Este irlandés lleva más de 40 años probando que los protagonistas de los peores conflictos armados se pueden sentar a negociar. Hablamos con él.
- Padraig O’Malley llegó a Colombia con la gira del Festival Ambulante que está proyectando un documental sobre su vida. Fotos: Santiago Mesa
- Por: María Camila Ortega
Es probable que al pasaporte del irlandés Paidrig O’Malley no le quepa un sello más. No es que él sea un viajero sibarita, sus travesías se limitan al trabajo. A un oficio que lleva perfeccionando desde hace 40 años: resolver conflictos armados. O’Malley es el nombre desconocido, siempre a la sombra, de importantes acuerdos de paz como el de Irlanda del Norte y el de Helsinki, entre facciones tribales enfrentadas en Irak.
Para este irlandés, el primer paso para terminar años de confrontaciones es que los protagonistas de la guerra entiendan que sus enemigos también son seres humanos. Y eso, solo se logra conversando. Una lección que O’Malley aprendió por el camino difícil, cuando intentaba recuperarse de su alcoholismo. La adicción se convirtió en su infierno personal. Pero ese mismo calvario le entregaría su tabla de salvación.
En las reuniones de Alcohólicos Anónimos, que fueron la piedra angular para que lleve 13 años sobrio, O’Malley se dio cuenta de que escuchar las experiencias de quienes ya pasaron por ahí es vital en la recuperación. Nadie mejor para entender a un alcohólico que otro alcohólico. Y lo mismo sucede con las sociedades en conflicto: un país que superó la guerra está en la mejor posición para ayudar a los que siguen en conflicto. Con esa idea empezó su travesía.
Padraig O’Malley llegó al país esta semana con la gira del Festival Ambulante, donde se estará proyectando el documental que protagoniza: “The Peacemaker” (El Pacificador). Fue un hecho fortuito que nuestra entrevista coincidiera con el cierre de las conversaciones de paz entre el Gobierno y las Farc en La Habana, Cuba. La coyuntura nos permitió hablar del país y de lo que viene ahora, tras la firma el acuerdo final.
Padraig, en el documental usted asegura que no hay conflictos imposibles. Supongo que Colombia no es la excepción…
Cada conflicto debe llegar a su fin y eso ocurre cuando los adversarios deciden que deben hablar. Una vez las partes comprenden que no pueden derrotar al enemigo tienen dos opciones: prolongar la violencia o tratar de buscar una solución. Esto significa que después de un largo periodo, los protagonistas que dijeron que nunca, nunca, nunca iba a renunciar a sus demandas o posiciones deben entender la esencia de la negociación y el compromiso que esto implica.
Además del compromiso, ¿qué debemos tener en cuenta para asegurarnos de acabar con nuestro conflicto armado?
La firma del acuerdo y las negociaciones fueron la parte más fácil. Ahora empieza lo duro: implementarlo. De cómo vuelvan realidad cada punto depende que el acuerdo de paz no quede congelado ni en el papel. Cuando un documento como este se firma la gente suele tener expectativas muy altas sobre lo que va a ocurrir. Sin embargo, el Gobierno debería empezar a controlar la expectativa de los colombianos porque, de otra manera, la gente se va a decepcionar muy rápido y empezará a decir que cambiaron muy pocas cosas. Todo en sus justas proporciones.
Hay que medir el tiempo que requieren los cambios…
Es muy importante. Sobre todo, porque la reconciliación puede tardar mínimo una generación. Solo cuando las personas empiezan a aceptar que el otro bando es igual a ellos, así sus posturas sean diferentes, es que pueden dejar atrás lo que los separa y construir juntos el futuro de una nueva Colombia, o de Irlanda del Norte o de Suráfrica. Toda la sociedad está en recuperación y eso lleva tiempo.
Hay algo que nos preocupa mucho acá y es la rabia o el resentimiento que permanezcan. ¿Cómo superar esos sentimientos?
Es complicado. Todos los procesos de paz prometen reparación a las víctimas, pero rara vez ocurren. Con el tiempo, el Gobierno se olvida de eso o no tiene los recursos para desarrollarlos. Hay que seguir de cerca la implementación del acuerdo sobre víctimas. Las personas afectadas por la guerra deben sentir que su dolor y sus pérdidas están siendo tenidas en cuenta. Y la mejor manera de hacerlo es a través de la justicia y la reconciliación. Los perpetradores deben confesar lo que hicieron y expresar, en lo posible, remordimiento por sus acciones.
Ahora, no se trata de meterlos a todos a la cárcel porque eso no es útil. Los colombianos tienen que entender que cuando alguien recibe la amnistía se está convirtiendo en un miembro productivo de la sociedad. Y hay que recibirlo. Así como también habrá miembros de las Farc que terminen en pandillas, en el negocio de las drogas y en actividades criminales. Es como funciona.
Hay una parte en el documental en la que usted le está diciendo a un hombre que se asegure de que todos puedan hablar y ser escuchados. ¿Cuál es la importancia, aquí en Colombia y en su experiencia en otros conflictos, de que escuchemos a todas las partes?
