El ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, dice que existen elementos suficientes para decir que se trató del ELN.
Por: Andrea Jiménez
“Era mi hijo”. Enrique Echeverría responde así cuando se le pregunta por Freddys Echevarría Orozco, uno de los cinco patrulleros muertos que dejó el atentado a la Estación San José, en el sur de Barranquilla, supuestamente perpetrado por la guerrilla del ELN.
Lo dice desde el otro lado de la línea, desde el lugar a donde siempre quería volver su hijo: Isla del Rosario, un balneario de Pueblo Viejo, Magdalena, en el que nació y se crió hasta que se hizo policía. Esa playa situada a 45 kilómetros de la Barranquilla en la que, con 24 años y 26 felicitaciones encima, Freddys fue a morir de la forma más ingenua y cobarde posible: formando en el patio de ese comando, a las 6:40 de la mañana del último sábado de enero, cuando al barrio San José lo despertó un estallido.
Al silencio de un vecindario que solo apagan los altísimos niveles de ruido de las discotecas y bares de la carrera 21, que lo divide a la mitad, ese sábado lo enterró un estruendo. A ese barrio donde lo más asombroso que ocurre es la furia de un arroyo en temporada de lluvia, o el cierre temporal de algún negocio en extremo bullicioso, esta vez lo sorprendió lo ajeno, con forma de carga explosiva, que no perdonó ni a los dos perritos que daban vueltas en el que ya es el patio más triste de Barranquilla. El mismo que se llenó de gritos y confusión muy temprano, cuando todo San José corría para ayudar a sus policías, y que en la oscuridad comenzó a recibir, sin el alboroto a todo timbal de los estaderos, flores y velas y llanto, y en el que ahora se leen, escritos con marcador, los nombres de los caídos.
El de Freddys Echevarría Orozco. Y el de los patrulleros Yosimar Márquez Navarro, Freddy de Jesús López Gutiérrez, Anderson René Cano Arteta y Yamith José Rada Muñoz. Los que cayeron porque, según el fiscal general Néstor Humberto Martínez, el bogotano Cristian Camilo Bellón Galindo activó dos artefactos explosivos de gran alcance para dejar, además de los cinco uniformados muertos, 48 heridos.
El sindicado, cuya captura fue legalizada este domingo, antes de la audiencia de imputación de cargos en la que se le señalará por cuatro delitos (homicidio agravado, tentativa de homicidio agravado, terrorismo agravado y uso de explosivos), tiene 31 años, es estudiante de Filosofía –según el diario El Tiempo – y su hermano cursa la carrera de Física Térmica y Ondulatoria en la Universidad Distrital de Bogotá.
El ELN se atribuyó la autoría del hecho en un comunicado cuya veracidad está siendo estudiada por la Fiscalía, y que, dicho sea de paso, dejó de ser visible luego de unas horas al aire por una caída de la página web del grupo insurgente. Para el ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, existen elementos suficientes para confirmar que la guerrilla del ELN es responsable del atentado. “Después de investigar toda la noche (…) puedo decir que la autoría de estos hechos de terrorismo está en cabeza del Ejército de Liberación Nacional”, dijo este lunes ante las cadenas de radio nacionales.
“Desde el mismo momento en que se supo que el capturado es de Bogotá, la teoría de una banda local, del Clan del Golfo, Los Papalópez, pierde fuerza, porque cuando esos atentados los comete gente de Bacrim, por lo general son de Cali, de Medellín, de zonas del Cauca, de la misma Costa. También pierde fuerza cuando vemos que ocurrió otro atentado contra la Policía con explosivos similares, con carga dirigida. En los últimos tiempos los atentados de Bacrim han sido granadas y con bala. Esto es otra cosa, es un tema más organizado y dirigido a”.
El que explica este contexto es Germán Corcho, periodista que en los últimos años ha venido cubriendo información judicial, y los atentados a los que se refiere son los que despertaron nuevamente a los colombianos bien temprano en la madrugada, a menos de 24 horas del primer ataque. El primero fue en el CAI de Soledad 2000, en el municipio de Soledad, área metropolitana de Barranquilla, que dejó un saldo de cinco heridos (dos policías y tres civiles), y el segundo ocurrió en la estación de Policía de Santa Rosa del Sur, en Bolívar, que terminó con dos uniformados muertos y otro herido.
¿Por qué Barranquilla?
El patrullero Echevarría no cumplía aún dos meses de servicio en Barranquilla, la ciudad de su amado Junior, del que tenía colección de camisetas. Llegó el 8 de diciembre pasado luego de solicitar traslado de Manizales, luego de cuatro años de estar radicado en la capital de Caldas, recuerda su papá. “Él tenía 4 años de estar en Manizales. Se dio a querer, fue condecorado por el comandante de la policía de allá por buen comportamiento, compañerismo y todo. Lo premiaron, le dieron su regalo, pero siempre tuvo la inquietud de estar cerca de la familia. Decía que quería estar cerca de acá y pidió traslado para la Costa. Solicitó estar en la estación metropolitana de Santa Marta o de Barranquilla, y le salió de Barranquilla”.
