Estuvimos en la casa del "Rey del Currulao" y hablamos sobre el homenaje que le hicieron en el Festival Petronio Álvarez, su historia, la de sus hijos y su lucha por la paz.
Por las calles del barrio Piedras Cantan han caminado paramilitares, guerrilleros, jóvenes de pandillas, militares, traficantes de droga, despojadores de tierra, empresarios. En fin, todos los actores de la guerra en Buenaventura, el puerto más grande de Colombia. Cuando pasaron por el barrio siempre fueron observados por los ojos serenos de Baudilio Cuama Rentería, conocido como el “Rey de Currulao”. Su nombre, en Estados Unidos, es el de uno de los músicos tradicionales más importantes de Suramérica.
En el barrio algunos vecinos lo definen como un marimbero importante, famoso en el puerto. Cuando piensan en su imagen no pueden negar el primer episodio que se les viene a la mente: el asesinato de dos hijos de Baudilio en 2004, en el mismo barrio Piedras Cantan. Pero después recuerdan, inevitablemente, el sonido de la marimba chonta que desde hace 43 años se escucha en la casa de Baudilio. Un sonido que con el paso de los años, por lo menos en esa calle, ha desplazado al ruido de las balas.
Narrar la historia de Baudilio Cuama es narrar la historia reciente de la música tradicional del Pacífico colombiano. En su vida están presentes reconocimientos en la Unesco, conciertos en Estados Unidos, cientos de clases a jóvenes – Baudilio es una inspiración para muchos grupos que van de gira por el mundo, como Herencia de Timbiquí – y decenas de reconocimientos en universidades, alcaldías y gobernaciones por su aporte a la música tradicional colombiana. Para muchos académicos, Baudilio rescató el Currulao, y lo puso en los conservatorios de París, Barcelona, Washington.
Pero hablar de su historia también es recordar la violencia que persiste en Buenaventura. Él puede explicar durante horas cómo se construye una marimba chonta y puede revelar, sin ningún problema, los secretos para construir un bombo arrullador perfecto. Al mismo tiempo, puede relatar, sin preocupaciones, lo que ha pasado en Buenaventura en los últimos años: el desplazamiento de más de 140.000 personas en los últimos 20 años (según cifras del Centro de Memoria Histórica), las masacres en los barrios de bajamar, la llegada de los paramilitares en la década del 2000 y la guerra con las Farc en las zonas rurales de Buenaventura.
La cara de Baudilio aparece en varios afiches que todavía están pegados en las paredes de los barrios de Buenaventura. Allí se ve tocando marimba, iluminado, como un ícono del festival de música Petronio Álvarez. En agosto pasado el festival le hizo un homenaje: “Ríos de historias, mar de saberes”. A diferencia de los homenajes comunes, Baudilio no se quedó quieto y se puso a tocar marimba en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo.
Una conversación con Baudilio Cuama
El barrio Piedras Cantan queda a unos cinco minutos del malecón de Buenaventura, en la comuna cuatro. Al fondo del barrio, donde las casas se han construido ganándole terreno al mar, está el taller de Baudilio. Su cara aparece en los afiches del Petronio Álvarez, pegados en las tiendas construidas en madera. En uno de los garajes está el taller rudimentario de música. Se ven, a lo lejos y de reojo, marimbas, bombos, tamboras y cununos. Son las cuatro de la tarde y Baudilio está sentado, preparando dos cununos para enviarlos a Bogotá. Tiene puesta una camiseta blanca y un pantalón viejo. Es bajito, mulato, sonriente. Recibe a la gente con dos marimbas que lo escudan. Deja que los visitantes las toquen, enseña, responde con paciencia. Siempre tiene abierto su taller.
Sentados en el taller de música, donde ensaya, construye y enseña, Baudilio nos habló sobre el homenaje que le hicieron el Petronio Álvarez, donde rescataron su trabajo por la construcción de paz en Buenaventura, lugar en el que ha vivido siempre. Nació en El Tigre, en la vereda de Raposo. Es hijo de Eloy Cuama, indígena Wounnan y de Bernardina Rentería, mujer afro, y comenzó desde los ocho años a tocar la marimba chonta, una costumbre que le llegó de la familia de su madre.
“Mi papá tenía una marimba de 24 chontas, pero no sabía tocar muy bien, quería impresionar a mi mamá”, recuerda Baudilio entre risas. Esa marimba fue la primera que él tocó, con la ayuda de su padre y un tío materno. “Mi papá mantenía muchas chontas y cuando a la marimba se le perdía una me ponía a completarlas. Entonces, cuando yo hacía eso, me di cuenta que cada chonta tenía un tono diferente. Aprendiendo a arreglar esa marimba aprendí también cómo sonaba, después ya aprendí a tocarla”.
La marimba de chonta que tenía el papá de Baudilio tenía una afinación diferente a las marimbas convencionales. “Así es en la música tradicional del Pacífico, la afinación está es con las voces de las cantadoras. Uno tiene que tener muy buen oído para tocarla. Les dicen marimbas desafinadas, pero no es que estén desafinadas, sino a tono con nuestras señoras del campo que cantan”. A sus 28 años (hoy tiene 71), Baudilio viajó a Buenaventura, donde vivió con sus siete hijos. En ese entonces, la marimba no era muy conocida. Baudilio tocó las puertas de la Casa de la Cultura en Buenaventura. Lo escucharon, lo contrataron por dos salarios mínimos y le abrieron puertas en diferentes ciudades para exponer el currulao.
