Mogambo, el jardín del edén | ¡PACIFISTA!
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Mogambo, el jardín del edén

Staff ¡Pacifista! - abril 28, 2015

Un sendero ecológico en Viotá guarda secretos que solo Luis Enrique conoce: semillas que se convierten en maquillaje, frutos para enamorar al novio, materiales para construcción y fibras para confeccionar ropa. Más de 1800 especies que, bien aprovechadas, podrían ser claves en el posconflicto.

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Por: Natalia Otero Herrera

Apuntando con mi mano derecha al cielo, sentencio a la nube negra a que desaparezca.

Con dos te miro, con tres te espanto, con la palabra de Dios y el Espírito Santo te ordeno que te vayas.

Soplo. El viento abre una grieta en ella que deja un pedacito de cielo sobre nosotros.

La nube, el viento, el agua. La tierra que se corre con nuestras pisadas. Las hormigas que suben y hacen que los pies ardan. El chimbilá que nos sobre vuela. Mi respiración, los pulmones se inflan y se desinflan, el aire. El pedacito de cielo.

Todos, parte de un todo. Todos, eslabones de la naturaleza.

“Todos somos compañeros en el viaje de la vida. Esa es la filosofía indígena. Solo el planeta es el centro y todos somos el planeta”, dice Luis Enrique Acero, y su voz suena a otros tiempos, a relatos ancestrales. “Hace muchos años, cuando los hombres dejaban a sus niños solos, el tente, un ave de pico largo, mataba a las culebras venenosas que los acechaban. Ese es el hombre aprovechando a su entorno y su entorno devolviéndole lo brindado”.

Luis Enrique es una especie de enciclopedia. Tiene en su cabeza, archivada y clasificada, la flora colombiana. Y a veces, cuando narra las historias del saber tradicional parece más una biblia forestal.

Luis Enrique es ingeniero forestal de la Universidad Distrital. En sus 25 años de ejercicio ha publicado más de 25 libros sobre el aprovechamiento de las especies vegetales y su clasificación.

Sus palabras son el resultado de años de recorridos desde la Amazonía hasta la costa Atlántica, desde la Orinoquía hasta el Pacífico, del río Danubio al Magdalena, al Apaporis, al Patía, en los que hizo sus estudios forestales, analizó la usabilidad de las plantas y corroboró la hipótesis que tuvo desde niño: las plantas de la selva, hasta no ser aprovechadas, hasta no descubrir si sirven para ser un nuevo producto o empresa, son puro verso y poesía.

En sus viajes recolectó semillas de diferentes especies de plantas para sembrarlas en su propio jardín del edén de 32 fanegadas y 1.800 especies de plantas superiores en Viotá, Cundinamarca. Ese por el que vamos caminando, por el que las hormigas se suben y arden, y el pedacito de cielo está encima. Es Mogambo, Saberes y Sabores de la Naturaleza, el sendero ambiental que Luis Enrique y su esposa, Leonor Rodríguez, llevan construyendo hace 25 años, en el que se encuentra gran parte de la biodiversidad de la flora colombiana, que ganó el premio ambiental CAR 2014, en la categoría de investigación ambiental por la recuperación de especies de flora y fauna en él.

Antes de adentrarnos en el sendero, Luis Enrique nos enseña el mapa del lugar. El recorrido inicia en el jardín de las naciones, en donde se encuentran las plantas símbolos de sesenta países (la nuestra es la palma de cera); luego siguen las especias y esencias; después, las que se utilizan para materiales de construcción; les siguen las forrajeras; continuando con las frutales, silvestres y alimenticias; luego la parte dedicada a la historia, mito y leyenda donde la naturaleza se combina con la magia y, finalmente, el mirador histórico, que da a Girardot y Tocaima.

 

En VIotá

 

Este perfil verde, que hoy recorremos en orden aleatorio, es un supermercado. Todo lo que se necesita está ahí, en vitrina. La hoja de chontaduro para teñir las prendas, la fibra del cumbare para hacer los vestidos, el tronco del árbol de aceituno para construir las columnas de la casa, el chundúl que suelta un aceite esencial que sirve de perfume, el acai para el maquillaje y los collares, el seje para el aceite de cocina, el bototo para los niños raquíticos, el limón para embrujar al novio…

“Esta es una planta hemostática, la santa maría. Si te cortas pones la hoja sobre la herida sangrante para que se tranque”, la arranca y la pone sobre su mano. “Así con la parte de atrás de la hoja. La masa rosada del fruto del muco servía de depilador para los indígenas. Y con el yagé lograban visitar a las estrellas en el firmamento, que eran sus difuntos”.

 

En VIotá

 

Nos dice que la toma de alucinógenos, descrita por los indígenas, se sentía como ser lanzado desde el interior de un cañón, de paredes multicoloridas, hacia un campo electrizado. Que después servía de purgante y que por eso mantenían el estómago limpio. Que lo que potenciaba las tomas de ayahuasca eran las hojas de guayusa, otro árbol de raíces no tan invasoras como las del yagé, pero con el poder de activar el sistema neurológico y energizar tres veces más que la cafeína.

