En el cerebro de las Farc (parte III): "Carlos Antonio Lozada" habla del futuro de la guerrilla | ¡PACIFISTA!
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Por Juan Camilo Maldonado

“Carlos Antonio Lozada” ingresó a las Farc en 1978 y hoy, 38 años después, es miembro del Secretariado de la guerrilla. Desde septiembre de 2014 está en La Habana, Cuba, como parte de la delegación de paz de esa organización y es el máximo representante de la insurgencia en la Subcomisión Técnica que está encargada de construir un acuerdo para el cese al fuego bilateral y la dejación de las armas.

“Lozada” tiene sobre sus hombros los detalles más importantes de la transición que tendrán que hacer las Farc para pasar de ser una organización armada a un movimiento político. Lo encontramos en La Habana en julio de 2015 y lo entrevistamos para saber cómo entienden las Farc su futuro, su relación con la población civil y  sus errores durante los últimos 50 años.

Antes de sentarse a negociar con este Gobierno, las Farc intentaron acabar la guerra con otros tres presidentes. ¿Qué falló en los anteriores procesos?

En el primer caso, el de La Uribe, iniciamos con un cese al fuego y el Gobierno se comprometió con una serie de reformas de orden económico y político. Esas reformas nunca fueron cumplidas y en cambio lo que se desató fue un exterminio contra el proyecto político que surgió de esos acuerdos, que fue la Unión Patriótica (UP). Ese proceso de exterminio determinó el fracaso del  proceso.

En 1990, el presidente César Gaviria decidió, sin avisar, que rompía las conversaciones y lanzó un ataque contra los campamentos del Secretariado en Casa Verde (La Uribe, Meta). Solo después de que representantes de las Farc se tomaron la Embajada de Venezuela se convocó nuevamente al diálogo en Caracas.  Luego la mesa se trasladó a Tlaxcala, en México. Estando allí, de manera inexplicable, el Gobierno decidió pararse de la mesa con el pretexto de que el conflicto continuaba.

En 1998 volvió a abrirse la posibilidad de hablar, esta vez en el Caguán, con una agenda muy amplia de discusión. Pero desafortunadamente la clase dominante seguía pensando en la derrota militar de la guerrilla. En ese momento comenzó un proceso de reestructuración de las Fuerzas Militares diseñado por los Estados Unidos, y ellos dilataron el diálogo para esperar la puesta en marcha de esa reingeniería. Cuando consideraron que ya estaban listos para continuar con la confrontación, tomaron la decisión de levantarse de la mesa.

Entonces, digamos, lo que no ha permitido la solución política es la creencia que ha tenido históricamente la clase dominante de que el conflicto se puede solucionar por la vía militar.

Cuando uno lee el informe de Memoria Histórica sobre las Farc, descubre, en cambio, que la guerrilla siempre vio los procesos de negociación como una oportunidad para adquirir una ventaja militar…

Hay mitos que se han ido construyendo para justificar esa necedad de la clase dominante. Siempre se ha querido mostrar que lo que ha truncado la paz es la falta de voluntad de la insurgencia, cuando la realidad es que nosotros nos vimos obligados a levantarnos en armas porque se habían cerrado todas las posibilidades para el ejercicio de la política revolucionaria con plenas garantías.

Lo que históricamente hemos planteado es que concebimos la solución política, pero no como el sometimiento de la guerrilla, sino como la posibilidad de encontrar soluciones estructurales a los grandes problemas económicos, políticos y sociales que hay en nuestro país. Lógicamente, al no encontrar esas soluciones en la mesa de diálogo, la guerrilla se ha ido consolidando porque es apenas natural que si no se solucionan la causas que generan y que permiten que el conflicto armado se reproduzca, pues va a seguir dándose.

En cierta medida, el proceso actual tiene un grave problema de desconfianza entre la opinión pública. ¿Cómo convencer a la gente de que ustedes no se están preparando para continuar con el conflicto?

Nosotros siempre hemos planteado la necesidad de la solución política. Los que se han levantado de la mesa no hemos sido nosotros, sino los gobiernos de turno. En este proceso, hemos hecho cientos de propuestas de cambio, que permitan generar condiciones para que la insurgencia dé el paso hacia la participación política abierta.

Siempre hemos tenido esa voluntad y eso no va a cambiar porque estamos convencidos de que este conflicto no tiene posibilidades de tener una solución militar.

La ofensiva contra nosotros no solo ha sido militar, también se ha dado con la maquinaria mediática, para desprestigiarnos, deshumanizarnos.