Trabajó como músico y profesor en la Casa de Cultura. En las noches, cuando llegaba al barrio Piedras Cantan, trabajaba en el taller de instrumentos. Mientras tanto, afuera, en las calles del barrio, los paramilitares caminaban en la madrugada y utilizaban la calle como corredor de droga, saliendo después en lanchas rápidas con la carga de los narcóticos. Pero Baudilio nunca se metió en eso. “A mí me han conocido siempre los pelaos por la música. A muchos les atrae el sonido, venían a la casa y se quedaban tocando”.
Dos de sus hijos, Alí y Jefferson, están en Chile de gira. Alí toca la marimba y canta; Jefferson el bombo arrullador. En Colombia tocan con la agrupación Bombo Negro, también premiada en el Petronio Álvarez. “Alí ha estado en Estados Unidos dos veces y se va España ahora en tres meses. Cuando los pelados del barrio ven eso, ven que con la música pueden cumplir sus sueños”. Cuando le pregunto por sus otros hijos me cuenta que todos han tocado en grupos musicales, que es un herencia. Y admite, con la cabeza agachada, el vacío que le dejó el asesinato de dos de sus hijos, de 17 y 18 años. “A mí me los mataron aquí fuera de la calle. Ellos tocaban en un grupo que se llamaba Negritos del Pacífico; ganaron dos premios en el Petronio Álvarez en 1997”.
En el 2000, cuando Éver Veloza, alias HH, llegó al Valle del Cauca para tomar el control de la zona costera hasta Chocó con las Autodefensas, la situación se complicó en el barrio Piedras Cantan. “Se puso muy tremenda la violencia. Había mucho plomo porque estas calles eran una ruta para sacar la droga. Ni siquiera la policía era capaz de entrar al barrio. Las bandas se enfrentaban por el territorio. Un día, mis unos policías sacaron a mis dos hijos en moto del barrio porque ellos iban a darles clases de música. Justamente ese día más temprano otros policías se habían metido al barrio, haciendo un operativo. Las bandas del barrio dijeron que mis hijos los habían aventado, comenzaron a perseguirlos y un día, cuando terminamos de ensayar para un toque, ellos salieron a la calle y los mataron. Fue en el año 2004 y yo sabía quiénes los habían matado”.
Al día siguiente, cuando Baudilio fue a trabajar a la Casa de la Cultura, le dijeron que por seguridad tenía que abandonar del barrio, que el taller no iba a prosperar tampoco. “Yo les dije que no, que no me salía. Yo les dije: no tengo armas, luego no soy violento. Tengo a mis otros hijos y voy a velar por ellos pero quedándome acá, enseñando música como lo he hecho todos estos años. Es que ustedes tienen que saber algo: si queremos paz en Piedras Cantan, tenemos que darles a los jóvenes un bombo en lugar de una bomba, un cununo en lugar de una granada. Mi ranchito no se lo voy a dejar a esos bandidos. Ahí se pierde todo el proceso que he hecho en el barrio”.
Baudilio tenía razón. Con el paso de los años la violencia se recrudecería, pero su casa era un refugio para los jóvenes. Su familia tomó precauciones, pero el taller siguió abierto. “Una vez, uno de los pelados que mató a uno de mis hijos me pidió comida y yo le di cosas que tenía en un granero. El vecino me dijo: le matan a los muchachos y usted hace esto… Yo le dije: Dios es el único que modera esto. Yo no puedo hacer justicia con mis manos, pero si puedo hacer un servicio sí lo hago”.
Lo triste, dice, es que los pelaos de las pandillas fueron cayendo en ciclos de violencia que terminaron en la muerte: “El que mató uno de mis hijos, lo mataron un día que iba caminando acá por la misma calle de Piedras Cantan. Pasó y luego pum, escuchamos unos balazos. Es que trabajar con la gente de Medellín que los ponía a cuidar o a mandar la droga es muy duro porque por cualquier cosa los pueden matar. En cambio cuando se meten acá, en la casa, nadie les va a hacer daño porque esta música es pacífica, es pura alegría. Ese es el granito de arena que estamos aportando”.
El tiempo pasó y Baudilio viajó a diferentes países, lo llamaron de universidades en todo el país para que diera clases, para que explicara cómo construía los instrumentos. Ha exportado marimbas a Europa, a Asia. Y todo esto lo hizo mientras trabajaba con los mismos dos salarios mínimos en la Casa de la Cultura, de donde se jubiló. Las clases, ahora, las da en el taller de su casa en Piedras Cantan: “Los que tienen las armas tienen mucho odio por dentro, y la música puede cambiar ese aspecto en ellos mismos. Cuando escuchan que de una casita salen unos sonidos que les gustan y de pronto se interesa por la marimba chonta, algo puede empezar a cambiar”.