Putumayo, después del Guaviare, es el departamento más afectado por esta tragedia.
Las desapariciones forzadas no son solo un drama familiar, sino nacional. En Colombia, según el Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres (Sirdec), se ha perdido el rastro de 85.047 personas por causa de la violencia. Pero, según el Registro Único de Víctimas (RUV), los casos son 46.601.
Putumayo, después del Guaviare, es el departamento más afectado por esta tragedia. En esta zona, las cifras arrojan un total aproximado de 6.100 víctimas directas e indirectas. Este dato prende las alarmas si se tiene en cuenta que el departamento es habitado por 341.513 personas (el 0,8% de la población de Colombia). Según el Sirdec, La Hormiga, en el Valle del Guamez, es el municipio con más casos de desaparecidos, seguido por Puerto Asís, San Miguel y Orito.
¡Pacifista! estuvo en este departamento y recogió los relatos de víctimas de desapariciones forzadas. Estos son dos testimonios que dan cuenta de esta tragedia.
Don Braulino, un verdadero Padre Coraje
- José Braulino Ordóñez García. Foto: Andrés Monroy/CICR.
Don José Braulino Ordóñez García es un ‘Padre Coraje’. Esta expresión, usada en España para referirse a los padres que lo dan todo por sus hijos, sintetiza el valor de este hombre. Él, acostumbrado a trabajar en el campo, salió de su tierra para enfrentar la indiferencia de las autoridades colombianas con el objetivo de encontrar a su hijo, desaparecido hace 11 años.
Ordóñez cuenta que ha tenido que llorar mucho. Desde 2005, no volvió a saber de su hijo, Braulio Enrique Ordóñez Martínez de 34 años. “Un día, me llegó la razón de que estaba desaparecido y que, probablemente, lo habían matado. Yo no lo creí. Él era un hombre que no tenía problemas. Era bien noblecito con todo el mundo. No era un guerrillero”.
La persona que informó a don Braulino le contó que cerca al caserío donde su hijo trabajaba, el Ejército tenía un cuerpo cubierto con plástico y con hojas de monte que no dejaba ver a nadie. Algunos trataron de ver si era Braulio, pero no los dejaron. El ‘Padre Coraje’ se desesperó.
Unos días después, recuerda, lo llamó un militar. Él le dijo que estaba enterado de los rumores, pero que el cuerpo no era el de su hijo. Afirmó que Braulio no estaba muerto, sino vivo. “Yo le pregunté: Si eso es cierto, ¿por qué mi hijo no ha vuelto a la casa?. Él me respondió: ‘Ese huevón debe estar por ahí enredado con una vieja’. Yo, al oírlo, me alegré porque me hice a la idea de que era verdad”. Pero, pasado el tiempo, la situación siguió igual. Ahí, don Braulino se dio cuenta de que el militar le mintió.
Empezó una travesía para buscar a su hijo. Viajó por todo el departamento de Putumayo. Llegó a Puerto Asís, donde fue víctima de un atraco. En su búsqueda, se quedó sin un peso. Para él, todo fue una pesadilla. Por días, ya pensando que su hijo en realidad había muerto, estuvo en varios cementerios preguntando a los sepultureros si sabían de un cuerpo llevado por el Ejército. Finalmente, encontró uno de ellos, un negrito dice él, que sabía. “Desenterramos el cuerpo que me señaló. Ese finado estaba desmembrado, por lo que no pude saber si era mi hijo. Confiado, le lloré a ese cuerpo como si fuera Braulio”.
Después de unos exámenes médicos, don Braulino supo que el cuerpo que había llorado no era el de su hijo. “Yo pienso que el negrito mintió porque el Ejército lo manipuló. Ellos no querían que yo encontrara a Braulio. Con cierta intención, me cambiaron el cadáver”, concluye.
Ante estas irregularidades, fue a la Fiscalía y a la Personería, pero, rememora, no lo ayudaron. Pasó de fiscal a fiscal. Tuvo que tratar con autoridades de diferentes ciudades, pero nadie lo socorrió. “Me sentí muy solo, como si no fuera colombiano. El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) terminó siendo el único órgano que me colaboró”.
Después de un tiempo, y de una búsqueda llena de angustia e incertidumbre, le dijeron a don Braulino que averiguara por su hijo en los juzgados penales militares porque se tenía el dato de que él había sido guerrillero. Allá, el proceso se estancó aún más. No aparecían expedientes y ningún militar quiso atenderlo.
“Ellos tienen que pedirle perdón a Dios. Mi hijo era como un niño de 5 años, nunca había cogido un machete para nada. Lo que hicieron con Braulio fue eso que llaman ‘falsos positivos'”, asegura. Desde esa época, el ‘Padre Coraje’ no ha parado la búsqueda de su hijo. Hace dos años, le informaron que habían encontrado los restos. Pero, al día de hoy, once años después, no ha podido recuperar el cuerpo de Braulio.
