"No he abandonado nada, le estoy dando continuidad a lo que hago desde que entré a la guerrilla": Valentina Beltrán
Hace 24 años, Valentina Beltrán quiso fundar una guerrilla. No tenía muy claro cómo se iba a llamar, ni quiénes serían sus integrantes más allá de ese grupo de amigos universitarios que la acompañaban en sus ganas de ir al monte. Por eso, cuando un contacto le sugirió salir de Bogotá para conocer en la selva a ‘Jorge Briceño’ (el ‘Mono Jojoy’) –comandante del Bloque Oriental de las Farc– tuvo que pensarlo poco antes de empacar la maleta. Tenía 22 años, una edad muy temprana como para pensar, como hoy, que su futuro podía estar en el Congreso de la República.
La cita con ‘Jojoy’ se convirtió en una visita de meses al campamento, que con el tiempo pasó a ser una militancia plena. Desde entonces, cuenta Valentina, no ha pasado un día en el que no se reconozca como “una guerrillera”.
Pasaron años de militancia, de ejecutar operaciones subversivas y e incluso de cárcel antes de que pudiera volver a sentirse afuera de la guerra. Ahora, acogida por las leyes que resultaron del Acuerdo de Paz con las Farc, Beltrán es una de las 13 candidatas a la Cámara por Bogotá de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, el nuevo partido.
¿Cómo es pasar de las armas a la política? ¡Pacifista! pasó un día con ella para tratar de entenderlo.
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La bandera de la Farc distingue al edificio blanco que alberga las operaciones del nuevo partido, en el barrio Teusaquillo de Bogotá.
Al entrar, lo primero que llama la atención es un florero lleno de rosas rojas. Más adelante aparecen frases que aluden al común y la cara sonriente de Rodrigo Londoño en todos lados. Es miércoles por la mañana y el partido aún no sabe que al día siguiente, Londoño, su candidato, tendrá que renunciar a su aspiración presidencial por problemas de salud.
En la pasarela interior hay 10 personas pintando un cartel mientras suena rap y heavy metal. El mensaje, que mide 45 metros, reza “Con ellas y por ellas… Luchando y alentando”. La pancarta iba a ser parte de una marcha que la Farc planeaba para conmemorar el día de la mujer, apoyada por algunos colectivos femeninos de Bogotá. Valentina Beltrán sería una de las líderes de la manifestación.
La candidata es amable. Llega y saluda a todos los presentes con un abrazo. Después del saludo se acerca a mí y nos sentamos en una mesa de reuniones de la sede para hablar sobre su historia como insurgente.
“Yo ingresé a las Farc en la época del exterminio de la Unión Patriótica”, cuenta. “En ese entonces estudiaba en una universidad pública de Bogotá, y era activista estudiantil. Por esa época sufrí un golpe grande y fue ver en la ciudad a niños en la calle, abuelos tirados por ahí, mujeres vendiendo su cuerpo… eso me afectó mucho…”
Valentina nació en Soatá, Boyacá, un pueblo donde, según ella, todos eran conservadores menos su papá, que era liberal, y su mamá, que apoyaba al M-19.
“Yo venía de un pueblo donde no había guerra ni muchos conflictos, y pues llego a este despanoche de ciudad: me toca aguantar hambre, ver la desigualdad y además sufrir violencia de género. Todo esto configuró mi razón para irme a la guerrilla. Fui con unos compañeros a ver al Mono Jojoy para exponerle la idea que teníamos de formar una nueva insurgencia. Él nos dijo que nos estuviéramos ahí unos meses a ver qué tal las Farc, y al final nos quedamos”.
Vinieron más de 10 años en los que Valentina vivió entre la ciudad y el campo como guerrillera. En las Farc, dice, se sintió protegida desde el primer momento y aprendió las doctrinas políticas que hoy considera correctas.
“Hubo una operación en la que morteriamos la Fiscalía General de la Nación. Y pues, por supuesto, eso es un búnker… no le hicimos nada, fueron Chispitas Mariposa. En el lugar desde donde disparamos quedó un cabello mío y con eso me capturaron en 2005”.
Por el atentado, Valentina pasó seis años y medio en la cárcel. Su experiencia allá, según relata, consistió en la “labor revolucionaria” de ‘educar’ a sus compañeras, que –según ella– en muchos casos venían de episodios de violencia sexual, maltrato familiar y discriminación. Hoy dice que toda esa experiencia le sirvió para enfocarse en la lucha de género más que en la de clases, pues considera que la primera viene de un problema de desigualdad mayor que la segunda.
En esto de la transición de la vida armada a la política, Valentina equipara las reuniones clandestinas de las Farc en las que definían los rumbos de la guerra con las que ahora tienen, en la legalidad. Al final, argumenta, las dos estaban dedicadas a la formulación de proyectos.
No obstante, la situación más compleja que Valentina describe en la campaña “ha sido tenernos que enfrentar a las barreras y la negligencia del establecimiento. En este momento nos financiamos con fondos que nos aportan solidariamente y al fiado. Incluso a veces no tenemos dónde reunirnos, y nos toca en nuestras casas y cafeterías”. Por otro lado, cree que “lo más positivo que hemos tenido ha sido la suma de encuentros con la gente. Es muy bonito hablar con las personas de los barrios olvidados”.
Es hora de salir de la sede “porque es momento de hacer vueltas en la calle”. Valentina se levanta, y remata su relato diciendo: “La guerra es absurda, y solo viviéndola se puede aprender esto. ¡Por eso no queremos más! Ahora queremos hacer política”.
