OPINIÓN | Hace poco fue noticia que la Policía iba a denunciar a los autores de una canción de salsa choke por injuria. El Vago de los Hilos le echó un ojo al tema, a ver quién tiene la razón en esta lucha jurídica.
Por: El Vago de los Hilos
Me enteré de las asonadas bailables en Cali, cuando salió la noticia de que la Policía iba a denunciar a los autores de una canción (Los tombos son unos hp vaya vaya) por injuria. Dos cosas pasaron por mi mente, la primera es que alguien, por favor, me invite a una vaina de esas y la segunda es que la Policía de Colombia tiene tiempo de sobra para ponerse a pendejiar ¿Perseguir a unos pelaos por eso? ¿En serio? ¿Esas son las cosas que dañan el “buen nombre” de la institución”? ¿Acaso nunca escucharon a Bersuit Vergarabat diciéndole NARCO directamente al EXPRESIDENTE MENEM en su obra cumbre: Sr. Cobranza? Por eso no me aguanté y decidí echarle un ojo al tema, a ver quién tiene la razón en esta lucha jurídica.
¿Son los tombos unos hijueputas, vaya, vaya? No, o no lo sé, quizás sí. De ahí nace, justamente de la subjetividad, el derecho que tienen estos pelaos de cantar y de bailar aunque sea transgresor, aunque sea grosero, aunque insulte directamente a uno o varios policías. Pero por supuesto, del otro lado, tenemos el derecho a que no venga cualquiera a insultarnos porque sí. Esta es, parceros, la clásica lucha de derechos, la pugna por ver cuál se privilegia sobre el otro. Una vaina que nos recuerda constantemente que ninguno es absoluto e inviolable. Como en el derecho y la canción, todo depende.
Pero estoy hablando mierda, vamos a lo que nos atañe. Imaginemos un ring de boxeo. En la esquina roja están los vagos de la canción, dándole ánimo a su derecho a la libertad de expresión artística porque se va a agarrar con los derechos a la honra y al buen nombre, que están en la esquina azul, junto a los tombos.
Empecemos con las claridades básicas. Ambas esquinas tienen igual jerarquía: constitucional, dado que son derechos fundamentales. Son pesos pesados y por eso ambas partes tienen la misma oportunidad de ganar la pelea. Depende de la estrategia, es decir, de cómo se dieron los hechos.
Los tombos lanzan el primer golpe: ha dicho la Corte Constitucional en muchísimas ocasiones que el buen nombre se protege cuando se divulgan hechos falsos sobre alguien, o que se han deformado o que busquen atacar el prestigio y la imagen de esa, o esas, personas.
Entonces sepan que violar el derecho al buen nombre tiene delito: la injuria, y que esta no solamente se perfecciona con “realizar imputaciones deshonrosas sobre otra persona”, sino que además, estas palabras deben ser esencialmente falsas y deben tener como objetivo atacar la honra de esa persona.
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Pero los vagos de la salsa se defienden bien y contraatacan con un gancho: ha dicho la Corte, igualmente muchas veces, que la libertad de expresión artística tiene mucha más protección si la obra toca temas de interés público.
Y creo que aquí está el verdadero punto de inflexión, parceros. Sí, insultan directamente, y quizás injustamente, a muchos policías porque la canción generaliza. Habla de “los tombos”, no de algunos, sino de todos.
Pero como dijo Jaime Garzón, la gente se escandaliza más por un hijueputazo que por toda la corruptela y abuso de poder que arrastra la Policía Nacional tras de sí.
La canción lo que está haciendo, más allá de insultar porque sí, es visibilizar un asunto de interés público desde la perspectiva de los artistas, en este caso: los abusos y la violencia que caracterizan el trato de la policía con la gente pobre. Detrás de la aparentemente ligera y superficial letra sobre una rumba interrumpida por la ley, tenemos frases como “ey, ey, hay un asesinato y los tombos no aparecen, roban a alguien y los tombos no aparecen” pero que cuando hay una rumba ahí si hacen gala de sus herramientas y hasta les mandan el camión. En otra versión de la canción, la de Jhon Frank FT Maicol Benitez & Dj Som, dicen “¿Y pa’ qué no’ hijueputean la rumba? Haciendo bulla, mirá, con tu patrulla. Dale, la melocha está dura y dale la liga pa’ que sigan su ruta”, haciendo referencia a un claro soborno.
Y así como podrían decir que los tombos son unos hijueputas por eso, también lo podrían decir porque se dedican a perseguir vendedores informales y a compradores de empanadas. También podrían ser unos hijueputas por el comparendo ese que le pusieron al violinista de Transmilenio en el 2017 o por arrollar con sus motos a unos skaters que estaban sanos. Pero definitivamente, desde la libertad de expresión de esta columna, los tombos merecen un premio a la hijueputada, por dedicarse a cazar pobres, haciendo cosas que nunca harían en los barrios, ni en las zonas de rumba de los ricos, ni con ricos.
De lo que habla la canción, parceritos, es de clasismo, que es a la larga lo que siempre se le ha criticado a la Policía. Ese es un debate que no se debe censurar, mucho menos porque critica a una institución con mucho, mucho poder y que incluso tiene el tiempo y los recursos para ponerse a perseguir judicialmente a estos pelaos, que con el apoyo del Estado, podrían llegar muy lejos en la música.
Tiempos aquellos, lejanos, donde la Policía respetaba a los artistas, como cuando Justin Bieber grafitió en Bogotá una mata de marihuana, en su cara.
En conclusión, parceros, la denuncia por injuria de la Policía contra estos pelaos debería caerse. A la canción no se le puede pedir que se base en hechos reales, porque es una pieza artística que solo representa el criterio personalísimo de los autores. La veracidad de la información está reservada para otro tipo de libertad de expresión: la de informar, como la de los medios de comunicación. Además, aunque es cierto que la pieza es abiertamente ofensiva, hace parte de una crítica social hacia una entidad del Estado poderosísima, que no necesita quien lo consuele ahora ni nunca, porque incluso, desde antes de oír la canción, ya muchos les decíamos: tombos hijueputas.
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Si no han escuchado la canción, aquí la dejamos: