La búsqueda de desaparecidos desde la mirada de quien los exhumaba | ¡PACIFISTA!
La búsqueda de desaparecidos desde la mirada de quien los exhumaba
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La búsqueda de desaparecidos desde la mirada de quien los exhumaba

Juan José Toro - mayo 26, 2016

Hablamos con la antropóloga forense Helka Quevedo sobre la importancia de la memoria en esos procesos.

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La relación de Helka Quevedo con la muerte empezó desde que tenía ocho años. En su pueblo, cada vez que llegaba un muerto le encantaba ir a la morgue y ver los entierros en el cementerio. Le parecía fascinante. Se apoyaba en dos ladrillos para alcanzar más altura y miraba asombrada las necropsias. “El primer cuerpo que vi fue el de una chica que se suicidó. Muy linda, nada de trauma”.  No sintió miedo. Al contrario: se llenó de curiosidad y desde pequeña tuvo muy claro que eso era lo que quería hacer en su vida.

Años más tarde se convirtió en antropóloga forense y entró a trabajar con la Fiscalía. Tuvo que encontrarse de frente con la violencia, pero no siempre fue claro que lo suyo tenía tanto qué ver con anatomía como con derechos humanos. No trabajó siempre con muertes asociadas al conflicto armado. Sus diligencias cubrieron desde el terremoto de Armenia hasta las violaciones de Luis Alfredo Garavito.

Helka entendió el drama de los desaparecidos de primera mano. Desenterró cuerpos por todo Caquetá. En 2002, en Puerto Torres, lideró una comisión de la Fiscalía que exhumó 36 cuerpos de personas asesinadas en las escuelas de la muerte de los paramilitares. Esa historia la marcó con tanta fuerza que, más de una década después, decidió reconstruirla a través de un informe del Centro Nacional de Memoria Histórica y un documental. Buscó desaparecidos incansablemente, y todavía, aunque se retiró de la antropología forense, trata de unir hilos entre ellos y sus familias.

Hablamos con Helka sobre su relación con la muerte, lo que entendió del paramilitarismo a través de sus víctimas y la búsqueda de los desaparecidos que por años persiguió debajo de la tierra.

¿Cómo es esa relación entre muerte, violencia y conflicto?

Hay varias voces que se ponen a hablar en mi trabajo. Por un lado, qué nos dice el cuerpo anatómicamente en la necropsia; también, qué nos dice el perpetrador, tanto de palabra como a través del cadáver. Luego también están las familias, la comunidad, los testigos, los expedientes. Y por supuesto la voz de los funcionarios: los odontólogos, los antropólogos, los médicos forenses, los jueces, los fiscales. Entonces uno se pone las gafas y mira cuidadosamente qué le dicen todas esas voces sobre un hecho violento. Solo así uno puede intentar aproximarse a por qué suceden los hechos.

¿Cómo aportan ustedes a entender el contexto?

Servimos como intérpretes de esas personas que murieron. En general las ciencias forenses. Puede hablar el médico, puede hablar el odontólogo, puede hablar el antropólogo, puede hablar el genetista. Entonces, entre todos, leemos esas muertes y las traducimos. Las sacamos a la luz. Eso ayuda a entender qué está pasando, a manera de contexto. ¿Por qué nos matamos de esa manera?, ¿por qué solucionamos los conflictos con el aniquilamiento?

¿Alguna pista que ayude a responder esas preguntas?

Una de las cosas es comprender la noción del enemigo. Sea para el poder político, el de las armas o el económico, hablando por ejemplo del narcotráfico, todo vale. Hay una equivocación muy grande como sociedad porque se quiere alcanzar el poder a cualquier precio, y aniquilar al otro es la forma más fácil.

¿Qué le sigue costando entender de todo lo que vio? 

Después de todo este trabajo todavía me cuesta entender por qué tanta sevicia. Yo trabajé en el CICR con grupos armados y un día me aterré cuando hablaba con una colega y pensábamos convencerlos a ellos con lo siguiente: “no escondan los cuerpos y no los torturen”. Esa conversación no se dio de manera directa, pero lo que les pedíamos era que siguieran reglas. Que si era inevitable que los mataran en medio de la guerra por lo menos no los desmembraran y los desaparecieran.

¿Qué particularidades notaba en su trabajo respecto a las formas de violencia de distintos actores armados?

Trabajé sobre todo con hechos perpetrados por paramilitares. Encontré unos patrones ahí: el entrenamiento que tenían, las escuelas que formaban, la sevicia. De las exhumaciones que yo hice, podría decir que un 1% no estaban desmembrados. El resto sí. Lo otro es que en mi época yo no exhumé nunca una fosa común de paramilitares. Seguro que las había, pero a mí todas las que me tocaron eran individuales. Los paramilitares las llamaban “apartamentos”. Además era muy evidente la tortura. Cercenaban los senos de las mujeres, hacían los mismos cortes. Todo eso constituía un mensaje: ellos querían hablar del terror, de la violencia. Todavía intento comprender por qué actuaban así y me cuesta.

