En 2005 se estrenó en Colombia el documental "La Sierra", la historia de un barrio del oriente de Medellín que desde entonces se transformó en un punto destacado en el mapa del conflicto urbano. Pacifista lo visitó 10 años después.
Una cañada, una accidente en la geografía del oriente de Medellín, separa las montañas donde quedan los barrios La Sierra y 8 de Marzo. La distancia en línea recta no es mucha, pero la rivalidad histórica entre los combos de ambos sectores sí. Desde afuera, las diferencias no son fáciles de percibir. Ambos son barrios de casas de ladrillo expuesto que se aferran a las lomas. Sus manzanas son desiguales, separadas por escaleras de concreto que conectan calles estrechas por donde suben buses y motos, sobre todo motos.
Pero adentro el cuento es distinto. El 8 de marzo es una barrio de negros, desplazados la mayoría del Chocó que llegaron a Medellín hace tanto tiempo que ya echaron raíces, sus ranchos se transformaron en casas de material y formaron comunidad entre música y pescado frito. Por eso, cuenta uno de los habitantes de ese sector, en La Sierra se decía hace algún tiempo que los negros del 8 eran las “Águilas Negras”. Era la época en que se hablaba más seguido de fronteras invisibles: ser de un barrio y pisar el territorio del otro era una sentencia de muerte.
La Sierra, en cambio, es un barrio de blancos. Varias familias se asentaron en la montaña hace más de 40 años y alrededor de ellas creció un sector con una iglesia en medio. Tiene un detalle adicional: hace 10 años se estrenó un documental que contaba la historia del conflicto en esa zona, por eso apareció en el mapa y durante mucho tiempo su nombre ha estado asociado con pillos y balaceras.
- Cerca de tres mil personas viven en La Sierra en la actualidad. Desde la vía central se desprenden las escaleras que conducen al resto del barrio.
Hasta hace poco más de dos años la rivalidad entre los combos de los dos sectores se dirimía con ráfagas de fusil. Durante meses, las noches se interrumpieron con los disparos de un barrio a otro. La gente que no tenía que ver con esa guerra dormía en el piso y esperaba que pasara el alboroto. La crisis se superó a mediados de 2013, y desde entonces, no se han repetido las balaceras que involucraban, además del 8 de Marzo y La Sierra, a otros barrios de las comunas 8 y 9, donde hoy hacen presencia los combos de La Oficina y Los Urabeños.
Para explicar por qué se calmó la cosa hay dos versiones: Alcaldía y Policía dicen que es el resultado de la intervención de las instituciones, que son los operativos, el control de las autoridades, que está calando el discurso de que Medellín es un hogar para la vida. En cambio, la gente en los barrios es más directa y lo explica con un nombre que ya se hizo común: “El pacto del fusil”; un acuerdo entre cabecillas que un día decidieron que ya estaba bueno de muertos y le transmitieron a sus hombres la orden de dejar de matarse. Alrededor de esa tregua han corrido ríos de tinta y mucha especulación.
Con esos dos discursos se explica una reducción superior al 40 por ciento en los homicidios que se han cometido en Medellín desde 2013. La tendencia continúa hasta el punto de que cada mes que pasa se transforma en el menos violento de los últimos 30 años. Lo cierto es que más allá de las cifras, esos mismos discursos sirven para explicar por qué la historia de sectores como La Sierra ha cambiado y ya su gente puede dormir sobre la cama, no debajo de ella.
La Sierra, la película
“La grabación del documental empezó en 2003 –recuerda Saúl Franco, un joven de 28 años que lidera la biblioteca popular del barrio y estudia becado en una de las universidades más prestigiosas de Medellín- La gente veía a Scott con la cámara, que era bien grande, y le llamaba la atención, pero no se preocupaba por la historia que ellos iban a contar”.
El apellido de Scott es Dalton, gringo, fotógrafo y documentalista. Junto a Margarita Martínez, quien para entonces era periodista de Associated Press, se metió en las entrañas del barrio con el permiso del combo. Cámara en mano, como recuerdan en La Sierra, corría detrás de cada enfrentamiento y de cada muerto.
“Uno escuchaba que los de tal lado se iban a meter y esos muchachos corrían de aquí para arriba con esos fusiles. Él salía con la cámara detrás. Aquí pensamos que en una de esas lo iban a matar”, dice Jorge Gaspar, un líder comunitario.
