OPINIÓN Si realmente le apostamos a un “posconflicto” hay que ganar confianza en la política.
Columnista: Francisco Javier Cuadros
Si realmente le apostamos a un “posconflicto” hay que ganar confianza en la política. De otra manera será imposible fortalecer instituciones democráticas, profundizar la participación de las ciudadanías y llevar a la realidad ese país que aún no hemos podido ser.
En Colombia, la desconfianza de la gente con la política es casi generalizada. Se supone que es la política el lugar donde se pueden tramitar y resolver los intereses y expectativas de los ciudadanos. Pero ese no ha sido el caso. Asistimos a cada elección con la certeza de que se va a reproducir el actual estado de cosas.
Ahora estamos otra vez en tiempo de campañas. El 24 de julio inició formalmente la contienda electoral con la inscripción de listas de candidatos. Como cada vez que vamos a ir a las urnas, escuchamos cuestionamientos a la mayoría de los partidos que competirán por el poder local: dicen que le entregaron sus avales a algunos candidatos que tienen – o son señalados de tener- vínculos con alguna forma de corrupción.
No desconozco que existen propuestas decentes, innovadoras y destacadas, de las que esperaría -por lógica- cuenten con el masivo respaldo ciudadano el 25 de octubre. Pero los indicios evidentes apuntan a que, otra vez, se repetirán los comportamientos que producen desconfianza en los partidos políticos, en los líderes y en el sistema electoral.
Con contadas excepciones, los partidos se comportan como si fueran un centro de acopio de avales y no como mediadores entre los intereses de la gente y las instituciones. Cuando hablamos del aval que se otorga a un aspirante a una corporación pública estamos hablando de confianza, es un respaldo del partido a un aspirante para presentarlo ante el Estado y ante la sociedad.
En un mundo ideal, los partidos le dicen al Estado que el aspirante cumple todos los requisitos para ser elegido y, a la ciudadanía, que confía en él o ella porque es el mejor entre sus militantes. De esa manera convoca a los ciudadanos a que se expresen mediante el voto y lleven el programa que representa a ser gobierno.
Cuando por el aval se cobra dinero, o se intercambia por puestos, o cuando no se hace una juiciosa consulta de quién es la persona que se va avalar, los partidos rompen su razón de ser y la ciudadanías no encuentran razones para confiar en la política.
También hay responsabilidad en muchos de los que quieren ser elegidos. No les importa si existe coincidencia con el programa político del partido que los avala; lo que les importa es llenar un requisito para obtener los votos y, en muchos casos, hacer de las suyas cuando se conviertan en gobierno.
La desconfianza en la política se expresa en los índices altos de abstención electoral, en el voto en blanco, en la ausencia de control político de la gente del común, o en la baja tasa de participación social en las decisiones que nos competen a todos. En suma, tenemos una profunda desconfianza en el sistema de gobierno.
No hay otro camino que construir confianza en la política para el país que proyectamos después del conflicto armado. La Colombia que está por nacer tendrá que tener a la gente como centro del poder que reside en el Estado y la democracia. Cuando este poder no se expresa, la política pierde sentido.