Según una investigación del CNMH, una de las principales universidades del país tuvo su propio grupo de autodefensas.
- Este mural en memoria de Gustavo Marulanda está ubicado en el bloque administrativo de la Universidad de Antioquia. Fotos Juan David Ortiz Franco
“Esta es la primera vez que te escribo en voz alta, pues van 17 cartas que, año tras año, escribo todos los 7 de agosto, en la distancia y desde el lugar de sobreviviente. Cada 7 de agosto, mientras Medellín se viste de flores y Colombia celebra su ‘independencia’, para mí y para las personas que te amamos no hay nada que festejar, no hay flores que contemplar, no hay libertad que celebrar. Es un día de muerte, de dolor, de infamia, de impotencia. Cada 7 de agosto revive aquel sábado en que tu reloj (que aún conservo) se paró a las 2:10 de la tarde, exactamente a la hora en que los señores de la muerte acallaron tu voz y nos privaron de tus ojos color resistencia, de tu sonrisa vivaz, de tus manos creadoras de sueños, de tu presencia provocadora de rebeldías”.
La carta tiene fecha del 10 de agosto de 2016. Está dirigida a Gustavo Marulanda, la escribe su compañera de hace 17 años. Habla de esa tarde de un sábado festivo de 1999 cuando dos sicarios en moto le dispararon a Gustavo, el estudiante de Filosofía que había denunciado ante las cámaras de los noticieros las amenazas de un grupo de paramilitares contra él y otros seis estudiantes de la Universidad de Antioquia.
Corrían tiempos difíciles. En febrero de 1998, Jesús María Valle, abogado, defensor de derechos humanos y profesor de la U. de A., fue asesinado en su oficina en el centro de Medellín. En mayo de 1999, en un caso muy similar, tres personas abordaron a Hernán Henao, director del Instituto de Estudios Regionales, y le dispararon en su propia oficina de la Ciudad Universitaria. Un día antes del asesinato de Gustavo, Hugo Ángel Jaramillo, administrador de una cafetería, corrió la misma suerte, también en la sede principal de la universidad.
Esos crímenes demostraron que los universitarios eran vulnerables, que estaban en la mira de sectores interesados en callar voces disonantes. Las muertes y las amenazas de finales de los 90 revivieron la persecución de la década anterior, cuando más de una decena de estudiantes y profesores, como Gustavo Franco, José Ignacio Londoño, Leonardo Betancur, Luis Felipe Vélez y Héctor Abad Gómez fueron asesinados. Muchos otros se vieron forzados al exilio.
“El tropel de la memoria”
El mensaje de la compañera de Gustavo se repite en cada aniversario de su muerte. Sus cartas le cuentan sobre la situación del país y de la universidad, sobre la política y la evolución de sus viejas luchas de estudiante. Esta vez, el pasado 10 de agosto, sus palabras fueron públicas por primera vez. Se escucharon en “El tropel de la memoria”, un encuentro para conversar sobre Gustavo, presentar un documental en su honor, pero también para hablar de cómo la violencia se ensañó con la universidad. Una pausa para que los universitarios, muchos de ellos expertos en hacer memoria con otros, hicieran su propio ejercicio de memoria sobre la violencia que ellos mismos han padecido.
“Se trataba de reivindicar el papel de la memoria histórica en la Universidad de Antioquia y la importancia que esta tiene para esclarecer muchos de los hechos que han ocurrido con la incidencia del paramilitarismo en la universidad. También fue una ventana para presentar un documental sobre el asesinato de Gustavo, que es un personaje para muchos recordado, pero que otros no conocen”, explica María Fernanda Uribe, estudiante de Ciencia Política e integrante de una de las organizaciones estudiantiles que participaron de ese espacio.
El escenario fue el Teatro Camilo Torres, el mismo lugar donde Gustavo y cientos de estudiantes discutían a finales de los 90 el Plan Nacional de Desarrollo, exigían rebajas en el costo de las matrículas y mejoras en los servicios de bienestar. Hablaban también sobre las crecientes intimidaciones contra la comunidad académica por parte de un grupo paramilitar que se identificaba como Autodefensas Universidad de Antioquia (Audea) y decía haber llegado para desterrar a las guerrillas del campus universitario.
La universidad, ¿campo de batalla?
En el marco de una investigación del Centro Nacional de Memoria Histórica sobre el paramilitarismo en Medellín, el caso de la Universidad de Antioquia tomó una importancia especial por cuenta, no solo de los crímenes cometidos contra universitarios e incluso en las instalaciones de la institución, sino porque las acciones de las Audea respondieron a una dinámica particular.
Leyder Perdomo, abogado egresado de la U. de A., analista regional de la Dirección de Acuerdos de la Verdad del CNMH y uno de los investigadores del caso, explica que en la universidad no operaron los bloques paramilitares que hacían presencia en el resto de Medellín —Héroes de Granada, Metro y Cacique Nutibara—, sino que hubo una suerte de “autodefensas universitarias”, ligadas a las AUC, pero que se reconocían a sí mismas como parte de la comunidad académica.
Lo territorial también marca una diferencia: “La universidad no es el territorio ‘normal’ en clave de domino espacial y económico, sino que, por su esencia misma, es un escenario de disciplinamiento y, en esa medida, quien lo ejerce proyecta un montón de cosas intangibles, pero necesarias en un proyecto de sociedad. En eso el paramilitarismo no fue ajeno”, explica Perdomo.
Por esa razón, el CNMH decidió elaborar una investigación particular, con el apoyo de integrantes de organizaciones estudiantiles que, propusieron, se centrara en lo sucedido en los años 90 por tratarse de un referente más cercano para ellos.
