Cambiar la mentalidad de un homicida sí es posible | ¡PACIFISTA!
Cambiar la mentalidad de un homicida sí es posible
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Cambiar la mentalidad de un homicida sí es posible

Colaborador ¡Pacifista! - agosto 2, 2017

OPINIÓN | A través de experiencias positivas, podemos intervenir en la conducta violenta de una sociedad que parece tornarse cada vez menos pacífica.

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Esta columna forma parte de nuestro proyecto #NiUnMuertoMas, de la estrategia latinoamericana de reducción de homicidios Instinto de Vida de Open Society Foundations e Igarapé. Para ver todos los contenidos haga clic aquí.

Lea la primera, la segunda y la tercera entrega de ‘¿Por qué los humanos asesinamos?’.

Un flashmob es una repentina movilización de personas, que no necesariamente se conocen entre sí, para bailar o cantar, y que aparece en medio de la calle, en un bus o en una plaza, organizada a través de las redes sociales o por internet. Observar un flashmob, en vivo y en directo o a través de videos, genera emociones positivas. Un flashmob es un entrenamiento de habilidades emocionales que facilitan despertar la empatía por el otro, tan poco común en estos tiempos.

Seguir un ritmo, mover el cuerpo, ver moverlo y emocionarse con él es también un entrenamiento de competencias empáticas. Por eso, creo que, además de utilizarse como medio expresivo de pensamientos, emociones y conflictos, el movimiento del cuerpo puede ser en una estrategia útil para integrar física y psíquicamente a los individuos que manifiestan comportamientos criminales.

Como el baile, el cine y la literatura pueden ayudar a modificar los comportamientos sociales, incluso los de quienes violan la ley. Si podemos usar nuestros conocimientos sobre el cerebro para ayudarlos, podemos intervenir en la conducta violenta de una sociedad como la nuestra, que parece tornarse cada vez menos pacífica.

Hoy sabemos que el cerebro es capaz de cambiar, partiendo de trabajos teóricos basados en la experiencia. Estudios de hace apenas dos décadas demostraron que en el cerebro del mamífero adulto crecen nuevas neuronas, o células cerebrales, incluso después de un daño cerebral. Ese crecimiento se llama neurogénesis y los trabajos recientes han revelado que ésta puede ocurrir en la amígdala, una estructura cerebral con forma de almendra relevante para el procesamiento de emociones y comportamientos empáticos de los seres humanos [1].

La neurogénesis es posible cambiando y modulando nuestro ambiente. Por ejemplo, los criminales con trastornos graves antisociales tienen, en su mayoría, una infancia problemática y comparten muchas veces desastres sociales. Sus conductas poco empáticas, y una moral bastante limitada, pueden asociarse con cambios significativos en áreas cerebrales hoy ampliamente identificadas.

Es cierto que desde el origen del homo sapiens hasta nuestros días las conductas violentas han estado presentes. Sin embargo, éstas, como el homo sapiens, han evolucionado. Después de la II Guerra Mundial, por ejemplo, los juicios de Núremberg marcaron un antes y después del comportamiento violento del ser humano. De Núremberg a hoy, la justicia global, los derechos humanos, la responsabilidad penal individual y la de los Estados, las amnistías y los acuerdos de paz, con todas sus imperfecciones, son ejemplos de la evolución del ser humano frente a la conducta extremadamente violenta.

A la pregunta de si podemos evitar asesinarnos más, la respuesta es sí.

No obstante los contenidos evolutivos de las sociedades contemporáneas, el desarrollo de nuestro cerebro moral, desde el inicio de la especie, está diseñado para aprender cómo usar habilidades morales con propósitos correctos. El desarrollo del cerebro moral ocurre en todas las culturas, lo que sugiere que es innato. Los primeros años de vida son fundamentales, y aunque es difícil, es posible corregir en la edad adulta las desviaciones del juicio moral.

Son pocos los estudios que abordan alternativas de intervención en casos tan graves como el de los asesinos. Sin embargo, ya muchos estudios [2] arrojan resultados interesantes. Hoy sabemos que las competencias sociales se pueden entrenar, en el caso de los que nunca las han tenido, o re-entrenar, en aquellos que las perdieron.

Adquirir o re-adquirir habilidades sociales genera cambios en la estructura cerebral. Estas experiencias científicas individuales sustentan la posibilidad de hacerlo en comunidades y sociedades violentas. A la pregunta de si podemos evitar asesinarnos más, la respuesta es sí. Si el cerebro es capaz de generar cambios en edad avanzada, en el individuo enfermo y en el cerebro lesionado, es posible movilizarse para transformar una sociedad y cambiar modelos que mantienen conductas generadoras de violencia.

Hace pocos días vi el documental El silencio de los fusiles [3], en el que los protagonistas del proceso de paz entre el gobierno y las Farc expusieron lo que significa, digo yo, entrenar habilidades empáticas. Cuando en el documental algunos relatan las emociones y los momentos que acompañaron el encuentro con las víctimas, con un canto conmovedor de fondo, uno percibe una mínima transformación de los personajes. Recuerdo que alguien dice que la guerra, para quien está en ella, son los sonidos de los proyectiles, las bombas, los aviones, las luces, pero que ver a las víctimas era como “ponerse delante de un espejo”. Con las víctimas, la guerra cobró identidad, y la identidad era la que todos tenemos: la del ser humano. Eso es iniciar a entrenar habilidades sociales. Ojalá, el proceso sea constante y continuo.

Nuestro cerebro es muy vulnerable al estrés, al dolor y al sufrimiento crónico. Estas condiciones no permiten la neurogénesis y agravan lo que nos aleja de condiciones humanas necesarias para vivir las necesidades de nuestra especie. Por eso, resulta irónico que el sistema penal, en el mundo, recomiende únicamente el aislamiento y el encarcelamiento para los criminales.

Indudablemente, la prisión es necesaria para proteger la sociedad. Pero, justamente, en ese espacio y durante esa privación de libertad es necesario que quienes tienen graves casos de comportamiento antisocial cuenten con la posibilidad de rehabilitarse, porque el cerebro puede cambiar. Nosotros, no solo científicos, sino periodistas, políticos, estudiantes y comunidad, desde afuera, debemos apoyar el cerebro restaurativo.

*Diana L. Matallana E. es neurocientífica y profesora titular de la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Javeriana.