El coronavirus nos está recordando la peor cara del capitalismo. La vemos a través de un gobierno y de empresas que tildan de exagerado obligar el confinamiento para protegerse de la pandemia.
Marzo 20
5:00 a. m.
Empecé a escribir esta entrada desde un avión con trayecto Cali-Bogotá. Silla 28B, ni ventana ni pasillo. Voy en la mitad de dos somnolientos viajeros que, como yo, seguro se levantaron a las 3 de la mañana para tomar este vuelo. Igual la ansiedad de aterrizar le gana al desvelo. ¿Qué hago mientras tanto si el avión no tiene pantallas ni traje algo para leer? Saco mi celular, le bajo el brillo a la pantalla y abro Notas de iPhone.
Soy periodista y esta semana tuve que viajar a otra ciudad para hacer entrevistas. Seguí las recomendaciones que las autoridades de salud repiten sin descanso en estos días: lavarse las manos constantemente, usar tapabocas, antibacterial y evitar el contacto físico. Pero me preocupaba transitar por El Dorado. La mayoría de casos de contagio de coronavirus en Colombia son importados, pacientes que estuvieron en los focos de la pandemia.
Viajeros portadores del virus pasaron el control de Migración del aeropuerto, recogieron maletas en cualquiera de las bandas de la zona de recolección de equipajes, quizá les entró la urgencia de ir a un baño para orinar o cagar. El mismo baño que yo pueda necesitar. Cruzaron la puerta de Llegada y de pronto se les antojó comer o beber algo, debieron llamar a alguien para que los recogiera y prefirieron esperar sentados en una banca. Tal vez esa banca en la que yo me senté.
El hecho es que el aeropuerto es un foco enorme de contagio y yo no puedo darme el lujo de llevar el virus a mi casa. Vivo con mis papás, dos pacientes de enfermedades crónicas que entran fácilmente al grupo poblacional a la que le puede ir peor con el coronavirus. Siento ansiedad porque quiero pasar rápido por El Dorado, hacer el recorrido más corto posible entre la puerta del avión y el taxi.
Duque debió suspender todos los vuelos internacionales y las operaciones del aeropuerto desde que la Organización Mundial de la Salud declaró como pandemia al coronavirus. No, es más: tuvo que hacerlo apenas se oficializó el primer caso en el país, una chica de 19 años procedente de Milán. No, esperen: ahora que lo pienso mejor, Duque debió tomar esa decisión basado en la rápida propagación del virus en Italia y España. ¿Exagero? De pronto, pero no quiero que mis padres ni yo nos enfermemos de Covid-19 durante un gobierno que toma medidas pensando más en reducir los daños económicos que dejará la pandemia en vez de proteger la salud de sus ciudadanos.
Claudia López, la alcaldesa de Bogotá, le pidió el cierre del aeropuerto al presidente, así como lo hizo con las fronteras marítimas y terrestres. Duque no escuchó. En redes sociales le pidieron lo mismo. Mucho menos escuchó. Pero su gobierno sí escuchó a los empresarios.
La vicepresidenta Marta Lucía Ramírez se reunió el 17 de marzo con los presidentes de la Andi y Fenalco, dos de los gremios económicos más importantes del país. Fue una junta para dejar claro que el (su) gobierno desistía de la idea de cerrar El Dorado porque se frenaría la economía y entraríamos, ahora sí, en una crisis.
Al final Duque decidió suspender la llegada de vuelos internacionales. Lo hizo después de un cacerolazo por su tardía reacción. Un poco tarde, presidente. Si hubiese cerrado el aeropuerto yo y otros más nos habríamos evitado el riesgo al contagio, la exposición innecesaria. Todo por evitar una crisis. Bueno, una crisis más.
7:00 a. m.
—¿Para dónde vamos?
—Tome la Calle 26 y luego váyase hacia el norte por la avenida Ciudad de Cali.
Rumbo a mi casa. Se supone que es hora pico y las vías de Bogotá deberían estar trancadas. Pero me rinde en el taxi. Circulamos rápido. Por el simulacro de confinamiento decretado por la alcaldesa solo transitan vehículos de transporte público y de servicios especiales. Son pocos los bogotanos que montan en TransMilenio o en los buses del SITP a esa hora. Logro identificar que algunos portan el carné de un call center. Recuerdo que allí trabaja una amiga. Le escribo por WhatsApp:
—¿Te tocó ir a la oficina?
—A mí no. Pero a otros compañeros sí.
—¿Pero a ellos no les dieron la opción de teletrabajo?
—No. A los dueños solo les importa la plata. Y como el dólar subió, les conviene tener a la gente produciendo.
Los noticieros cada día registran el alza del dólar. Ya superó la barrera de los 4.000 pesos. Es claro que habrá una recesión, que por las semanas (¿quizá meses?) del parón el crecimiento económico se frenará. Que las empresas perderán mucho dinero y desde ya buscan amortiguar los daños colaterales del coronavirus. ¿Pero sacrificando el bienestar de sus empleados? La pandemia aún no ha llegado a su pico más alto en Colombia, ¿para qué saltarse las medidas de prevención? Parece que las grandes compañías y las industrias no se dan cuenta de que es mejor cuidar la mano de obra que explotarla.
El coronavirus nos está recordando la peor cara del capitalismo. En el caso colombiano nos la muestra con un gobierno que tilda de exagerado obligar a sus ciudadanos confinarse para protegerse de una pandemia -por miedo a una crisis económica- y unas empresas que lo apoyan.
—¿Cuánto es?
Le pago al taxista. Entro a la casa y espero no salir más, no tener la necesidad. Quiero resguardarme del coronavirus, pero también del gobierno, de la economía, del dólar a 4.000. Los noticieros dicen a cada rato: el virus que nos cambió la vida. Ojalá sea así y el mundo del libre mercado no exista luego de que controlen la pandemia.
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A José lo pueden seguir acá.