A propósito de su primer libro Soy asesino y padre de familia, hablamos con él sobre el conflicto y la paz.
- Fabio Rubiano. Foto por: Daniela Echeverry.
Con Labio de Liebre Fabio Rubiano, –en coproducción del Teatro Colón y el Teatro Petra, el grupo que fundó con Marcela Valencia hace más de 30 años–, llevó la guerra del campo al teatro. Desde la ficción, la guerra le abrió paso a la risa sin dejar de lado el dolor. Esa perspectiva logró cuestionar y conmover a los espectadores igual o más que la violencia misma. Fabio encarnó al victimario y habló de la memoria, del perdón. Y emprendió una búsqueda para entender por qué tantos compatriotas han terminado convertidos en “monstruos” que deciden sobre la vida de otros.
Planeta siguió la visión del conflicto que Rubiano ha desarrollado y le propuso escribir un ensayo sobre el posconflicto. Fabio propuso escribir un monólogo del victimario, de sus tareas: la repartición de cuerpos, el adoctrinamiento pesado, en fin, el trabajo de aquellos que creen que saben qué es bueno y qué malo para el país. El resultado fue Soy asesino y padre de familia (2017), la primera obra de narrativa de este actor y director. Otro filtro de ficción para ver el conflicto desde los ojos del victimario. Un relato contundente que hace una historia común de momentos desgarradores.
Aprovechamos el lanzamiento del libro para hablar con él.
¿No se cansa de hacer historias de víctimas y victimarios? O mejor dicho, ¿por qué insiste en seguirlas contando?
No, no me canso. Además estoy trabajando desde la ficción. No se cansan los defensores de derechos humanos que además los matan y les matan las familias, se va a cansar uno. Ni me canso ni quiero dejar de hacerlo. Tengo varios proyectos en esa línea.
Hay algo que yo siento que no hemos descubierto, que yo no he descubierto y es hasta qué punto estamos involucrados en eso. Cuando hacíamos Labio de Liebre se partía de que todos decíamos que este era el país más feliz del mundo y eso es una cosa muy cruel y despiadada ¿el país más feliz del mundo para quién? Uno podría decir que es el peor país del mundo.
Y podría decir que es el peor cuando uno ve cosas como el caso de, Yuliana Samboní, cuando ve un twittero burlándose de Omaira la niña de Armero, o esa estabilización de la censura dentro de las redes sociales.
¿A qué censura se refiere?
Hay una censura dentro de los sectores más progresistas. Se censura a las mujeres que tienen culo grande y no usan jeans con bolsillos atrás. Hay una serie de factores de censura que nos convierte a todos en victimarios. Una escalada de victimarios necesariamente tiene que dar un país como este.
Es increíble la capacidad de destrucción que hay en una sociedad como la nuestra, eso me interesa. Sobre todo encontrar los argumentos profundos dramaturgicamente. Yo no lo hago sociológicamente ni históricamente, ni antropológicamente, si no para encontrar los elementos originales de esa fractura social, que posiblemente vienen desde los españoles.
El libro plantea ambigüedades comunes de este país…
Volvemos a los mismos ejemplos. Cuando le preguntaron al ‘Alemán’ si jugó fútbol con las cabezas y el dice: no señor, nosotros si cortamos cabezas pero no jugamos fútbol con ellas porque no somos depravados. En Labio de Liebre el gran asesino mata a su novia porque aborta y él no está de acuerdo con el aborto, el está en contra del aborto. Pero ¿cuántas muertes tiene encima?
“No se cansan los defensores de derechos humanos, que además los matan y les matan las familias, se va a cansar uno”.
Usted ha dicho varias veces que el conflicto empieza en lo doméstico, es decir, no está tan lejos como pensamos.
La bomba de aquí del barrio el otro día. La escalada de acusación era absurda. Por un lado le echaron la culpa a los animalistas, pero por el otro la respuesta es igual, fue la ultraderecha, fue un autoatentado, fue la misma Policía. Nunca se va al eje y al origen del problema ¿por qué se desata esta violencia? Sino de inmediato es la necesidad de empezar a echar culpas.
En cualquier discusión lo inmediato es echar culpas y perpetuar la discusión. Para nosotros es muy extraño que una discusión se acabe. Una discusión permanece y se agranda y se extiende dentro de nuestro comportamiento cotidiano.
Nos reímos de algo que no debería dar risa, de la tragedia. ¿Por qué?
En Labio de Liebre nos preguntamos mucho por qué se reía la gente. Los primeros sorprendidos fuimos nosotros. Y claro, por un lado hay muchas aristas, es un desahogo, una máscara, una forma de cubrirse, de protegerse, o es porque de verdad les vale huevo.
Pero también estamos en un país donde todo es absurdo y verlo en un escenario produce risa. Nosotros estábamos acá cuando la bomba (el petardo que estalló en el barrio La Macarena en Bogotá). Este es el único país del mundo donde estalla una bomba y la gente no corre al lado contrario sino que corre hacia donde estalló la bomba sabiendo que puede estallar otra. ¿Esto qué es? Es una locura.
