Con peces ornamentales, los campesinos del Valle están saliendo de la coca | ¡PACIFISTA!
Con peces ornamentales, los campesinos del Valle están saliendo de la coca Fotos: Santiago Valenzuela - ¡Pacifista!
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Con peces ornamentales, los campesinos del Valle están saliendo de la coca

Santiago Valenzuela A - julio 10, 2019

De acuerdo con el último informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, los cultivos de coca en el departamento aumentaron un 68%. Alberto Cabrera tiene una salida.

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La casa de Alberto no se alcanza a ver desde la carretera. Solo subiendo una montaña, pasando por vías destapadas y algunos riachuelos, el hogar que tantas veces ha descrito en talleres de paz toma forma. Queda a 40 minutos del puerto de Buenaventura, en el corregimiento de Cisneros, conocido –entre otras cosas– por los cultivos de coca. Para llegar a lo más alto de la montaña es necesaria una mula y un permiso de las comunidades locales. Ni si quiera el Ejército entra. La casa de Alberto está en la parte baja de la montaña, donde las familias le están apostando al Programa Nacional de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito (PNIS).

En septiembre de 2018 conocimos la casa de Alberto Cabrera, campesino y líder de víctimas en Valle del Cauca. En ese entonces tenía dudas: el negocio de la piscicultura no parecía tan rentable. Para sustituir la coca, pensó, sería mejor cultivar peces ornamentales. Lo hizo justo después de arrancar con sus manos los cultivos de coca que le permitieron, entre otras cosas, construir esa casa de ladrillo para él y su familia. El pasado 9 de julio llamamos a Alberto para saber cómo marchaba su proyecto: “Hermano no lo he podido contestar porque ando ocupado sacando unos papeles para irme a Guatemala el 15 de julio. Me invitaron a un evento de paz para representar al Valle del Cauca”, nos dijo al otro lado de la línea.

Estaba emocionado. El negocio de los peces ornamentales funcionó y su caso ha sido un referente en las historias de éxito del programa de sustitución de cultivos. ¿Por qué la piscicultura, Alberto? Le preguntamos. “La verdad va de la mano con el medio ambiente. Yo empecé con esto reciclando canecas de ron vacías, tarros de gaseosas vacías y neveras que no se ocupan. Lo que me fui dando cuenta es que vale la pena es trabajar con peces ornamentales, porque peces para el consumo humano la verdad es difícil. Le pongo ejemplo: un kilo de tilapia lo puede vender entre 10 mil a 11 mil pesos, mientras que un kilo de peces ornamentales hasta en 200 mil pesos”.

Alberto camina por los estanques de los peces revisando, tomando nota, midiendo la temperatura. Continúa con la explicación: “Para alimentar ese kilo de tilapia usted tiene que meterle $ 9.000 en alimento, más el trabajo suyo y todo lo demás son como $ 14.000 en costos y ese kilo lo puede vender en $ 11.000. No es rentable. Con los peces ornamentales, usted puede gastar $ 20.000  y en cuatro meses ese kilo ya va a valer $ 200.000”. Mucho más rentable, le decimos. “Claro que sí, lo que sigue es que ya se consigan las cadenas de distribución: yo surto a tres almacenes en Pereira, uno en Armenia, otro en Pasto y otro en Piendamó”.

La casa queda justo en frente de los estanques. Alberto tiene varias peceras y acuarios en el solar. En un acuario grande, iluminado, están los peces beta, que son conocidos también como peces de pelea. Un solo pez beta puede costar entre $15.000 y $ 50.000. “Hay muchas variedades de beta”, nos dice Alberto. “Se piden mucho. Pero mire, acá hay más especies, hay monjitas de todos los colores, mire la azul, la morada, la fucsia, la albina, también están los opalinos, las bailarinas, los telescopios, las cebras, hay de todo”. En el fondo, en los estanques más grandes están los peces koi, los más gordos y visibles y, por supuesto, los más delicados para el cuidado. Muchos son importados desde Japón y pueden costar más de $ 100.000.

Trabajar con peces ornamentales, Alberto lo admite, puede ser más engorroso que cultivar coca, pero también más rentable: “En esto de los peces toca estar despierto a las seis de la mañana para tener listo el alimento y dárselos a las ocho de la mañana. Lo más duro es clasificarlos en los tanques, hay que tener mucho cuidado; se sacan a los más grandes, luego a los más pequeños y se miran los colores también. Después se sacan a los reproductores y se engordan en estanques más pequeños. Toca controlar también las 12 variedades de plantas acuáticas que tenemos para los acuarios. La idea es que los peces sientan que están en su hábitat natural, por eso me toca conseguir plantas como amazonias, millonarias, nervio rosado, en fin. Sí es mucho trabajo, son cuatro ciclos pero vale la pena”.

