'Cuando hablo de mi dolor empiezo a sanar': así construyen murales de paz en Montes de María | ¡PACIFISTA!
‘Cuando hablo de mi dolor empiezo a sanar’: así construyen murales de paz en Montes de María Mural pintado por la comunidad de Mampuján, corregimiento de María La Baja, Bolívar. Foto: Escuela de Arte y Taller Abierto de Perquín.
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‘Cuando hablo de mi dolor empiezo a sanar’: así construyen murales de paz en Montes de María

Colaborador ¡Pacifista! - septiembre 23, 2019

¿Cómo reconstruir la confianza en comunidades que han vivido de cerca la guerra? Este proyecto de muralismo colaborativo es un ejemplo sobre cómo lograrlo.

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Este artículo hace parte nuestro especial #LaPazEnLosMontesDeMaría, un trabajo en conjunto entre ¡Pacifista! y Diario de Paz.

Por Lina Flórez y Koleia Bungard*

Desde que llegó a los Montes de María en el año 2017, América Vaquerano ha acompañado a más de veinte comunidades rurales en un proyecto nuevo para todos: unirse durante tres a cinco días para crear murales coloridos que, en general, retraten la historia y el sentir de quienes han vivido de cerca la violencia. 

América Vaquerano nació en El Salvador y es integrante de La Escuela de Arte y Taller Abierto de Perquín (EARTAP). Junto con Rosa Argueta y Verenice Flores, otras dos artistas salvadoreñas voluntarias de la asociación Sembrandopaz, llegó a Colombia para extender un mensaje de reconciliación a través del arte que, en pocos años, ha dado muchos frutos e iluminado a varias comunidades con colores y reflexiones sobre la paz. 

Contrario a quienes creen que para pintar murales se necesita talento y experiencia, en este ejercicio colectivo muchos de los participantes nunca han cogido un lápiz para pintar. Pasar del temor del “muro en blanco” al diálogo y a la acción colectiva es un proceso de creación que busca integrar y hermanar a personas víctimas del conflicto armado con ex combatientes. 

En esta entrevista, América cuenta cuál es el propósito de su trabajo y cómo han logrado que niños, mujeres, campesinos, comunidad LGTBI, ex integrantes de Farc  y víctimas del conflicto armado se pongan de acuerdo y creen juntos murales memorables que retratan tanto la crudeza de la guerra como la visión de un futuro pacífico para sus comunidades.

América Vaquerano llegó desde El Salvador con un equipo de artistas voluntarias para animar a las comunidades a pintar su historia. Foto: Cortesía

 

América, ¿cómo llegaron ustedes tres a trabajar en arte para la paz?

Nosotras tres llegamos a Perquín en el año 2005, un pueblito de El Salvador de tres mil habitantes. Allí nació la Escuela de Arte y Taller Abierto de Perquín, EARTAP, Paredes de la Esperanza. Quien fundó la escuela es una artista argentina; nuestra directora Claudia Bernardi. Ella quería brindarle una oportunidad a las nuevas generaciones salvadoreñas para que no vivieran el horror de la guerra. 

Porque lo que pasa es que nosotros tuvimos una guerra de doce años, desde 1981 hasta 1992. Esa guerra dejó 100 mil muertos, 26 mil desaparecidos, todas las familias desmembradas y un daño social increíble. 

En medio de todos esos horrores nuestra directora llegó con un equipo de antropología forense en 1992 a hacer una primera exhumación de mil cuerpos de campesinos que habían sido asesinados en 1981. Hicieron la exhumación en un lugar como de 2×3 metros y encontraron 145 osamentas, de las cuales 115 eran correspondían a menores de 12 años. Entonces ella dijo: mi deseo, junto con la gente de la localidad, es fundar una escuela en donde los niños tengan mejores oportunidades. En el camino, casi de inmediato, empezamos a hacer murales, pero los murales no eran lo que nosotros pensábamos, sino lo que la gente quería. 

¿De qué se trata entonces? ¿Cuál es su metodología?

Lo que nosotros hacemos con las comunidades es lo siguiente: la gente se junta y la misma comunidad decide quiénes participan, nosotros siempre les pedimos que estén los que quieran participar, no que los manden. Entonces la gente se junta, independientemente de su edad, su ideología o su religión. Lo único que debe haber es voluntad de querer participar. Luego vienen las preguntas del millón: ¿qué es lo que quieren contar?, ¿qué creen que es importante que sepan los demás, o que lo sepan ustedes mismos? Y sobre esas preguntas empezamos a ahondar. 

¿Cómo es pasar de la idea al lápiz y luego a las paredes?

