OPINIÓN. Guárdenlo para enseñarle a sus nietos: no hay balacera que dure mil años, ni pueblo que la aguante.
No somos la generación que compramos periódicos. Pero mañana, jueves 25 de agosto, hagan el ejercicio de comprar el periódico. El que quieran. Mírenlo y guárdenlo muy bien. El titular principal -que variará de acuerdo con la creatividad de los periodistas- va a contener una noticia que ninguno en la vida creyó que iba a encontrar: los acuerdos de La Habana se cerraron con éxito. La definición más grande que van a tener de esa palabra Historia es lo que tienen en la mano: 50 años de guerra con las Farc llegan a su fin.
Hay muchos escépticos, y con razón. Esto no ha sido ni será un camino fácil. La paz trae unos cambios y retos como sociedad, pero también a nivel individual. Pero miren otra vez ese periódico y piensen en las veces que lo vieron lleno de tristeza y dolor, de sangre y muerte. Unas fotos de cadáveres, pueblos arrasados y combatientes destrozados. Una guerra implacable que se devoraba a Colombia y a los sueños de millones de sus habitantes. Ese es el periódico al que tristemente estamos habituados. Y este periódico nos habla de otro camino para el país.
Ahora miren las fotos y encontrarán a hombres y mujeres que, después de hacer la guerra, decidieron que, al final, nos tenemos que sentar a hablar. En el caso de una guerra tan brutal como la colombiana, ese reto no puede ser fácil. Muchos de estos personajes fueron enemigos acérrimos en la batalla y, con toda esa carga de emociones y experiencia, pudieron compartir mesa y llegar a acuerdos. Esta situación requiere grandeza. Entendieron que, más allá de su propia historia, existe la oportunidad de entregarle a las futuras generaciones una mejor Colombia de la que encontraron.
Nunca Colombia podrá estar suficientemente agradecida con el grupo de negociadores del Gobierno (civiles y militares) que, a pesar del pesimismo, la incomprensión y la dificultad, no desfallecieron en todos estos años. Esos, en la foto del periódico, y todos lo que no aparecen, apostaron contra todas las probabilidades y lo lograron. La deuda con ellos es inmensa al creer cuando nadie creyó. Con todo su trabajo nos hicieron creer. Gracias.
Lo irreal de la finalización de los acuerdos de La Habana es que vamos a empezar a redefinirnos como país. De enfrentarnos, a entender cuál es la naturaleza misma de Colombia y si estamos condenados a la guerra y la venganza. De la apatía, a la empatía que puede empezar a sanar las profundas heridas que han dejado la brutalidad y la violencia. Cuando estén mirando ese periódico piensen en las noticias que nos traerá el futuro y, más aún, en todas aquellas que no queremos volver a ver.
Esta semana nos queda soñar –palabra que suena hippie pero que podemos darnos la licencia de usar de vez en cuando- con esa nueva Colombia. Una Colombia que ninguno de nosotros conoce, pero que intuimos, sin duda, es mejor que el dolor y los muertos. No va a ser fácil, pero ¿quién dijo que la guerra lo era?.
Este periódico, el del jueves, cómprenlo y guárdenlo muy bien. Guárdenlo como prueba de que nadie está condenado a nada; que se puede ser mejor de lo que fuimos como sociedad y como personas. Que los ciclos de venganza y dolor se pueden romper. Guárdenlo para hacernos la pregunta sobre cuál es la naturaleza de un pueblo como Colombia. Y guárdenlo para enseñarle eso a sus nietos: que no hay balacera que dure mil años, ni pueblo que la aguante.
Y todo este sueño está a un Sí en las urnas de hacerse realidad. De todos depende que ese periódico de mañana sea el principio de una gran oportunidad o la gran oportunidad perdida.