¿Cuál es la política que queremos? | ¡PACIFISTA!
¿Cuál es la política que queremos?
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¿Cuál es la política que queremos?

Nicolás Maldonado - noviembre 23, 2023

“El petrismo muere”, al menos así lo reflejan la mayoría de los medios de comunicación tras las elecciones regionales en Colombia. Pero, ¿qué es realmente el petrismo? ¿Puede una persona ser etiquetada como petrista simplemente por simpatizar o votar por el proyecto que representa Gustavo Petro? o viceversa ¿Es una persona uribista por simplemente ser crítica al Gobierno nacional?

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Tras las últimas elecciones, Bogotá, en particular que eligió como alcalde a Carlos Fernando Galán, ha demostrado que la etiqueta de ser petrista no es tan simple, al menos no es predominante. Existen personas que no siguen ciegamente las propuestas del presidente, sino que son críticas y reflexivas. ¿Será que esto ha impulsado el resurgimiento de la política tradicional en el país? Existe una alta probabilidad de que así sea mirando los resultados de las últimas elecciones. Además, es innegable que muchos de nosotros nos hemos acostumbrado a votar por “el menos malo” en lugar de por la opción que realmente creemos es la mejor. La definición de “menos malo” varía significativamente de persona a persona, y en varias regiones del país, el voto en blanco y el voto nulo tuvo un impacto notable.

“Porque ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”

  • Salvador Allende

y yo añado “por eso ahora hay que ser de derecha para ir en contra del gobierno nacional…” 

Momento, no, no creo que eso se haya querido decir, pero pareciera que algunos sectores sí creyeran que estar en contra del progresismo, la izquierda o hasta lo más moderado del liberalismo lo fuera, se observa un fenómeno donde algunos, haciendo apología a la derecha, utilizan estudios como el reciente informe sobre la orientación política de los jóvenes realizado por Cifras y Conceptos y la Universidad del Rosario, para respaldar sus argumentos y promover una agenda más conservadora. 

Esto plantea la pregunta de si realmente hemos superado la lógica del eterno bipartidismo colombiano, en mi opinión, aún no la hemos dejado atrás. 

En el pasado, el conflicto giraba en torno a las facciones liberal y conservadora, y en la actualidad, parece que estamos tan desorientados en lo que entendemos por política, que seguimos enfocándonos en el caudillo de turno, en lugar de discutir programas y soluciones reales. O al menos, eso es lo que nos dicen los analistas de algunos grandes medios. Ignoran que los colombianos somos más que un candidato. 

Colombia necesita un cambio auténtico y un diálogo abierto que incluya a todos los sectores de la sociedad para alcanzar un consenso sobre un programa de gobierno. En lugar de centrarnos en una elección cada cuatro años, deberíamos considerar si esta es la mejor manera de avanzar como sociedad y, de ser necesario, buscar alternativas.

El hecho de votar por un candidato específico no debería definir nuestra identidad como individuos. La política del voto nos divide y fragmenta de manera absurda, a pesar de que la mayoría de nosotros compartimos el deseo de ver al país prosperar. 

Por eso, leer comentarios de figuras públicas que dicen “le ganamos a Petro” se debe a que, en efecto, le ganaron esta vez, la pregunta que queda es, ¿ganó la población que no cree en una agenda progresista o ganaron ciertas élites políticas?. Basta con ver elecciones como la de Alejandro Char en Barranquilla, con acusaciones que van más allá de que su familia controla gran parte de la costa, y ahora con presuntos vínculos al cartel de Sinaloa o Fico en con la Oficina de Envigado. Y si empiezo a mencionar los grandes poderes que controlan y distribuyen el poder en beneficio propio, posiblemente no terminaría.

En el estallido social de hace unos años, se nos instigó con temores infundados, como la idea de que Colombia estaba siendo tomada por corrientes castro-chavistas y que Gustavo Petro era el instigador, el “infiltrado por la guerrilla” y el anarquismo internacional. Sin embargo, hoy en día, tales afirmaciones carecen de fundamento. Más bien, eran tácticas de manipulación basadas en el miedo, ese mismo miedo que años atrás llevó a que ganara el NO en el plebiscito por la paz, y que hace unos días impulsó a las personas en las urnas a votar por la solución más “fácil”, esa solución de irle al contrario, que no nutre el debate y que a veces pareciera que solo quisiera destruir las propuestas alternativas y seguir en la actualización de los conflictos de 200 años de historia republicana.

Es comprensible que en los territorios del Pacífico, el 42% de los jóvenes se identifiquen como de izquierda, frente a un 29% de derecha, dado que experimentan de cerca las desigualdades en salud, vivienda, educación y empleo. 

Por otro lado, en las grandes ciudades tenemos más comodidades (sin negar por supuesto los círculos de pobreza, hostilidad, indigencia e inseguridad que rodean las urbes). Estas desigualdades tan marcadas pueden llevar a una distribución de votos y un espectro político más variado. Sin embargo, es importante reconocer que competir entre individuos con realidades y oportunidades tan diversas no es justo. No es justo que un bogotano relativamente acomodado “compita” con un pescador que vive del día a día en una región olvidada por el Estado, por poner un ejemplo. 

Si fuera tan sencillo resolver todo a bala, como nos han dicho en grandes discursos heroicos, ¿no creen que ya se habría solucionado todo? Los tiempos de políticas distintas a eso son limitados. No se trata de dividir a la sociedad en “buenos” y “malos”. Todos celebramos cuando alguien ayuda al necesitado, pero tachamos de resentido a quien se pregunta el por qué hay necesidad. 

Sabemos que este gobierno tiene muchas deficiencias y que a veces, hacer “política limpia” pareciera una contradicción, un oxímoron. 

Reconocemos la necesidad de un mejor control político para garantizar el uso eficiente de los recursos, pero estos cambios no pueden ocurrir de la noche a la mañana. A todos nos gustaría ver resultados más rápidos, pero la política tradicional en Colombia, en manos de los mismos, con las mismas ideas y los mismos errores, no solo será lenta, sino que nos hará retroceder, como se dice, “para atrás ni pa’ coger impulso”.

Politizar los espacios está bien, generar conversaciones está bien, una conversación que no debe ser para imponer mi forma de pensar a los demás, sino para dar el beneficio de la duda al otro, sabiendo que ni yo ni nadie poseemos la verdad absoluta. Sólo a través de conversaciones constructivas y acuerdos mínimos podremos coexistir, avanzar como sociedad y construir una mejor política que nos represente a todos, en lugar de mantenernos estancados en divisiones como históricamente lo hemos hecho.