Héctor Carabalí, el líder social que denunció la violencia en el congreso de Estados Unidos | ¡PACIFISTA!
Héctor Carabalí, el líder social que denunció la violencia en el congreso de Estados Unidos Héctor Marino Carabaíl Charrupí. Foto: Tom Laffay
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Héctor Carabalí, el líder social que denunció la violencia en el congreso de Estados Unidos

Colaborador ¡Pacifista! - octubre 22, 2018

‘Nos están matando’ es el nombre de la pieza audiovisual, producida por un colombiano y dirigida por una británica y un estadounidense, que le dio voz a los líderes afro amenazados en el Cauca.

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Por: Andrea Jiménez Jiménez 

La cita estaba pactada a la 1 de la tarde. Era en Timba, corregimiento de Miranda, uno de los 42 municipios del Cauca, uno de los departamentos más convulsionados del país en tiempos de posconflicto. La cita era en la plaza central, el más público de los lugares de cualquier pueblo. Era al mediodía, con el sol imposible. Pero Héctor Marino Carabalí Charrupí, líder social de Timba, no llegó ni a la 1, ni a las 2, ni a las 3. Tampoco a las 4. Lo hizo a las 5. Cuatro horas después de lo acordado.  

Cuando Emily Wright, Tom Laffay y Daniel Bustos Echeverry conocieron la razón de la espera, dimensionaron cómo es la vida en ese lugar, en los límites de Jamundí y Buenaventura, cuando llega algún extraño sin avisar, o aun haciéndolo. “Resulta que él (Carabalí) puso a la Guardia Cimarrona a hacer un perímetro para estudiarnos, para ver cómo íbamos. Ahí empezaron a estudiarnos, no sé cómo, y cuando ya tomaron la decisión, con las mayores autoridades de su comunidad, de recibir la entrevista, nos invitó”.  

Bustos Echeverry cuenta esta historia cuando se le pregunta por la mayor dificultad que encontraron él y Wright y Laffay durante la grabación de ‘Nos están matando’, un documental que recoge los rostros detrás de las cifras, la cara humanizada del asesinato y persecución sistemáticas de los líderes sociales en Colombia. Un proyecto que nació en el corazón del Yarí, mientras Wright, británica, y Laffay, estadounidense, ambos periodistas, cubrían la última Conferencia de las FARC.

Ellos se dieron cuenta de que la agenda mediática estaba plagada de noticias e historias sobre el desarme de la guerrilla más antigua del continente, pero ignoraba los atentados que habían comenzado a perpetrarse contra los defensores de derechos humanos en las regiones prioritarias para el posconflicto. “Para ese momento la lista iba como en 10. Ni siquiera había lista. Solo salían noticias cada semana y por medios muy pequeñitos, o no salía por ningún lado”.

Daniel Bustos Echeverry, Emily Wright, Héctor Marino Carabalí Charrupí y Tom Laffay / Foto: Alex McAnarney, CEJIL

 

Emily comenzó a hacer lo que podía: envió mails y se comunicó aquí y allá con medios como The GuardianThe New York Times, The Economist, entre otros, buscando el espaldarazo para publicar la historia. Pero “ninguno de ellos estaba interesado en los asesinatos de líderes sociales”,  relata Bustos Echeverry. Así que tomaron el camino que les quedaba: hacerlo ellos mismos, en una pieza independiente, y con su propia plata, porque no encontraron financiación ni en medios especializados ni en entidades sociales. 

 

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Desde que nació la idea hasta hoy, hará dos años. Más de 700 días recopilando información, revisando mapas, alquilando carros, yendo de aquí a allá hasta aterrizar en el Congreso de los Estados Unidos, a donde llegó el documental después de “viralizarse” en páginas de Facebook y alcanzar más de 1.5 millones de reproducciones en Youtube. “En ese momento comenzaron a contactarnos con colectivos de muchas partes del mundo: de Austria, de Francia, de Inglaterra, de Argentina, de Ecuador, de Brasil, de Sudáfrica, para pedirnos permiso de hacer una proyección del documental y que asistiéramos a una reunión por Skype con los asistentes. Y así se hizo. Fue increíble. Lo proyectamos en 16 países diferentes. Muchos voluntarios se ofrecieron a traducir el documental. Está traducido al alemán, al francés, al portugués, al inglés, al italiano…”. Daniel Bustos Echeverry habla emocionado del salto al exterior de la historia, a la que aún le faltaría trecho por recorrer. 

Porque fue justo en ese momento cuando los contactaron de la oficina de Jim McGovern, miembro de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, para invitarlos al Congreso de ese país a exponer no solo el documental, sino el panorama actual de los líderes sociales, una realidad que cuenta 348 asesinatos desde 2016, según el más reciente informe de la Defensoría del Pueblo, y 138 desde que comenzó a implementarse el Acuerdo de Paz, según el contador de ¡Pacifista!

