OPINIÓN La reacción de los colombianos ante el incremento de la violencia debería pasar a la historia pues fue una acción colectiva pacífica que logró bajar la intensidad de la guerra y enviar un mensaje a la mesa de conversaciones entre el Gobierno y las Farc: hay que acelerar el paso.
Columnista: Ana María Cristancho
En la negociación estamos sentados el Gobierno, la guerrilla y la sociedad civil. La prueba está en que la presión ejercida por la opinión pública después del incremento de las acciones de las Farc, que comenzó con el ataque contra los soldados en Buenos Aires (Cauca), y la arremetida de las Fuerzas Militares, fue vital para que la insurgencia volviera a decretar el cese unilateral y el Estado asumiera compromisos para bajar la intensidad de la guerra. Ahora, todos los días, sentimos estar más cerca de la firma de un acuerdo final.
Nuestro poder como sociedad civil trasciende a los políticos y a las instituciones. Tenemos poder sobre la mesa porque las dos partes dependen de lo que pensamos. No solo porque será la ciudadanía la que valide los acuerdos, también, porque será la encargada, junto a las instituciones, de implementar lo que se acuerde en la mesa.
Nuestro poder no obedece a un plan, a un pacto o a un solo proyecto político. Al contrario, es espontáneo, masivo y contundente. En el origen de la acción hay indignación y hastío puro frente a la guerra. No hay cómo apaciguar dicha acción si no es mediante el cambio. Su potencia está en que es una fuerza colectiva. Es como una ola en un estadio de fútbol.
Para que la acción colectiva fuera exitosa contó todo: los tweets, los mensajes en Facebook, las notas de prensa, las entrevistas, las columnas, las charlas en los cafés, la conversación en el taxi, los puños de indignación sobre la mesa, los apretones de dientes e, incluso, las lágrimas de las víctimas.
La reacción de los colombianos ante el incremento de la violencia debería pasar a la historia pues es una acción colectiva pacífica que logró detener el fuego de un grupo armado irregular y presionar los ritmos de la negociación. Sí, logramos menguar la balacera con una acción masiva pero no violenta. El episodio será estudiado en el futuro por investigadores de movimientos sociales, no lo duden, porque lo que pasó es inmenso, importantísimo y excepcional.
Redujimos -ojalá se concrete un silencio total de los fusiles- la guerra con paz.
Nadie puede tomar réditos de lo ocurrido y no dejemos que nadie lo haga. Por muy difícil que pareciera el panorama, la clave no estaba en la reactivación militar porque estamos hartos de la guerra. Entendimos -y lo dijimos con acciones no violentas- que el camino era que las Farc retomara el cese unilateral para que luego el Estado, revisando el cumplimiento de la palabra guerrillera, respondiera con acciones similares.
El resultado, por un camino distinto a fortalecer el plomo oficial, es el silencio de los fusiles guerrilleros y la posterior suspensión de los bombardeos contra campamentos insurgentes. Fuimos nosotros, todos, como sociedad civil, los que empujamos a la mesa a buscar resultados.
La mayoría de nosotros no hemos vivido un solo día de paz. No obstante, cambiamos nuestra manera de sentir. Ya no somos el país en el que la guerra es un paisaje, una cifra o una resta. La excepcional acción colectiva -al menos a mí- me llena de esperanza; nos recuerda que tenemos poder; que no dependemos de partidos políticos; que sin nosotros no hay mesa de negociación porque somos su tercera pata y, por último, que si bien es lo más difícil, sí se puede detener la guerra con paz.