Después de 17 años de experiencias recogidas, ¿qué podemos aprender del proceso democrático que siguió a la dictadura chilena?
La dictadura chilena a la cabeza de Augusto Pinochet (1973 – 1990), en los casi 20 años que se mantuvo en el poder, produjo más de 40.000 ejecutados, torturados, desaparecidos y presos políticos, según el segundo informe de la Comisión Valech (el organismo chileno creado para esclarecer la identidad de las víctimas de la dictadura).
Durante el coloquio Memorias, silencios y olvidos en escenarios transicionales, celebrados este miércoles, académicos colombianos y chilenos rescataron, compararon y discutieron experiencias de ambos casos. Según el director del departamento de sociología de la Universidad Javeriana, Jefferson Jaramillo, uno de los participantes en el foro, “la memoria es una plataforma para comunicar lo incomunicable y para defender la vida”. En este orden de ideas, ¡Pacifista! eligió cinco lecciones del proceso de postconflicto chileno que podría utilizar Colombia en esta época de transición, enseñanzas que los asistentes al evento pudieron compartir con el público.
Actualizar la memoria histórica constantemente
Según la profesora del departamento de psicología de la Universidad de Chile, Isabel Piper, la violencia política no terminó en la dictadura, sin embargo se dejó de estudiar este fenómeno en la academia. Durante los 26 años que siguieron después de la dictadura, hubo violencia política de otros tipos que no se reconoció. Así que en pocas palabras, se dejó de estudiar el presente.
Estudiar y constituir las transiciones
Las épocas de transición (de dictadura a democracia, de guerra a “paz”), “son escenarios que no se estudian”, explica Piper, pero estos están llenos de luchas sociales y transmiten “miedos y traumas a futuras generaciones”. Por esto, para entender las violencias actuales de una sociedad, es necesario estudiar a fondo las transiciones.
Cambiar el discurso periodístico
Para Juan Carlos Arboleda, investigador postdoctoral de la Universidad de Chile, la prensa puede “poner a circular versiones imaginarias” de lo que sucede en un conflicto. Caen en el problema de darle más voz a los funcionarios del gobierno que a las propias víctimas y victimarios, esto hace que la víctima “deje de tener historia y se vuelva un agente del gobierno”, dice Arboleda.
Asimismo, en muchos casos, el Estado aparece únicamente como el reparador y no como el responsable. De acuerdo con Juan Carlos, el Estado tiene una deuda histórica y no siempre funciona como un garante de los derechos de las víctimas, “la prensa da legitimidad y el Estado se lava las manos con esto”, concluye.
Darle voz a las regiones
Durante un postconflicto, los líderes en las zonas rurales representan las prácticas cotidianas que ayudarán a una transición satisfactoria. Entonces, no hay que olvidar a los líderes que construyen país desde los ámbitos micro. Así que hay que tenerlos en cuenta para las dinámicas políticas y sociales que vengan después del cese de un conflicto. De acuerdo con Margarita Vélez, estudiante de doctorado de la Universidad de Chile, las voces de los líderes “pueden ser voces de resistencia y no deben ser tomadas como voces impertinentes”. Además, Isabel Piper agrega que en las regiones se da “una redefinición de las entidades publicas”, que puede resultar beneficioso para el país.
Los subversivos también son víctimas
¿Cómo quiere ser recordada la víctima? ¿Por sus luchas? ¿Por sus prácticas rebeldes? ¿Por el dolor? No hay que deslegitimar aquellos que lucharon del otro lado (de lado de Pinochet o del lado de las Farc), estos también tuvieron sus razones para versos en la guerra y dichas razones deben ser reconocidas y escuchadas. Es un error pensar que en una guerra hay un grupo de buenos en el que todos son buenos y un grupo de malos en los que todos son malos. “Las voces que no son escuchadas terminan siendo silenciadas”, explica Jefferson cuando recalca la importancia de tener a todos los actores en cuenta cuando se construye memoria.