'Los nadie', la película punk que nos habla desde las comunas de Medellín | ¡PACIFISTA!
‘Los nadie’, la película punk que nos habla desde las comunas de Medellín
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‘Los nadie’, la película punk que nos habla desde las comunas de Medellín

Staff ¡Pacifista! - marzo 9, 2016

Hablamos con Juan Sebastián Mesa, el director del largometraje que abrió el Festival Internacional de Cine de Cartagena.

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Por Daniel Montoya 

Los nadie muestra cómo se vive en algunas comunas de Medellín a través de las historias de cinco jóvenes malabaristas que resisten a la violencia. Juan Sebastián Mesa, el director de la película, se fue al exterior mamado de la ciudad. Según él, después de la desmovilización de los paramilitares se generó una fuerte confrontación por el control de los barrios.

Después de tres años por fuera, decidió regresar a Colombia y hacer todo lo contrario; en vez de seguir escapando de la violencia urbana, se puso a la tarea de retratarla. En su primer largometraje, narró con un espíritu punk esas dinámicas de las que huyó.

Hablamos con Juan Sebastián sobre su película, que abrió el Festival Internacional de Cine de Cartagena (Ficci).

Estos son los cinco que le dan vida a Los nadie. Foto: Ficci.

 

¿Cómo fue ver su primera película abriendo el Ficci?

Fue interesante ver a generales, al presidente Juan Manuel Santos y a un montón de gente con punk a todo volumen fumando marihuana. Todos mirando con cara de “¿qué es esto?”. Creo que el festival asumió una postura un poco arriesgada. A pesar de ser una película brusca con el espectador tenía elementos que hablan de una nueva forma de hacer cine que al festival le interesa mostrar.

¿De dónde sale Los nadie? 

La película surge de un sentimiento que tuve de irme de la ciudad donde había nacido, de Medellín. Viajar, conocer lugares que había visto en fotos, pero que se veían muy lejanos. Durante el viaje conocí muchos malabaristas. Me pareció muy particular el estilo de vida que tenían: una autonomía de poder irse de la casa y no pensar nunca cuándo volver.

Cuando llegué a Medellín sentí un choque muy brusco de volver a estar en un mismo lugar y empecé a escribir la historia de la película. Llamé a un amigo que es malabarista y le dije que habláramos, que me contara un poco cómo era esa vida. Así que la historia comenzó inspirada en él.

¿Cómo arrancó la producción?

Comenzó como un cortometraje con elementos de ficción. Cuando empezamos a hacer el casting llegó gente muy bonita, que le aportaba fragmentos personales a la historia, y nos dimos cuenta que podíamos hacer una película completa con ellos. Tenían unas historias muy particulares. A partir de ese trabajo, empecé a hacer unas historias con nuevos personajes. Después hablé con los productores y les dije: “parce esto da como para hacer un largometraje”. Así que lo decidimos: con la plata de un corto, hicimos un largo.

Después de ese casting, quedaron cinco personajes. ¿Cómo los crearon?

Surgieron de un sentimiento de amor y odio con la ciudad. Siempre dicen que los paisas somos muy arraigados, pero de alguna forma Medellín es una ciudad muy excluyente y violenta. Puede que haya mejorado en muchísimos aspectos, pero cuando yo decidí irme, lo hice porque estaba aburrido.

Habían extraditado a unos jefes paramilitares a Estados Unidos y los órdenes de la ciudad habían cambiado. Se formó una lucha por el poder, había muertos por todos lados, salías a la calle y te requisaban por todo. Me aburrí de esa dinámica.

La película es eso. Es la lucha de unos jóvenes por existir en un contexto que es muy hostil con ellos, pero que encuentran la manera de habitarlo. Y lo convierten en unos lugares muy bonitos, no por el entorno, sino por las personas que lo habitan, que son sus amigos.

¿Por eso los actores tienen vidas parecidas a las que interpretan en la película?

Son las circunstancias del proyecto. Es difícil exigirle a un actor que aprenda a hacer malabares en una situación tan compleja. Creo que estaba buscando más unos rostros que de verdad representaran lo que quería contar. Más allá de la capacidad actoral que tuviera cada uno, me interesaba que con el simple hecho de verlos pensaras: “ahí hay una historia”. Buscábamos una energía muy bonita que conectara a los personajes.

¿Cree que las actores se sintieron representados en los personajes?

Era una de las cosas que más me preocupaba. Hablé con ellos después de la película, en la inauguración del Ficci, ellos no la habían visto. Me dijeron que lloraron con la película, me decían: “yo soy esto”. Sentían que habíamos tocado todo de manera muy respetuosa.

Además, desde el principio les dejamos muy claro que posiblemente sería la única película que rodarían en su vida, no queríamos venderles la idea de que serían actores famosos.

En la película, usted grabó en los lugares donde aún se viven las dinámicas que lo hicieron huir de Medellín. ¿Cómo fue esa experiencia?

Medellín es una ciudad que tiene unas problemáticas bastante latentes, que a veces se tratan de maquillar con un montón de publicidad. Pero están ahí, todo el mundo lo sabe. Es una doble moral. Trabajar bajo esas dinámicas es asumir una postura un poco extraña. Había que tratar de entenderlas y trabajar con ellas, porque si no habría sido imposible hacerlo; entender que llegas a un barrio y en el barrio manda “alguien”, no manda la policía, que para sacar una cámara tienes que ir a hablar con ese “alguien”, porque en el barrio no se hace nada sin que esa persona sepa.

Juan Sebastián Mesa, director de la película colombiana Los nadie. Foto: Laura Alhach

¿Tuvieron que parar de grabar alguna vez por cuestiones de seguridad?

Siempre nos tocaba primero hablar con “alguien” para que dijera: “listo, les prestamos la seguridad”, que eran cuatro pelados en moto pendientes de que no te pasara nada.

Grabando una escena como a las dos de la mañana pasaron unos manes gritando: “¡ustedes quiénes son!”. Nos pararon el rodaje. “Acá no se graba nada. ¿ustedes ya hablaron con el “apá”?”. Les decíamos que sí, pero como no nos creían, fueron a hablar con el “apá”, a confirmar si teníamos o no permiso.

En otro momento estábamos rayando unas paredes para otra escena y llegó un man y nos dijo: “yo soy el que cuido este lugar, mañana llega mi patrón y ve esto rayado…” Era la calle, él cuidaba una cuadra. Hasta que no le dimos plata no nos dejó seguir trabajando. Era muy frustrante a veces, pero teníamos que asumir un poco esas dinámicas para contar lo que queríamos contar.

¿Cómo contrastaron la cultura de circo y música con la violencia que se vive en los barrios?

A mí me interesaba que los conflictos se contaran, que no fueran algo tan tácito, pero no quería mostrar escenas violentas. Quería estar con esos personajes que a pesar de su contexto encuentran su forma de ser felices con cosas tan mínimas como rayar una pared.

Después de haber rodado la película, ¿volvería a huir?

De alguna forma, cuando me fui escapé a unas dinámicas que sentía que me estaban abrumando, pero durante el viaje empecé a extrañar otras. Era huir de una ciudad llena de elementos que me volvían a jalar. No es solo el espacio físico, sino también la gente que uno quiere.