OPINIÓN | La industria de la carne tiene un rol protagónico en la expansión de enfermedades zoonóticas, como el coronavirus, a nivel global.
Por: Jorge Enrique Forero*
Como mucha gente, y pasadas las ocho semanas de confinamiento forzoso, yo también he arropado mi propia teoría conspirativa acerca de la actual pandemia. Y aunque no es única, al menos tiene frente a sus competidoras el mérito de fundamentarse en información y evidencia científica. La llamo conspirativa no porque afirme que en el origen de la pandemia se encuentre una conspiración; sino más bien porque supone que, de haber una, es aquella que intenta desviar nuestra atención sobre sus causas, al parecer ya claramente establecidas. La pongo a consideración de ustedes a fin de que juzguen su consistencia y factibilidad.
En octubre del 2019, y bajo la tutela de Bill Gates, el Centro John Hopkins para la Seguridad en Materia de Salud organizó un evento en el que se simulaba una emergencia global, desencadenada por un virus con características muy similares a las del Covid-19. Ese hecho generó suspicacias, pues ocurrió justo dos meses antes de que los primeros casos de aquel fueran identificados en la provincia de Wuhan, China. La coincidencia sirvió para la difusión de teorías que han vinculado al multimillonario con la supuesta fabricación del virus y su respectiva vacuna, que incluiría la inoculación de un chip controlado mediante la tecnología 5G.
El problema con ese tipo de teorías es que suponen que Bill Gates fue el único en predecir la pandemia. Lo cierto es que no, ya se habían emitido advertencias similares. Por ejemplo, en el 2017, cuando lo hizo el Dr. Anthony Fauci, actual director de la comisión gubernamental en los EE. UU. a cargo de esta última. También lo dijo la Dra. Shi Zheng Li, experta en coronaviruses (en plural), quien luego de rastrear el origen de aquel que generó el SARS —que cobró la vida de cerca de 800 personas en el 2003—, publicó junto con un grupo de colegas un artículo (también en 2017) en el que advertía sobre una inminente pandemia, originada por un virus con características similares.
Estoy mencionando solo los casos más notables; en la misma dirección, decenas de epidemiólogos han lanzado advertencias similares desde hace casi tres décadas. Mi teoría, aunque conspirativa, no supone una confabulación intencional para fabricar y diseminar un virus mortal, cuyos autores van dejando pistas obvias sobre sus planes a la vista de todo el mundo. No. Más bien intenta explicar cómo es que pudieron predecir el actual brote y, sobre todo, por qué no estábamos al tanto de sus advertencias.
¿Cómo pudieron predecir la actual pandemia? En el mundo de la ciencia, una predicción es la identificación de una tendencia, en este caso un notable incremento de las enfermedades llamadas ‘zoonóticas’: aquellas que se transmiten de animales a humanos (como el Covid-19). Estas enfermedades son un fenómeno milenario y bien conocido: por ejemplo, la aparición de la viruela y el sarampión ha sido asociada a la domesticación de ganado vacuno hace miles de años; o la de la gripe común, que se relaciona, al parecer, con la temprana domesticación de aves.
El caso es que en las últimas décadas se ha detectado una considerable expansión de este tipo de patologías, y que hoy representan aproximadamente el 70 % de las enfermedades que aquejan a la especie humana. Entre las más conocidas se encuentran el sars, el sida, el ébola, la gripe aviar y la gripe porcina. De hecho, dos factores han sido identificados por las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud como responsables de este inusitado y peligroso incremento: la alta producción y el consumo de carne y derivados lácteos y un aumento en la devastación de bosques, selvas y otros territorios vírgenes.
El rol de la producción de carne en esta alarmante expansión de enfermedades zoonóticas está asociado con su industrialización, desencadenada por un notable incremento en su consumo a nivel global. La producción mundial de carne pasó de 71 millones de toneladas, en 1961, a 341 millones de toneladas en el 2018. El tamaño de esa industrialización implicó aglomerar animales de la misma especie en espacios muy reducidos, favoreciendo el rápido contagio de cualquier enfermedad en condiciones en las que, además, estas pueden ‘saltar’ a la especie humana.