A veces los actores armados no quieren que eso se revele. ¿Cómo han sido las garantías para ejercer su profesión?

Durante los diez años que estuve en la Fiscalía asistí al entierro de veinte colegas. Vi torturados los cuerpos de tres. De siete colegas no encontramos los cuerpos nunca. Algunas de las causas de esa violencia estaban asociadas al conflicto, al paramilitarismo, a la corrupción y al narcotráfico, todo. Entonces, al menos en esa época, sí había un riesgo. En las diligencias que yo hacía siempre salíamos con Ejército. Porque es que aquí ha tocado hacer todos los trabajos forenses en medio del conflicto y eso tiene unas implicaciones.

Uno de esos trabajos fue el de Puerto Torres, que apareció en el informe “Textos corporales de la crueldad” y en el documental Cuerpo 36. ¿Por qué escogió ese caso?

Cuando llegué al Centro de Memoria empecé a mirar mis casos. Hice una lista de esos casos. Y el que elegí tiene unas condiciones muy particulares. Una es que el caso arrancó por iniciativa de un paramilitar, jefe de ejecuciones, que por distintas razones decidió hablar. Eso fue antes de Justicia y Paz. Había que hablar de manera muy cruda, en el sitio, con un paramilitar que me iba diciendo cómo y dónde había pasado cada cosa. Otra razón es que fue la primera vez que dentro de mi trabajo sentí miedo. El tipo que estaba hablando se escapó y dijo que todo lo que me había dicho era mentira. Eso me puso en una situación muy difícil. La respuesta de mi Fiscalía fue “cambie de acera y no hable con desconocidos”. Pues me tocó renunciar e irme del país por un año. Eso te lo digo para que entiendas que este caso también tiene mucho personal.

¿Cómo fue lo del cuerpo 36 y por qué decidió involucrarse tanto luego?

Nosotros estábamos en terreno y el penúltimo día de la diligencia llevamos a Belén de los Andaquíes una volqueta con los 35 cuerpos que encontramos. Al día siguiente el Ejército me dijo que no nos daban más protección. Y justo cuando nos íbamos a ir se me acercó una señora y me dijo que tenía un cuerpo enterrado en el patio de su casa. No lo podía dejar ahí. Pero el Ejército no me dejaba subirlo con ellos y ahí fue cuando hice toda la locura de hacerlo pasar por una maleta.

¿Por qué se perdió ese cuerpo?

De eso han pasado catorce años. Y entonces han puesto muchos muertos encima y a los lados. En los últimos años, la diócesis dijo que dejaran ese lugar para enterrar niños. La zona del cuerpo 36 está llena de cunitas, de colorcitos, de carritos. Lo hemos intentado buscar tres veces sin resultados y ya nos dijeron que no más. Pero yo sé que lo voy a encontrar algún día. Tengo estrategias para hacerlo. Ya tengo los otros hilos de esa historia: ya hablé con el que mató al 36, con el que lo torturó, pero me faltan la familia y el cuerpo.

¿Cómo se convirtió ese “trabajo sucio” que usted hacía en lo que ahora hace desde el CNMH?

Muchas veces me dicen que hacer exhumaciones debió ser durísimo pero a mí lo que me parece más difícil es pensar lo que hice. Ponerlo en papel y escribirlo, reconstruir la historia que yo investigué como perito forense pero desde una mirada de memoria histórica. Es dolorosísimo pero muy hermoso. La gente cree que la memoria histórica se trata de lo de atrás y del pasado, pero no: yo todo lo que hago es relevante para el presente. Y se trata de hacer ver que todas esas cosas del pasado guardan una relación con el hoy. Las víctimas están en el presente. Los lugares están ahí.

¿Cómo evalúa el trabajo que se está haciendo últimamente para buscar a los desaparecidos?

Hay voluntades maravillosas comprometidas con esto. Pero, dentro de todos los avances, hay algo con lo que estoy en absoluto desacuerdo. ¿Por qué entregan los cuerpos de manera colectiva? A una señora que le van a devolver al esposo y dos hijos la tienen que tratar como una tacita. La tienen que acompañar en el antes, el durante y el después de la entrega. Debe ser algo íntimo. Y para hacer eso hay que preguntarle a las familias. Hacer el trato más humano. Darles la privacidad para que lloren a solas.

Para encontrar a todos esos desaparecidos y devolverlos a las familias faltan muchísimos años y esfuerzos. ¿Ha pensado volver a hacer trabajo forense?

Jamás. A no ser que sea estrictamente necesario que yo esté. Pero sí seguiré buscando a los desaparecidos desde el acercamiento con sus familias. Ese es el sentido de mi trabajo en el CNMH.