Divergentes presenta un resumen de los debates que se han dado en el país sobre los derechos de los animales y las organizaciones que se han encargado de defenderlos. Por: Carolina Gómez Aguilar
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‘Animalista’ es todo aquel que se reconozca defensor de los derechos de los animales y que busque una igualdad entre humanos y animales. La palabra existe desde siempre, pero su uso cotidiano es reciente. No obstante, el animalismo no es homogéneo sino que se compone y define por sus diferentes corrientes.
El profesor y coordinador de la maestría en Bioética de la Universidad del Bosque, Mauricio Sánchez, nos ayudó a entender los movimientos que componen el animalismo y que, a partir de varios lineamientos morales, construyen diferentes enfoques teóricos. Así nos lo explicó el profesor y también integrante de la organización animalista Vianko:
El antropocentrismo, el biocentrismo y el ecocentrismo son la columna vertebral del animalismo.
El primero, el antropocentrismo prioriza al ser humano por encima de los animales pero respeta la convivencia con ellos. Ese es el caso del antropocentrismo moderado, ya que el antropocentrismo fuerte considera a los animales como meros objetos.
El siguiente, el biocentrismo, proclama que todo tipo de vida debe ser protegida independientemente de si es humana o animal. A su vez, el biocentrismo se divide en tres: la protección de los animales considerados seres sintientes –aquellos que también tienen sensaciones psicológicas, como un perro que es capaz de sentir tristeza–; el vegetarianismo –el no consumo de carne ni pescado–; y el veganismo –el no consumo ni uso de ningún producto de origen animal– que reconoce la vida de los animales en la misma proporción que la humana.
Y por último está el ecocentrismo, una corriente que considera lo vivo y lo no vivo como entes unidos. Es decir, es una corriente en la que prevalece el respeto por el ecosistema. Una roca, por ejemplo, es un ser no vivo pero por ser parte del proceso de erosión, provocado por una cadena natural de fenómenos, hace parte de la vida. En resumen, si se cuida el ecosistema se cuida la vida.
Es importante entender que toda esa sopa teórica constituye el marco conceptual en el que se basan las acciones animalistas.
Sin embargo, durante los últimos 15 años, según Natalia Parra, directora de la Plataforma ALTO, el término ‘animalista’ se ha venido utilizando sobre todo para nombrar a quienes se preocupan por la construcción de políticas públicas en favor de la protección animal.
En los últimos años, en los que el animalismo se ha vuelto un concepto cada vez más común y reconocido, el movimiento ha traído consigo sus propios conceptos: no se habla de perros callejeros sino de “perros habitantes de calle”; los animales domésticos son considerados “animales introducidos”; casi todo el amaestramiento de un animal con fines de entretenimiento y de lucro es considerado “maltrato”; y por lo general se habla de “animales no humanos”, un concepto que engloba a las especies que tienen sistema nervioso central y que permite reconocer a los seres que sienten dolor y emociones primarias como los humanos.
La cada vez más abierta aceptación del animalismo se ve reflejada, por ejemplo, en la cantidad de políticos y figuras públicas que manejan agendas animalistas y que se han comprometido con trabajar en la defensa de los derechos de los animales. Solo en las pasadas elecciones a Congreso había 12 candidatos con propuestas animalistas.
No obstante, las discusiones sobre los derechos de los animales, aunque parezcan más o menos recientes, se vienen dando desde hace décadas. Hace casi 90 años, por ejemplo, durante un congreso en Viena en 1929, la Organización Mundial de Protección Animal declaró al 4 de octubre el Día de los Animales. Desde entonces, el evento sentó un precedente en la lucha por los derechos de los animales. La fecha, hasta hoy, sigue siendo uno de los días más importantes simbólicamente para la lucha de las organizaciones animalistas.
Las formas del activismo
Además del 4 de octubre, hay otras fechas en las que los activistas y los defensores de los animales se manifiestan en acciones y marchas: el 10 de diciembre, el Día Internacional de los Derechos de los Animales; el 24 de abril, el Día Internacional de los Animales en Laboratorios; el 22 de mayo, el Día Internacional de la Biodiversidad; el 25 de junio, el Día Mundial Antitaurino. Muchos de estos días conmemorativos sirven para congregar a miles de personas y activistas en todo el mundo que marchan exigiendo la garantía de derechos de los animales en las legislaciones de sus países.
El animalismo se nutre de esas movilizaciones, pero la labor de las organizaciones sociales que se declaran animalistas procura ir más allá. De manera más general, existen tres tipos de este activismo.
Uno es el ‘activismo directo’, que se caracteriza por liberar del maltrato a animales específicos. Un ejemplo de este tipo de activismo es el trabajo de la Fundación BKC, que busca promover acciones que vinculen a los perros en la sociedad, principalmente aquellos de ‘razas fuertes’ también conocidas como ‘razas potencialmente peligrosas’ y brindarles espacios sanos de recreación y esparcimiento.
La segunda forma es el ‘activismo político’ que procura abrir espacios de debate en torno a la legislación. Una de las organizaciones en esta línea de trabajo es la Plataforma ALTO, que en su página web se presenta como “la estrategia colombiana que busca posicionar la protección y la defensa animal en la agenda pública”. Entre las acciones más importantes de esta organización está la creación de la bancada animalista en el Congreso de la República en 2011, el lobby para la redacción y aprobación de la Ley 1774 y su implementación, y su activa participación en las administraciones de Petro y de Peñalosa que llevó a la creación del Instituto Distrital de Protección Animal de Bogotá.
Otra organización que se dedica a este tipo de activismo animalista político es AnimaNaturalis, una plataforma que trabaja en España y en otros países de Latinoamérica, además de Colombia, para influenciar y cambiar las decisiones legales y jurídicas en materia animal. A finales de 2015 esa organización presentó ante el Tribunal Internacional de Derechos de la Naturaleza, en París, el caso de las corralejas en Colombia: una práctica tradicional que señalan como maltrato animal y que en 2015 desató un escándalo cuando el público atacó con cuchillos y patadas a un toro.
Y finalmente está el ‘activismo pedagógico’ que busca cultivar una conciencia comprometida con el bienestar animal. La organización Club de niños animalistas de Colombia, es un ejemplo de este enfoque. El grupo es liderado por Ana del Pilar Chacón, una profesora del colegio INEM Santiago Pérez de Tunjuelito que tiene como objetivo enseñarle a niños no mayores de valores que cultiven el respeto y el cuidado por los animales.
Por otro lado, y casi como un capítulo aparte, las corrientes del veganismo y del vegetarianismo también se han transformado en causas políticas y en una corriente muy particular del activismo animalista. Además de partir del mismo principio del respectoa los animales, estas dos tendencias se erigen a partir de una refundación social que rechaza el capitalismo salvaje. Así lo afirma Hari Sankirtan, fundador de la organización de la Revolución de la Cuchara, un colectivo que mezcla la tendencia vegana con el activismo ambiental y los procesos pedagógicos.
Hay algo que comparten todos estas formas de hacer activismo y es el interés por hacer presencia en manifestaciones públicas y la importancia que le han dado a los actos simbólicos como forma de manifestación. El 14 de marzo de 2009, solo por poner un ejemplo, los activistas de AnimaNaturalis se reunieron frente a la Iglesia de Lourdes, en Bogotá, para manifestar en contra de la tauromaquia: allá llegaron semi desnudos y llenos de sangre imitando a toros abanderillados. La Plataforma ALTO y decenas de otras organizaciones animalistas han hecho lo mismo: con actos performativos han convocado y marchado junto a cientos de ciudadanos para manifestarse a favor de los derechos de los animales’.
Progresos en la ley
Representantes de organizaciones animalistas de Colombia coinciden en afirmar que, aunque falta camino, el país ha avanzado significativamente en la defensa de los animales.
