado las víctimas del conflicto armado. Por eso Pacifista! también lamenta la muerte de Trujillo, como la de cada colombiano, porque a pesar de los reparos a sus políticas, de las preguntas de las víctimas que él ya no responderá, y ‘del palo’ que le dimos a su gestión desde esta pequeña tribuna, la muerte es para quien la experimenta, sobre todo, la eterna ventaja y desventaja frente a los vivos.
Lo que sí gotea en el filtro es la indefensión de un ministro ante el bicho, lo cual le da una expectativa escalofriante al desenlace de cada colombiano que se enfrente al diagnóstico. Y eso ciertamente va más allá del ser humano Carlos Holmes Trujillo.
Se olvida con frecuencia que en cientos de rincones de Colombia no es posible el lavado de manos porque no hay acceso al agua potable o impotable, mucho menos al jabón o al gel antibacterial; que desde octubre de 2019 (y varios años antes) hay colombianos confinados en el Pacífico por cuenta de los grupos armados; que en un hotel en Medellín se refugiaron decenas de líderes sociales en riesgo desde diciembre de 2019, meses antes de que llegara la pandemia; que quedarse en casa no es una opción para miles de familias desplazadas en Bahía Solano hace unas semanas o despojadas en Altos de la Estancia desde hace 8 meses; que tal vez miles de colombianos han muerto por covid o cualquier enfermedad sin acceder a servicios de salud adecuados, a medicamentos, sin saber cuál es su temperatura corporal, saturación de oxígeno o necesidad de ventilación, sin siquiera ver a un médico. Y muchos morirán esperando la vacuna. El hecho de que una frase prefabricada como “el Covid no distingue” se oiga tanto en Colombia es solo una muestra de lo acostumbrados que estamos a que los males sí distingan, a que la norma sea la desigualdad.
Que el Covid no distinga, que pueda morir un ministro a semanas (¿meses?) de ser vacunado, aún con acceso privilegiado e inmediato a cuidados intermedios e intensivos, a personal de la salud de alta calidad, a tratamiento especializado y acompañamiento espiritual masivo, más que un golpe moral para los privilegiados del mundo, como se entiende esa frase, acabará siendo una cruel advertencia para los más vulnerables, para la mayoría. En muchos casos, la muerte del ministro será una unidad de medida para determinar el propio desahucio. En otras palabras, la reacción a esta noticia es un too soon para todos.
Que descanse en paz. Así no la entendiera como la entendemos nosotros, que descanse en paz.
A Andrés lo pueden leer por acá