Lord Alderdice, uno de los negociadores clave de la paz en Irlanda del Norte, nos habló sobre las lecciones que le puede aportar ese proceso al de La Habana.
Durante la segunda mitad del siglo pasado, Irlanda del Norte vivió en medio de enfrentamientos entre católicos y protestantes, el IRA y las Fuerzas Leales. El conflicto pasó las fronteras y se alcanzó a meter hasta Inglaterra e Irlanda. En 1998, después de ver caer miles de muertos, firmaron un acuerdo de paz que sentó las bases de un gobierno compartido entre ambas partes. Lord Alderdice, un político y psiquiatra norirlandés, fue parte esencial de esos diálogos y ha participado activamente en el proceso de verificación de la dejación de armas, en el mantenimiento del consenso político y en la lucha contra los grupos paramilitares que amenazan la estabilidad de lo acordado.
Lord Alderdice estuvo esta semana en Colombia. Se reunió con el presidente Juan Manuel Santos y habló en varios escenarios sobre los aportes que puede dar su experiencia al proceso que llevan el Gobierno y las Farc. Sin embargo, dice que por momentos no ve tantas lecciones para traer desde su país sino que ha visto muchos ejemplos que le gustaría llevar de Colombia a Irlanda del Norte. Hablamos con él para entender cuáles son las lecciones que puede aportar cada proceso y qué hace falta mejorar de lo que hasta ahora se ha acordado en La Habana.
En Irlanda del Norte, como en todo el mundo, los más afectados por el conflicto fueron los civiles. ¿A qué acuerdos se llegó para reparar a las víctimas?
Trabajar con víctimas individuales es un asunto muy diferente a trabajar con comunidades específicas. Al principio nosotros no entendimos bien eso. Creíamos que había que diferenciar primero los tipos de víctima, pero luego nos dimos cuenta de que habría sido mucho más eficiente interpretar que todas las víctimas lo son y tratar de resolver sus problemas de salud, de traumas, de dinero sin entrar a juzgar su pasado. Como psiquiatra, creo que esa es la mejor forma. Lo segundo es que no destinamos suficientes recursos. Por ejemplo, era muy difícil conseguir fondos para apoyo psicosocial.
A veces la reparación se enfoca solo en dar dinero y devolver tierras, pero se abandona el componente psicosocial. ¿Cuál fue su experiencia en ese sentido?
Nosotros teníamos muchos más recursos y no teníamos tantas víctimas como ustedes. Además nosotros tenemos un Servicio Nacional de Salud, que provee terapias psicológicas a quien lo necesita. Por otro lado, destinamos mucho dinero a organizaciones comunitarias, a organizaciones de mujeres, etc. Y a grupos de especialistas que sabían trabajar con víctimas y sobrevivientes, para que se entrenaran, aprendieran y estuvieran en condiciones de prestar un servicio psicológico adecuado. Sin embargo, algo que he visto aquí y que tuve la oportunidad de discutir e es que, dado el gran número de víctimas y el pequeño número de especialistas en apoyo psicosocial, va a ser casi imposible dar un servicio individual.
¿Cómo se trabajaría entonces a nivel grupal?
Algunas personas necesitarán terapia individual pero la mayoría tendrán que ser grupales. Algo importante es que, como seres humanos, tenemos cierto grado de resiliencia, de capacidad reponernos por nuestra cuenta. No todo el mundo necesita terapias intensivas. Si eso se logra, habrá más posibilidades de trabajar con quienes necesitan mucho más apoyo. Luego, las terapias grupales de cierta forma fluyen, las historias se complementan, se apoyan y contarlo en público ayuda a seguir adelante.
¿Qué podría hacer la sociedad civil para exigir la verdad a los victimarios?
Hay algo llamado daño moral. A un soldado le ordenan disparar, pero él ve que es una mujer con un bebé. “¿Qué hago?”, se pregunta. “Pues me ordenaron disparar”, dice, y dispara. Luego, obviamente va a estar muy afectado por eso. No se lo puede sacar de la cabeza. En algunos casos son más los soldados que se suicidan que los que mata la guerra. Y en ese sentido en Colombia debe haber muchos guerrilleros, soldados, policías y paramilitares que tienen en su cabeza historias que los atormentan y quieren deshacerse de ellas. Muchas de esas personas pueden estar preparadas para decir la verdad si hay un ambiente propicio para ello. Yo no creo que ese ambiente deba ser uno totalmente legal. Creo que funcionaría mejor un contexto más narrativo, que es donde entrarían los civiles.
Una de las críticas que se le hizo al acuerdo que se publicó en septiembre, donde se explicaba cómo funcionaría el modelo de justicia transicional, fue “que las Farc no serían castigadas”. ¿Cree que hizo falta que las penas fueran más severas para que hubiera justicia?
Cuando ha habido tanto dolor y tanto sufrimiento la gente tiene mucha rabia. Pero si la gente se detiene a pensar por diez segundos acerca del Acuerdo, ¿en serio esperan que las Farc firmen un acuerdo que les dé el mismo castigo que tendrían sin acuerdo? Por supuesto que no. Entonces: si la gente no quiere que haya acuerdo está bien pensar así, pero si la gente quiere un acuerdo hay que ser realista con las posibilidades. Y, por lo que he visto, las Farc están firmando un acuerdo mucho más difícil que el que firmó el IRA. En nuestro caso, por ejemplo, todos los prisioneros salieron en dos años. La garantía que sí existió y que debe existir acá es que si reincidían volvían a la cárcel de inmediato.