Es el caso, por ejemplo, de la ‘gripe aviar’, cuya variedad H5N1 alcanza una tasa de mortalidad del 50 % en humanos y que reapareció recientemente en China —un hecho que pasó desapercibido por el Covid-19—; también de la ‘gripe porcina’, cuya cepa H1N1 —originada en México en 2009— causó la muerte de más de 19.000 personas (se cree, dicho sea de paso, que la famosa y mal llamada ‘gripe española’ —que mató entre 20 y 50 millones de personas hace un siglo— fue originada por una cepa de este virus). Para agravar la situación, los productores utilizan grandes cantidades de antibióticos para frenar la expansión de enfermedades entre las densas poblaciones de animales, lo que ha propiciado el desarrollo de superbacterias resistentes a estos, que pueden terminar afectando a nuestra especie.
La segunda causa del inusitado incremento de enfermedades zoonóticas es la invasión de seres humanos en ecosistemas vírgenes o semivírgenes, donde habitan especies —y sus respectivas enfermedades— con las que hemos tenido escaso o nulo contacto hasta ahora, y contra las que no tenemos anticuerpos. Justo ese fue el caso del ébola y del sida, cuyos brotes se habrían desencadenado por la caza de chimpancés en regiones remotas de África.
Existe una conexión causal entre el consumo de carne y la invasión de los ecosistemas: el mayor motor para la deforestación es la búsqueda de tierras para el pastoreo de ganado o para el cultivo de la soya y otros insumos utilizados en la alimentación. Esto significa que, en última instancia, el principal factor para la aparición de enfermedades zoonóticas es el consumo de carne y el sistema de producción que le abastece.
Este parece ser el caso con el Covid-19. China es el mayor productor carne del mundo y la ciudad de Wuhan, donde se ha situado el origen pandemia, es también una zona de producción cárnica. La creciente expansión en la producción industrial de ganado en la región ha desplazado a pequeños granjeros hacia el comercio de carne de animales silvestres, forzándolos a abastecerse en zonas remotas donde habitan especies como aquella que sirvió de intermediaria (probablemente el pangolín) entre el murciélago herradura —de donde proviene el Covid-19, según todo parece indicar— y los seres humanos.
En ese escenario, la responsabilidad no recaería solo de las empresas chinas, pues muchos de los grandes productores de carne en EE. UU. y Europa ejercen las mismas prácticas. De hecho, grandes inversores del sector de la carne allí son extranjeros. Es el caso del banco Goldman Sachs, uno de los responsables de la crisis del 2008, que decidió en aquel entonces desplazar parte de su capital hacia el rentable negocio de la producción avícola en el gigante asiático.
Un dato que —de nuevo— señala a esa industria es que sus instalaciones son líderes en el contagio del Covid-19: en EE. UU. Para mayo, prácticamente uno de cada dos casos nuevos tenía conexión una planta cárnica. En Alemania, una planta de Tönnies —una las compañías cárnicas más grandes de Europa— fue responsable de la cuarentena de cerca de 7.000 personas, luego de que más de 1.300 de sus trabajadores dieron positivo para Covid-19. Casos similares han ocurrido también en Reino Unido, España, Francia y otras países de la Unión Europea.
En esta industria, las condiciones de trabajo combinan el hacinamiento de los trabajadores con un ambiente frío y húmedo que, aunado al calor que emana de los animales sacrificados, genera una neblina muy favorable al contagio del Covid-19. Durante décadas, los gigantes del sector han pasado por alto las consecuencias sociales y ambientales de sus actividades productivas, y ahora somos nosotros quienes tenemos que pagar por ellas.
Si las causas que condujeron al brote del Covid-19 han sido identificadas, ¿cómo es posible que aquellas sigan ausentes del debate público? Y, por supuesto, ¿quiénes estarían interesados en desestimar esa información? Estamos hablando de una de las industrias más poderosas a nivel global, que mueve alrededor de 1.4 billones de dólares al año, y que tiene un notable poder político en casi todos los países. ¿No es concebible que haya un plan deliberado, por parte de estos actores, para alejar el foco de atención de las causas reales de la actual pandemia?
