"La guerra es una decisión individual, no una obligación" | ¡PACIFISTA!
“La guerra es una decisión individual, no una obligación”
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“La guerra es una decisión individual, no una obligación”

Juan José Toro - noviembre 30, 2015

Hablamos con Jorge Giraldo, uno de los académicos de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, sobre su más reciente libro.

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Jorge Giraldo Ramírez presenta su libro Las ideas en la guerra

 

Las guerrillas, sus simpatizantes, sus defensores, e incluso algunos sectores de la sociedad se han encargado de construir un discurso que justifique la lucha armada como la única salida posible. Aunque de un par de décadas para acá ha perdido fuerza la idea de que la violencia es un medio necesario, durante la historia del conflicto armado en Colombia no ha sido descabellado pensar que algunos hechos de victimización, de falta de garantías o de incumplimiento de promesas justificaron que la opción armada era inevitable.

Jorge Giraldo, un académico de Medellín, después de participar en la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, en el marco de los diálogos en La Habana, se puso en la tarea de tratar de destruir la creencia de que tomar las armas ha sido inevitable en algunos momentos. En “Las ideas en la guerra”, el libro que escribió para ese propósito, muestra cómo la formación y consolidación de las guerrillas fue una elección de ellos y no una obligación del contexto.

Hablamos con Jorge sobre cómo nació, se transformó, causó simpatías y enemigos, ganó terreno y fracasó el discurso de las guerrillas que han peleado el conflicto armado más largo del continente.

Usted empieza el libro hablando de las olas guerrilleras que triunfaron en Latinoamérica y dice que Colombia fue una decepción en ese sentido.

Hubo una falta de timing. Hay cosas que dependen de unos liderazgos, de una capacidad de analizar la situación, de conectarse con la sociedad. Ese nivel de dirección, de capacidad de entender, de captar las señales de la sociedad y de tomar las decisiones adecuadas, es decisivo en política.

Quizás los que mejor captaron esa idea fueron los del M-19.

Ellos cometieron muchas equivocaciones, pero hubo dos momentos donde siempre pegaron: cuando aparecieron, que lograron tener un éxito de opinión, y después cuando se dieron cuenta de que había posibilidad de una negociación y de abrir espacios políticos, eso fue muy audaz.

¿Qué diferencias hubo entre el M-19 y las otras guerrillas en los argumentos para tomar las armas? 

El M-19 era muy distinto de las Farc. Todos los jefes del Eme estuvieron en las Farc siendo muy jóvenes. Pero cuandos se salieron ya tenían un ideario político muy distinto. Ellos renunciaron al comunismo y adoptaron el lenguaje nacionalista, que era el de la segunda ola, y buscaron las raíces en la propia historia colombiana. Fueron los primeros que rescataron a Bolívar. Jaime Bateman que era un gran comunicador, un encantador de serpientes.

En términos de interpretación del momento, a veces sí tuvieron lecturas parecidas a las Farc. Por ejemplo, en 1980, tanto las Farc como el M-19 estaban convencidos de que iba a haber un golpe de estado y por eso debían irse al monte y preparar la guerra para oponerse a la dictadura que venía.

¿Por qué la tendencia de las guerrillas hacia lo rural?

Ellos sobrevaloraron la tradición de violencia campesina en Colombia. No entendieron que un campesinado que había sufrido tanto la violencia probablemente no quería volver a saber nada de eso. Mucha gente se preguntaba por qué, si acababan de salir de una guerra tan brava como la de La Violencia, iban a seguir predicando violencia para el campesinado. Estos dirigentes romantizaron la violencia rural.

Por ahí va la tesis del libro: que la lucha armada ni era inevitable ni era el mejor camino. 

Ese tema yo lo ilustro con dos figuras que son Manuel Marulanda y Juan de la Cruz Varela, que comandaban las dos guerrillas originarias del Partido Comunista: la del sur del Tolima y la del Sumapaz. Lo que yo muestro es que  no era una fatalidad que todo el mundo tuviera que meterse a la lucha armada.

Juan de la Cruz Varela era comunista, era guerrillero, incluso mucho más curtido que Marulanda, estaba en una zona mucho más estratégica que el sur del Tolima, porque estaba aquí encimita de Bogotá, y sin embargo entendió que el Frente Nacional era una transición, que había espacios políticos para participar.