Constanza Moreno, de la Federación de Entidades Defensoras de Animales y del Ambiente de Colombia (Fedamco), dice que desde finales de los años ochenta el Estado ha desarrollado instrumentos de obligatorio cumplimiento: la normatividad de protección animal mediante la ley 84 de 1989 –también llamada Estatuto Nacional de Protección Animal–, la prohibición de los circos con animales (ley 1638 de 2013), la eliminación de los vehículos de tracción animal (decreto 178 de 2012), el uso de animales vivos en experimentos en planteles educativos (artículo 15 de la ley 84 de 1989), y el proyecto de ley que busca la eliminación del sacrificio de animales como método de control poblacional (proyecto de ley 165 de 2011).
Gran parte de esos avances legislativos se han logrado por el trabajo y la presión de las organizaciones. Ha sido la presión de personas como Natalia Parra, que en sus tiempos universitarios se iba al Congreso a convencer a políticos de todos los partidos que incluyeran en sus agendas temas animalistas, lo que ha logrado que salgan adelante leyes que protegen a los animales y sancionan el maltrato.
En eso también han jugado un papael fundamental los políticos que se han sumado a la causa animalista. Algunos ejemplos: Víctor Correa, del Polo Democrático, quien evitó que prosperara el proyecto que pretendía mantener los caballos de tracción de carrozas en distritos turísticos; y José Eduardo Londoño, del Partido Alianza Verde, quien lidera la campaña Ciencia a Conciencia, que busca sustituir los animales en la experimentación científica.
Más recientemente, en 2016, el trabajo de varias organizaciones y del congresista electo Juan Carlos Losada logró cambiar el estatus de los animales de “bienes semovientes” o “cosas”, a “seres sintientes”. Esto quedó materializado en la ley 1774 de 2016, cuyo mayor logro fue reconocer el maltrato, la violencia y los tratos crueles contra los animales y penalizarlos con hasta tres años de cárcel y una multa de hasta 60 salarios mínimos.
Hoy la defensa de los derechos de los animales sigue fortaleciéndose y ganando espacios en distintos escenarios. Uno de los más recientes logros, por ejemplo, fueron las disposiciones incluidas en el actual Código de Policía sobre la tenencia de animales, los comportamientos adecuados y las sanciones para quienes no las cumplan.
Es claro entonces que la ley ha ido cambiando a punta de activismo, pero falta camino. “En grandes ciudades ya hay política pública formulada, pero falta su implementación, y en municipios pequeños hay cosas que se están discutiendo. Esto ha sido posible porque algunos políticos se mostraron interesados por el tema animalista y han facilitado el espacio para la construcción de una política pública de defensa y protección animal en sus regiones”, cuenta Natalia Parra.
De vuelta al ruedo
Tal vez uno de los fenómenos en los que más se ha concentrado el activismo animalista en el país es la tauromaquia. El 22 de enero de 2017 regresaron las corridas de toros a la Plaza de La Santamaría de Bogotá, tras cinco años de ausencia, con la temporada taurina de La Libertad, organizada por el Consorcio Colombia Taurina (unión de la Corporación Taurina de Bogotá y Cormanizales).
La decisión reavivó el debate sobre la tauromaquia y la pertinencia, o no, de excluir las corridas de toros de los actos considerados crueles por la ley colombiana. Ese mismo 22 de enero, varias organizaciones animalistas acudieron a la plaza en forma de protesta. La asistencia fue masiva: solo en la convocatoria en Facebook más de 5.000 personas manifestaron su intención de asistir a la movilización. Según Catalina Reyes, estudiante de Biología de la Universidad de los Andes y activista, “es la protesta más grande hasta ahora en Colombia, convocada mayoritariamente por la Plataforma ALTO”.
La manifestación no logró interrumpir esa temporada taurina ni las siguientes, y de hecho fue polémica por haber sido escenario de varios actos violentos entre taurinos y antitaurinos. Sin embargo, la movilización despertó el debate en el Congreso y, desde entonces, se ha repetido cada vez que La Santamaría le abre las puertas a una nueva temporada taurina en la capital del país.
Pero la manifestación no se quedó en las marchas y protestas, la coalición Colombia Sin Toreo, apoyada por la Plataforma ALTO y por AnimaNaturalis, revivió la Consulta Antitaurina que años antes había convocado la administración de Petro y que en 2015 fue suspendida por el Consejo de Estado. Sin embargo, en este segundo intento de pasar la consulta la misma Corte Constitucional decidió cancelar la iniciativa por falta de precedentes jurídicos.