Los gobiernos de los tres mayores productores de carne a nivel mundial: China, EE. UU. y Brasil —de distintas maneras— han operado como antagonistas de la ciencia. En abril, el gobierno chino emitió una orden a las universidades y centros de investigación, según la cual todo artículo científico en torno al origen del Covid-19 debía ser revisado y aprobado por funcionarios del Ministerio de Ciencia y Tecnología previo a su publicación. Al mismo tiempo, dio un plazo de tres días a quienes desarrollaban investigaciones en torno al virus para reportar sus actividades en este ministerio.
En países donde aún opera una democracia formal, una medida como esa es prácticamente imposible. Es por esto que la estrategia escogida por los otros gobiernos en cuestión ha sido distinta. Entre paréntesis cabe recordar que tanto Jair Bolsonaro (recién diagnosticado positivo por Covid-19 y sobre quien ahora hay más expectativa alrededor de su discurso de la “simple gripa”) como Donald Trump han tomado medidas decisivas para apoyar la industria cárnica, sin importar los costos ambientales ni los efectos para la salud pública. Ambos han sido actores clave en la difusión de noticias falsas y teorías conspirativas, en articulación con otros actores de la extrema derecha internacional. Aliados políticos de Trump están entre los principales creadores y difusores de contenidos de este tipo. Personajes cercanos a Bolsonaro han estado difundiendo esa misma clase de teorías, incluyendo a su propio hijo, quien hace poco fue vinculado a una organización criminal dedicada a la producción de noticias falsas en Brasil.
El objetivo de aquellas noticias falsas y teorías conspirativas no es convencernos de que el coronavirus está relacionado con las antenas 5G, o de que Bill Gates lidera ese plan, o que se trató de un arma biológica china fuera de control. El objetivo es más bien abrumarnos con tantas posibles explicaciones, que a la final renunciemos al agotador esfuerzo de recopilar la información necesaria para contrastarlas y establecer su factibilidad. Al final, si no estamos seguros de las causas del problema es poco probable que tomemos las medidas requeridas para erradicarlas, ni para que quienes se lucraron de ellas sean quienes paguen, en lugar de nosotros, los costos económicos y humanos de la crisis resultante.
Toda esta campaña de propaganda pretende encubrir los tres factores que convergen en la configuración de la nueva pandemia. Primero, un sistema económico que incentiva y permite a los grandes capitales evadir las consecuencias sociales y ambientales de sus actividades. Segundo, unos monopolios que maximizan sus ganancias a costa de la salud y del bienestar del conjunto de la especie humana, depredando la naturaleza hasta el punto de amenazar incluso su supervivencia. Y una cultura, de la cual participamos, que considera a la carne como método de obtención de proteína eficiente, razonable e incluso saludable, pese a la abundante evidencia científica que apunta en otra dirección.
Henos entonces aquí, tras semanas de encierro, odiando la cuarentena, padeciendo sus consecuencias y quizás esperando la milagrosa desaparición del virus. Olvidamos que la misma evidencia que permitió predecir la aparición del Covid-19 nos indica que, no bien empecemos a disfrutar del fin de la cuarentena causada por este, tendremos que prepararnos para una nueva, generada por un ‘Covid-21’ u otro virus del mismo tipo —¿quizás el G4, apenas descubierto?— o por una superbacteria, fruto de los mismos factores que desencadenaron la pandemia que padecemos ahora, factores sobre los cuales no hemos hecho absolutamente nada. Evitar que lo que vivimos ahora sea la “nueva normalidad” que caracteriza el resto de nuestras vidas, las de nuestros hijos y de las próximas generaciones —en el caso de que las haya—, requiere que enfrentemos los hechos y que emprendamos los cambios necesarios, radicales pero completamente posibles, tanto en el ámbito individual como en el colectivo.
*Jorge Enrique Forero es sociólogo de la Universidad Nacional y doctor en Estudios Políticos y Sociales por la Universidad de Kassel, Alemania. Autor de ‘Economía política del paramilitarismo colombiano‘.