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Celebrando la guerra perdida

Staff ¡Pacifista! - febrero 5, 2016

OPINIÓN El toque cínico de la celebración en Washington se intensifica si se considera que la guerra contra el narcotráfico ha fracasado.

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Columnista: Diego García Devis*

Celebrar la guerra es, cuando menos, un acto de cinismo. Ese es el tinte que tuvo el evento en la Casa Blanca, en Washington, en donde los presidentes Juan Manuel Santos y Barack Obama se reunieron esta semana para celebrar los 15 años del Plan Colombia.

Sin profundizar en una reflexión sobre el mensaje desdeñoso que un acto como este acarrea para víctimas, civiles y combatientes propios y del contrario, valdría la pena hacer una evaluación honesta y autocrítica de los verdaderos logros del modelo de cooperación cívico-militar diseñado en el marco de la guerra contra el narcotráfico.

En su versión original, el plan planteaba diez estrategias: económica, fiscal, de paz, defensa nacional, judicial y de derechos humanos, antinarcóticos, desarrollo alternativo, participación social, desarrollo humano y orientación internacional. Todas ellas con el fin último de alcanzar “la paz, la prosperidad y el fortalecimiento del Estado”.

En un paneo rápido se puede ver que en algunos temas hay avances tímidos, mientras que en otros el objetivo se ha alcanzado en detrimento del resto. Sin embargo, el grueso de las estrategias encaminadas a reducir la oferta de drogas ilícitas es, como lo han reconocido esta semana expertos que han liderado la lucha antidrogas, un absoluto fracaso.

Entre los avances se reconoce el fortalecimiento de las Fuerzas Militares, esto es, en breves procesos de formación continua, mejoramiento de la capacidad aérea y de inteligencia. Bajo el componente de desarrollo del Plan Colombia se crearon mecanismos como el Sistema de Alertas Tempranas (SAT) de la Defensoría del Pueblo, ayudando a prevenir que la crisis humanitaria fuese aún peor.

Sin embargo, el hecho de asegurar que hoy en día las Farc están en la mesa de negociaciones gracias al Plan Colombia desconoce una serie de variables, entre ellas las sanguinarias y devastadoras acciones de los paramilitares en maridaje con esas Fuerza Militares “profesionalizadas”.

El toque cínico de la celebración en Washington se intensifica si se considera que la guerra contra el narcotráfico ha fracasado. Colombia sigue siendo el principal proveedor de cocaína del planeta, con una producción al alza que para el año 2014 fue estimada en 442 toneladas métricas; es decir, un 52% más que el año anterior, según la Oficina para las Drogas y el Delito de Naciones Unidas.

Si se observa el comportamiento del área cultivada con plantas de coca entre el 2001 y 2014, se pueden identificar ciclos de reducción e incremento. El resultado final es que, de cultivar 170.000 hectáreas en el año 2001, en el 2014 se cultivaron 69.000. Estos ciclos de producción deben ser considerados en el marco de toda la región andina, pues cada vez que se reduce el área cultivada en el país, la producción de hoja de coca se incrementa bien en Perú o Bolivia, fenómeno que se conoce como el “efecto globo”.

En resumen, el plan quinceañero que ha contenido la estrategia de erradicación de cultivos de coca se aferró necia y costosamente a la ineficiente y nociva aspersión aérea de cultivos con glifosato. Si bien en los 15 años la producción cayó a menos de la mitad, también debe considerarse que el consumo de cocaína en Estados Unidos se ha disminuido para cederle terreno a otras drogas.

Ahora, con relación a lo que se conoce como desarrollo alternativo, el cual pretende sustituir cultivos declarados ilegales por cultivos legales, los resultados tampoco son alentadores. En primera instancia, no existen suficientes estudios que den cuenta de la pertinencia de la inversión y la sostenibilidad de estos proyectos. Hay regiones en donde el cultivo ha sido reemplazado por monocultivos, como el de la palma de aceite, sin generar empleo o programas de titulación de tierras.

Estos proyectos son, por lo general, insostenibles o poco pertinentes para la vocación agrícola de las regiones. Los casos más extremos se presentaron cuando, en repetidas ocasiones, los cultivos que remplazaron a los de la coca fueron fumigados por las avionetas de erradicación. ¡El Plan Colombia erradicando al Plan Colombia!

A esto se suma la perversa subordinación de las acciones de cooperación para el desarrollo a la agenda de seguridad, fundada en los pilares de antinarcóticos y luego contrainsurgentes. De haber sido un país laboratorio de cooperación cívico-militar, pasamos a ser exportadores de un modelo de seguridad que ha facilitado violaciones sistemáticas de los derechos humanos.

El viceministro de Justicia Carlos Medina resume bien la premisa errada de este mecanismo de guerra amorfo: “Caímos en el juego de usar la terminología equivocada. Haberles declarado la guerra a las drogas fue una torpeza, porque formó la expectativa de que se ganaba o se perdía”.

Sin embargo, el Plan Colombia no solo era un extravío semántico, sino que fue un error desde su concepción, apreciación, estrategia y táctica, aunando fenómenos tan complejos como el de la producción y el comercio de drogas con el conflicto socio-político.

Casi acierta Andrés Pastrana cuando encontró que la situación social y política de Colombia en el año 2001 era agravada por los “desestabilizadores efectos del narcotráfico, el cual, con sus vastos recursos económicos, ha venido generando una violencia indiscriminada, y al mismo tiempo ha socavado nuestros valores hasta un punto comparable solamente con la era de la prohibición en los Estados Unidos.”

Precisamente, es la prohibición de las drogas y los cultivos para su producción el origen de las enormes economías ilegales y la violencia epidémica en América Latina, como la absurda prohibición del alcohol en los Estados Unidos a inicios del siglo XX.

Al cierre del encuentro celebratorio de esta semana, el presidente Obama ofreció a su homologo Colombiano una cifra sustancialmente menor a los US$9 mil millones de dólares con los que Estados Unidos apoyó el Plan Colombia.

Si en este contexto de construcción de paz el bolsillo no da para tanto, sería cuando menos deseable que el nuevo ‘Plan Colombia Paz’, como lo llamó el presidente norteamericano, se construya sobre las lecciones aprendidas y en especial no repita las formulas fracasadas de combatir a sus dos enemigos fantasma: las drogas y el terrorismo.

*Diego García-Devis (1975) politólogo colombiano, mágister del Departamento de Estudios de Guerra de King College, Londres. Ha trabajado para la Organización de Estados Americanos (OEA), USAID/Colombia y hoy hace parte del Programa Global de Políticas de Drogas de Open Society Foundations, donde se dedica a al apoyo de organizaciones y gobiernos interesados en abordar las política de drogas desde la perspectiva de derechos humanos.