Hay tantas cosas absurdas, desde las declaraciones de El Alemán, las declaraciones de los líderes, es chistoso, eso da risa. Elementos de violencia que pasan del límite de la violencia y se vuelven absurdos y por lo absurdo genera risa. Creo que es eso. Como un nivel excesivo de contradicción.
Cuando le hablan a uno de construcción de paz usted que piensa ¿desde donde se construye?
El proceso de paz es reconceptualizar al país porque entramos a un país que no conocemos entonces tenemos que volverlo a ver desde otros ojos. No podemos seguir diciendo: paraco, asesino, motosierra. No, eso ya no. Estamos en otro lado, tenemos que instalarnos en otro lugar, cambiar el discurso. Eso se demora años pero el hecho de que ya no haya muertos en alguien tiene que cambiar.
La gente dice que aquí no somos capaces de rebelarnos, de protestar, que aquí no tenemos huevos para eso ¿Perdón? Todos los días matan un líder social y se instala otro que posiblemente van a matar. Que no hay gente arrecha, mirelo. Y están sin fusil, sin nada.
¿Qué lo esperanza?
Mi esperanza frente a la construcción de paz radica en que somos un país como familiar, sin decir que la familia sea lo mejor para nuestra sociedad, y fiestero en el sentido de la alegría porque en cualquier lugar donde tú llegues, así sea donde un paraco, un guerrillero o donde quien sea, siempre tratan de atenderte, de ser amables.
Hay una cosa interna que nosotros tenemos de servicio que yo creo que habría que explotar y por otro lado es que nos gusta la celebración. A todos los líderes, comandantes y capos nunca los han cogido en combate, siempre los han cogido enrumbados. O sea, lo que saben hacer es rumba.
Tenemos que caer en cuenta de eso, que a nosotros nos gusta es atender al otro y rumbear, además trabajar porque fama de trabajadores si tenemos. Esa es mi esperanza de la reconceptualización del país.
Y la memoria…
La memoria se tiene que dar sin señalamientos, hay memoria, tiene que haber. El Alemán también tiene que decir. El Alemán fue a ver la obra..
¿Qué dijo?
Sergio el que maneja el Teatro Pablo Tobón (donde se presentó la obra en Medellín) dijo que había ido pero que no había podido hablar con él. Irá a cobrar derechos de autor, hay frases de él ahí en la obra.
¿Cómo se siente interpretando el papel de victimario?
Me interesa la conceptualización de ellos.
¿Qué más nos dice el victimario?
A nosotros nos interesa señalar un gran malo sin ver cómo estamos nosotros. Por ejemplo, en la obra el líder paraco se va con una niña campesina. La niña le dice a este líder: mi papá me come, matelo. Va, lo mata y se va con la niña. La mamá de la niña odia a la niña por mantener relaciones con su papá y por haberlo mandado a matar. Entonces, el papá viola a la niña pero es una víctima, o es un victimario. La mamá se da cuenta que el papá, que su esposo viola a la niña y no dice nada. Entonces, ¿dónde están las víctimas?
“A todos los líderes, comandantes y capos nunca los han cogido en combate, siempre los han cogido enrumbados. O sea, lo que saben hacer es rumba”.
Tenemos una postura muy radical, de víctima o victimario, no más.
Por eso es lo que me parece interesante de la obra porque a nosotros también nos hace preguntarnos ¿está vaina qué? ¿de qué lado estamos?
Y es que acaso de que lado tenemos que estar. El protagonista de la obra está cumpliendo la pena, como Mancuso, pero en la obra no es una cárcel sino una cosa que llamamos territorio blanco que es un sitio donde siempre cae nieve, lejos del país tropical más feliz del mundo, y allá empiezan a llegar unos campesinos ahí.
–Es que usted en la lista que paso no dio nuestro nombres entonces nadie sabe dónde estamos enterrados.
–No me jodan, yo ya di una lista. Coman mierda.
–Entonces nos vamos a quedar a vivir aquí con sumercé.
Si me preguntan cuál es el objetivo de la obra, yo no digo buenos y malos sino de pronto que alguien se asuste, que alguien diga: esas cosas nunca se borran, eso siempre te va a perseguir, siempre, al culo del mundo, a la puta mierda, de la memoria no se va a escapar.
Por eso el protagonista al final dice ¿perdón? Que es uno de los gestos que más critican. Aunque uno oye a Mancuso todavía pidiendo perdón y a uno le vuelve a dar miedo.
Para volver a la pregunta inicial de por qué sigo indagando en ese tipo de personajes, lo más pavoroso es que uno va a llegar a uno mismo. Soy Paulo Coelho, (risas), pero no voy a encontrar la luz al lado mío sino el hijueputa asesino adentro mío. ¿De qué tamaño es el paraco que habita dentro de mi corazón?