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Staff ¡Pacifista! - diciembre 14, 2017

OPINIÓN | El negacionismo pretende reemplazar la verdad histórica con una verdad ideologizada.

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Este artículo es producto de la alianza entre ¡Pacifista! y Dejusticia.

Por Diana Isabel Güiza Gómez*

En 1976, en su texto The hoax of the twentieth century. The case against the presumed extermination of European Jewry (o El gran engaño del siglo XX), Arthur Butz calificó como “mitólogos del exterminio” a los historiadores que intentaban reconstruir la memoria del genocidio judío durante la Alemania nazi. Para el profesor de Northwestern University, el nazismo alemán no exterminó millones de judíos con cámaras de gases, pues el llamado holocausto, fue una saga inventada por la propaganda de los aliados que con el tiempo, fue tomando la apariencia de verdadera.

Su libro sería influyente en el negacionismo del holocausto o, como sus mentores se autoproclamaban, las corrientes revisionistas de la historia.

El negacionismo surgió una vez finalizó la segunda guerra mundial, en respuesta al trabajo histórico sobre los campos de concentración, las cámaras de gases y la deportación de judíos, que lideraron Gérald Ritlinger, Raul Hilberg, Olga Wormser-Migot, entre otros. Las voces de este movimiento tuvieron especial eco en Alemania, Estados Unidos y Francia. Sus fuentes ideológicas eran diversas y hasta contradictorias entre sí: desde el anticomunismo de ultraderecha hasta vertientes marxistas de ultraizquierda, pasando por el antisemitismo, el antisionismo, los nacionalismos (en particular, el alemán) y el pacifismo libertario.

Hoy, en Colombia, ha vuelto a tomar fuerza un movimiento negacionista de la guerra política y el conflicto armado interno, similar al que desconoció el holocausto. Muestra de ello son las recientes declaraciones de la representante a la Cámara por el Centro Democrático, María Fernanda Cabal, quien asegura que, en la toma del Palacio de Justicia de 1985, “los desaparecidos no fueron desapariciones forzadas” porque “ya están apareciendo”. O su descalificación de un hecho histórico como la masacre de las Bananeras de 1928, el cual califica como un mito. Sus afirmaciones han sido respaldadas por Álvaro UribeEduardo Mackenzie y José Félix Lafauire.

Parafraseando a Butz, para ese movimiento negacionista, quienes se dedican juiciosamente a la historia y quienes buscan la construcción de memoria que repare a las víctimas son “mitólogos” de la guerra política y del conflicto armado colombiano. Este no es un fenómeno de hace unas semanas o unos meses. El negacionismo de la guerra existe desde hace años. Basta recordar las múltiples declaraciones de Álvaro Uribe negando que en Colombia hubiera conflicto armado pues, en su visión, el país enfrentaba una amenaza terrorista. Sus afirmaciones no solo validaron su política de gobierno de corte guerrerista. Más que eso, su propósito es deformar el pasado contra toda evidencia y, así, borar la memoria histórica y negar los crímenes sufridos por las víctimas.

El negacionismo de la guerra en Colombia es cercano a aquél del holocausto en sus formas argumentativas. Para sustentar sus tesis, los negacionistas del holocausto, por ejemplo, distorsionaron los crímenes ejecutados por el nazismo para mostrarlos como sucesos desligados de un plan genocida contra los judíos. Es así como Robert Faurisson sostenía que la “solución final” nunca involucró deportación sistemática de judíos, sino que implicó la “repatriación” de los judíos de Francia hacia el este de Europa, de donde provenían. En forma similar y aún más burda, los negacionistas en Colombia rechazan que las víctimas del Palacio de Justicia hubieran sido desaparecidas forzosamente, porque sus restos han sido hallados años después. Su lógica es falta de todo sentido: sólo habría desapariciones forzadas cuando los restos de las víctimas nunca sean encontrados.

Pero ¿qué hay detrás de esos argumentos? ¿Este tipo de tesis buscan genuinamente reescribir la historia que ha sido contada por los poderosos? ¿Su propósito es científico y no político?

Pues bien, los negacionistas del exterminio judío escondían sus fines ideológicos bajo el ropaje del revisionismo histórico. Con el supuesto propósito de reescribir académicamente la historia que había sido contada por los vencedores, el negacionismo pretendía realmente exculpar responsabilidades y aniquilar la memoria de los otros, a quienes veía como sus adversarios. Así lo evidencia la frase de Robert Faurisson: “Hitler jamás ordenó ni admitió que se matara a nadie a causa de su raza o de su religión”. Es por eso que Pierre Vidal-Naquet llamaría a esos negacionistas como “los asesinos de la memoria”.

En lugar de ofrecer una explicación que, científicamente, sea más convincente, los negacionismos elaboran ficciones para imponer su propia memoria, con base en sus ideologías. Una cosa es hacer historia y otra construir memoria. En Pensar la historia, Jacques Le Goff indica que mientras la historia es una disciplina de las ciencias sociales que, por medio de métodos y fuentes primarias, reconstruye el pasado –lo que puede ser fragmentario y estar sujeto a revisión–; la memoria alude a los usos políticos que le damos a la historia. O, como dice Tzveta Todorov, la memoria es un terreno en disputa que puede tanto hacerle justicia a las víctimas como degradarlas cuando se convierte en arma justificatoria de regímenes totalitarios.

Contrario a lo que algunos creen, las tesis negacionistas de la guerra en Colombia no se deben a la ignorancia supina de algunos líderes políticos. Tampoco plantean un debate académico riguroso ni responde a estudios críticos de la historia. Por el contrario, se basan en claros fines políticos e ideológicos que apuntan a exonerar responsabilidades justo ahora cuando, como sociedad, le apostamos a conocer la verdad y establecer responsabilidades éticas, políticas y jurídicas. En últimas, el negacionismo de la guerra pretende reemplazar la verdad histórica de ayer con una verdad ideologizada de hoy pues, como dijo George Orwell, “quien controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente, controla el pasado”.

*Investigadora del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad- Dejusticia y profesora de la Universidad Nacional de Colombia.