A la calle
Ya afuera de la sede, Valentina cuenta, desde una convicción que describe como “algo que le sale de los adentros”, que prefiere andar sin escolta e incluso a veces sin acompañantes. Al ser preguntada por los recientes ataques a otros candidatos de la Farc, responde que solo los realizan una pequeña porción de la población, y que eso no los puede detener. “No tengo miedo”.
La estrategia de Valentina es acercarse a la gente y tener una interacción cercana con ella. Reparte volantes, conversa con las personas, explica sus propuestas. Caminamos por una calle del centro de Bogotá, ella y yo solos, mientras Valentina intentaba llegarle a más posibles votantes en la víspera de las elecciones.
Entre risas, la candidata compara este trabajo con parte de lo que hacía en su época de insurgencia, pues desde ese entonces, afirma, debían aproximarse a gente incrédula en los pueblos a explicar sus causas para ganar legitimidad.
“Esta es nuestra manera de hacer política. Lo que quiero que entiendas es que no somos y nunca hemos sido un agente externo. Hemos llegado a los sitios más remotos, donde el Estado no llega. En estos lugares, la insurgencia son los hijos e hijas de la misma comunidad”.
Las tácticas de Valentina en campaña la han llevado a rincones remotos de la ciudad con sus propuestas. Sobre esto cuenta que mucha gente las recibe y las escucha, pero a veces también sucede todo lo contrario.
Hoy, por ejemplo, en un instante en el que se acercó a un grupo de personas para presentar su proyecto político, algunos de ellos la miraron con extrañeza. Otros lucieron, francamente, incómodos al oír la palabra “Farc”.
“Sabemos que hay personas que nos siguen considerando un peligro, un riesgo”, asegura la candidata.
La respuesta a este rechazo, para Valentina, es continuar arraigada a su ideología y hacerla trascender, a pesar de que al grueso de la población, a juzgar por las encuestas de favorabilidad de su partido, no quiera tenerlas en cuenta: “La estrategia es seguir siendo rebeldes pero de manera muy creativa. Tenemos que subvertir el escenario. El potencial como insurgente está adentro, en la forma de ser, de relacionarse con la gente y de generar transformación. Es la misma subversión de antes, pero en otro escenario. Es muy bonito que sea fuera de la guerra, pero no he abandonado nada, le estoy dando continuidad a lo que estoy haciendo desde que entré a la guerrilla”.
Termina el trabajo en la calle y nos vamos para un evento.
De enemigo a opositor
Mientras vamos en un carro para ir a una reunión en otro sector de Bogotá, Valentina Beltrán relata que en los últimos 20 años, que fueron los de conflicto más duro, las Farc llegaron a hacer una guerra de territorios importante que los llevó a ocupar muchos municipios y rodear algunas de las principales ciudades. Sin embargo, al verlos en perspectiva, reconoce que nada de eso les funcionó. Por su parte el Estado, según ella, se enfocó en encontrar la forma de solucionar el problema aniquilando a la insurgencia, pero tampoco lo consiguió.
“Seguíamos siendo enemigos”, cuenta mientras, como siempre, sonríe. “El uno quería eliminar al otro. Pero en una guerra tan larga y costosa había que buscar una definición. Y la vía armada no funcionaba para ellos ni para nosotros. Entonces se hizo oportuna la salida política. Dejamos de considerarlos enemigos en el momento en el que propusimos que el Ejército hiciera parte también de las conversaciones de La Habana. Es raro negociar con tu contrincante, claro, pero después de firmar, dejamos de ser enemigos y nos convertimos en aliados con la base de un acuerdo”.
Entramos a la reunión con un líder gremial, en la que Valentina expone el panorama político del partido y sus propuestas. Salimos después de casi dos horas y aprovecho el momento para preguntarle sobre si siente que la gente aún la ve como una enemiga.
Cuenta, con algo de pesar, que ha habido episodios en los que se ha encontrado con personas que aún los consideran, a ellas y a los demás excombatientes, como enemigos mortales. “Solo por contarte de un caso –dice Valentina– hace poco nos topamos con una viejita que era muy uribista … Lo único que nos decía era que prefería la guerra de Uribe a la paz de Santos. Ante eso, nosotros tenemos que explicar que se inició un proceso de reconciliación, y que si no están de acuerdo con nosotros, no sean nuestros enemigos sino nuestros opositores”.
El camino que sigue
Después de la reunión, lo último que queda en la agenda del día de Valentina es ir a comprar unos víveres para un evento que está organizando para el día siguiente: una ‘aguapanelada’ a propósito del Día de la Mujer. La candidata fue en persona y sin escolta a un supermercado. En la fila, antes de pagar lo que había comprado, se aventuró a hablar sobre lo que piensa que sigue para su partido.
“Todavía tenemos mucho por aprender. Conocemos la historia general del país pero no estamos al tanto, por ejemplo, de las minucias de las luchas que se desarrollan todos los días. No nos consideramos vanguardia en la política en este momento, pero debemos dar ejemplo contra la corrupción y actuar más que nunca en consecuencia con nuestros principios”.
Reconoce que el camino de la política será muy largo y que ella y su partido se están preparando para recibir los votos del domingos, sean pocos o muchos, como un acto simbólico. “Lo que queremos hacer es construirnos como partido y hacer pedagogía de paz. Sabemos que no vamos a ganar, pero ha sido sorprendente ver que la gente nos escucha y cambia su chip cuando ve que somos de carne y hueso, gente común que vivió las circunstancias de la guerra y que ahora tiene una propuesta. No hay forma de que todo esto no pueda ser considerado, aunque con dolor, como una victoria o al menos un logro. Dejamos las armas, entramos a la política por las vías legales. Logramos la paz, eso no nos lo quita nadie”.