OPINIÓN No le podemos dejar la tarea a los políticos o líderes regionales. En Colombia debemos construir una definición para ese término
Columnista: Andrés Urcós
Durante los últimos meses, pero especialmente en las semanas antes de las elecciones, varios candidatos y simpatizantes usaron la palabra “reconciliación” en diferentes contextos y escenarios. Esto no debería sorprender ya que el país se encuentra en un momento único de su historia. Colombia está cerca de terminar el conflicto armado interno y con ello se alista a transitar el largo y difícil camino de la convivencia, el respeto y el disenso cívico. En este proceso de transición de la guerra a la paz, la reconciliación es y será un elemento central.
Sin embargo, muchos de esos candidatos utilizaron el concepto como simple argumento de marketing o como medio para justificar alianzas burocráticas y electorales de corto plazo, desaprovechando así la oportunidad para dar un debate de fondo sobre el tema. Es preocupante que durante la que será la última campaña electoral en medio de la guerra, nadie se haya percatado de la importancia que tendrá la palabra “reconciliación” en Colombia. El país está en mora de dar una discusión seria sobre el tipo de reconciliación que necesita, pues esa reflexión será una de las bases para la construcción y sostenibilidad de la paz. Es oportuno entonces comenzar el debate.
No es fácil definir de forma única el concepto, es más, no existe una definición universal del término. Por un lado, cada persona y comunidad parece tener una visión diferente atada casi siempre a sus convicciones políticas, religiosas y morales. Parte de la complejidad, viene del hecho de que la reconciliación es un concepto que apela al sentido común de individuos y grupos. Por ende, cuando tratamos de definirlo, instantáneamente aparecen los desacuerdos. Por otro, la academia no ha logrado delimitar y clarificar el significado del término. Al día de hoy, los expertos reconocen que aún es un debate abierto plagado de disensos.
Adicionalmente, la historia muestra que cada sociedad construye con el tiempo su propia visión de la reconciliación. Cada país da contenido al término según sus propias necesidades y realidades. Las experiencias de Argentina, Chile, Sudáfrica, España, Ruanda, Alemania, entre otros, enseñan que la palabra reconciliación puede significar muchas cosas a la vez. Por lo anterior, es práctico comenzar por identificar lo que definitivamente no es, o no debería entenderse cuando se habla de reconciliación en Colombia.
Primero, la reconciliación no debe ser un mecanismo de impunidad. En algunos países el concepto de reconciliación ha sido usado para evitar que los responsables rindan cuentas por sus crímenes. El argumento es que si las víctimas no se reconcilian con sus perpetradores, en un acto unilateral de generosidad política, serán ellas las responsables de que la sociedad no pueda pasar la página y mirar al futuro con optimismo. Es la reconciliación como chantaje. Con este argumento, muchos países han logrado hacer la transición política y al mismo tiempo evitar que los responsables de graves crímenes contra la población civil enfrenten la justicia, pues desde un punto de vista utilitario, se justifica ese sacrificio en pro de un bien superior: “el futuro y concordia de la nación”.
En esta visión, la reconciliación termina siendo un instrumento de impunidad. Se vende como un acto compasivo, pero significa en realidad una claudicación de las víctimas y sus derechos. Según los defensores de esta interpretación, se debe hacer caso omiso del pasado y dar un paso al futuro: es la idea del “borrón y cuenta nueva”. Esta versión de la reconciliación está en el centro de las justificaciones que usaron los gobiernos de transición en el Cono Sur y en España para expedir las leyes de punto final que permitieron hacer la transición a la democracia. Esto explica la resistencia y prevención de algunas organizaciones de víctimas cuando oyen a políticos repetir incansablemente la palabra reconciliación. Esta forma de ver la reconciliación, es muy problemática, pues a la larga no cumple su objetivo. Las heridas mal cerradas, cicatrizan mal y siempre vuelven a abrirse. De eso puede dar fe Chile, Argentina, Uruguay y España.
Segundo, la reconciliación no es igual al perdón. En el debate sobre el tema algunos tienden a usar de forma intercambiable los dos términos, en especial aquellos que se identifican con la tradición judeocristiana. Para ellos los dos conceptos son similares pues en últimas los dos requieren de un acto piadoso. Esta es la versión religiosa de la reconciliación, la cual es muy problemática, pues en una sociedad laica y diversa como la que es Colombia, la raíz de la reconciliación no puede estar sembrada en una única doctrina religiosa. Esta versión de la reconciliación fue auspiciada intensamente durante el proceso de transición en Sudáfrica, de la mano del Arzobispo Desmond Tutu, quien lideró la Comisión de la Verdad. Sin embargo, esta forma de ver la reconciliación tiende a dar prioridad a lo religioso sobre lo civil y a la unidad sobre la diversidad. Por lo tanto, es importante diferenciar ambos conceptos.
El perdón es por esencia individual mientras que la reconciliación es por esencia comunitaria, grupal o al menos bilateral. El perdón es una potestad personal que no depende de la autorización o comportamiento del otro, mientras que la reconciliación necesariamente implica restaurar relaciones sociales. Esto explica, por ejemplo, porque puede existir un acto de perdón por parte de una víctima, aun cuando el perpetrador no demuestre arrepentimiento. En este caso, la víctima ha escogido perdonar por su propio bien, sin tener en cuenta la actitud de su agresor. Ahora bien, la reconciliación puede estar precedida por actos de perdón, pero esto no siempre es el caso. Puede que dos personas se perdonen mutuamente, pero no estén en disposición de reconciliarse, es decir, de reconstruir la relación dañada. En suma, el perdón es de la esencia de la persona, mientras que la reconciliación se da entre dos o más personas, idealmente en un contexto que lo promueve y facilita.
En otra oportunidad intentaré esbozar los posibles significados de la reconciliación para el caso de Colombia. El debate sobre el tipo de reconciliación que necesita el país, es una discusión demasiado importante para dejárselo solamente a los políticos o líderes religiosos; es sobre todo una reflexión que nos debemos todos como ciudadanos de un país que se enfrenta a una transición histórica.