Esta psicóloga, soporte de las víctimas después de la dictadura chilena, nos cuenta cómo abordar la reintegración.
- Elizabeth Lira Kornfeld. Fotos Santiago Mesa.
Cuando Elizabeth Lira vino por primera vez a Colombia, la paz parecía imposible. En alguna entrevista le preguntaron sobre las víctimas y ella respondió: “mire, la primera cosa a tener en cuenta es que todas las víctimas, independientemente de quién las mató, son colombianas”.
“No te imaginas el espanto. ‘¿Cómo van a ser iguales?’, comentaba la gente en el artículo”, recuerda. Eso ahora no se discute. Y Lira lo valora. Ella es licenciada en psicología y, tras el fin de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, orientó su trabajo a brindar apoyo a las víctimas de violaciones de derechos humanos. Hablamos con ella sobre el perdón, la reconciliación y la reintegración. Esto nos dijo:
Las Farc han dicho que, después de dejar las armas, seguirán operando como una organización. Muchos de los combatientes permanecerán unidos. ¿A qué se pueden enfrentar por seguir en contacto entre compañeros?
En el fondo ser un combatiente es una forma de identidad. De un día para otro tienes que dejar de serlo, ya sea porque tu los has decidido, o porque lo definieron los mandos, o el país. Hacerse a la idea de eso y empezar a trabajar una identidad distinta es algo que requiere un acompañamiento cercano, con un enfoque de salud mental. Va a ser un cambio que implica aprender a vivir el día a día con otro horizonte, con intereses privados y personales.
Pero eso va a tomar mucho tiempo…
Sí, claro. Alguien que pasó 20 o 25 años como guerrillero no sabe vivir de otra manera, ¿cómo lo reubicas en algo que le dé sentido a su día a día? ¿Cómo ubicarlo en algo que no haga que se deprima y tenga nostalgia de la vida que tuvo? Probablemente, para muchas personas tiene sentido convertirse en un partido político, pero quizás para otras el sentido principal de permanecer unidos es la cercanía, el ser parte de un grupo, el sentir alguien.
La gente piensa a la guerrilla más como un grupo armado que como un movimiento político. Va a ser difícil que la sociedad los acoja, quedó claro en el plebiscito. ¿Cómo se prepara a una sociedad para la reintegración?
El que ellos se puedan encontrar a sí mismos y se puedan sentir como colombianos es clave. El rechazo y la sanción moral o social que puede hacer el entorno no ayuda mucho a su reintegración. Hay que explicarle a la sociedad que esto es algo que tenemos que hacer todos. Esta no es una iniciativa solo del Gobierno. Si cometieron algún delito, la sociedad tendrá que estudiar cuáles son las sanciones a las que serán sometidos. Pero no puede ser que el estigma y el repudio social sea la sanción inmediata para una conducta que la persona creía correcta, que era una opción legítima.
¿Para que sirven los actos de perdón público?
Esos actos por parte de la guerrilla ayuda a re-humanizarlos. Esa es la columna del proceso porque la persona, al convertirse en guerrillero, se deshumaniza en muchos sentidos y trata a los otros de una manera deshumanizada. Convivir en paz requiere que respetes a los otros como seres humanos y que te respeten a ti. Eso es lo que se ha perdido en este país.
Muchos creen que con la paz la justicia pierde…
Tienes que pensar que para un bien mayor como la paz, debes conceder, perder algunas cosas que, aunque son importantes, no son esenciales para la convivencia. Va a haber sanciones. De hecho, desde la Ley de justicia y paz hay sanciones. No tantas como debiera, pero hay. Eso nos pone en un proceso donde las emociones y las respuestas vengativas hay que pensarlas mejor, pues aquí hay algo muy frágil y a la vez muy importante, que es cómo se construye entre todos una convivencia en paz.