¿Qué explicación le da a la desconexión que tiene la gente con el proceso de paz y con las Farc?

Son dos cosas distintas. Una es las Farc y otra es el proceso, seguramente ligadas en este momento en el escenario de La Habana.

Hablemos primero del proceso. Evidentemente ha tenido un problema muy grande, que tiene que ver con la comunicación, que es responsabilidad del Gobierno, pues tiene la capacidad de control y manejo de medios. Ellos, por un lado, le han apostado al proceso. Y, por el otro, no han sabido dar la pelea en los medios para posicionar el proceso como una alternativa real de solución al conflicto colombiano. En ese sentido se ha quedado muy corto frente a los enemigos de la paz en el país.

En el caso de la credibilidad de las Farc, es muy difícil para una organización con unos medios tan limitados, sometida por tantos años a semejante asimetría, cambiar los discursos. La ofensiva contra nosotros no solo ha sido militar, también se ha dado con la maquinaria mediática, para desprestigiarnos, deshumanizarnos.

El escenario de La Habana nos ha permitido hablarle al país e ir generando nuestros propios medios de comunicación para tratar de romper con el cerco mediático. Estamos seguros de que tenemos la capacidad modificar esa imagen adversa en la medida en que se nos abran los espacios.

Un primer paso para cambiar esa imagen puede ser el reconocimiento público de sus errores… 

Lo hemos hecho, ahí tiene el ejemplo del acto de perdón público a la comunidad de Bojayá. Indudablemente, durante estos 50 años de confrontación hemos cometido errores. No es cierto que nosotros no vayamos a reconocerlos, a pedirle perdón a las víctimas y a aportar verdad para que se sepa qué fue lo que sucedió.

Pero, al tiempo, hemos dicho claramente que la rebelión es un derecho y que por hacer uso de él no estamos dispuestos a pedir perdón. Para nosotros no es un problema de orgullo, de soberbia, como muchos quieren presentarlo. Lo que no se puede pretender es someternos a una humillación, queriendo que unos revolucionarios que por 51 años han estado luchando por una idea altruista de cambio tengan que pedirle perdón al Estado por haberse alzado en armas haciendo uso de un derecho legítimo.

¿No cree que aumentaría la confianza en el proceso si las Farc mostraran arrepentimiento por haber inmiscuido a los civiles en el conflicto? 

Primero, hay que reconocer que el mayor responsable del conflicto es el Estado, porque ha sido incapaz de solucionarlo. La clase dominante no puede descargarse de la responsabilidad histórica de haber estado al frente del país y no haber solucionado este conflicto.

Aún así, nosotros hemos dicho que en la medida en que hay múltiples responsabilidades, nos pongamos de acuerdo y todos los colombianos hagamos un día nacional de contrición y pidamos perdón públicamente por nuestras fallas, por no haber sido capaces de detener este conflicto antes. No hemos obtenido respuesta todavía por parte de la delegación del Gobierno.

¿Cómo percibe el clima que existe entre los guerrilleros que están en el monte? 

En los campamentos hay mucha expectativa, mucha esperanza de que este proceso pueda terminar bien. También la gente se pregunta: ¿Qué puede pasar?, ¿qué viene después de que se acabe el conflicto? Pero están totalmente comprometidos y respaldando las decisiones que se tomen aquí en La Habana en función de lograr el acuerdo final.

¿Cuántos guerrilleros tienen las Farc?

Esa cifra nosotros no la damos. Hace parte de la reserva militar.

¿Cuántas personas consideran que los apoyarían en un eventual escenario político?

Nosotros hemos soportado durante 51 años la persecución y la arremetida del Estado, que ha tenido todo el respaldo de Estados Unidos. Ninguna guerrilla hubiera podido resistir esa arremetida si no tuviera un amplio respaldo popular.

Ahora, usted no puede salir a la Avenida Séptima con Jiménez, en Bogotá, a preguntarle a la gente si está de acuerdo con las Farc y esperar que, en medio de una confrontación, sabiendo que existe criminalización de la protesta social, que hay paramilitarismo y que hay persecución del Estado, la gente le diga que sí, que está de acuerdo con las Farc.

Pero nosotros estamos seguros de que contamos con amplio respaldo y que vamos a jugar un papel decisivo en la lucha política por conseguir transformaciones en beneficio de las clases populares.

Justo cuando discutían el punto de víctimas, las Farc dejaron sin luz a Tumaco y a Buenaventura. ¿Por qué toman esa decisión cuando necesitan que la gente de esas ciudades confíe en ustedes y en el proceso?