Esas mismas hojas de guayusa se encuentran en la cabaña de Luis Enrique, en forma de té, listas para ser vendidas a los visitantes del sendero y a las tiendas que decidan distribuirlas, a pesar de no estar aprobadas por el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima).

Además del té de guayusa, también comercializan el pipilongo, que es un condimento que sirve de pimienta, las nueces tostadas que se sacan del árbol inchi, café orgánico y las semillas de andiroba para los cosméticos.

 

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“El Invima nos ha puesto trabas, sin darnos explicaciones claras, que han impedido la certificación de nuestros productos finales. Entonces, lo que hemos hecho es venderle directamente al chef, a la cosmetiquera o al cliente de manera personalizada, la materia prima (la semilla, la hoja, el tallo) para que no haya problema con el Instituto”.

Según me explica, en el posconflicto, la fitoquímica, que es la ciencia que estudia el procesamiento de las plantas para sacar a partir de ellas nuevos productos, y la ingeniería forestal, podrían ser soluciones para que Colombia sea un país sostenible a punta de nuestro patrimonio biológico. Me entrega el libro Guía para el cultivo y aprovechamiento del chachafruto o balú, de su autoría y publicado hace 15 años.

“La paz no se logra con una firma, la paz se logra con acciones de desarrollo justo. El bosque es una alternativa para el postconflicto, pues se puede educar a los campesinos, no necesariamente para que sean  fitoquímicos o ingenieros, sino para que conozcan las ventajas que tiene conservar la biodiversidad”, me explica Alberto Leguízamo Barbosa, presidente de la Asociación Colombiana de Ingenieros Forestales. “En Mogambo hay una muestra significativa de ello, en la que existe una cantidad de productos que no implican la destrucción del árbol.  Aquellos que tienen el signo peso en la cabeza no ven más allá de la destrucción total de la planta, o la producción a grande escala. Acá lo que hay que entender, y eso lo da la fitoquímica y la ingeniería forestal, es que se puede sacar un poquito de acá y otro poquito de allá, para mantener una sostenibilidad ambiental. Hay muchos productos que se pueden sacar de pequeñas cosas, a partir de los que se lograría una distribución económica significativa, y eso es paz”.

Este planteamiento ya fue traído a la vida real por Luis Enrique.  Durante tres años, estudió el chachafruto y encontró sus usos medicinales y alimenticios. Descubrió que sirve para concentrado de animales, para curar la cistitis y la irritación en los ojos. Sacó, de ese único árbol, 150 recetas que se pueden hacer para consumo humano, utilizando desde su semilla hasta su flor, y recorrió Colombia, desde Santander hasta el Valle de Sibundoy, para divulgarlas. En sus viajes, trabajó directamente con las comunidades: mientras él les explicaba a los campesinos la forma de cultivo y propagación, Leonor estaba con las señoras en la cocina enseñándoles el recetario.

“Necesitamos políticas sociales de Estado que acompañen la implantación de proyectos productivos en el campo. En las comunidades alejadas de centros urbanos se necesita la presencia de investigadores, el apoyo de las licencias por parte del Invima y el asesoramiento de técnicos especialistas para que los cultivos les permitan ser autosostenibles. Nuestro patrimonio florístico se está aprovechando solo en un 3%”, concluye.

Nos detenemos. Frente a nosotros está un sassafras, un árbol cuyo tronco suelta un aceite que sirve de biocombustible para prender antorchas y lámparas. A su lado se encuentran el cedro macho, aceite maría, huargango y carreto, unas de las maderas más finas y útiles para hacer carrocería de carros. También, están las plantas que han servido de envolturas de alimento: la hoja de plátano que no deja endurecer el pan, la hoja de guayacán que le da un sabor especial a la arepa asada, la hoja del papayo que acelera el ablandamiento de la carne…

 

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Pero Luis Enrique deja su miraba fija en un árbol acuapa . Estamos en la zona de plantas utilizadas para insecticidas. Toma asiento y narra:

“Cuenta el cronista Jean Baptiste, que alguna vez, en 1830, se encontró con el árbol de acuapa, sacó su leche, la puso a cocinar y con los vapores quedó ciego. El coronel Hamilton, desde Bogotá, mandó a su esclava la Negra Candelaria para que lo curara. Luego Baptiste escribió: La Negra Candelaria me mandaba leche de su seno directamente a los ojos y yo iba recobrando la vista. Y como lo labios también estaban corroídos y no podía comer, la Negra Candelaria me daba de mamar y era delicioso”, ríe.