Primero les pedimos que hagan dibujos individuales, les decimos: tome, aquí está su página, su lápiz. A veces dicen: “No, es que yo no puedo”. Entonces seguimos preguntando: ¿qué es lo que quiere hacer? De pronto nos dicen: “Un árbol”. Bueno –decimos–, entonces haga una rayita. El problema no es que la gente no pueda, el problema es que tienen miedo de intentarlo. 

Una vez que han hecho las ideas individuales pasamos a una sesión conjunta donde cada uno pasa al frente y cuenta qué significa ese árbol o qué significa lo que ha hecho, qué le recuerda, qué mensaje quiere dar. Si alguien ha hecho un río, puede ser que cuente que una persona murió ahí  o puede ser que esté deseando que su localidad tenga agua, qué se yo. No sabemos, esto no es una receta. Cada mural tiene su propia personalidad aunque esté hecho por personas con diferentes perspectivas de vida.

Habitantes en los Montes de María durante el proceso de creación de sus murales. Foto: Escuela de Arte y Taller Abierto de Perquín.

 

¿Es así cómo se va tejiendo el relato colectivo?

Claro, esto lo que hace es que entre todos van contando una historia, la cual no necesariamente tiene que ir en la línea ‘pasado, presente y futuro’, sino que pueden ser conceptos que junten entre todos y que haya un dibujo o una figura que lo amarra todo. Eso depende mucho del grupo. Hay cosas tan impresionantes que nosotras nos preguntamos: ¿esta gente de dónde sacó estas ideas tan preciosas?, porque son unas cosas increíbles las que plantean.

A partir de ahí nosotros les decimos: Aquí hay un lienzo en blanco (que puede ser una pared, o una lona grande), y los animamos a pintar parches de colores que no tienen nada de coherencia, son solo parches de colores.

Verenice Flores, América Vaquerano, Claudia Bernardi y Rosa Argueta, en Colosó, Sucre. Foto: Escuela de Arte y Taller Abierto de Perquín.

¿No hacen primero un boceto o una idea general? 

No. Al principio la gente tiene miedo, si a ti te ponen una página en blanco te da miedo comenzar, porque la página en blanco no te invita a comenzar si no a cerrarte. En cambio, si han pintado el lienzo de colores, ¿qué tenés que perder si ya está manchado?

Ahí empezamos nosotras a hacer la dirección de arte según el relato que ellos tengan: ¿cuáles son los dibujos que tienen más protagonismo?, porque ellos mismos lo dicen. Por ejemplo, preguntamos: ¿dónde está el grupo del cielo? –cuando hay varios que pintaron el cielo–, ¿qué quieren contar?, ¿cómo quieren que ese cielo diga lo que quieren contar?  

Muchas veces, si comienzan hablando sobre la violencia del pasado, ellos quieren que el cielo sea oscuro. En la medida en que van contando el relato el cielo va cambiando hasta que llega a ser luminoso. Pero eso lo deciden ellos, nosotras como artistas lo que hacemos es ayudarles a contar lo que ellos quieren que se vea en el mural. 

Mural en el corregimiento de Lázaro, en la zona de la Alta Montaña de El Carmen de Bolívar. Así lo describe un participante: “Donde está el palo de aguacate: ese era el pasado, cuando estaba la guerra, allí comienza el arroyo. El presente es donde están las casas, y donde están las vacas es el futuro que queremos”.

 

Estos murales representan un trabajo colaborativo intenso, de varios días de compromiso…

Mira, nosotros lo que decimos es que la finalidad del mural no es el mural, la finalidad es que la gente, creyendo que va a pintar y a hacer un mural, se junte y se ponga de acuerdo porque lo que provoca la guerra es desconfianza: unos estuvieron con paramilitares, otros estuvieron con el ejército, otros estuvieron con la guerrilla, voluntariamente o involuntariamente, y eso en las comunidades rompió la confianza. Con los murales buscamos, primero, que sepan que están todos pensando en lo mismo y que se tengan confianza. Lástima que no podamos abarcar toda la comunidad, sino un grupo. 

La otra cosa es que hablen de su dolor, porque todos tienen dolores que contar y, al hablar de su dolor, creemos que pueden empezar a sanar. Nosotros no pretendemos sanar a nadie, pero sí queremos que abran la puerta para saber que pueden sanar. 

¿Cómo se transforman las personas durante el proceso?

Todos empiezan a verse de diferente manera y a entender que al final tienen el mismo propósito: no el de seguir en conflicto ni el de seguir sufriendo, sino el de seguir construyendo y viviendo en paz. Eso se va dando en el transcurso del proceso y todos se van convenciendo de eso. Primero se empieza desde la visión personal y va hasta la visión colectiva, cuando cada uno va compartiendo su propia experiencia. 