Cuando ustedes refrendaron sus acuerdos tuvieron un nivel de aceptación alto. ¿Fue así durante todo el proceso o el apoyo a firmar la paz se manifestó solo al final?
Durante el proceso el apoyo iba de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Había momentos donde la gente no creía que fuéramos a acordar nada. Si la gente cree que no va a haber un acuerdo, no hay apoyo. No quieren esperanzarse y luego decepcionarse. Pero cuando la gente vio que había un acuerdo, hubo mucho apoyo. Lo que hicimos fue tener listo el referendo en muy poco tiempo y nos esforzamos mucho para que quedara bien hecho. Nuestro acuerdo no es muy largo y está escrito en un lenguaje tan sencillo que cualquiera lo puede entender. Creo que en ese sentido va a ser mucho más difícil para ustedes porque su acuerdo es grande y complejo y no parece que sea fácil de leer para la mayoría de la población. Eso es complicado porque muchas veces la gente termina no votando por los asuntos del referendo sino por cómo se sienten frente al gobierno de turno. Eso es muy peligroso.
En nuestro caso se ha presentado una situación complicada y es que ha habido muchas interpretaciones negativas del acuerdo por parte de la oposición, que tiene unos niveles de popularidad muy altos. Incluso, en algunos casos, esas interpretaciones podrían no ser rigurosas con lo que dice el acuerdo. ¿Cómo interpreta esa situación?
Todo eso es parte del negocio de la política. Es mucho más fácil destruir cosas que crearlas. Además, hay una diferencia entre los que son de mente más abierta y los que son más conservadores: los primeros hablan de formas complicadas y quieren justificar cada cosa. Eso no es muy exitoso. Sienten que tienen que explicar todas esas cosas para que la gente entienda bien. No es así: la gente no vota por lo que entiende sino por lo que siente. En cambio, los más conservadores son muy buenos en apelar a los sentimientos, especialmente cuando se trata de miedo y rabia. Hay que entender eso y hacer lo posible por abstraer lo más importante del acuerdo y tratar de entrarle a la gente por el lado sentimental.
Como yo lo veo, el expresidente Uribe es un hombre muy fuerte, que fue muy determinado con la seguridad y quiso resolver el problema a su manera. Pero ya tuvo su tiempo como presidente. ¿Resolvió el problema? No lo hizo. La experiencia de muchos países deja ver que hay un papel importante para la seguridad pero la seguridad sola no resuelve problemas. Lo que pasó durante la presidencia de Uribe es que, al contrario, aumentó el número de víctimas. La pregunta es: si él no pudo solucionarlo y además aumentaron las víctimas, ¿ustedes prefieren eso o prefieren intentar con otra solución? Creo que ese es el tipo de razonamiento que hay que plantearle a la gente. Simple y emocional.
¿Cree que apoyar el proceso de paz quiere decir necesariamente que se apoya a quienes están en las negociaciones?
Hay que diferenciar entre apoyar al Gobierno y apoyar un acuerdo. Después de todo, este no va a ser un acuerdo del Gobierno, sino entre el Gobierno en las Farc. Así como quien apoye el acuerdo no tiene que ser pro Farc, tampoco tiene que ser pro Gobierno. Esto es mucho más grande. Lo que la gente debe pensar a la hora de votar, en vez de su simpatía por el Gobierno de turno o las Farc, es que si rechazan el acuerdo probablemente no habrá otro en seis meses sino que se demorará veinte años.
Por estos días en La Habana se negocia el cese al fuego bilateral y la dejación de armas. ¿Cuál fue su experiencia en ese sentido?
Tuvimos un sistema muy complejo para dejar las armas. Había supervisión internacional y una comisión que se encargaba de constatar que quienes tenían armas las tuvieran certificadas o las destruyeran. Obviamente no se destruyó el 100% de las armas, pero sí fue muy efectivo. Por supuesto: fue largo, fue difícil, hubo grandes retos legales y fue necesario el apoyo internacional.
Uno de los obstáculos en ese sentido va a ser dar garantías de seguridad a quienes dejen las armas. En Colombia persisten estructuras criminales fuertes que podrían afectar esa seguridad.
En nuestro caso, el IRA estaba en las negociaciones pero también estaban los paramilitares. Los paramilitares también dejaron las armas. Entonces, si ustedes esperan que las Farc dejen las armas, hay que garantizar de alguna forma que los paramilitares también lo hagan. De otra forma no va a funcionar.
En su país y en otros que han llegado a acuerdos de paz, la violencia, en alguna proporción, se reactivó después de un tiempo. ¿Cuáles pueden ser las causas de esa prolongación de la violencia y qué se puede hacer para amortiguarla?
Lo que hicimos fue crear una comisión internacional, entre Estados Unidos, Inglaterra, Irlanda e Irlanda del Norte. Éramos cuatro comisionados e hicimos más de veinte informes de cómo era la situación. Yo siento que de alguna forma los informes de esa comisión internacional presionaban a quienes intentaban volver a la violencia a no hacerlo. Trabajamos en eso durante siete años. En su caso, por supuesto, hay diferencias, como que las zonas de más violencia son también más inaccesibles y difíciles de supervisar.
¿Cómo cambia la forma de hacer política después de firmar un acuerdo?
Lo primero que cambió es que los que se oponían al Gobierno y usaban la violencia para lograr un cambio político ya no estaban en esa posición. Ahora ellos tenían que llegar a un edificio, compartir con quienes antes eran sus enemigos y no podían usar más la fuerza y la violencia. Aunque no se hubieran vuelto grandes amigos, los partidos de los dos extremos entendieron que tenían que cooperar más, que debían hacerlo por el país.