Estudiantes en una zona veredal: dos mundos que se encontraron | ¡PACIFISTA!
Estudiantes en una zona veredal: dos mundos que se encontraron
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Estudiantes en una zona veredal: dos mundos que se encontraron

Colaborador ¡Pacifista! - agosto 14, 2017

Jóvenes de varias universidades de Bogotá visitaron a los excombatientes agrupados en el Meta. Reflexiones de un largo viaje.

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Por: Diego Aretz*
Todas las fotos fueron tomadas por el autor

Quise retratar este encuentro de una manera poco común, no quise mostrar imágenes del lugar, el campamento y la geografía, quise sobretodo mostrar los rostros del conflicto, el espejo entre nosotros los de la ciudad y ellos los del campo, el cruce de dos mundos. Esta serie de retratos tenía el propósito de mostrar esa humanidad que somos todos, esa humanidad que las balas, la guerra y el egoísmo oscurecen. Un rostro de un guerrillero, un rostro de un estudiante. ¿Quién es culpable en la guerra? Tal vez solo aquel que no quiere acabarla.

Una vez decides acompañar al otro en su viaje no puedes dejarlo a mitad de camino, debes seguir y retener su imagen en cada sombra, en cada gesto, en cada palabra. Hace un par de meses acompañé a un grupo de estudiantes a visitar una de las zonas Veredales de las Farc, a cuatro horas de Vista Hermosa.

Vista Hermosa es un Municipio del Meta a seis horas de Villavicencio, desde Bogotá se puede viajar en carro por la salida Usme. Esa fue la ruta que hicimos. 60 estudiantes (40 mujeres entre 19 y 25 años y 20 estudiantes hombres) de diferentes Universidades de la Ciudad (entre ellas la Nacional y el Rosario), algunos de Medicina, otros de Trabajo Social, Comunicación y Ciencias Políticas.

Salimos de Bogotá temprano, a las 2 am. Queríamos evitar el tráfico y los posibles retenes. Todos los estamentos del Estado sabían de nuestro viaje. Para ellos era una visita más a las Zonas Veredales, para los estudiantes era un viaje para llegar al otro.

La curiosidad de cualquier colombiano frente a las Farc tiene que ver con la historia de más de 50 años de un conflicto, hijo de otros conflictos. La guerrilla era algo ya conocido para nuestros abuelos, ‘la chusma’ para algunos, los revolucionarios para otros. Pero cierto es que sus integrantes ya estaban en el inconsciente de la nación mucho antes de que la generación del 90 hubiera nacido. Las Farc eran el Estado donde el Estado nunca estaba.

La jornada era calurosa, los buses no tenían aire acondicionado, a pesar de llevar las ventanas abiertas el calor era sofocante. Por las ventanas del bus se alejaba el llano, el eterno llano que va a dar a las Selvas del Yari, el Llano de Ursua, de Guadalupe, de Jose Eustasio.

Luego de tres horas de viaje en trocha llegamos una explanada. A un lado de la vía había un campamento del Ejército: unas 80 tiendas de campaña, tanques de guerra, artillería y militares. Nuestro bus pasaba y comenzaron a tomar fotos con celulares y cámaras.

Durante años los combatientes de ambas partes se habían atacado, odiado y desconocido en un juego de poderes e intereses ocultos. Ahora el Ejército custodia las zonas veredales junto con ONU y organizaciones internacionales. Sin embargo en los carros de ONU van siempre soldados entrenados para tareas puntuales de vigilancia y supervisión.

No paraban de tomarnos fotos. El lugar en el que nos bajamos estaba a 20 minutos caminando de la zona veredal. Llovia y aunque llevábamos botas de caucho, no pensamos ponérnoslas, así que seguimos caminando en tenis. La lluvia en estas regiones es diferente a las lluvias de Bogotá, esa lluvia es densa, rápida, inclemente, el clima es húmedo y la lluvia es fría.

Solo uno de los guerrilleros tenía fusil, el resto parecerían campesinos corrientes, de no ser por el camuflado y los ojos: ojos de guerra, miradas fuertes, miradas que vieron el lado más hondo de una violencia que parecía sin fin. Atrapados en un relato univoco, teníamos la necesidad de dar un sentido a nuestro viaje, pero realmente aún no sabíamos con quién nos íbamos a encontrar.

Muchachas y muchachos campesinos, de cachetes rosados, de cuerpos curtidos, todos sonrientes. Diáfanos y directos. Cualquiera que haya conversado con militares de rango bajo me dará la razón en cuanto a esto: hay una inocencia casi trágica en la manera que narran la guerra.

Para ellos la guerra es algo que está ahí, como el día, la noche. La guerra es un fenómeno lógico en su mundo.  Las teorías, los derechos y las convenciones son para nosotros, los que no pisamos el conflicto, los protegidos que estuvimos al margen de injusticias de todos los colores.

Podríamos olvidar la guerra, olvidar las minas, los desplazados, los bombardeos, los líderes asesinados. Podríamos olvidar los rostros del conflicto, nuestros rostros, los rostros de nuestras madres, de nuestras hermanas, de nuestros hijos. Olvidarnos de lo que hicimos, de lo que permitimos hacer y de lo que nos hicieron. Podríamos olvidarlo todo y al final desconocernos en el reflejo de nuestra historia. O podríamos mirarnos a los ojos y en un silencioso abrazo decirnos perdón y perdonarnos, para que lo que sucedió jamás vuelva a suceder. La paz esté con todos nosotros.

*Economista y periodista. Puede enviarle sus comentarios a: diegoaretz@gmail.com