Los niños que se mueren en la selva | ¡PACIFISTA!
Los niños que se mueren en la selva
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Los niños que se mueren en la selva

Staff ¡Pacifista! - febrero 25, 2015

Después de permanecer varios meses como desplazados en Bogotá, un grupo de indígenas creyó las promesas del Gobierno, retornó a su comunidad en el Chocó e intentó rehacer sus vidas. Quince meses después, ¡PACIFISTA! los visitó en su territorio y la decepción fue total. Primera entrega.

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Por: Felipe Motoa Franco

En diciembre de 2013, 306 personas regresaron al Resguardo Indígena Embera Katío en las estribaciones selváticas del Chocó, después de vivir durante meses en Bogotá como desplazados. Desde esa época, 11 niños menores de cinco años se murieron en una sola aldea por enfermedades diarreicas y respiratorias. Temen que la cifra aumente. El incumplimiento de los compromisos asumidos por el Gobierno Nacional, para garantizarles condiciones de vida tras el destierro, es una amenaza que puede resultar en un nuevo desplazamiento.

En Alto Andágueda -zona donde queda el resguardo- no es un secreto que los pequeños son los más vulnerables. Siempre ha sido así porque han tenido carencias. Albeiro Dominichá vive en una enfermería, en el cabildo-aldea de Conono, la comunidad con más retornados. Al ingreso hay un par de estantes con medicamentos a punto de quedarse en cero. Media docena de familias comparte el techo. Dominichá es el enfermero del cabildo. Tiene 42 años y se aferró a la tierra cuando los otros fueron desterrados.

“Desde hace más de 20 años trabajo en el sector salud y nunca hemos contado con ayuda para la construcción de un puesto de salud en Conondo. El más cercano queda en Agasal a media hora, sobre este mismo camino”, dijo.

Su función es sustancial. En compañía del voluntario, Édgar Saratí, procura salvaguardar la vida en una zona no apta para vivir. Su comunidad, de 950 habitantes, se fundó hace 30 años. Los Embera solían ser dispersos y expansivos, de tal manera que pequeños grupos se desprendían de un asentamiento consolidado para replicar la estructura social en un terreno vecino. Pero las minas antipersonal, el riesgo de bombardeos y la guerra detuvieron esas expansiones.

La enfermería donde trabaja queda en un altillo sin energía eléctrica, en las afueras de la aldea, que permite divisar unas 300 viviendas en medio del tupido follaje de la selva. “Desde que retornaron los desplazados, no se está garantizando la salud. El compromiso era que vinieran brigadas de salud al menos tres veces por año y solo vinieron una vez a inicios del año pasado”, dijo el enfermero e insistió en las necesidades: dotación con medicamentos y equipos para los primeros auxilios. Por lo menos, para atender emergencias en las primeras 24 horas.

La mortalidad infantil tal vez sea el asunto que más preocupa a la comunidad: en enero de 2014 fallecieron ocho niños menores de cinco años por insuficiencias respiratorias agudas, neumonía, diarrea, desnutrición y pequeños brotes de malaria. En diciembre pasado murieron tres más de cinco años. ¡11 niños solo en esta comunidad! El país no tuvo noticias de esos muertos. No figuraron en los titulares. Fueron velorios desde el anonimato.

Y saber que más adentro de la selva chocoana, por ese mismo camino que lleva a Aguasal y Conondo, donde la modernidad se hace borrosa, hay cabildos que no saben lo que es tener un enfermero.

En Alto Andágueda, la comunidad aún espera que el Gobierno Nacional cumpla con lo prometido.