Es que la guerra es irracional, es una situación sumamente dura y difícil. Y a veces uno se ve obligado a hacer cosas que aparentemente no tienen lógica desde la política. Pero es que la guerra tiene su propia lógica. Analice los conflictos y va a ver que siempre los recursos económicos de la contraparte son objetivo militar. Esa es la explicación.

Nosotros no podemos aferrarnos al terreno a explotar minas. Si eso fuera cierto ya nos hubieran bombardeado.

 ¿Cómo se financian las Farc?

Nosotros hemos desarrollado una política financiera que se ha ido modificando de acuerdo a las circunstancias. Durante muchos años realizamos las retenciones económicas, que nos causaron mucho daño desde el punto de vista político y ético. Eso lo reconocemos y por eso tomamos la decisión de acabar esa forma de financiación.

Ahora, tenemos la ‘impuestación’: todas las actividades económicas que se dan en las regiones nos pagan un impuesto. De eso vivimos.

¿Qué papel está jugando hoy la minería?

El Estado considera que nosotros tenemos dragas, y eso no es cierto. Nosotros no podemos aferrarnos al terreno a explotar minas. Si eso fuera cierto ya nos hubieran bombardeado.

Lo que sí cobramos es un impuesto a las transnacionales, las petroleras, los ganaderos, los industriales, las empresas de transporte. Eso es realmente lo que se da.

Si yo tengo una finca y ustedes llegan con fierros a decirme que me van a cobrar un impuesto, yo no lo llamo “impuesto”, yo lo llamo “extorsión”…

Claro, pero si usted tiene un apartamento en Bogotá, le llega el recibo de la luz y no lo paga, pues le cortan la luz. Eso es así.

Claro. Pero en ese caso es el Estado…

Nosotros somos Estado en esos territorios, somos una realidad político-militar en esas áreas. Que la clase dominante no lo quiera reconocer, es otra cosa. Pero aquí están sentados con nosotros dialogando.

La comunidad internacional tampoco les ha reconocido ese estatus…

Por intereses de su relación oficial con el gobierno colombiano, pero aquí estamos sentados en un proceso de conversaciones que nos otorga reconocimiento político y que está legitimado con la presencia de la comunidad internacional.

Hay mucha gente que no quiere este proceso. ¿Le preocupa la capacidad de daño que puedan tener esas personas?

Las provocaciones en contra del proceso son una posibilidad real. Por eso es necesario que todos los colombianos que deseamos la paz conformemos un bloque, indistintamente de las preferencias políticas que tengamos, para reducirle cada vez más los espacios a esas fuerzas que pueden llegar a impedir que los colombianos nos reencontremos y podamos reconstruir nuestro país.

Hablemos un poco del futuro de las Farc. Hay una nueva generación de guerrilleros menores de 30 años. ¿Cómo los ve y qué cree que le están aportando a la organización?

Las Farc, como toda organización, siempre está en continuo desarrollo, y eso implica necesariamente un relevo generacional. Nosotros vemos un grupo de jóvenes muy comprometido, muy consciente del papel histórico que está llamado a jugar y de la necesidad de proyectarse como dirigentes “farianos”.

Nosotros, las generaciones que estamos ocupando los cargos de dirección, hubiéramos querido que nuestros aportes, conocimientos y esfuerzos en función de transformar la sociedad se hubieran podido dar en medio de una sociedad democrática. Por eso esperamos que a estas nuevas generaciones, a los mandos medios, se les abra esa posibilidad de aportarle al país sin tener que recurrir a la lucha armada.

 ¿Cómo se ha transformado la propaganda de las Farc en el siglo XXI?

Si hay un campo en el que tenemos un reto grande es en el de la comunicación. Nosotros hemos estado, en cierta medida, marginados del desarrollo tecnológico por las condiciones de la guerra, que se libra esencialmente en el campo, en la selva. Vemos un reto cuando llegamos a este tipo de escenarios y nos encontramos con todos esos espacios que, como las redes sociales, han volteado el concepto de lo que es la comunicación. Creemos que ahí se nos ha abierto un inmenso campo de trabajo, de investigación, de creatividad.

Después de que se firme el acuerdo final,  ¿a qué se va a dedicar?

A hacer política, que es lo que he hecho toda la vida, sólo que ahora sin armas. Yo me hice revolucionario a los 15 años y soy guerrillero desde los 17. No sé nada distinto a hacer política. Me ha tocado hacerla con armas, me gustaría seguir haciéndola sin ellas en cualquier espacio que me asigne la organización.