Hace 44 años fue declarado el deporte de la paz y el desarrollo por la UNESCO. Hoy es motivo de reconciliación y paz en Tunjuelito.
Fotos por Santiago Mesa
La pelota se acelera en el aire. Héctor la toma en sus manos, salta en sus tenis de Michael Jordan; suspende su cuerpo en el tiempo y dispara la bola contra un pequeño arco de futbol invertido. Ningún compañero del equipo contrario retiene el rebote. Hay anotación. No hay roces. Solo olas de aplausos de parte de todos los jugadores. Ahora el turno es para el otro equipo.
“En la cancha nadie está jugando contra nadie. Somos dos equipos intentando ser mejores, para no dejar que la pelota toque el suelo. Nos cargamos de solidaridad y tolerancia con el otro”, explica Héctor Rojas, estudiante y deportista, intentando definir el Tchoukball, avalado como el Deporte por la Paz por la UNESCO hace 44 años.
Cuatro años atrás, Héctor y muchos de sus amigos no tenían idea de qué era Tchoukball. Cuando tuvieron que recuperar una clase de educación física en su colegio, el Instituto Técnico Industrial Piloto, ubicado en la localidad de Tunjuelito en Bogotá, conocieron un deporte que les cambiaría la vida.
Francisco Javier Rodríguez es el responsable de que estos chicos pasaran de un ‘campo de batalla’ atestado de matoneo e indisciplina, a un espacio que les permitía desahogarse, conocer y aprender del otro. Como su profesor de educación física, Francisco los sumergió en una actividad que les exigió ser personas integrales con muchas ganas de pasarla bien.
“El Tchoukball es el deporte de la paz. No se tiene contacto físico y se comparte el mismo espacio. Hay un mínimo de lesiones por choques entre jugadores de distintos equipos. Ningún equipo juega contra otro. Cada uno busca generar estrategias para ser mejor y nadie minimiza a nadie”, explica Francisco Javier Rodríguez profesor y líder del Tchoukball en el país.
El deporte ya se ha tomado más de diez sedes institucionales en la ciudad de Bogotá, entre ellas el Instituto Técnico Industrial Piloto, la Universidad de los Andes y la Universidad Javeriana. Lo han recibido con gran acogida porque elimina toda noción de competencia y hostilidad. Fortalece el compañerismo, la responsabilidad y, como sostiene Héctor, uno de los jugadores más destacados del Instituto, que aspira a ser parte de la selección nacional, “muestra la verdadera dinámica de la vida: paciencia y respeto por el otro”.
El Deporte de la Paz en el mundo y en Colombia
El Tchoukball (que se pronuncia “chucbol”) nació en Suiza en el año 1970. Hermann Brandt, biólogo suizo, sostuvo desde un principio que “el objetivo de las actividades físicas humanas no es hacer campeones, sino contribuir a la construcción de una sociedad armoniosa”. Con base en esta filosofía deportiva, Brandt desarrolló una actividad física pacífica y de cero contacto.
El deporte combina distintas disciplinas, entre ellas, el balón mano, el voleibol, el basquetbol y el squatch. El Tchoukball es difícil de pronunciar pero fácil de jugar. Basta una cancha de 40 por 20 metros con dos arcos a cada extremo, doce jugadores y una pelota. Nada de contacto físico o bloqueos y mucha agilidad para atrapar y azotar el balón contra el arco invertido, contando con solo tres pases y tres segundos para tenerlo en las manos.
Taiwán, Reino Unido, Suiza, España, India, Brasil, República Checa, Uruguay, entre otros, se han convertido en hogar del ejercicio que, en 1971, la UNESCO nombró el ‘Deporte de la Paz’. “El Secretario General de la UNESCO Adolph Ogi redactó ‘La carta por la Paz’ avalando al Tchoukball como el Deporte para el Desarrollo y la Paz porque fortalecía los valores humanos”, explica el entrenador Francisco.
Hace más de cinco años, este deporte aterrizó en Colombia. Después de que profesionales en educación física y deportistas pasaran más de ocho meses en contacto con la Federación Internacional de Tchoukball (FITB), se realizó el primer taller en el país. Desde Brasil llegaron mallas, balones y toda la indumentaria para que el Deporte de la Paz se instalara en Bogotá y Cali.
Jugar Tchoukball construye un camino hacia la reconciliación
En 2014 se reportaron cerca de 200 casos de matoneo en los colegios de la ciudad y, según un informe del DANE del mismo año, más del 50% de los jóvenes afirmaron que hay pandillas en sus barrios. Un contexto de aprendizaje alarmante para la población joven bogotana.
La implementación del Tchoukball en zonas vulnerables de la ciudad ha tenido un impacto positivo y reconciliador. Según cuentan algunos maestros de la Institución Técnico Industrial Piloto, la convivencia y el nivel académico de los alumnos que conforman el grupo de Tchoukball ha mejorado mucho durante estos últimos tres años.
“Algunos de los estudiantes que lo practican se caracterizaban por ser violentos. Este deporte logró canalizar todas esas energías negativas y hubo un cambio profundo en su comportamiento”, sostiene Ericson Rojas, profesor de filosofía del colegio de la localidad de Tunjuelito.
“La familia Tchoukball”, como llaman a su equipo los jugadores del instituto, está conformada por estudiantes de todas las edades, desde sexto grado hasta once grado. “Lo más importante que nos ha enseñado el deporte es a ser compañeros, a tratarnos bien sin importar edad, grado o personalidad”, cuenta David Quiñonez, uno de los jugadores principales del equipo.
Los efectos del Tchoukball son un pequeño aporte a la construcción de paz, que irá creciendo a medida que la actividad reciba más apoyo económico e institucional. “Estamos contribuyendo a la paz, enseñado a convivir y a ponerse metas académicas y deportivas”, cuenta el profesor Francisco.
En la mitad de un partido mixto que jugaban los alumnos en el colegio de la localidad de Tunjuelito, la pelota que rebota golpea a una jugadora. El juego para y cinco jóvenes rodean a la niña y le preguntan si todo está bien. El profe “Pacho”, como llaman sus alumnos a Francisco, dice: “Hace cuatro años, ese tipo de cosas no sucedían”.