Este es un recuento de varias reflexiones publicadas en Facebook y Twitter sobre la producción de la serie, sus efectos y las posibilidades que tienen las fromas narrativas para disputar o trastocar el sentido común que ha existido en torno al uribismo.
Durante los días previos y posteriores a la emisión del primer capítulo de ‘Matarife’, el viernes 22 de mayo, se debatió -especialmente en redes sociales- sobre los alcances que tendría la serie. ¿Quién tiene el monopolio de las interpretaciones? ¿Quién concentra los relatos que se hacen sobre el legado de Álvaro Uribe Vélez? ¿Qué efectos culturales tendrá esta serie web que, en su primer capítulo, va por las 4 millones y medio de reproducciones?
Entre muchos, la serie también abrió –aunque quizás lo que hizo fue subir el volumen a– el debate sobre la circulación de los relatos que se hacen sobre el poder. Sobre lo popular, sobre el sentido común y los afectos. Después de todo, no deja de ser un producto cultural sobre la figura política más determinante de los últimos 30 años en Colombia.
Por eso recogimos varias reflexiones sobre la producción de la serie, sus efectos y las posibilidades que tienen las formas narrativas para disputar o trastocar el sentido común que ha existido en torno al uribismo.
¿Cómo así disputar el sentido común?
La socióloga Sara Tufano dice que “el campo progresista tiene que disputarle el sentido común a la derecha en todos los espacios y, desde ya, se puede decir que, independientemente del contenido, la estrategia de difusión es buena (…) en Colombia la extrema derecha pone la agenda, por lo que es interesante ver que ahora la iniciativa parta del campo progresista. Hay que estar atentos a la reacción del uribismo frente a la serie. Si no hay una contraofensiva es porque al uribismo no le hace mella. De entrada creo que puede serle muy útil a Uribe en su estrategia de victimización, pero esto va a depender del trabajo histórico de la serie, si es capaz de ligar la historia de vida de este personaje a la historia política y económica colombiana”.
Tufano menciona en su post de Facebook una arista del deabte que tiene que ver con la posición del intelectual progresista en este escenario. “[D]entro del campo progresista hay una élite que se sitúa por encima de las “masas” y desde allí pontifica sobre lo que es verdaderamente crítico. Creo que el trabajo crítico debería tener alguna utilidad que no sea solo la de darle prestigio al crítico. Estos “críticos realmente críticos” acaban reproduciendo las prácticas de exclusión de la clase dominante”.
El crítico de cine Pedro Adrián Zuluaga escribía en su Twitter: “Es que eso es lo político de Matarife. No la información, que es irrelevante, refrita, superficial, sino un código sentimental que reproduce estructuras de poder y, claro, de clase. “Esto es lo que tú puedes entender: acéptalo y agradécelo; es tu destino”. Clasismo paralizante”.
Y decía, en un comentario a uno de sus trinos, que Matarife “baja bastante el rasero de lo periodístico, de lo político y de lo jurídico”. Zuluaga dice que lo que cuestiona de Matarife no es su formato sino su discurso: “Matarife nos resuelve complicaciones en la enseñanza de la historia (esa cosa aburrida donde hay que entender cuando se puede simplemente acusar) y que no inaugura la uribexploitation sino que prolonga la tradición del periodismo de confrontación en Colombia”.
Sobre qué tanto había (o hay) de periodismo en Matarife hubo una discusión que generó un comentario de Carlos Cortés, director de La Mesa de Centro, un formato de La Silla Vacía. Cortés recordó un tuit que había escrito en 2017 sobre el también periodista Gonzalo Guillén, uno de los periodistas detrás de la serie: “Gonzalo Guillén escribe como si cobrara deudas personales. Ahí la información es simplemente la cruceta que encontró en el baúl del carro”.
El escritor Juan Álvarez retuitió con el siguiente comentario: “Muchas veces, ante el cianuro de organizaciones criminales intrincadas, sinuosas y sofisticadas, lo único que tienes es la cruceta que te ampara en el baúl de tu carro”. De ahí se desprendió lo siguiente:
—Sí, también es cierto. La pregunta es si aceptamos eso como periodismo —respondió Cortés.
—Sí, ante ciertos eventos extraordinarios, el problema no es qué aceptamos o no como medio apropiado de acercamiento al evento. El problema es dar cuenta del evento y hacerlo con urgencia, con el mugre que implican las urgencias. (“Mugre” para mi es una noción valiosísima, aclaro.) —dijo Álvarez.
—De acuerdo. Pero con esa serie no nos vamos a acercar al evento. Más allá de la pregunta por el periodismo, es una causa política que va a sacrificar puntos relevantes del debate. Y no digo que no sea válido. Adelante. Pero va a ser simplemente alimento para una tribuna —replicó Cortés.
—No creo. Ciertas causas políticas requieren de activismos narrativos. Esos activismos puede que sacrifiquen “puntos”, como cualquier digestión de conocimiento, lo q no hace q no sean ‘nutritivos’. Las bases (¿tribuna?) también se alimentan —volvió a responder Álvarez.
—Es un activismo narrativo. Buen término ese. Me deja pensando. Siendo activismo, debe buscar hablarle a gente distinta a los convencidos. De pronto sí lo logra —cerró Cortés.
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¿Qué esperaban?, se preguntó el escritor Juan Cárdenas en Twittter cuando terminó la emisión del capítulo. “¿Qué esperaban? ¿Una de Claude Lanzmann? ¿Un anti-monumento de Doris volcado en píldoras de cinco minutos? Matarife es puro agit-prop con recursos de folletín pecueco. No era tofu ni kimchi ni kombucha. Es pura pelanga informativa para las masas y todo lo que dice es cierto”.
