En esta conversación aparecieron temas que solemos ignorar: ¿qué nos dice la muerte y los sueños sobre nuestra realidad y nuestra relación con el otro?
En un día bastante lluvioso tuve la oportunidad de conocer a César Jaimes y a Juan Pablo Polanco: co-directores de Lapü, una película que gira alrededor del la muerte, del ritual funeral que la comunidad wayúu hace en honor a sus muertos. Doris, la protagonista, es quien dirige “el segundo entierro” de su prima muerta, quien a través de los sueños parece comunicarse con ella para pedirle la exhumación de sus restos. Esta producción nos invita a repensar y resignificar nuestra relación con la muerte, con las personas que se nos van, con nuestros gestos y nuestros ritmos una vez entramos a un espacio de sepultura. La naturalidad con la que el mundo onírico y la muerte dialogan es también una expresión de cotidianidad, de un presente en el que cohabitan mundos, un presente en el que no rige la autoritaria “realidad”.
Los invito a ver esta gran producción que estará en cartelera desde el 31 de octubre.
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Nos encontramos en Casa Tomada, una librería-café en Teusaquillo. Al entrar al lugar se sentía cómo el material de los techos intensificaba la fuerza del agua que caía, así que por unos instantes grabar nuestro encuentro resultó ser algo que debíamos solucionar. Nos ofrecieron el ático, en el tercer piso de la casa: un lugar acogedor, con muchas sillas y una mesa al fondo cubierta por una tela roja. Acomodamos la mesa, tres sillas, pedimos algo caliente para tomar y ya protegidos por un techo y unas paredes de madera, empezamos.
—Quisiera que primero me contaran sobre el diseño de sonido, sobretodo de la decisión del lenguaje. Creo que es algo muy especial que la película sea en wayuunaiki —comienzo.
—Nosotros no sabemos wayuunaiki. Sabemos frases que hemos aprendido durante estos años. Sabemos medio sostener un saludo y algo más; pedir una cerveza, pedir un chirrinchi, decir hasta mañana: las cosas esenciales para sobrevivir. Eso más que una barrera, era una posibilidad para que nosotros nos fijáramos en otros tipos de lenguajes —responde César.
—¿Entonces cómo hicieron? —pregunto sin haber entendido del todo.
—Nosotros empezamos la película con un traductor.
—Y nos dimos cuenta que tampoco servía mucho —continúa Juan Pablo.
—¿Pero ustedes no hicieron el guión?
—No, no, no, no —responden los dos al tiempo.
—Había una escaleta con temas, lugares por donde pasar, dispositivos que habíamos inventado un poco con Doris y con la familia —las protagonistas—. A la hora de rodar una secuencia sabíamos más o menos lo que queríamos, o también Doris nos decía “voy a hablar de esto y luego de esto” y nosotros le decíamos “y qué tal si hablas de esto”, “ah, vale, listo”. Construimos un mapa por donde había que pasar, pero la que decidía qué decir realmente era ella. Después de grabarla hablando por 15 minutos, le preguntábamos qué había dicho y nos decía dos cosas —cuenta Juan Pablo.
—Sólo dos frases —enfatiza César.
Reímos juntos, compartiendo esa sensación de no entender la traducción de mundos que Doris hacía.
—Más allá de hacer una investigación ardua, parece que fue…
—Un proceso de vivir juntos, de estar juntos y de improvisación sobre temas que nos interesaban a nosotros y a ellas.
Luego de una pausa, Juan Pablo continúa:
—Creo que el cine tiene tantos elementos que tú puedes controlar unos y dejar completamente al azar otros, o dejar que los personajes controlen otros y decidan otros. Por eso no nos interesa mucho más que tomar decisiones plásticas como, por ejemplo, saber los planos de las secuencias. Lo demás es producto de ir a hablar.
De repente cae un rayo tan fuerte que interrumpe la conversación y apaga la luz del ático. Por un instante nos deja en silencio y a oscuras. Logro ver sus caras por la luz blanca que entra de la buhardilla y cae sobre ellos.
—¿Qué te estaba diciendo?
—Sobre las secuencias y el azar.
—Ah ok. Entonces, sí, al final la película es un diálogo entre cosas que uno controla, o que uno decide como cineasta, y cosas que deja a la vida pasar. También que el resto del equipo que decida. Eso es lo bonito porque, no sé, cuando uno controla todo como que pierde un poco la magia de lo inesperado, algo que lo sobrepasa completamente a uno.
—Y para nosotros fue una cachetada cuando llegaron las traducciones, un mes después de rodar. Nosotros empezamos a leer y teníamos más o menos en la cabeza lo que Doris había dicho, pero cuando empezamos a leer lo que realmente había dicho era una cosa muy sentida, que le daba otras capas que nosotros no habíamos imaginado. Pero estaban ahí —dice César maravillado, con una gran sonrisa.
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Bueno y ahora sobre la muerte.
—¿Por qué trabajar con un contenido así?
—Porque si hay algo que compartimos todos es enterrar a nuestras personas cercanas. Y estar presenciando a un grupo de gente enterrando a un ser querido, de una forma totalmente distinta a la de uno, nos hizo preguntarnos por qué hacen eso y qué significa como yo lo hago. Porque… a la larga esos velorios no son para el muerto, sino son para los vivos. Son cosas que le están quedando a uno ahí —responde César.
Sí, son cosas que le están quedando a uno ahí.
—La película nos invita a pensar lo que significa morir, lo que significa la memoria —les digo.
