Durante cinco décadas, el Consejo Regional Indígena del Cauca ha recorrido cientos de hectáreas de tierra para buscar la unidad de los pueblos y exigir el derecho de su soberanía. Aquí, el relato de una reclamación centenaria.
Por Daniela Jiménez González y Paulo Ilich Bacca
Hace cincuenta años, cruzando por entre los extensos campos de las veredas caucanas, Trino Morales, Javier Calambás y Julio Tunubalá arrancaron su marcha desde el municipio de Silvia y andaron hacia el otro extremo del valle, en una caminata exigente por las tierras que antes de ser usurpadas habían sido de sus ancestros.
Cuando Joe Sauca era un niño, quizás el primer cuento que escuchó fue este viaje a pie de sus predecesores, líderes y lideresas indígenas que trazaron su ruta en donde, para ese entonces, no había carreteras o senderos. Ahora tiene 37 años, es coordinador del Consejo Regional Indígena del Cauca —Cric— y menciona que, una tarde de febrero de hace cincuenta años, esa marcha de tantísimas horas fue la que afianzó el nacimiento de la que hoy es la organización indígena más grande del país.
Ocurrió el 24 de febrero de 1971. No hubo catedráticos, dice Sauca, ni universitarios, ni políticos: solo sabedores que anduvieron los valles y los pueblos bajo la consigna de “caminar hasta que se apague el sol”. El encuentro de los líderes indígenas en el Norte del Cauca fue como varios surcos de agua que desembocaron en un mismo cauce: cuando Trino, Javier y Julio arribaron a la cabecera municipal de Toribío se reunieron con Francisco Jembuel, que venía caminando con más de 30 comuneros desde Jambaló. También con Manuel Tránsito Sánchez, quien viajó desde Totoró, mientras Gustavo Ulchur lo hacía desde Ambaló. Otros como Juan Gregorio Palechor llegaron a pie del sur o de Tierradentro.
En ese entonces la vida en los resguardos indígenas, ya habituada a persecuciones, no era menos desconcertante y tampoco daba treguas: no había en dónde cultivar, porque la tierra estaba en manos extrañas, es decir, en el poder de terratenientes que seguían extendiendo su dominio a cambio de malos tratos, míseros pedazos de carne o botellas de licor, amenazas u otros pagos indecorosos.
Para esa tarde de febrero, recuerdan hoy las memorias escritas y los relatos que ahora miembros como Sauca le cuentan a los más jóvenes, sus predecesores ya llevaban varias semanas de caminatas prolongadas y encuentros clandestinos en las noches, agotados del despojo y los desplazamientos forzados. Bajo la premisa de recuperar las tierras que les habían sido arrebatadas y afianzar un programa por la defensa de sus derechos, los sabedores de cinco naciones y diversos cabildos —pueblo Totoró, pueblo Misak, pueblo Kokonuko, pueblo Nasa: San Francisco y Toribio—nombraron a Manuel Tránsito Sánchez como su primer presidente y le pusieron nombre a la asociación que llevaban meses preparando. La llamaron Consejo Regional Indígena del Cauca —Cric—.
Sauca repasa la historia de forma milimétrica. Los primeros puntos de trabajo, por ejemplo, estuvieron siempre claros: robustecer la incidencia nacional de los cabildos indígenas, la ampliación de los resguardos, no pagar más terrajes, exigir la defensa de la historia, lengua y cultura de los pueblos ancestrales, detener las amenazas al movimiento social y parar el exterminio físico y cultural de sus pueblos. Desde ese momento se vistieron de paños rojos y verdes en homenaje a los mártires caídos y a la belleza cotidiana de la Uma Kiwe (madre tierra), que los acompañó en cada caminata.
Sin embargo, en los días siguientes, los cabildos de Toribío, Tacueyó y San Francisco fueron detenidos y llevados a la Tercera Brigada del Ejército Nacional acusados de subversión. Lo sucedido sería como una estampa de los años venideros para el Cric, porque, incluso hoy, cincuenta años más tarde, no cesan las persecuciones: compañeros de lucha desaparecidos o asesinados sin respuesta estatal, líderes y lideresas indígenas en el exilio, resguardos confinados por el conflicto armado, entre otras desigualdades, que siguen haciendo parte del racismo estructural.