Pero ahí no ha parado la batalla jurídica ni el trabajo de las organizaciones. También en 2017, la Coalición Colombia sin Toreo de la mano de varios congresistas y el Ministerio del Interior presentaron el proyecto de ley 271 de 2017, “Por medio del cual se eliminan las prácticas taurinas en el territorio nacional y se dictan otras disposiciones”. El proyecto fue aprobado en la Cámara de Representantes en segundo debate el pasado 21 de marzo, solo faltarían dos debates más en el Senado para ser aprobado.
Desafíos del movimiento
Además del proyecto de ley 271 de 2017 existen otros dos proyectos impulsados por las organizaciones para erradicar las corridas de toros en el país. Uno de ellos propone que, en los territorios en los cuales las corridas son tradición, la gente decida mediante cabildo abierto si la práctica continúa o no. La ventaja de esta medida es que una decisión por cabildo abierto puede ser más expedita que un trámite en el Congreso.
También hay un cuarto proyecto de ley, conocido hasta ahora como ‘Infancia sin viOLEncia’, cuyo objetivo es hacer cumplir los convenios firmados por Colombia sobre los derechos del niño y así evitar que sean llevados a las corridas para ser testigos del sacrificio del toro. El autor de este proyecto es el senador electo Guillermo García Realpe, del Partido Liberal, también autor del Artículo 248 del Plan Nacional de Desarrollo que promueve políticas públicas de protección animal.
A pesar del apoyo que cada es cada vez más grande desde las instituciones hacia los proyectos animalistas, para Felipe Soler, integrante de Chigüiro Estudio, una productora de contenido audiovisual que promueve los derechos de los animales, “hace falta mucho. En ciertas zonas del país la situación de los animales es catastrófica. Falta más atención y conciencia sobre la situación precaria de los animales de granja y de los animales silvestres”.
Por esta razón, el movimiento animalista también se ha encargado de trabajar en procesos pedagógicos que cambien las formas en que algunas personas se relacionan con los animales. ‘Herederos del planeta’, un programa de la Asociación Red Colombiana de Reservas Naturales de la Sociedad Civil (Resnatur), es una de las iniciativas que ha utilizado la capacitación para promover la conservación del medio ambiente y la protección animal. Eso lo han hecho con niños, adolescentes y jóvenes de sectores rurales y urbanos.
Además de los procesos de desarrollo de política pública y de los procesos pedagógicos a comunidades, hay otros objetivos que unen la labor de los grupos animalistas y que, en algunos casos, tienen que ver con el cambio de paradigmas sociales. Por ejemplo: dar cumplimiento a las leyes de protección animal ya existentes, capacitar a los funcionarios y servidores públicos para que las apliquen, poner en cuestión el antropocentrismo y alcanzar a la Colombia profunda donde prácticas ya prohibidas, como las peleas de gallos, siguen teniendo lugar.
Por otra parte, uno de los grandes retos de los movimientos animalistas son las luchas internas que en ocasiones se desatan por las diferencias teóricas y filosóficas de sus corrientes. Según Hari Sankirtan, de La Revolución de la Cuchara, algunos activistas han llevado su causa al extremo al punto de humillar a las personas que no comparten su visión: por ejemplo, las personas no vegetarianas o los fanáticos de las corridas de toros.
Recientemente, la violencia del discurso de algunos animalistas se materializó en enfrentamientos entre activistas y policía en la plaza de toros de enero pasado. La protesta acabó con gases lacrimógenos y proyectiles dirigidos a la policía: una imagen del animalismo que en los medios se tiñó de opiniones negativas que eclipsaron las manifestaciones pacíficas de las organizaciones que hicieron presencia en el mismo evento.
La lucha del animalismo no se debe definir bajo un cliché de personas dedicadas exclusivamente a rescatar (y acumular) perros y gatos, sino como un movimiento complejo y heterogéneo que ha logrado alcanzar los espacios más altos de decisión de la sociedad colombiana y que promete seguir rindiendo frutos en la protección de los animales en el país.
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