Ahora Juan Pablo es quien habla y dice:
—Sí, hay algo de la película sobre cómo lo recordado o lo que es memoria tiene cuerpo dentro de ella y se hace físico. Es decir, eso que es el sueño de Doris se hace físico en Lapü, eso que es el recuerdo de ella con su prima que murió se hace físico. Y creo que eso es un potencial tremendo dentro del cine y es una cosa que vamos a seguir explorando nosotros: cómo darle cuerpo y darle fisicidad a…
—Lo intangible —interrumpo.
—Lo intangible. Es eso: la memoria, los sueños, las emociones… Realmente se puede poner en pie, se puede volver una imagen dentro de una pantalla. Creo que es una manera mucho más real de entender nuestra relación con la memoria. La memoria no se vuelve eso que es ”hagamos memoria o recopilemos información solamente”, sino es “tengamos la experiencia física de relacionarnos con eso que es recordar”.
La luz vuelve a iluminar el ático y esta vez la conversación no se interrumpe, Juan Pablo dice que la memoria es una cosa física, de tacto, sonidos, gestos, de ritmos propios. “Todo eso tiene un poder de comunicación tremendo. Y creo que en ese sentido el cine es muy valioso para los procesos más históricos y políticos de cambio en las sociedades”.
—En efecto, la película logra hacernos cuestionar sobre nosotros mismos, como individuos y sociedad, en nuestra relación con lo que está y con lo que ha dejado de ser. Y, asimismo, parece haber una intención de romper con la jerarquía que el mundo material tiene sobre lo imaginado o sobre aquello que no se puede ver. La manifestación del sueño y su relación con la muerte es un diálogo que mantienen constantemente las imágenes y los sonidos: una relación de cotidianidad—comento.
—Sí, claro. Lapü —explica César— es una palabra wayúu y quiere decir sueño. Es una película que va a estar con sueños. La forma de retratar sueños queda en esa idea de que el sueño es esta otra cosa totalmente alejada de la realidad, que es otro estado totalmente distinto. Lo interesante de las conversaciones que tuvimos con la gente en La Guajira es que los sueños son verdaderamente un estado de realidad, son experiencias, cosas que también incluyen en la cotidianidad. Hay conversaciones con mis muertos, y no son mentira, son reales. Hay una cosa de borrar esa brecha tan grande que muchas veces tenemos, nosotros como sociedad, de que la realidad es esto y lo imaginario es otra cosa, dos mundos, dos estados que están mezclados, que son uno. Y que va a hacia lo mismo, de la muerte, de esa ausencia, de qué se crea con esa ausencia.
—Exacto —asiente Juan Pablo—. Nosotros tomamos una decisión consciente antes de rodar: queríamos que no hubiera una distinción, que la película no se esforzara por distinguir lo que era real, lo que era soñado, lo que eran los muertos o lo que eran los vivos. La idea es que ambos coexistieran dentro del lenguaje de la película de una misma manera.
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El lugar de la muerte en la construcción de paz
—La necesidad de estar cerca a sus muertos es uno de los temas que toca el proceso de paz, ¿qué piensan sobre esos procesos, sobre cómo se puede vivir la muerte del otro?
—Yo creo —dice César— que Colombia es un país lleno de duelos negados, duelos que no se han podido llevar por mil razones. Es un país en el que también, en muchos sectores a los que pertenecemos, se entiende la muerte con una ligereza casi que terrorífica. La relación con los muertos de sólo cifras, sólo conteo, sin ningún proceso detrás, sin ningún tipo de humanización detrás, es algo muy fuerte y nocivo. Muchas producciones y contenidos audiovisuales mantienen la muerte como un espectáculo o como algo muy banal: se muere y ya. Y algo que hemos aprendido de los amigos wayúu en la Guajira es cómo pesan esos muertos, cómo hay un diálogo con esos muertos. De alguna manera, después del funeral, hay otras formas de seguir en comunicación con esas personas que no están, hay otras formas de hacer duelo.
—Y de conocerse a uno, además, a través de lo que ya no está —agrega Juan Pablo.
Y César sigue la idea:
—No sólo con las personas que ya no están, sino con los procesos en la vida que uno va atravesando. Yo siento que uno está muriendo todo el tiempo: relaciones que uno tiene mueren en ciertos momentos, uno mismo, cosas de uno mueren. Acercarse y tener conciencia de esas muertes le enseñan algo a uno; uno puede aprender de esos duelos, de esas muertes de uno todo el tiempo.
A esto Juan Pablo añade:
—Yo creo que lo potente de un ritual como este o como cualquiera es qué hacen en relación a eso: es poder aceptar o darle realidad a ese hecho. En la película, Doris se enfrenta con su prima, que sigue siendo su prima, pero que ya es huesos y tierra. Y hay algo importante en reconocerse ahí, en eso que ya no es vida, pero reconocerse ahí, en la muerte.
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La lluvia parece haber cesado.
Al final de la entrevista era evidente que el resultado de la película es sólo una mínima parte de todo el universo que la compuso: su elaboración es uno de los procesos más interesantes que esta obra tiene para contar. Es un trabajo que defiende los sentidos: relaciones sensoriales, de razones físicas, razones que no necesariamente tienen que ver con un discurso, sino que, más bien, van más allá de él.
Es, precisamente, a través del cine que Juan Pablo y César ofrecen un camino en el que es posible crear “experiencias físicas, vivas, hechas de materiales tangibles para relacionarse con eso que ha pasado o que está en los recuerdos de otras personas”. En fin, de acompañarnos en el silencio, en los sonidos que crean espacio con el movimiento de la naturaleza, en el contacto con el otro, en su diferencia, en sus costumbres y culturas, en este constante morir que vinimos a vivir.