OPINIÓN | El 2 de mayo, Facebook echó de su plataforma a siete de sus usuarios más controversiales.
Por: Emmanuel Vargas Penagos
Dentro de esta lista se encuentra Alex Jones, extremista que se dedica a la difusión de teorías de la conspiración y de noticias falsas, principalmente a través de su medio Infowars. Este video de John Oliver muestra muchos ejemplos de las cosas más raras que ha dicho Jones.
No es la primera vez que Jones tiene problemas. En agosto de 2018, Apple, Google, Facebook y Spotify eliminaron varios videos de él y de Infowars. Muchas de las cosas que Jones dice son estúpidas, como su teoría de que el gobierno gringo tiene armas que manipulan el clima, o peligrosas, como su promoción del movimiento anti vacunas y sus mensajes de supremacía blanca. Pero sacar a una persona de Facebook implica silenciarla casi que de forma absoluta. Y esto, como lo dijeron unos analistas en CNN recientemente, es peligroso. Es fácil que las reglas que se están aplicando sobre Jones y otros extremistas terminen cayendo sobre discursos que, aunque chocantes u ofensivos, están protegidos por la libertad de expresión.
Un ejemplo de esto es lo dicho por Twitter. Un empleado de esa empresa contó recientemente que si se aplicara la tecnología que se usa para bajar publicaciones del Estado Islámico sobre contenidos de supremacistas blancos, terminarían afectando a políticos Republicanos. Mientras que los del Estado Islámico son filtrados con algoritmos y de forma automática, los otros son examinados principalmente por humanos. Esto hace que el proceso sea más lento pero permite un mejor análisis del contexto.
En el caso del Estado Islámico han pasado errores como que se bloquean noticias en árabe, pero el argumento que se suele usar es que la gente prefiere ceder ante ese tipo de errores que permitir que se esparzan videos terroristas. El problema es hasta qué punto debe decidir una plataforma como Facebook o Twitter lo que es socialmente aceptable.
Una de las principales razones por las que Internet ha crecido es la gran protección para la libertad de expresión que existe tradicionalmente en Estados Unidos. Curiosamente, muchas de esas protecciones han salido de los casos de personas desagradables, similares o peores a Jones. Uno es el del líder del Ku Klux Klan, Clarence Brandenburg, quien en 1964 fue procesado por incitar a la violencia después de decir varios mensajes racistas en televisión y de afirmar que “si el Presidente, el Congreso, la Corte Suprema continúan suprimiendo a la raza blanca caucásica, es posible que tengamos que tomar venganza”. La Corte Suprema gringa absolvió a Brandenburg en 1969 por considerar que solo deben castigarse la incitación a la violencia o al delito cuando estas busquen producir una acción inminente y esta sea probable de ser incitada o efectuada.
La fecha en la que sucedieron este y otros casos importantes por la libertad de expresión en Estados Unidos es clave. En los años 60 se estaban dando debates críticos sobre derechos civiles y sobre la guerra en Vietnam. Los jueces de la Corte Suprema consideraban que la mejor forma de lograr que la gente protestara y hablara tranquilamente era permitir que todos tuvieran una amplia libertad para expresarse.
Se podría decir que el debate público se ha contaminado de mucho odio y violencia. Pero esto no significa que la libertad de expresión deje de ser un derecho. Más aún, es peligroso permitir que una empresa como Facebook sea la que decida quién es una persona aceptable o correcta para la sociedad.
Tal y como lo contó Chris Hughes, cofundador de esa red social, en una columna de opinión del 9 de mayo, Mark Zuckerberg tiene mucha discrecionalidad y poder para reprimir lo que la gente dice. Un ejemplo fue la orden que esta persona dio de bloquear todos los mensajes internos que pudieran relacionarse con una incitación al genocidio en Myanmar. Aunque no suena malo per sé, es peligroso que una sola persona establezca esos criterios, que estos no sean claros y que pueda decidir cuándo aplicarlos. No es complicado imaginar lo que harían desde la dictadura de Venezuela con un poder así.
Y el otro asunto es que Facebook es un monopolio. Aunque ha perdido cierta popularidad, es la empresa más grande en el negocio de las redes sociales. Su imperio no se queda en Facebook sino que también abarca Instagram y Whatsapp. Al sacar a Jones de su plataforma, se le restringe de decir cualquier cosa, tonta o acertada, en una de las principales vías de comunicación del mundo. Y esto abre la puerta para que vengan por otros, no necesariamente los malos.
@EmmanuelVP