OPINIÓN / En un país donde los políticos tienen la osadía de ponerse por encima de las víctimas es difícil hablar de una política verdadera.
Por: Andrei Gómez-Suárez (Profesor y Consultor en Justicia Transicional y miembro de Rodeemos el Diálogo @AndGomezSuarez)
Abril ha sido un mes en el que hemos visto la lamentable tergiversación del arte de la política por parte de Álvaro Uribe, Andrés Pastrana y Alejandro Ordoñez. Esta tripe A colombiana que hemos visto consolidarse en las última semanas, no se contenta con recurrir al cuentazo del castrochavismo para polarizar a la sociedad colombiana, sino que hace lobby internacional para poner al mundo en contra de Colombia.
La política para estos exfuncionarios públicos y sus acólitos no es el arte de convencer con argumentos a la contra parte del cambio de rumbo en el manejo político, económico y social del país. Argumentos sólidos para criticar al gobierno de Juan Manuel Santos sobran, como lo muestra de manera clara Julián de Zubiría en su carta a los jóvenes.
Sin embargo, la estrategia politiquera de estos tres líderes de los comités del No en el Plebiscito por la Paz no recurre a argumentos. Recurre a dispositivos retóricos que simplifican la realidad y polarizan a la sociedad. Repiten a diestra y siniestra que sin ellos Colombia se convertirá en la próxima Venezuela.
Detrás de la amenaza castrochavista que se cierne sobre Colombia contra el resto del mundo esconden los grandes logros del acuerdo de paz con las Farc; por ejemplo, que a los hospitales militares ya no llegan soldados malheridos, que el número de homicidios anuales se ha reducido en 8% en lo que va corrido del cese al fuego bilateral y definitivo, firmado en agosto de 2016. Pero, además, ocultan la revelación contundente que queda de presente: en Colombia el combustible de la violencia política es la intolerancia.
157 líderes sociales y defensores de derechos humanos han sido asesinados desde 2016 hasta hoy, según la Denfesoría del Pueblo. Sin embargo, estos politiqueros de turno no convocan a marchas para exigir el derecho a la vida, ni se comprometen a firmar un pacto político nacional para respetarla; no. Llaman a las calles a la gente, para que grite, llena de odio, en contra de “la corrupción de Santos”, para que defiendan la patria “del remedo de chavismo” instalado con el apoyo de Obama y la comunidad internacional.
Su ambición por el poder es tan mezquina que pisotean los pocos avances en materia de reparación a las víctimas, negándose a escucharlas en su día. En contraste, toda nación liberal y democrática honra a sus víctimas. La memoria que las dignifica, no se escribe en clave de vencedores y vencidos para seguir reproduciendo el rencor; en estas democracias los líderes políticos la enaltecen porque al hacerlo revelan la altura moral de la política, como una búsqueda incesante por la justicia y la equidad.
A los tres espadachines de la triple A colombiana les hace falta grandeza. Pretenden acceder al poder polarizando al país. Su estrategia viene de vieja data. Desde Miguel Antonio Caro a finales del siglo XIX, pasando por Laureano Gómez a mediados del siglo XX. Confían que es la estrategia correcta porque en el pasado han logrado incendiar el país, mientras otros buscaban apagar la chispa de la guerra.
A Colombia le llegó la hora de recuperar el sentido de la política.
En la apatía e ignorancia de la sociedad colombiana han encontrado sus mejores aliados para inventar enemigos internos y presentarse como los salvadores de la patria. Sobre este caballito de batalla han pisoteado la esperanza que otras generaciones puedan vivir en paz. En medio de la polarización no sólo han caído sólo los “rebeldes de izquierda”, sino también políticos liberales que creían en la política como un arte, como ocurrió con Rafael Uribe Uribe en 1914, Jorge Eliecer Gaitán en 1948 y Luis Carlos Galán en 1989.
En el nuevo milenio que se está abriendo no existe justificación moral para que la historia de Colombia se siga escribiendo con los nombres de los muertos que nos deja la polarización promovida por elites oportunistas.
La política es el gran legado de los griegos para que las sociedades tramiten sus diferencias a través del diálogo. A Colombia le llegó la hora de recuperar el sentido de la política; ojalá que la dejación de armas de las Farc se convierta en un precedente histórico para que los colombianos podamos descubrir el poder de las palabras cuando no existe la amenaza de las balas.