Martín Vidal Trochez, exmiembro del Cric, residente en el nororiente del Cauca y líder comunitario, cuenta que hace cuatro años recorrió la zona que caminaron sus antepasados sabedores en los comienzos de la organización. Encontró algunas vías incipientes en donde antes no había más opción de transporte que los pies: “Así fueron los primeros años del Cric”, menciona, “caminando nuestras tierras aprendimos, a medida que íbamos marchando estábamos conversando sobre el futuro. Así creció esta comunidad”.
En los años posteriores a su fundación, cuando las noticias de su trabajo comunitario ya hacían eco por fuera del norte del Cauca y llegaban hasta la prensa y las emisoras, algunas revistas de circulación nacional titularon: “cuatro siglos después, los indígenas claman por su antiguo reino”.
En nombre de la unidad
A las cuatro de la mañana del 21 de febrero de 2021, bajo la lluvia —sagrada para los pueblos ancestrales—una delegación caminante viajó desde La Agustina, en Santander de Quilichao, hasta el resguardo de Las Mercedes en el territorio Sath Thama Kiwe. Iban cientos o más, algunos líderes mencionan que eran casi mil personas, acompañados de carteles, mochilas, banderas rojas y verdes.
Cientos de indígenas viajaron a un festejo entusiasta con torta, bebida tradicional, charangos, flauta, tambor y guitarras hasta el norte del Cauca. Jorge Eliécer Sánchez, coordinador político del Cric, prefiere hablar de una conmemoración más que de celebración. Menciona el viaje como una oportunidad para recordar a los mayores y mayoras que ya no están, pero que son aún amados, recordados como lección de fuerza y resistencia.
Tal como hace décadas se encontraron sus ascendientes indígenas, los marchantes arribaron al municipio de Caldono para conmemorar los cincuenta años de una victoria histórica. En el blog del Cric las comunidades escribirían días más tarde sobre su gran conmemoración: “Somos hijos, hijas y nietas de quienes la historia llamó terrajeros y quiso volver esclavos, de quienes después de largas caminatas se reunían en la oscuridad de la noche para hablar de cómo empezar este andar. Hijos del sueño de libertad”.
Desde siglos atrás, otros líderes ya habían allanado el camino de trabajo y resistencia del movimiento indígena en Colombia, mucho antes de que los sabedores recorrieran el Cauca en 1971 y antes de que sus hijos volvieran a andar sobre sus pasos para recordar su memoria. En los siglos XVI y XVII iniciaron ese camino de reconocimiento algunos líderes como la cacica Gaitana y el cacique Juan Tama, que tuvieron como pilar de su agenda política la recuperación de su territorio ancestral. Hoy, autoridades indígenas como Aida Quilcué, sostienen que este legado abrió el discurso de los derechos indígenas en el que se inserta la fundación del Cric.
Otra figura crucial para la consolidación de la organización fue, por ejemplo, el movimiento liderado por Manuel Quintín Lame, legendario líder nasa e ícono del movimiento indígena colombiano. Tras el fracaso del reconocimiento y formalización de los territorios indígenas por parte del Estado, que daría lugar a la lucha indígena por la tierra en el siglo XX, los pueblos del Cauca interpretaron estratégicamente la ley 89 de 1890, que pretendía que en un periodo de 50 años los resguardos indígenas de origen colonial se convirtieran en propiedad privada. Sin embargo, los indígenas la leyeron como una ley protectora, oponiéndose luego a las leyes que promovieron su derogación para impulsar la venta de estos territorios colectivos. Tal fue el caso de la ley 55 de 1905 y de la ley 104 de 1919.