Pero no lo mataron. A Edisón Ocampo, “la Muñeca”, el pillo, sí. Y con el llanto por esa muerte empieza la película. Gaspar recuerda que ese día había una fiesta, cumplía años “Cascarita”, el duro del barrio. Llegó el rumor de que la gente del 8 se estaba metiendo y “La muñeca” agarró una moto, fierro en mano, y se perdió por una de las lomas. Lo mató una patrulla del Ejército, no había combo enemigo, por eso algunos creen que sus compañeros le tendieron una trampa.
En Colombia, esa historia vio la luz el dos de octubre de 2005, domingo, en horario estelar y por televisión. Antes de que el país –y el barrio- lo conociera recorrió festivales y recogió varios premios internacionales. Saúl recuerda que el día del estreno buena parte de la comunidad se reunió en la parroquia a ver el documental. Cuando terminó, no hubo muchos comentarios. “Sí fue duro, pero la gente no sabía lo que se iba a venir después. En ese momento hubo unas cuantas reacciones encontradas”.
Pero después las opiniones se volvieron rechazo. Los líderes, por lo menos algunos de ellos, dicen que la historia fue manipulada, que hay verdades a medias y que los realizadores consiguieron plata y reconocimiento de cuenta del barrio. “Eso fue una difamación, fue lo más feo que pudieron haber publicado. Regaron el cuento por el mundo de que La Sierra era lo peor que tenía Medellín”, dice Faustino León, el fiscal de la Junta de Acción Comunal. Habla entre dientes mientras pica un mango biche en una caseta al lado de la iglesia. Lo vende con sal y limón a 200 pesos.
Como él, muchos dicen que después de que el documental se estrenó en el país vino la estigmatización. A sus jóvenes se les hizo más difícil conseguir trabajo y, de a poco, el nombre de La Sierra se volvió un secreto para quienes cargaban con el peso de vivir allí. “La gente dejó de decir donde vivía, decían que eran de Caicedo o de Buenos Aires para que nos los miraran raro”, explica Saúl.
Pero a Hernán Londoño, “El Diablo”, le parece que el documental sí es el retrato del barrio de entonces. Es más, dice que se quedó corto. “En toda casa de La Sierra tienen su cd. La gente se lo fue consiguiendo y nos veníamos a verlo. Pero, ¿le digo la verdad? lo que hay ahí no es ni la tercera parte de lo que a nosotros nos tocó vivir”. Es un hombre alto, con la cara quemada de aguantar sol. Dos perras french poodle con las uñas pintadas custodian su casa. Lleva 38 años en La Sierra y reclama el honor de haber sido uno de sus primeros habitantes, también de no haber querido, nunca, meterse a la Junta de Acción Comunal.
Y eso lo dice porque en los años que han pasado después del documental, cuando ya no se hablaba de bloques paramilitares, sino de águilas negras, oficinas, urabeños, los cabecillas de los combos se vendieron como líderes comunitarios. Movieron el Presupuesto Participativo a su amaño, organizaron fiestas, dieron regalos, arreglaron problemas maritales. Incluso, uno de ellos, participó en un consejo comunal de gobierno en tiempos de Uribe y en directo, por televisión, se presentó como un promotor de paz, como el artífice de un pacto de no agresión entre el combo de La Sierra y el de Villa Turbay, otro barrio cercano.
Se llama Yeisson Smirt Velásquez Pino, alias “El Rolo” y hoy paga tres condenas que suman 90 años en la cárcel de máxima seguridad de Cómbita, en Boyacá. El pacto del que habló frente a Uribe se acabó en menos de un mes y él mismo se encargó de hacer la guerra, también de hacerse proteger. Seis veces trataron de capturarlo y seis veces sacaron a la Policía del barrio a bala, piedra y palo. En junio de 2011, un grupo pequeño de policías logro sacarlo del barrio en la madrugada, esa vez la asonada no apareció.
Pero en cualquier caso, pese a “El Rolo” y a sus sucesores, en La Sierra dicen que no puede compararse la violencia que enfrentaron en la época del documental con lo que ocurre ahora. Ya sea por los pactos o por un CAI periférico de la Policía que montaron para custodiar el barrio, lo cierto es que hoy la historia es diferente.
Pero “son ciclos”, dice otro habitante de la zona, la violencia va y vuelve. Y es cierto, porque las tensiones no desaparecen. “El problema aquí siempre ha sido ese caserío del frente”, dice otro, señalando al 8 de marzo. Por ahora, disfrutan la calma, la gente camina, algunas puertas están abiertas. “Aquí ya vive uno muy tranquilo. Es verdad que los combos no se acaban porque el vivo vive del bobo y el bobo de papí y mamí, ¿pero usted cree que uno antes se podía parar en este patio? -dice ‘El Diablo’- Aunque, claro, uno aquí tiene que saber vivir para no caer en las redes del engaño”.