Doña Ruth, una madre que sueña con volver a ver a su único hijo
- Ruth Suárez y su esposo. Foto: Andrés Monroy/CICR.
Doña Ruth Suárez vive en Puerto Asís. Su único hijo, Jairo Alexander Miranda Suárez, fue secuestrado por el frente 48 de las Farc hace 10 años. Él es enfermero. El 21 de julio de 2006, trabajando para la Droguería Real, salió en una brigada de salud a Puerto Colombia, Putumayo. La brigada estaba compuesta por 13 personas, pero solo regresaron 12.
Las Farc, piensa doña Ruth, secuestraron a Jairo porque creyeron que él era médico. Con esa noticia, ella y su esposo decidieron comenzar contactos con la guerrilla. Primero, cuentan, hablaron con un comandante llamado Édgar Tovar. El guerrillero les aseguró que las Farc tenían en su poder a Jairo, pero no les pidió plata ni puso condiciones para su liberación porque sostenía que, en poco tiempo, él iba a regresar a su casa. “Ha pasado una década y aún no se sabe la suerte de mi hijo”.
En medio de la incertidumbre, un día a doña Ruth le dijeron, por rumores, que era posible que su hijo estuviera en Ecuador. “Fuimos, entonces, a Pueblo Nuevo. Allá, al lugar donde nos estábamos quedando, un día llegó un hombre a buscarme. Era un guerrillero. Me dijo que mi hijo estaba bien y que si un día ellos comían café con pan, Jairo también”.
La guerrilla, confiesa doña Ruth, nunca negó a su hijo. Incluso, recuerda, una vez le dijeron que Jairo era una pieza muy importante para ellos y que él, como enfermero, estaba encargado de cuidar a Manuel Marulanda en sus últimos años. “Me acuerdo que en varias ocasiones tuve la oportunidad de hablar con guerrilleros desmovilizados, y ellos me contaban que mi hijo era conocido como el médico y que era el que les aplicaba suero cuando les daba el dengue”.
Sin embargo, afirma doña Ruth, con el secuestro de su hijo, parece que se le hubieran cerrado todas las puertas en las autoridades. “Si se abre una puerta un día, al siguiente se cierran dos. La desaparición de mi hijo ha dejado herida a toda la familia. Yo, como madre, llevo esa herida por dentro día a día. No obstante, he aprendido a vivir”.
La última vez que las autoridades hicieron algo por Jairo fue en 2008, relata doña Ruth, cuando le realizaron una prueba de ADN a ella y a su esposo. Hoy, sigue viviendo en la incertidumbre. “Los pasos que he dado para la búsqueda de mi hijo han sido asesorados por el CICR, porque por aquí, en el Putumayo, no hay muchas instituciones, ni autoridades, que le colaboren a las víctimas”.
“El que se lleva a un ser humano no acaba con esa persona, acaba con toda una familia y más con una madre. En mi casa ya no hay alegría, ni celebración de navidad ni año nuevo. A veces sonrío, pero por mi salud. Aún hoy, espero a un hijo y quiero que él me encuentre bien”, revela doña Ruth.
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Desde 1998, en Putumayo se cuentan cerca de 1.700 desapariciones forzadas. La mayoría de ellas fueron cometidas por grupos paramilitares. Aunque la guerrilla y las Fuerzas Armadas también han resultado involucradas. Hoy, gracias al cese al fuego y al reciente acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc, la violencia ha disminuido en el departamento. Sin embargo, los grupos armados siguen presentes. Así las cosas, algunas víctimas no denuncian la desaparición porque hay mucho temor. Les preocupan las amenazas.
En departamentos como Putumayo, quienes sí deciden buscar a sus seres queridos tienen pocas opciones. La falta de presencia del Estado en la región, complica cualquier proceso. El CICR es uno de los pocos organismos que ofrece orientación y apoyo en la búsqueda de un desaparecido, facilita la interlocución de las víctimas con las autoridades, socorre la investigación y, si ha muerto la persona, ayuda en el proceso de restitución del cadáver.
En Colombia, las desapariciones forzadas terminan, por lo general, en muerte. Los cuerpos, cuando se tiene la suerte de hallarlos -muchos nunca son encontrados-, se entregan primero al Instituto Nacional de Medicina Legal para su identificación y luego a la familia. Estos procesos, avalados con pruebas de ADN, pueden tardar un año. La demora se debe a que en el país no existe un Banco Nacional de Genética y a que muchas personas no tienen cédula. Hoy, la Fiscalía tiene aproximadamente 6000 cuerpos sin identificar en bodegas en Medellín, Cali, Pereira y Bogotá.
*Este viaje fue posible gracias al Comité Internacional de la Cruz Roja