Por su parte, la escritora Carolina Sanín opinó, también en Twitter, sobre el sentido de lo popular que “[q]uienes, sintiéndose muy democráticos, argumentan que al “pueblo”, como dicen, hay que presentarle cosas simplificadas, de mala calidad, facilistas y maniqueas (y que los que criticamos eso nos creemos “superiores”) están incurriendo en el clasismo más excluyente y más indigno”. “Y, por cierto, la tragedia griega, no la propaganda ramplona, fue el primer producto cultural de la democracia. No, señores, democrático no significa el mínimo común denominador.”
Y a eso agregó: “Igualitario es poder criticar “Sábados felices” o “El paseo” y querer que vengan cosas mejores que eso, en lugar de decir, como los señoritos que se precian de demócratas y de nacionalistas, en su esnobería y su exclusión, que “no critiquemos eso porque le gusta el pueblo””.
En relación a esto último, a la apropiación que el pueblo haría de un producto cultural, la filósofa argentina Luciana Cadahia escribió en Twitter que “Adorno despreciaba el cine por vulgar y maniqueo. Benjamin, en cambio, sabía que trabajar la sensibilidad desde la imagen era una labor contradictoria y paciente. Incluso pensó muy bien la diferencia entre el uso que hacía el fascismo y el que podían hacer los revolucionarios. Muchos años después vino Martín Barbero y nos enseñó que vale verga la sensibilidad del burgués. Y que podía llegar a ser interesante ser más “sensibles” a las apropiaciones populares de los dizque “productos” de mala calidad. La neurosis por controlar el sentido de las cosas, muy clasemediero, nos hace olvidar de los usos inesperados que pueden ocurrir ahí afuera. También nos hace olvidar el índice de nuestra cutres (sic) y de cómo ellas cocinan nuestro sentido común a transformar entre todos”.
—La izquierda lleva décadas sin poder conectarse con la sensibilidad popular (Pasolini o St. Hall se cansaron de decirlo). ¿Y si nosotros, tan educaditos y de buen gusto, estamos equivocados y se necesita algo como Matarife para reconectar? Es una pregunta honesta. Sin vueltas —escribió poco después en un trino Juan Cárdenas.
— Uf amigo, no lo sé. Primero por la difusión en redes, que finalmente sigue siendo minoritaria en Colombia. Habría que ver qué productos en radio y televisión conectan. No sé si un hombre gritando innombrable y mostrando con un drone El Nogal sea sensibilidad popular —le respondió la también escritora Gloria Susana Esquivel.
—El maniqueísmo de vodevil y los tipos (“el villano”, “el héroe”, “la víctima”) sí son sensibilidad popular y muy antigua, por cierto. Al menos deberíamos mostrar cierto escepticismo con lo que nuestro propio gusto nos obliga a rechazar, digo yo —replicó Cárdenas.
La filósofa Laura Quintana escribió que sobre esta discusión habría que “(i) rechazar que haya productos adecuados para “las masas”, nada más desigualitario y despreciativo; (ii) pero también evitar anticipar el efecto que los productos culturales, incluso los facilistas pueden tener. Las formas de apropiación son diversas, anticiparlas también puede ser desigualitario, pues prevé de antemano lo que la gente puede hacer o pensar con lo que ve” .
Finalmente, la filósofa Elena Sánchez escribió en un extenso post de Facebook que “en términos de comunicación (por lo menos en su sentido “cibernético”) Matarife es muy mala, no transmite sino algo lleno de conjeturas: que unos testigos (quiénes?) dicen que Mancuso se la pasaba en el Nogal y que ahí estaban los lugartenientes de Uribe. Como quien dice: “cuentan por ahí que”. Y claro, si esa fuera la cuestión eso no serviría para convencer a un uribista, pero no porque la comunicación sea de buena o mala calidad sino porque ni siquiera lo va a mirar. Porque lo mueven otros afectos”.
Y añade que “visto lo que se armó el viernes cambié de opinión. Me di cuenta de que quizás el contenido del episodio ni siquiera fuera lo más importante. Me di cuenta de que estaba asistiendo a una especie de ritual al que millones de colombianos estaban asistiendo, de que estábamos asistiendo a una especie de tribunal colectivo en el que finalmente íbamos a condenar públicamente al “Matarife”.
“Si Matarife tiene que ver con la comunicación es en un sentido inverso. No en cuanto surja de una “doxa” sino en cuanto intenta instalar otra, una que debimos haber instalado hace mucho tiempo. Pero ahora con un lenguaje global. Un lenguaje que inmediatamente ha sido percibido más allá de nuestras fronteras. No sé si lo logre. No sé si logre instaurar este nuevo sentido común, un sentido común que ha de rebosar nuestras fronteras porque corren tiempos de neo-fascismo global”.
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Nota: el recuento de los debates que se hace en este texto no es exhaustivo (ni puede ni pretende serlo). Es apenas un recorrido por las ideas y reflexiones más profundas que surgieron, no tanto acerca de la sustancia de la serie, sino alrededor del tema de lo popular, de la apropiación de los productos culturales y de la intervención de narrativas como la de Matarife en el sentido común de los colombianos. Un poco a manera de rescate, pues sabemos que cuando vengan los siguientes capítulos este dejará de ser un tema.