OPINIÓN. La neutralidad de actores internacionales no puede ponerse por encima del proceso para acabar la guerra.
Andrei Gómez-Suárez: Profesor y Consultor en Justicia Transicional y miembro de Rodeemos el Diálogo @AndGomezSuarez
Existe la creencia en Colombia que los 12 primeros días de enero predicen el clima de cada uno de los 12 meses del año. Uno pensaría qué en el 2017 con el predominio de Facebook, WhatsApp, Twitter y cualquier otra cantidad de redes sociales —que desconozco—, este tipo de creencias estarían en desuso, pero no. La tradición no cambia fácilmente.
Mantener la tradición o reemplazarla por nuevas prácticas es causa constante de tensión en las sociedades humanas. Estas tensiones atraviesan transversalmente todos los grupos sociales, desde las unidades más pequeñas, como las familias, hasta los conglomerados más grandes, como los estados. Pero no todo el tiempo los humanos nos debatimos conscientemente entre la continuidad o el cambio. Los seres humanos tendemos a privilegiar las costumbres sobre las pequeñas transformaciones que hacen la experiencia de nuestra vida un proceso lleno de sorpresas.
Sin embargo, todos los grupos humanos pasan por coyunturas de transformación profunda que cuestionan la imagen que ellos tienen de sí mismos, es decir su identidad. Esto fue lo que ocurrió durante las transiciones a la democracia en los países de Europa Oriental donde después de la Segunda Guerra Mundial se habían instalado regímenes socialistas. Tristemente, ese proceso de democratización terminó ahogado en sangre en países de la antigua Yugoslavia como Bosnia, donde líderes populistas nacionalistas como Slobodan Milosevic recurrieron a la política de la identidad para manipular emocionalmente a una población insegura de sí misma.
La política de la identidad recurre a re-crear el pasado a través de ficciones que alimentan la idea de una historia gloriosa para un sector social, que es incapaz de convivir con ese otro grupo que es construido con una amenaza en diferentes momentos históricos. La rabia, el desprecio, la indignación contra el otro se alimentan para recrear la necesidad de proteger la supuesta identidad de un sector social. Nada más peligroso para las sociedades que transitan de la guerra a la paz que caer en la trampa de las pasiones que impiden el reconocimiento del otro.
Tristemente los primeros días de enero no presagian un buen año para Colombia en este aspecto. Si utilizamos las cabañuelas para presagiar el clima político en nuestro país basados en los primeros días de enero, es posible decir que la tradición del odio de un sector de la sociedad colombiana buscará imponerse por encima de los deseos de reconciliación entre antiguos enemigos irreconciliables como las FARC y el gobierno. Este sector reacio al cambio recurre constantemente a la política de la identidad para representar a las FARC como ese otro que no puede ser asimilado, que debe ser tratado como un extraño.
Que en todas las sociedades existan personas como María Fernanda Cabal que estigmatizan al otro y polarizan no es un problema, es más, su existencia nos exige aprender el respeto por el otro; ya que, a pesar de estar completamente en desacuerdo con ella, nos corresponde aceptar su libertad de expresión. Lo que sí es un problema y una gran preocupación es que la comunidad internacional, que fracasó rotundamente en su ‘intervención humanitaria’ en Bosnia, por privilegiar el discurso de la neutralidad, se deje manipular por las críticas del sector que Cabal representa.
Esto quedó perfectamente demostrado con el retiro del personal de la Misión de Observación de la ONU que bailó con miembros de las FARC durante la fiesta de fin de año en el la Zona Veredal de Transición ubicada en El Conejo, departamento de la Guajira. La neutralidad de actores internacionales no puede pretender ponerse por encima de un proceso de reconciliación donde aquellos que estaban en la ilegalidad deben ser recibidos en la vida civil para poner fin a la guerra.
Sin embargo, este incidente no sólo muestra el reto que la comunidad internacional tiene por delante, sino también el que tiene la sociedad colombiana. La reacción de muchos colombianos que respaldan la implementación del acuerdo de paz se puede resumir en el tuit de Felix de Bedout: “si lo más grave que está pasando en las zonas de ubicación de las FARC es un baile de fin de año, es que las cosas van bien en el proceso.”
Durante el plebiscito quedó claro que el problema no está en las zonas de ubicación de las FARC; el problema está en Bogotá, Cali, Medellín, Cartagena y tantas otras ciudades de Colombia. O para ser más preciso, el problema está en millones de hogares de Colombia, donde las FARC son vistas, gracias a la manipulación de líderes populistas nacionalistas, como ese otro con quien no podemos reconciliarnos.
Lo decía en mi artículo anterior: el gran reto que tenemos los que creemos en la bondad del acuerdo de paz es afinar nuestra inteligencia emocional. Hacerlo pasa por deconstruir la manipulación emocional que poco a poco van alimentando en la opinión pública aquellos que no están dispuestos a reescribir el futuro de Colombia. Estos líderes nacionalistas populistas se esforzarán por re-crear un pasado que les permita instalar en amplios sectores de colombianos un marco de referencia emocional que les impida valorar los pequeños procesos de reconciliación que son la base de la construcción de una paz estable y duradera. Impedir que se instale este marco de referencia emocional es otro de nuestros grandes retos.
*Esta columna de opinión presenta la visión del autor y no compromete la posición editorial de ¡Pacifista!