En algún momento debería haber una conferencia totalmente abierta, en la que los actores del conflicto se reunieran en la misma mesa y contaran su versión de los hechos y su experiencia en la guerra. Eso crearía un espacio de comprensión. Permitiría entender, por ejemplo, que un guerrillero no es solo un “terrorista” sino que es un ser humano, con una historia de vida dentro de la guerra. Lograr la comprensión entre ustedes es la clave para el perdón colectivo. Así, como sociedad, podrán decir: ‘que nunca se nos olvide el pasado ni las lecciones, pero ahora que lo conocemos podemos trabajar juntos para nuestro futuro y el de nuestros hijos’. Tienen que conversar bastante y todo el mundo debe participar en ese diálogo porque necesitan empezar a valorar la humanidad del otro.
- El documental sobre la vida de O’Malley se rodó durante cinco años.
Padraig, voy a cambiar de tema. ¿Alguna vez se cansa de su trabajo? ¿De viajar tanto?
No.
¿Nunca?
No. Yo era un alcohólico, ahora soy un adicto al trabajo. La diferencia entre los dos es muy pequeña. Entonces trabajo compulsivamente. Además, estoy en este punto de mi vida donde no sé si tenga mucho tiempo. En unos años no voy a tener esta energía. Es más: tal vez en 10 años no siga viviendo. Yo creo que me quedan unos 7 años muy buenos, después no sé si pueda trabajar o viajar tanto como lo hago ahora. Además, estoy escribiendo un libro, entonces combinar las dos actividades es complicado. Mientras filmaban el documental estaba escribiendo un libro sobre Israel y Palestina. ¡Casi me mata! (risas). En algunas entrevistas del documental era una persona muy depresiva.
Hablando del documental, hay una parte que, para mí, fue impresionante y es cuando usted dice que perdió la fe, pero que aún así trabaja 24/7 resolviendo conflictos armados…
Una parte muy importante en mi trabajo es entender que el fracaso es un componente necesario. Tú puedes dedicarle años a una negociación y ese proceso puede fallar. Entonces, solo queda reconocer que algunos proyectos fracasan y hay que pasar la página, seguir adelante. Lo que sí no puede pasar es que te conformes con el fracaso y creas que nunca vas a triunfar. Parte del éxito está en fallar, pero no lo es todo.
¿Cómo se le ocurrió la idea de reunir a los líderes de varias ciudades en conflicto y ponerlos a conversar?
En Alcohólicos Anónimos una de las estrategia para recuperarse son las reuniones dos o tres veces a la semana. Allí todos comparten sus historias y hay una especie de comprensión. Entonces, los alcohólicos, y en general cualquier tipo de adictos, desarrollan una manera de entenderse entre ellos porque tratan la adicción como lo que es, una enfermedad. Eso no sucede con las personas que no lo sufren porque no pueden comprender la compulsión que te lleva al trago.
En esa lógica a mí se me ocurrió que así como los alcohólicos se cuidan entre ellos, una sociedad en conflicto está en la mejor posición para ayudar a otra que también atraviesa la guerra. Y así nació el Foro de las Ciudades en Transición. Lo que hice fue reunir a líderes de cinco ciudades y decirles que solo quería que se escucharan entre ellos. Si no eran capaces de identificarse podían irse a casa, pero si había algún tipo de conexión con las ideas entonces podían trabajar juntos.
Las víctimas suelen escoger la verdad sobre la justicia.
¿Qué lección destacaría de estos foros?
La parte fácil es el silencio de los fusiles. Lo más complicado viene después de eso, porque si los acuerdos firmados no consideraron lo que causó el conflicto en un primer lugar, va a ser una paz de papel que se va a quebrar. Para que funcionen es necesario tratar con el legado del pasado. Para una conferencia reuní personas de Sudáfrica, Guatemala, Chile e Irlanda del Norte que participaron en comisiones de la verdad y comisiones de reconciliación. Todos coincidieron en que las víctimas escogían la verdad sobre la justicia: querían saber dónde estaban los desaparecidos, qué había pasado con los desaparecidos, quién había perpetrado los asesinatos, quién daba las órdenes.
¿Cómo logra que la gente confíe tanto en usted?
Pasando tiempo con ellos y dejando claro que no tengo ninguna agenda. Si no me quieren ahí, pues me voy. Pero lo más importante: los escucho. Es muy común que las personas especializadas en resolución de conflictos lleguen a las comunidades y hablen por ellas. Básicamente les están diciendo cómo solucionar sus problemas. Y eso no se puede hacer. Las personas y las sociedades tienen que asumir sus decisiones, nadie más. Yo puedo ayudar en el proceso de negociación, pero las decisiones las deben tomar quienes están ahí y han vivido la guerra.
Mirando hacia atrás, ¿se arrepiente de algo?
Sí. Me arrepiento del momento en el que fui un alcohólico porque herí a muchas personas y fui manipulador. Destruí relaciones con personas que quería. También de que mi vida personal es un desastre, en mis propios términos, pero es un desastre (risas).