En 1962 se daría la fundación del Sindicato del Oriente Caucano por parte del líder guambiano Trino Morales, con el que se impulsó un programa para recuperar los territorios indígenas apelando a la necesidad urgente de una reforma agraria. En esta década, siendo secretario de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos ANUC, Morales promovió la separación del movimiento indígena de esta estructura, reafirmando la necesidad de empoderar las instituciones de gobierno propio como los cabildos. Este hecho también fue decisivo para la creación del Cric en 1971.
En medio de un contexto nacional en el que prima la exaltación de políticas o conductas racistas, la organización ha sido un ejemplo para los movimientos sociales locales y globales. Su plataforma política viene impulsando nuevos proyectos pedagógicos para mejorar la situación social de millones de campesinos, indígenas y afros aún afectados por el despojo territorial, el caudillismo político, la corrupción y la violencia, entre otros problemas que aún son temas inacabados.
Cincuenta años más tarde, Joe Sauca recuerda que el Cric pasó de tener solo cinco cabildos a un total de 127 a la fecha. Hoy son 11 Asociaciones, 10 zonas y 10 pueblos en 84 resguardos indígenas legalmente constituidos en el Departamento del Cauca. Su legado organizativo se resume en el lema “recuperar la tierra para recuperarlo todo”. Esta consigna pasó de alzamientos comunitarios e interpretaciones contrahegemónicas del derecho, promovidas por caciques, como Tama y Lame, a la movilización de la Minga Social y Comunitaria de nuestros días.
La ilusión de continuar la marcha
No todo son flores, ni ganancia, diría Joe Sauca luego de detenerse un momento para pensar en las comunidades indígenas y su lista de saldos rojos. Añade que las amenazas siguen, continúa el modelo de despojo, aunque cambien los nombres y las personas. Con la pandemia vieron más de cerca esa radiografía.
En algunas zonas del Cauca no hay vías ni carreteras para llegar con agilidad a los centros de salud, ni una forma rentable de sacar los productos que se cultivan para venderlos, ya que en el camino se estropean. El trabajo del campo sigue desprotegido y necesitan con urgencia seguir ganando autonomía a través del control territorial con las guardias indígenas.
Durante la conmemoración, Aida Quilcué ofreció un discurso en el que enfatizó que aún los están matando por la tierra, una lucha que mantienen desde los inicios del Cric. “Como defensores que somos, empiezo haciendo memoria de algunos compañeros y compañeras que han ofrendado la vida a lo largo del camino de este proceso: Benjamín Dindicue, Anatolio Quira, Cristóbal Secue, Rosa Elena Toconas, Cristina Bautista… ¿Qué hacer para detener las muertes? ¿Qué hacer para que no nos sigan desplazando?”.
Para Sauca, algunos de los retos más urgentes del Cric tienen que ver con revisar la situación interna de las zonas con presencia de cultivos ilícitos, así como algunos asuntos de política económica. “Esto es fundamental en medio de un posconflicto en el que grupos armados organizados insisten con hacer daño al ejercicio colectivo y comunitario del Cric”.
Jorge Eliécer Sánchez insiste, por su parte, que estarán concentrados en el próximo Congreso que tendrán a finales de junio. Este primer semestre del año serán meses de discusión enfocados a “enrutar sus próximos cincuenta años y enmarcar el siguiente camino de nuestra organización”. Desde otra orilla, Alberto Yace ha sido autocrítico y ha hecho un llamado a la unidad del movimiento indígena y social. Para él es urgente evaluar en perspectiva histórica, la desvinculación del pueblo Guambiano de las estructuras del Cric, solo cinco años después de su fundación, así como la reciente salida del Cric de la Organización Nacional Indígena de Colombia (Onic).
Entre tantas presiones, a los líderes indígenas les preocupa que algunos de los más jóvenes empiezan a emigrar a las ciudades agotados de que la violencia no les dé una tregua. Así que, por eso, Joe Sauca anhela un futuro con nuevas oportunidades, uno en el que continúe el relevo generacional. Tiene la certeza de que de nada serviría haber ganado tantas batallas para que, al final, tengan que sortear una nueva fractura: que las comunidades y las tierras por las que han caminado cincuenta años terminen por quedarse solas.