Seguimos el recorrido entre achotes que sirven de bloqueador, cúrcuma que representa los colores del ocaso, andirobas que sirven para quitar las manchas en la piel. Atravesamos la zona de mitos y leyendas, en donde se encuentran seis esculturas de mitos personificados. Entre ellas la del Hombre Sapo, que resguarda el lago del sendero.

El hombre Aparo u Hombre Sapo, viene del bajo río Guainía del Amazonas. La leyenda cuenta que los aparo eran hombres que peleaban con otros humanos para controlar sus tierras. Eran sigilosos y audaces para sorprender al oponente, pero se les iba la mano atacándolo. Por eso fueron castigados por el dios arawaco, convirtiéndolos en sapos.

 

En ese lago, cuando el conflicto armado se recrudeció en Viotá a finales de los 90, el Frente 42 de las Farc dejaba carros ocultos entre hojas de plátano, que los combatientes robaban en Bogotá. A pesar de que Viotá fue cuna del comunismo colombiano, por esa época el secuestro se convirtió en el pan de cada día de sus habitantes y la guerrilla fue tras los líderes comunistas. Pero cuando llegaron las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio, en 2002, la situación se tensionó aún más. Durante el día, los helicópteros del Ejército sobrevolaban la zona en busca de los cabecillas de la guerrilla, subían y bajaban camionetas con vidrio oscuro que se presumía llevaban gente secuestrada, en la noche los vecinos prestaban a sus hijos para vigilar las carreteras, y cualquiera que hablara con alguno de los tres bandos era acusado de ser un sapo y tenía que irse o lo mataban.

El sendero Mogambo era un oasis dentro del panorama de la guerra. En esa época, Luis Enrique estaba a puertas de pensionarse de docente de la facultad de Ingeniería Forestal de la Universidad Distrital, y el jardín botánico empezaba a construirse. Leonor y su esposo vivían en Bogotá, pero nunca dejaron de ir a la cabaña, porque estaban convencidos de que “el que se va, después no puede volver”.

Además de los carros robados que le aparecían en el lago, solo una vez tuvo un encuentro con la guerrilla. Cuando el Frente 42 estaba en huida, uno de los jefes se acercó al portón. Traía dos hombres más que cargaban metralletas y granadas. Leonor escondió a las dos hijas en el baño y Luis Enrique los invitó a pasar. Hablaron unos diez minutos en la terraza de su cabaña. Le pidieron plata. Él le dijo que no tenía, que era profesor y el sueldo apenas le alcanzaba, y que si lo iban a matar su esposa ya sabía que quería que lo enterraran en ese mismo lugar. Se fueron y nunca más volvieron.

Paradójicamente, cuando el conflicto abandonó la región, los problemas ambientales surgieron en el municipio. Las personas volvieron a subir al monte, a comprar tierras y a talar los árboles que antes estaban habitados por los combatientes.

Parados en el mirador histórico del sendero tenemos una vista panorámica de Girardot y Tocaima. Luis Enrique señala al fondo el cañón y nos cuenta que la tala de árboles está causando que las corrientes cálidas húmedas que vienen de él, no encuentren cobertura arbórea, lo que hace que no se produzca lluvia por condensación. Además, los suelos desprotegidos hacen que la poca agua se ruede, generando derrumbes e inundaciones que matan los cultivos.

 

En Viotá,

“Durante el tiempo que estuvo la guerrilla en el monte, no solo aquí, sino en todo el país, la fauna y la flora se recuperaron. Ahora sin ellos, toca hacer un trabajo entre la comunidad, la corporación regional (en este caso la CAR), la Policía, la Alcaldía y las juntas de acueductos veredales para la conservación y buen aprovechamiento de los recursos naturales”, explica.

Entonces, por ejemplo, Viotá, que desde 1910 y durante décadas, produjo el 80% del café del país, y cuyo ingreso siempre fue fundamental para la estabilidad económica del municipio, hoy no aprovecha este recurso porque los cultivos de café no están resistiendo las condiciones climáticas.

Dentro de los proyecto de cultivos autosostenibles, Luis Enrique lleva planteando, desde hace ocho años, hacer una caficultura bajo sombrío arbóreo productivo y protector, para así aumentar la producción de café, cuidar los suelos y evitar la tala de árboles. Pero, nuevamente, las trabas estatales, esta vez por parte de la Alcaldía local, no han permitido que el proyecto se apruebe.

El pedacito de cielo que nos acompañaba se cubre de la nube negra. Ya no hay rezo que pueda detener la lluvia. Damos por terminado el recorrido y entramos a la cabaña que huele a humedad, leña y hogao recién hecho.

“Actualmente, las políticas de Estado, hipócritamente, dicen: ‘no toquen’, ‘no miren’ , ‘eso es para conservar’, pero es un exceso de celo, porque el patrimonio biológico está para ser aprovechado, bien aprovechado. Nuestras plantas tienen diversas perspectivas económicas y eso es lo que no han entendido para crear la paz sostenible que buscan”.