Durante los tres, cuatro, cinco días que puede durar la construcción del mural se vive un proceso de sanación, porque desde el momento en que yo empiezo a hablar de mi dolor, ahí empiezo a sanar, y el que me escucha, que fue víctima o ex combatiente, oye ese dolor y siente que también es suyo. Entonces no se trata de pintar un mural, sino de hermanarse, acercarse y, de esa manera, aunque sea un grupo pequeño, multiplicar esa experiencia para ir a generar confianza.

Este es el mural que se hizo en Mampuján, corregimiento de María La Baja, Bolívar. Aquí hablan sobre lo que les sucedió, el desplazamiento, los asesinatos. Y se van más allá, hablan también de qué quieren para su vida futura.

 

Estos murales son posibles gracias a la gestión de la asociación Sembrandopaz. ¿Qué te ha dejado el trabajo con esta organización en los Montes de María?

rimero, creo que el equipo es fantástico, todos te colaboran, te preguntan si necesitas algo. Ellos tienen toda la información de las comunidades, hablan con ellos para saber si quieren hacer un mural o no, entonces nos facilitan todo. Sin Sembrandopaz nosotros no podríamos hacer absolutamente nada. Ellos son un referente muy respetable en la zona y yo creo que es el que va a la cabeza en todo este trabajo. 

¿Hay algún elemento común que se refleje en todos los murales de estas comunidades?

Hay varios elementos. Por ejemplo, en todos los murales mencionan que quieren retomar la cultura ancestral que se ha perdido a través del tiempo y que une a las comunidades. Y siempre hablan del agua, de los ríos, de las quebradas, porque ese es un elemento del que todo el mundo adolece; tener agua en su casa. 

La mayoría son comunidades con muy pocos recursos, hay un mural que se hizo en Santo Domingo de Meza, Bolívar, es un territorio que no tiene nada, ni calles, ni agua, ni energía eléctrica, ni letrinas, ni nada. Es una zona linda, porque tiene una gran cantidad de vegetación, pero no tienen nada, se tuvo que hacer en lona porque no tenían paredes, con eso te digo todo. Estaban entusiasmados, nos mirábamos y les decíamos: paremos porque ya no se ve, y ellos con las lamparitas seguían pintando.

¿Podrías compartirnos algunos murales y sus significados?

Este es el mural que se hizo en Mampuján, corregimiento de María La Baja, Bolívar. Aquí hablan sobre lo que les sucedió, el desplazamiento, los asesinatos. Y se van más allá, hablan también de qué quieren para su vida futura.

 

Este es el mural de Libertad, San Onofre, Sucre. Narra la llegada de los primeros pobladores en los años cuarenta, y va hasta la proyección de futuro de la comunidad, contando que quieren tener una escuela, una clínica y una carretera.

Este mural se hizo con la comunidad de Pichilín, corregimiento de Morroa, Sucre. Cada elemento que aparece allí existe, el árbol de colores existe, es un gran árbol y para ellos representa la unión de la comunidad. Cada símbolo que está puesto ahí tiene que ver con lo que ellos sienten.

Este mural se hizo en San Cristóbal, un corregimiento de San Jacinto, Bolívar, con una comunidad afro en resistencia que no se fue de su territorio sino que se quedó aguantando toda la violencia. Esta comunidad cuenta cómo vivían antes y qué es lo que están esperando ahora: recuperar el agua, las montañas. Están esperanzados en transformar su comunidad. Lo que trae el mural es la esperanza de hacer algo y no quedarse pensando solo a nivel individual.

Este mural es el de San Jacinto, Bolívar, y se hizo con los miembros del Ágora ciudadana. Cuentan sobre la violencia, el momento actual y el dolor que sienten por la gente que salió desplazada del campo. También hablan del miedo de volver a sus tierras y el dolor de estar viviendo en el pueblo en situación de miseria.

Este es el mural de San Juan Nepomuceno, Bolívar; se hizo en diciembre del 2018, en el marco del segundo Festival de la Reconciliación en los Montes de María. Ahí participaron dos ex combatientes, uno de Tierra Grata y otro de Pondores. Este mural fue muy significativo porque nadie dijo “Este pedazo es mío”, sino que entre todos hilaron una historia.

 

Para conocer más el trabajo de América y del equipo EARTAP, visita https://www.facebook.com/wperquin

Muchos de estos murales son posibles gracias a la donación de personas que creen en la importancia de iniciativas como esta. Para apoyar la creación de más murales para la paz, visita: http://www.sembrandopaz.org/ 

*Lina Flórez es investigadora y guionista de Altais Cómics
Koleia Bungard es periodista y editora de Diario de Paz Colombia