Charlas con tres directores: Ecos, de Julián Díaz | ¡PACIFISTA!
Charlas con tres directores: Ecos, de Julián Díaz
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Charlas con tres directores: Ecos, de Julián Díaz

Staff ¡Pacifista! - mayo 1, 2015

Esta es la última entrega de las charlas con directores de cine que están próximos a estrenar una nueva película sobre el conflicto en Colombia.

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Por: Natalia Otero Herrera

Continuamos con las charlas con tres directores de cine que desde la historia, el medio ambiente y la guerra están construyendo, en sus piezas, un espejo en el que los colombianos podemos vernos en función de la paz y la violencia.

Poster provisional. Cortesía: Julián Díaz.

Ecos, del joven director Julián Díaz, narra la historia de dos jóvenes, que por azares del destino quedan inmersos en un universo al que nunca han deseado pertenecer. El primero, un niño rebelde, que es obligado a prestar servicio militar. El segundo, un hijo de un cabecilla de la guerrilla que, enamorado de una secuestrada, incumple las normas del grupo y tiene que huir. Para recuperar la confianza de su padre ingresa al Ejército de infiltrado y forja una amistad con el otro chico, que, a pesar de las diferencias, le revuelve su mundo y le hace cuestionar sus propias ideologías.

Es una película que habla de frente de la guerra, que desarrolla su trama en el conflicto, pero que, ante todo, toca la esencia humana. Así, desde las particularidades de un contexto bélico colombiano, Ecos logra llegar a universalidades que generan empatía con la audiencia, para dejar un mensaje claro: no alimentar más la carne de cañón de la guerra.

¡Pacifista!: Cuéntame de tu guión.

Julián Díaz: Más que hablar de un qué, a mí me gusta explicar el por qué. Antes de hacer esta historia yo quería ser soldado. Desde muy chiquito crecí viendo las noticias y me envideé con la realidad del país. Entonces, sentí que la forma de aportar mi granito de arena era metiéndome al Ejército. Como tenía esa idea en la cabeza, mis papás me sacaron del país y allá tuve la oportunidad de trabajar en unos talleres de cine.

Ahí me recontra enamoré del cine y quise hacer una historia que desnormalizara la guerra. Es que cuando un conflicto lleva tanto tiempo, la sociedad ve todo lo que sucede muy normal y lejano. En este momento hay miles de jóvenes en la jungla que están buscando qué comer o huyendo de una bala, mientras tu y yo nos tomamos este café. Y nuestra sociedad está desconectada de eso. Por eso surgió la idea de reconectar a los colombianos y causar que tomen una acción participativa a partir de la película.

¿Entonces el guión es muy realista y contextualiza el conflicto armado?

Cuando yo escribo un guión me gusta que sea lo más real. Es decir, claro, está basado en unas personas de ficción pero en ellos hay muchas realidades. Llevo escribiendo este guión durante tres años y medio, y va por la versión 21. La ficción me permitió crear situaciones y personas que generaran empatía con el espectador. Luego seguí con la investigación sobre los acontecimientos que me permitió volver el guión en algo más realista.

Le he dado mucho a la labor investigativa porque me ha hecho entender que el problema va más allá de ideologías, que radica en la venta de armas y el propósito de una guerra a partir de ese negocio. ¡Son más de 500 millones de dólares anuales invertidos en armas! ¿A quién le va a convenir acabar la guerra con toda es plata de por medio? Entonces, con esa investigación en las manos decidí que mi película, de alguna manera, influya en que nadie más se vea envuelto en el negocio de las armas.

¿Cómo fue esa metodología de investigación?

Empecé a hablar con guerrilleros, con exsoldados y en cada oportunidad que tenía me acercaba a preguntar, así fuera en la calle. Me metí muchísimo con el tema de las armas y lo que hay detrás de ellas, no solamente respecto al caso colombiano sino en general. Después le puse un propósito a la película: que todo joven que la viera tomara la decisión de no meterse en el negocio de la guerra.

Para lograr eso, creé la historia de dos jóvenes que sirvieran de ejemplo. El primero, un joven rebelde, anarquista que, aunque no quiere, tiene que prestar el servicio militar obligatorio. El segundo, un hijo de un cabecilla de la guerrilla que se enamora de una secuestrada e incumple las normas del grupo, razón por la que tiene que huir y luego, para recuperar la confianza de su padre, se mete al Ejército para pasarles información infiltrada. Dos jóvenes que están donde no quieren estar y en esa lucha contra su universo logran forjar una amistad que les trae todo tipo de emociones y situaciones muy particulares.

¿Y en ese trabajo de campo algún anécdota te marcó?

Muchas. Pero una de las historias que más me marcó es la de un francotirador. Es un hombre que, ya mamado de la guerra me dijo: “Yo estuve 20 años en las fuerzas especiales y este es el punto en el que ya no puedo más con esta puta guerra”. Es que la tarea de un francotirador es muy dura porque les toca estar durante meses siguiendo a la guerrilla de cerca, metidos en el monte y solos. Un día, mientras los espiaba, vio cómo el comandante de esa guerrilla, a quien le gustaba solo la carne tierna, hizo sacar el ternero del vientre de una vaca para comérselo. En el mismo lugar, en la misma escena, estaban abortando al bebé de una mujer.

¡Uy! Qué fuerte. Chévere que en tu trabajo de campo también te diste la oportunidad de conocer el punto de vista del otro lado.