Todavía nos cuesta entender que la justicia restaurativa no es impunidad…
Si uno dice que el precio de la paz es la impunidad, nadie estaría de acuerdo; pero no es impunidad completa desde el minuto en que hay denuncia pública y un reconocimiento de las atrocidades cometidas. A mí no me hace más feliz que paguen 30 años o cuatro, lo que sí me importa es que el país sepa que cometer esos crímenes no puede ser, que va contra la ley, contra el respeto de los otros. Eso hay que sancionarlo. Eso tendrán que hacerlo los jueces.
Pero precisamente la sanción social no va a permitir que se reintegren a la sociedad, o lo va a dificultar.
Eso va a tener que depender también de que aparezcan en la televisión, que reconozcan lo que hicieron, tomen responsabilidad de sus acciones. Hay toda una pedagogía que se tiene que hacer especialmente a través de los medios de comunicación. Es la única manera de llegar a la mayoría de la gente. Hay que apelar a que la paz es una responsabilidad compartida y que la inserción de estas personas es un eslabón de la paz.
El papel de los medios es demasiado importante porque hay que tratar de entender lo que pasó para que el propio victimario pueda cambiar. Es importante que se dé cuenta de que la sociedad no lo aplaude, que la sociedad no está contenta con que hubiese tanta gente que estaba dispuesta a matar a otro por ideas o por proyectos políticos.
¿Es importante contar la verdad del victimario, no solo para reparar a las víctimas sino para que se reparen ellos mismos?
Desgraciadamente yo creo que aquí hay muchos victimarios que también son víctimas, que ingresaron como adolescentes porque estaban aislados, porque no se entendían con su familia, porque veían esto como un grupo social que los sustentaba, no exactamente porque estuvieran convencidos de las ideas políticas. Esos motivos no son tan trascendentes como la política, pero son decisivos en la vida de una persona.
¿Esas personas que entraron buscando algo más o forzados, necesitan más acompañamiento?
Hay algo muy importante, ser guerrillero en este país no es algo glorioso, no es que la gente los vaya a aplaudir o los vaya a considerar héroes. Hay una visión muy crítica de su rol en la historia política de Colombia. Es muy importante darles un lugar que les permita transitar porque en realidad es un lugar de derrota cuando la gente no te reconoce ni te valora. Debemos darles un lugar en el que se conviertan en ciudadanos, con eso nos podríamos dar todos por felices.
El tránsito de su país para acabar la dictadura estuvo muy marcado por la polarización. Igual que acá, con la campaña al plebiscito. ¿Cómo vencieron esa polarización?
Había una gran discusión, pero hubo un esfuerzo enorme por poner el énfasis en el futuro próximo, al que todos estábamos tratando de llegar. El discurso estaba muy fundado en un sueño compartido que es vivir en paz, sin represión, sin tortura, sin miedo. Cuando tienes miedo, y estas muy cargado emocionalmente del costo que ha tenido vivir una dictadura o una guerra, no tienes cómo contrarrestarlo. A la gente no le puedes decir, mire, vamos a ser felices algún día, pero si le puedes decir que la esperanza que tenemos depende de que se sumen. Para hacer la paz uno tiene que estar contento, tiene que ser algo que te estimule, que te den ganas de vivir de otra manera.
Desde la salud mental, ¿qué le aporta a una víctima que le cuenten la verdad y a un victimario contarla?
Todos los conflictos entre las personas y también entre las comunidades se arreglan cuando reconocemos genuinamente lo que hemos hecho. No negando. La primera reacción del victimario negando desmiente la experiencia de la víctima y eso es muy dañino. Cuando un victimario reconoce lo que hizo, confirma la experiencia de la víctima y empieza a pensar ‘bueno, estamos comprendiendo la realidad de la misma manera’. En la historia de los versionados hay una cosa muy sabia, que es pensar que la verdad y las versiones tienen siempre una brecha, pero nos aproximamos a saber, y todos necesitamos saber lo que ocurrió.