Entonces eran dos tipos con la misma ideología, en el mismo partido, venían de la misma tradición guerrillera, ¿por qué terminaron en dos futuros tan distintos? Ahí hay un tema de decisión individual, de comprensión de la realidad del país y de decidir cómo relacionarse con la base campesina. Varela decidió seguir siendo campesino y Marulanda escogió ser militar.

¿Cuáles fueron las ideas con las que Tirofijo argumentó esa decisión? 

Tirofijo mismo lo dijo: yo no sé de política, yo soy un militar. Por eso el Partido Comunista mandó a Jacobo Arenas para el sur del Tolima y la cosa cambió totalmente. La figura decisiva para que Tirofijo se mantuviera en un camino distinto al de Varela fue la llegada de Jacobo Arenas a esa región en 1964. Luego vino lo de Marquetalia y todo lo que ya se conoce.

Usted habla de una época donde las Farc eran relativamente cercanas a la dirigencia y a la sociedad colombiana. 

La gente treinta años puede recordar cosas muy duras que ocurrieron entre 1995 y 2005. Pero, con la polarización que hay en el país, con el desprestigio actual de las Farc, no se entiende que hubo unos momentos en que eso era una cosa medio folclórica. Eran unos señores que estaban en el monte, que no estaban con la democracia pero que tampoco hacían mucho daño. Yo creo que hubo una subestimación. La dirigencia colombiana subestimó la potencialidad que podía tener esa guerrilla.

En el libro dice que Casa Verde parecía más una granja turística que el cuartel de una guerrilla. 

Mientras funcionó Casa Verde, hasta 1990, por allá pasaron el perro y el gato. Allá iban gobernadores, congresistas, ministros, presidentes de multinacionales, embajadores. Y eso fue positivo porque no alejó tanto a la guerrilla de la sociedad. Eso facilitó que en treinta años tuviéramos cuatro negociaciones con las Farc, y demuestra que no es cierto que la dirigencia de este país nunca hubiera tendido lazos o hecho gestos.

¿Cómo se logró la cercanía en esa época? 

Ellos en esos años, como desde 1984, no cometieron tantos actos de violencia. O al menos eran mínimos con respecto a lo que ocurrió en los noventa y en este siglo. Todavía no existían en gran medida las bombas, los ataques, las masacres.

De otro lado yo creo que había una mirada benevolente que fue muy generosa con ellos. Sobre todo Belisario o López Michelsen. Siempre mantuvieron una actitud de darles una oportunidad de dialogar, de no llevar las cosas al extremo. Y en esos momentos yo creo que podía tener sentido. Llo duro no era la guerra con la guerrilla sino con el Cartel de Medellín. Ya después la cosa se puso muy cruel.

Muchas experiencias demuestran que la guerra no es inevitable, que los actores no estaban obligados a eso. Foto: Carlos Villalón/Vice/ Redux

¿Bajo qué argumento la guerrilla pasó de esa cercanía a la ofensiva terrible que empezó en los noventa? 

Hay una combinación de factores. Primero, ellos no aceptaron la gran oportunidad que tuvieron con la constitución de 1991. Se radicalizaron e hicieron un plan para incrementar la guerra. Un plan que tenía como objetivo la toma militar del poder.

El segundo factor es que consiguieron dinero. El dinero de la droga posibilitó que se armaran muy bien. Y el tercer factor fue el gobierno de Samper, porque generó un desorden y una crisis de legitimidad en el país que les permitió pasar a la ofensiva, obtener éxitos militares como los que obtuvieron entre 1996 y 1998, hasta la toma de Mitú.

Las guerrillas perdieron mucha legitimidad cuando se ensañaron con el secuestro. ¿A qué respondió la elección de esa práctica? 

El secuestro se nos volvió pan de cada día. Pero para las guerrillas comunistas de todo el mundo, de Asia, de África, de Ámerica Latina, el secuestro era una aberración. Yo creo que acá el secuestro reemplazaba lo que hubo en esos países, como Nicaragua o China, que era apoyo popular. La guerrilla intentó reemplazar el apoyo de la población con coerción. Gran parte de los recursos de las guerrillas en otros países surgieron de la propia población. Aquí surgieron a través de un medio extorsivo, cuya peor muestra fue el secuestro.