Exacto. Se trata de mirar todos los lados. Ahorita estoy en un proceso con la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR), para empezar a escuchar historias de ese otro lado. La idea es que encontremos historias en común entre exguerrilleros, exsoldados y sociedad civil para demostrar que muchos vamos hacia un mismo horizonte: la paz.

¿Pero la película no retrata una guerrilla ni una ideología en particular?

En las primeras versiones del guión sí tocaba mucho el tema de las ideologías y grupos puntalmente. Pero me di cuenta que lo importante era ir de lo particular a lo universal. La esencia humana que tiene cada uno, sus deseos y cómo se enfrenta a las situaciones, es algo común en todos, estemos donde estemos. Yo voy directamente a la guerra porque quiero acabar con el uso bélico, pero lo que se genera en ese contexto es universal: el amor, el miedo, las relaciones de familia, la amistad.

Hay armas, hay monte, hay guerrilla pero, finalmente, la historia puede contarse en Rusia y la gente siente empatía.

Claro. La historia te toca porque en ella se desarrollan historia comunes en todos los seres humanos. Más allá de las ideologías es la esencia humana. Y como dices, la pueden ver en Rusia pero les mueve algo de todas maneras.

Julián Díaz, guionista y director de Ecos.

¿Ecos toca directamente el tema del tráfico de armas?

No, nunca.

¿O sea, lo investigaste y no lo tocas? ¿Por qué?

(Ríe) Porque son capas y el tema está pero implícitamente. Es decir, tu sales y algo en tu mente hace click, y subjetivamente empiezas a pensar y estableces las relaciones.

Si me meto directamente con el tráfico de armas, me echo una carga gigante encima. Si me meto con ideologías políticas, me echo una carga gigante encima. Pero si me meto con seres humanos, a través de ellos puedo desarrollar problemáticas sin ponerlas literalmente ni con la pretensión de estar enseñando sobre ellas. En cine tu no enseñas, entretienes.

¿Por qué el público tiene mayor recepción a la misma historia en cine que en un artículo periodístico?

Porque en el cine estás conectado 100% con el personaje. Estás en la película y puedes tener un millón de conflictos pero cuando te sientas en la sala, apagan la luces, te ponen el proyector y empieza a sonar la música tu mundo deja de ser tu mundo, por que ahora estás completamente absorbido por el mundo de otro.

Me decías que después de esta investigación llegaste al tema de las armas y tu propósito con la película cambió… 

Algo que descubrí, que es muy lógico pero a la vez complejo, es que la guerra sin cuerpos físicos no existe. Con mi película quisiera generar que los jóvenes dejen de ingresar a la guerrilla o al Ejército. Quisiera que todos siguieran sus sueños y sus propias ideas, sin que se la imponga un ente armado. Seguir una ideología de violencia masiva ya no tiene ningún sentido. La gracia de todo esto, y lo que quiero lograr con Ecos, es no darle más carne al cañón. Que nadie más quiera hacer parte de esto para desbancar a la guerra.

¿Cómo vas a lograr eso con una película?

Las películas modifican la consciencia masiva. Como te digo, una vez el espectador se involucra con el personaje y siente empatía, lo empieza a tomar de ejemplo para no cometer sus errores y seguir sus buenos pasos.

¿Y, después de 21 versiones, ya está listo el guión?

Ya está listo. Pero, incluso antes de rodar lo seguiré cambiando, porque la historia tiene que trabajarse hasta el final en pro de que sea algo espectacular.

¿En qué etapa están entonces?

En la etapa de consecución de recursos. Estoy tratando de trabajarlo todo a través de #SoyCapaz, de la ACR y de empresas que ya están ligadas a este propósito de conseguir la paz. Ya tengo el productor, Carlos Guerrero, de La Vendedora de Rosas; el director de fotografía, Diego Jiménez, de PERRO come PERRO; el director de arte, Juan Acevedo, de Satanás. Vamos bien montados para que salga la vaina.

¿Qué implica ser un director colombiano, y sobre todo hablando de conflicto, en esta época de diálogos de paz? ¿Paga? ¿Es más fácil, más difícil?

Yo lo veo más fácil porque la situación en Colombia está dirigiéndose al propósito de la paz. Si todos están con esa mentalidad, es más fácil que te compren el producto.

Pero igual, ser director en Colombia siempre es complicadísimo para conseguir los recursos. Pero bueno, vamos a ver, es mi primer largometraje y la primera vez que hablo de este tema.

¿Y cuál fue el bicho que te picó para decidir hacerlo en esta oportunidad?

¿Recuerdas la anécdota del soldado? A mí eso se me quedó metido. Y, en 2011, decidí que era el momento para aportar con una cámara en vez de con un fusil.

¿Qué le espera a Colombia después de tantos años de una guerra tan compleja?

Va a ser una cosa de tiempo, de transformación, de aceptación. Si llegamos a la paz, tiene que suceder que tu y yo, la próxima vez que nos tomemos un café tengamos sentado al lado a un exguerrillero, y todos estemos tranquilos con eso. Lo veo viable, pero creo que cada colombiano tiene que hacer un cambio interno y cortar tanta victimización para poder seguir adelante.

Pienso que no se puede esperar a que se firme la paz allá, ni dejarlo en manos del gobierno, sino que todos tenemos que empezar a hacer acciones. Toca ponerse los zapatos del otro, porque sino lo haces te quedas en tu propio punto de vista y de ahí no sales nunca.