Lo primero que hace Alberto es separar un lugar de reproducción de peces para tener, en una segunda fase, alevinos, es decir, crías. Luego viene la fase de crecimiento y comercialización. Todo este proceso, “desde que revienta el huevo hasta que se comercializa, puede ser de cuatro meses”. Hay casos, como los de los peces Koi, que pueden tomar más tiempo. Si crecen más, su valor comercial será más alto. Todas estas explicaciones Alberto se las ha repetido a sus compañeros de la Asociación de Piscicultores AAA la Cristalina, de la cual es representante. También lidera la Mesa de Víctimas del Dagua. “Toca moverse en todo para que nos cumplan con lo que se prometió en los acuerdos”, decía Alberto entre risas.

El camino no ha sido fácil. Alberto nos contó que no tuvo asesoría técnica para ejecutar ciertos procesos, como la construcción de tanques. ¿Por qué no seguir con la coca? Le preguntamos. “Algunos piensan que la coca se vende muy bien, pero en realidad no es tanto lo que se gana. Lo que pasa es que es el único negocio para muchos campesinos porque si cultivan algo más no lo pueden comercializar porque la carretera más cercana queda a tres horas. Con la coca pueden sobrevivir, ¿pero que un campesino se enriquezca de la coca? Eso no lo he visto. El punto 4 del Acuerdo de Paz dice que se va a fortalecer al campesinado colombiano con proyectos productivos y bueno, yo les creí. Acá en Dagua hay 425 familias que firmaron y tienen proyectos de ganadería, pollos, turismo, piscicultura. Todos estamos en este proceso”.

Estas 425 familias erradicaron 230 hectáreas de coca en el primer año de implementación del PNIS. A cada familia le dieron $ 2’000.000 y 60 días para arrancar la coca de raíz. Después les darían $ 10’000.000 millones para fortalecer sus proyectos productivos. “La verdad es que muchas familias no arrancaron porque no le creían al Estado. Pero la mayoría dijimos bueno, pues las arrancamos y creemos. Y pues sí, ha ido lento pero bien”. Hoy, cuenta Alberto, cerca de 30 familias están trabajando en piscicultura para sustituir la coca. Si bien han logrado sostenerse, el mensaje para el gobierno es claro: no retrasarse en los pagos porque se retrasa el negocio y fortalecer la asistencia técnica para tener un horizonte de negocio más claro.

Una luz en un panorama difícil

De acuerdo con el último informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, los cultivos de coca en Valle del Cauca aumentaron un 68%. Mientras que en diciembre de 2016 se identificaron 752 hectáreas de coca, en 2017 la cifra ascendió a 1.261 hectáreas. Si bien las hectáreas en Valle del Cauca representan menos del 1% del total de hectáreas sembradas en el país (171.000), el incremento es evidente. De hecho, la gobernadora del Valle, Dilian Francisca Toro, le ha pedido al gobierno nacional planes contundentes de erradicación manual. De acuerdo con cifras de la Policía Nacional, en el transcurso del año han erradicado 39.023 hectáreas en todo el país.

El informe de la Naciones Unidas señala que en la actualidad participan 99.097 familias en el programa de sustitución de cultivos. No obstante, el gobierno ha presentado retrasos para lograr que otras 30.000 familias firmen acuerdos. Persisten dificultades, dice el informe, “con respecto a la secuenciación y los recursos para proporcionar pagos provisionales durante un año, junto con asistencia técnica y apoyo a proyectos de desarrollo alternativo, a las familias que erradiquen sus cultivos”. Del total de familias que firmaron acuerdos, 22.600 han recibido pagos provisionales. A los retrasos gubernamentales, dice el  documento, se suma la inseguridad: “Las familias que participan en este programa siguieron siendo víctimas de amenazas y asesinatos. Según el Gobierno, 58 personas que participaban en tareas de sustitución de cultivos han sido asesinadas en los últimos dos años”.

La piscicultura, Alberto y otros líderes lo dicen, puede ayudar a disminuir el número de hectáreas en Valle del Cauca sin la necesidad de erradicar las matas a la fuerza.  De acuerdo con cifras de los ministerios de Agricultura y de Industria y Comercio, Colombia exporta, en promedio, 12 toneladas de peces para acuario mensualmente. Actualmente, la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (Aunap) está concertando con el ministerio de Ambiente las medidas que se necesitan para exportar peces ornamentales marinos. Un caballito de mar, según cifras de la misma Autoridad, pueden costar 100 dólares y, dicen, podría beneficiar a poblaciones como las de Santa Marta y San Andrés.

Paradójicamente, a los pisicultores también les preocupa que el gobierno utilice de manera desmesurada el glifosato. Recientemente, la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Nacional publicó el libro Efectos tóxicos del glifosato en la fauna nativa de Colombia. En el documento, los investigadores revelan que el glifosato es tóxico para los peces. En el proyecto los científicos utilizaron ejemplares de las especies bocachico y yamú. Utilizaron concentraciones de 10 y 30 ppm (partes por millón) de glifosato y se presentó un 100% de mortalidad. El glifosato, demuestra el estudio, afecta el sistema nervioso de los peces y su oxigenación.

Con estas evidencias, los piscicultores tienen dos peticiones mínimas: que el gobierno garantice la asistencia técnica para que los proyectos sean rentables a largo plazo y que no fumiguen desmesuradamente con glifosato. No sirvió antes y puede que tampoco lo haga ahora.