“Una de las cosas más difíciles de decir en EE.UU. antes de cada proyección es que, cuando empezamos el documental, eran 110 muertos. Después, cuando lo lanzamos, eran 200. Pero ahora para hacer cada proyección siempre tenemos que actualizar el número. Tenemos ahí una cifra. La cifra dice que hay 200, pero eso se lanzó en marzo. Hoy la cifra es de 348 muertos, y eso cuesta mucho decirlo todos los días frente a un público grande, porque la cara de la gente se transforma”. 

Tal vez sea eso más duro que aquel momento en el que se quedaron solos –Daniel, Tom y Emily- en la subida a Miranda, una de las cabeceras municipales del Cauca, “donde están los cultivos de marihuana”. A esa altura, el conductor que los acompañó desde Cali los “dejó tirados” por el riesgo que sentía mientras avanzaban las grabaciones. “Afortunadamente –continúa Daniel– pude sortear la dificultad del miedo y del terror porque estaba viajando con garantías. Y garantías es que dos personas extranjeras se metan a ese territorio, porque ningún grupo armado se quiere meter en un problema internacional haciéndole daño a un ciudadano inglés y otro estadounidense”.

 

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Héctor Marino Carabalí reconoce que su participación en el documental no fue una decisión rápida. “El desconocimiento de quiénes iban a realizarlo, a recoger la información, sus objetivos, sus fines”… Todo lo hacía dudar. Pero la Guardia Cimarrona, esa que cercó a los tres periodistas en la plaza de Timba sin que ellos lo supieran, terminó accediendo. “Antes de conocernos, ya previamente nosotros lo habíamos hecho”, suelta la frase de manera rotunda.

Aceptar la propuesta de sus ‘invitados’ le daba la oportunidad de contar a viva voz qué es lo que le pasa a los líderes que, como él, viven alejados de los focos de los medios masivos de información. “Vienen medios de comunicación que, de una u otra forma, depende su trabajo del poder de Gobierno, de grandes empresas, de trasnacionales, entonces ellos no van a transmitir qué es lo que está ocurriendo con la comunidad. Este ejercicio nos permite a los líderes sociales que estamos viviendo en carne propia todo este tema de represión, todo el tema de conflicto que hemos vivido históricamente, dar fe directamente de qué es lo que está pasando de una forma objetiva, de una forma real”. 

Así que podía darle la vuelta a la historia, al menos una vez.  

“Desafortunadamente los líderes no tenemos la oportunidad de hacer cabildeo, hacer incidencia en grandes medios, ni tampoco en el alto Gobierno. Esa oportunidad la tiene el Gobierno cuando viene a Estados Unidos, por ejemplo, cuando viene a hablar de la situación de país. Hoy, a través de este ejercicio en que estamos acá, en que yo estoy acá, estamos dando a conocer efectivamente lo que está pasando”. Héctor Marino Carabalí habla así desde Washignton D.C. Allí, donde un grupo de ciudadanos chinos, pasajeros del metro, como él, se le acercan para preguntarle quién es. Les dice la verdad: un líder social en peligro de muerte, por cuenta de amenazas como las que llegaron el 10 de julio, o el 21 de agosto. O como el secuestro, tortura y asesinato de Ibes Trujillo Contreras, “mi hermano y compañero de luchas”.  

¿Cree que corre más riesgo ahora por la emisión del documental?, le pregunto.

“Es posible porque, bueno, eso lo hace más visible a uno a nivel mundial. De una u otra forma toca intereses mundiales, así que diríamos que se puede, pero por otro lado comprometemos al Gobierno colombiano a que tiene que ofrecerme y darme las garantías para seguir defendiendo mi labor, que es defender los derechos humanos de la población de país, de mi comunidad (…) El nivel de riesgo sube más, pero se compromete  más al Gobierno para no defenderme solamente a mí, porque no estoy hablando por mí, sino por todo el movimiento social, desde el proceso afro, indígena, campesino; todos  los sectores sociales: sindical, de maestros, las mujeres, los jóvenes. Es la voz del pueblo la que está referida acá”. 

O, como dice Bustos Echeverry, “la voz de las víctimas, de los líderes”. Este ejercicio buscó, en el fondo, de humanizar esas cifras frías que caracterizan los asesinatos de los líderes sociales. “Son humanos los que están detrás de estos números, y son humanos que tienen vidas. Y son humanos que tienen familia. Y son humanos que tienen miedo, no solo son campesinos que están por allá tirados en el monte solitos y un día los mataron. Y no es como cortar un árbol, volver a nacer, no. No es tan fácil”.