Esa Barranquilla que dejó de conocerse a sí misma en plena temporada festiva, de paroxismo único, de goce total. Esa que entró en estado de shock y miedo generalizado y vio cómo a las marimondas y cumbiamberas de icopor de sus terrazas las escoltaron, durante día y noche, militares armados cada tantas esquinas. A la que le tocaron su fibra hasta hacerla esconderse dentro de sus casas cuando la norma dice que hay que salir a ser feliz, porque es Carnaval. A esa “ciudad de mi alma tan apreciada de propios y ajenos por la buena índole de su gente y la pureza de su luz”, como la pintó García Márquez en ‘Memoria de mis putas tristes’, ya no tan luminosa.
La que, al mismo tiempo, defendió y reprochó que los eventos oficiales de su máxima fiesta continuaran por la mismísima orden de alcalde Alejandro Char. Por eso, mientras en redes sociales unos criticaban la falta de muestras de dolor y duelo y los demás defendían el derecho a vencer el miedo bailando y cantando, la Plaza de la Paz, corazón de la ciudad, se llenó pero no hasta desbordarse. Hizo falta la gente de siempre – apretujada y feliz- para aplaudir a los 99 grupos folclóricos que compitieron en la Fiesta de Comparsas, esa ‘performance’ de casi 10 horas en la que uno y otro séquito de bailarines compiten por el máximo reconocimiento del Carnaval: el Congo de Oro.
Hubo alegría, pero no derroche, al igual que en la celebración de los 30 años de carrera de popular Checo Acosta, a pocas cuadras de la plaza y publicitada hasta el cansancio, y que tuvo la desdicha de coincidir con el atentado terrorista más grave que ha sufrido la capital del Atlántico en su historia.
Tampoco el Parque Cultural se rebosó como siempre lo logra el Carnaval de las Artes, que además de enfrentarse a este nuevo escenario –con capacidad para muchas más personas- tuvo que hacerlo con la barbarie. Y no hubo calle 84 prendida hasta las 4 de la mañana, ni gente caminando en la madrugada como cada Carnaval. Ni siquiera los habituales picós en las terrazas del sur de la ciudad, que anuncian que es domingo con un toque eterno, de sol a luna.
Una Barranquilla tocada por el alcance de unas negociaciones infructuosas con el ELN y que lidera, precisamente, uno de los suyos: Gustavo Bell Lemus. “Si estos atentados ocurren en zona rural de pronto no pasa lo que ha pasado acá, que ha tenido que venir el Presidente, que vino el director de la Policía. Es una ciudad principal, y en temporada de Carnaval. Al parecer es para desestabilizar el tema de las negociaciones del ELN con el Gobierno”, precisa Jimmy Cuadros, investigador y periodista judicial.
“No hay un día en el que no ocurra un atentado contra la dignidad y la vida de los habitantes de la llamada “capital de vida” y de las ciudades de Colombia, por parte de la fuerza pública, demostrando que su función es defender los intereses de los ricos y poderosos”, se lee en el comunicado del “Frente de Guerra Urbano Nacional” que explica las razones por las cuales eligieron una de las ciudades más prósperas del país para recordarle episodios de temor esporádicos, como la oleada de asesinatos de conductores de buses de la empresa Sobusa en 2013, al parecer, por cobro de extorsiones; o la matanza, ese mismo año y por la misma razón, de vendedoras de chance de la desaparecida Uniapuestas. Pero nunca hasta un estado de miedo tal como el que se percibe en estos días, en el que cualquier mensaje falso de WhatsApp altera y desestabiliza.
El comunicado del ELN no solo refleja profundas contradicciones intelectuales, sino un desconocimiento absoluto de la realidad de Barranquilla, del barrio San José, de la vida de Freddys Echevarría Orozco, de la vida de todas aquellas personas que atemorizaron y que esa guerrilla, sin escrúpulos, trato de insinuar que son “poderosas”, “burguesas”, que lo merecían. Increíble.
Para que el miedo no se expanda,para rebelarse contra esas palabras del ELN, algunos han preferido seguir la ley tácita barranquillera: celebrar. La muerte ganándole a la vida es la premisa de la danza del Garabato, que este domingo, en la Fiesta de Danzas y Cumbias, fue la gran homenajeada. Una manifestación que pelea con sabor y guadaña, y baila al compás de una estrofa que, en términos curramberos, lo dice todo: “Yo soy muy barranquillero y no puedo permitir que aquí venga un forastero a echarme vainas a mí”. Debe ser que en Barranquilla todo se dice –y sana- mejor bailando y cantando.
En este lunes 29 de enero, cuando la alegría medida de la temporada dé una tregua para volver al trabajo y al colegio y a la universidad, todos hablarán de lo mismo: las explosiones, los Cai, los mensajes de las redes sociales y, claro, el Carnaval en medio de todo. Barranquilla se conoce y saldrá, si sigue siendo fiel a su espíritu, a la Guacherna del viernes, la noche más feliz de la ciudad, a ver a bailarines desfilar con faroles y grupos enteros alumbrados con velas. La Ley ha dicho que llegarán 1.500 policías a reforzar la seguridad, pero ni ese pie de fuerza extraordinario reemplazará a los cinco que se fueron la mañana del último sábado de enero. Uno de ellos no volverá jugar fútbol en la playa de Isla del Rosario, descalzo, esperando que Junior salga campeón.