Por esa época cogió fuerza el paramilitarismo. ¿Qué implicaciones tuvieron ellos en el discurso de legitimación de la guerra?

El fenómeno paramilitar es un fenómeno muy reactivo, muy poco sofisticado, pero hay un punto donde genera tensión con las ideas de las guerrillas, y es que como esta sociedad nunca ha hecho una ruptura mental, ideológica con la violencia, cuando aparecieron los paramilitares mucha gente dijo “si estos son los que le van a dar bala a las Farc, pues bueno”. La explicación ideológica del fenómeno paramilitar está en que tenemos pendiente la tarea de deslegitimar la violencia. Porque mañana sale alguien, por la derecha o por la izquierda, y va a seguir encontrando audiencia.

¿Qué argumento les quedaba para seguir defendiendo la violencia? ¿El exterminio de la UP? 

Lo de la UP hace parte de lo que yo llamo el repertorio emotivo de las Farc, y es que, como casi todos los grupos armados en Colombia, han usado el expediente de la victimización. Por supuesto no es una fantasía. Pero tampoco es una fatalidad. Como en el caso de Juan de la Cruz Varela, a él le mataron a los hijos, a la familia, le quemaron la finca, y él persistió en la paz. Yo creo que siempre está esa opción.

Además del de la UP, ha habido lugares comunes en el discurso de las guerrillas que han sido relativamente exitosos. 

La idea de que aquí no ha cambiado nada en este país, eso lo escucha uno todos los días en la calle. Incluso gente muy reputada aquí habla de exclusión política. Pero eso no era así: los comunistas tenían prensa legal, tenían concejales, diputados, representantes.

Lo que yo intento mostrar es que esas ideas, que se inventaron en medio de intelectuales fuera de la guerrilla, han sido muy exitosas. Yo siento que la idea ahora, con los diálogos de paz, es discutir eso que siempre han creído como una verdad, discutirla y revisarla y ver si es así.

¿Qué actores, además de la guerrilla, le han dado fuerza a esos lugares comunes? 

En la academia ha pasado mucho. En el pasado también hubo sectores liberales radicales, que les tocó La Violencia, que contribuyeron mucho a estos lugares comunes. Sectores importantes de la Iglesia Católica también divulgaron estas ideas. Muchos de ellos ni siquiera justificaban la lucha armada, pero implícitamente el tipo de ideas que defendían podían ser asumidas entre el público como justificaciones o atribuciones de estatus a los guerrilleros.

Cuando el canal de comunicación con la sociedad se rompió, ¿el argumento para ganar adeptos fue el miedo? 

El mierdo sí es un factor, pero hay otra cosa: en algunas regiones hubo poblaciones que quedaron atrapadas entre dos fuegos y muchos jóvenes terminaron en todos los bandos. Ejército, paramilitares y guerrilla. Yo creo que ahí también influye el hecho de que este país no ha resuelto los problemas de abandono a zonas campesinas. Los jóvenes se ven un callejón sin salida y las armas son una opción que está a la mano, les dan comida, sentido de pertenencia y poder.

Usted dice que siempre hubo una opción para no tomar las armas. ¿Cuál era la alternativa de no entrar a la guerra para estas poblaciones abandonadas?

Hubo experiencias de movimientos de objeción de conciencia. Hubo iniciativas en las comunidades indígenas cuando a mediado de los noventa se declararon neutrales. Hubo algunos movimientos en colegios y escuelas que empezaron a declararse zonas francas de paz. Yo creo que hubo intentos, algunos apoyados por las religiones, por movimientos juveniles. Aunque por supuesto esas opciones no eran las mismas para todo el mundo.

¿Cómo explicar hoy, tanto a los actores armados como a la sociedad, que la guerra no vale la pena? 

Lo primero es entender a cabalidad la democracia como un sistema de gestión de conflictos, con unas reglas donde uno a veces gana y otras pierde. Un sistema imperfecto pero que logra tramitar diferencias y resolver controversias. Ese camino no solo es menos doloroso sino más eficaz.

Porque, durante todo el siglo veinte, los apóstoles de la revolución decían que la violencia era el camino más doloroso pero también el más cortico. Nosotros en Colombia terminamos en el peor de los mundos: el camino más doloroso y el más largo.