Sin agua potable y acceso inmediato a salud, este pueblo indígena debe pasar la cuarentena obligatoria, que se extendió hasta el 26 de abril.
Por: David Carranza Muñoz*
La última vez que el pueblo indígena Wayuu enfrentó una epidemia fue en 1991. Un barco panameño que ancló en las costas del Caribe trajo en sus depósitos agua contaminada que repartieron en la comunidad. No hay cifras exactas, pero se calcula que 4.000 indígenas se contagiaron de cólera en cinco meses; y entre 160 y 300 murieron. En las tierras desérticas que habitan el acceso al agua potable y al sistema de salud es limitado. Cuando escuchan hablar del coronavirus, los wayuu sienten miedo.
En Colombia, hasta la fecha de publicación de esta nota, hay más de 1.700 contagiados y 50 muertos por Covid-19. La Organización Nacional Indígena de Colombia —ONIC— confirmó los primeros cuatro casos de miembros de pueblos originarios. Dos pertenecen al pueblo Pasto, ubicado en el departamento de Nariño, y los otros dos son de la comunidad Yukpa, muy cercana a los wayuu. “Si la pandemia llega a los pueblos indígenas podría provocar un exterminio”, dice la secretaria de Asuntos Indígenas de La Guajira, Claudia Henríquez.
Henríquez es la encargada de sincronizar las acciones de prevención dictadas por los entes locales y nacionales con los pueblos originarios.
“No todos los que se contagian mueren, pero no sabemos cómo va a ser la respuesta inmunológica de nuestros indígenas, especialmente los niños, niñas y mujeres con el estado nutricional que tienen. No me imagino la catástrofe que puede ocurrir”.
Nancy Gutiérrez, líder de la comunidad wayuu Kasiwoluin, ruega que el virus no llegue a su comunidad. El hospital más cercano está a una hora de distancia, en el municipio de Uribia. “Tenemos miedo de que cuando vayamos a un centro médico nos digan que solo es una fiebre o una tos”.
Los wayuu son la población originaria más numerosa de Colombia: 380.460 personas que habitan en La Guajira, en el extremo norte del país y el continente. En esos territorios que les sirvieron de refugio durante la conquista española, el índice de necesidades básicas insatisfechas es del 53 por ciento. Una de cada tres personas viven en la miseria. Esto se traduce en un problema histórico de desnutrición infantil, dificultades para el acceso al agua potable y deficiencia en la prestación de servicios médicos. Solo entre 2015 y 2016, 266 niños murieron por causas asociadas a la desnutrición, según datos de la Corte Constitucional de Colombia.
Hasta ahora, las campañas nacionales de prevención del coronavirus no han tenido en cuenta a las poblaciones indígenas. “He visto estrategias dirigidas hacia centros urbanos: grandes ciudades, intermedias y pequeñas. Pero, ¿dónde están aquellas para la población rural e indígena?”, se pregunta el antropólogo wayuu Weildler Guerra, exgobernador encargado de La Guajira.
Guerra está familiarizado con la muerte. Durante la epidemia de cólera de 1991 fue secretario de Asuntos Indígenas del departamento. En una pequeña comunidad llamada Ichitu presenció la sepultura de doce miembros de una misma familia. “Fue un aprendizaje doloroso. Debemos entender las lecciones del pasado” dice.
Guerra está convencido de que “la población es sensible a la educación cuando su vida está en riesgo. No hay población, por aislada que esté, que no logre entenderlo”. Pero cree que los contenidos de prevención tienen que estar en línea con el entorno físico y social de las comunidades. “Vi un video en wayuunaiki que parece hecho en Nueva York. Con apartamento amoblado, el agua de la llave en una cocina integral. ¡Eso no ocurre en las zonas nuestras!”.
En plena expansión del virus en el país, las tradiciones culturales de los wayuu y de otros pueblos quedan supeditadas a las medidas adoptadas por el Gobierno Nacional, que ordenan el distanciamiento social y el aislamiento. Sin embargo, para Claudia Henríquez: “Soy muy respetuosa de la autonomía de las comunidades indígenas, pero en este momento toca ser radicales”.