María Fernanda Uribe, la estudiante de Ciencia Política, también hace parte de ese proyecto de investigación y dice que para esta generación de estudiantes espacios como “El tropel de la memoria” y hacer parte de ese tipo de investigaciones es también un llamado de atención para que la universidad indague sobre su propio dolor, e incluso para que se cuestione sobre qué tanto esos muertos tienen un lugar en la memoria de los universitarios.
“Esta es una de las universidades más golpeadas por la violencia en el país. Es una forma de apaciguar el dolor si es que existe, porque también me pregunto si de verdad la universidad siente a sus muertos. Que la universidad haga un proceso de memoria es que salgan a la luz muchas cosas que aún hoy pueden tener repercusiones delicadas. Entonces, si la institución no decide hacer un proceso de memoria, los que estamos dentro lo debemos hacer, pues hay muchas cosas que deben ser esclarecidas”, explica la estudiante.
El periodo elegido fue el comprendido entre 1991 y 1999, pero los hitos principales son a partir de 1996. Fue desde ese año y hasta poco después del asesinato de Marulanda cuando empezaron a circular los comunicados que, a diferencia de los métodos de las organizaciones vinculadas con las guerrillas –también presentes en la universidad–, no se repartían por cantidades en pasillos o cafeterías, sino que estaban dirigidos a actores clave.
Los comunicados llegaban a la Rectoría, pero también a los principales medios de comunicación de Medellín o incluso al Comité Internacional de la Cruz Roja. En uno de ellos, reproducido en su totalidad por el periódico El Mundo en mayo de 1999, niegan su participación en el asesinato de Hernán Henao: “Repudiamos de manera sincera y vehemente el asesinato de quien fuera uno de nuestros más queridos catedráticos (…) Repudiamos de igual manera las versiones que han hecho circular al interior del claustro responsabilizando a nuestra organización del abominable acto”.
Aunque tiempo después en su libro Mi confesión Carlos Castaño reconoció haber ordenado el crimen, e incluso fue acusado por la Fiscalía como autor intelectual, pronunciamientos como ese, que se dio a conocer apenas un día después del asesinato de Henao, son una de las expresiones que, de acuerdo con Perdomo, demuestran la forma particular de proceder de las Audea: una organización sin un aparato militar propio, pero que tenía a su servicio la fuerza de los paramilitares que estaban en proceso de tomarse la ciudad. El cerebro estaba dentro de la universidad, mientras Castaño respaldaba y “prestaba su marca”.
“Las Audea no fueron una estructura de ninguno de los otros bloques que estaban en la ciudad, son un apéndice de las Accu [Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá], pero no son ellos propiamente porque tienen cierta independencia. El territorio es la Universidad de Antioquia y no tuvieron un dominio territorial o una militarización en sentido explícito. El objetivo es muy particular en la universidad y su forma de actuar es única. La selectividad, la medición con la que dieron los golpes y el énfasis de su discurso”, dice el investigador.
¿Por qué Gustavo Marulanda?
A diferencia de lo sucedido con Henao, en el caso de Marulanda no solo las amenazas que antecedieron el asesinato daban cuenta de los responsables, sino que muy pronto los paramilitares reivindicaron el crimen. Lo justificaron en los supuestos vínculos del estudiante con organizaciones guerrilleras. Dijeron que Gustavo Marulanda actuaba como comandante del ELN en la universidad, que era él quien había ordenado el día anterior el asesinato del administrador de una cafetería porque, presuntamente, se había negado a pagar una vacuna impuesta por la guerrilla. Los paramilitares dijeron que el crimen era una retaliación por esa muerte.
Muchas voces en la Universidad de Antioquia coinciden al afirmar que, si bien la presencia guerrillera en la universidad de entonces, y en la de ahora, no puede desconocerse, Marulanda no tenía una relación orgánica con alguna de esas organizaciones. Una de las hipótesis de la investigación del CNMH es que, si se asesinara a otro estudiante realmente vinculado con sectores armados de la izquierda, el golpe sería menor que asesinando a Gustavo Marulanda, quien se relacionaba con sectores muy diversos. Tocarlo a él, era tocar al tiempo a todos esos sectores.
“Efectivamente hay presencia de la insurgencia en la universidad. Lo difícil es explicarle al lector e incluso explicarse uno mismo cuál es la línea divisoria entre esas expresiones de la insurgencia y el resto del movimiento estudiantil”, dice Perdomo.
Y ese caso es central porque ilustra una de las ideas del informe que está en proceso de redacción: la política en la universidad tiene una doble connotación, una de incursión y otra de proyección. Las insurgencias han actuado con la lógica de proyectar sus ideas desde la universidad. En cambio, las Audea incursionaron, golpearon y luego se marcharon.
“La guerra, como extensión de la política, se manifiesta igual. Lo que hacían las insurgencias en los 90 era proselitismo armado, lo que no está bien en la universidad. Banderas con explosivos, comunicados, paradas militares, era agitación y seducción, buscando simpatía hacia sus proyectos. Los daños eran contra los bienes. Los paramilitares en cambio atacaron a la gente. Así incursionaron las Audea”, dice el investigador.
Finalmente, en abril del 2000, Carlos Castaño anunció la desmovilización de esa agrupación. No fue el fin de la violencia ni de los muertos que ha puesto la universidad. Pero sí un punto de corte de una etapa que ha llevado a estos ejercicios de memoria y también a que tome fuerza la idea que impulsan algunos universitarios para que la U. de A., así como sucedió con la Universidad del Atlántico, sea declarada sujeto de reparación colectiva. La institución y todos aquellos que la conforman son una víctima de la guerra que ha tenido su propias manifestaciones dentro de las mallas de la universidad.